06 julio 2014

Actualidad de Lord Acton

Si en el terreno social el liberalismo quedó perfeccionado gracias a los irrenunciables avances de la socialdemocracia, en el terreno político tengo por cierto que no hemos inventado aún nada mejor que el liberalismo que se abrió paso tras la Ilustración y las revoluciones de finales del XVIII. Nuestras democracias son, al cabo, fruto de ese pensamiento que coloca en el centro del trabajo político al ciudadano, de manera que tan pronto se alejan de una genuina preocupación por la libertad individual pierden entidad democrática.

En el contexto del liberalismo decimonónico, solemos recordar al barón John Dalberg-Acton, historiador, consejero de Gladstone, liberal y uno de los ingleses más cultos de su época, por un aforismo muy célebre: “El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente”. En esta sola línea se resume la necesidad de que los poderes del Estado encuentren un equilibrio y se controlen los unos a los otros: Montesquieu, al fin y al cabo, tan vigente en el siglo XIX como en el XXI. Sin embargo, encuentro mucho más interesante –y de similar o mayor actualidad– la siguiente afirmación de Lord Acton: “La libertad no es el poder de hacer lo que queremos, sino el derecho a ser capaces de hacer lo que debemos”.

En tan breve expresión se extracta todo lo que debe comportar nuestro sistema de libertades, más allá de la mera democracia formal. Efectivamente, la libertad no es poder hacer lo que queramos, pretensión que no deja de estar al alcance de un niño de cuatro años –manifestar un deseo y procurar su cumplimiento, independientemente de su valor de justicia y de su oportunidad. Si la voluntad no está determinada por el conocimiento, la madurez y el consenso con nuestros semejantes, la decisión no será fruto de la libertad, sino respectivamente de la ignorancia, del capricho y de la imposición. Y no hace falta explicar por qué la libertad está reñida con cualquiera de estas circunstancias: no se es verdaderamente libre cuando se actúa sin conocimiento de causa, ni cuando por imprevisión, precipitación o capricho la voluntad propia prevalece sobre la conveniencia general, ni cuando se impone sobre la voluntad de los demás sin atención a la opinión de la mayoría, o despreciando las de las minorías.

Es difícil hacer valer este principio en ua atmósfera viciada por el culto a la juventud y a la voluntad sin ataduras. En España, y me temo que en Occidente, sufrimos las consecuencias de haber descuidado durante décadas las tablas de la ley para adorar el dorado becerro de la juventud y, así, todo el proceso político está teñido de vicios muy propios de la adolescencia: impulsividad, improvisación, atolondramiento, cortoplacismo, falta de rigor intelectual... Unos hablan de derecho a decidir y de legitimidad como conceptos contrapuestos al estricto cumplimento de la ley. Otros desprecian las instituciones por mor de lo que quiere la gente... Disparates perfectamente inmaduros: populismo que abochorna la democracia y siembra el campo de frustración y de larvado enfrentamiento.

Recordar a Lord Acton (“libertad es el derecho a ser capaces de hacer lo que debemos”) significa no poner el acento en la expresión ruidosa de la voluntad sino, en primer lugar, en la necesidad de sentar las bases para una recta toma de decisiones; o, dicho de otra forma, en nuestro derecho a una educación de calidad, despolitizada y al alcance de todos y a una información libre de ataduras con el poder, así como en nuestra obligación de encarar la política con una actitud crítica y generosa, requisitos todos ellos sin los cuales o no hay democracia de calidad o no la hay en absoluto. Y, en segundo lugar, Acton nos recuerda que la libertad no es tal si nos lleva por la senda de nuestros maximalismos en lugar de la del compromiso con nuestros conciudadanos. Sus palabras, tan escuetas y tan preñadas, encierran toda una llamada a la responsabilidad (quiero acordarme también de Weber, que con tanta precisión supo distinguir la política del mesianismo) en la que queda claro que no es posible hacer lo que debemos si nuestro derecho a capacitarnos para hacerlo no está cubierto; y también que la libertad sin sujeción a la ley y a unos objetivos compartidos no es tal, sino capricho abocado al fracaso. Estas consideraciones, tan presentes en nuestra Transición, fallan hoy, por la pura negligencia de nuestros grandes partidos, en el régimen político que padecemos y en algunas de sus alternativas más vistosas.

Reformar las instituciones españolas es, más que necesario, urgente. Pero recurrir a los atajos, maniobrar los resortes más simples de un electorado decepcionado o asumir (explícitamente en algunos casos) la validez de la propaganda frente a la pedagogía democrática son, sin más vuelta de hoja, atentados contra la democracia y, por tanto, contra la misma libertad. Toda reforma que no siga los cauces de la participación institucional y del respeto a la Constitución y a las leyes estará sembrando las causas de su propia ruina. Yo me quedo con Lord Acton, con la responsabilidad y con el estado de derecho. mallorcadiario.com. El Español.


John Emerich Edward Dalberg-Acton (1834-1902), I barón Acton.
 

30 junio 2014

Pactos

La publicación del último sondeo del Instituto Balear de Estudios Sociales ha alborotado la escena política balear. En el panorama parlamentario que presenta tras las próximas elecciones autonómicas encuentro tres características principales: prolonga la tendencia atomizadora observada en los recientes comicios europeos; certifica, de esa manera, el fin de la hegemonía bipartidista que conocíamos, ya que tanto el PP como el PSOE pierden numerosos votos y escaños; y, por último, hace depender la mayoría de gobierno de una combinación en este momento indefinible de pequeñas fuerzas políticas: Més, Podemos, Izquierda Unida, UPyD, el PI y Gent per Formentera.

Aparentemente la vida parlamentaria balear a partir de 2015 será más complicada pero, al mismo tiempo, mucho más entretenida. En el debate parlamentario se observarán, así, las cualidades de cada fuerza y su potencia real de pegada política, lejos de la mera propaganda. Y de un debate más plural surgirán por fuerza leyes más representativas. El miedo a la inestabilidad, que agitan siempre los mayoritarios para disuadir al votante del partido aspirante, no va a cuajar esta vez, porque una parte cada vez mayor del electorado ya no puede percibir mayor fuente de inestabilidad que la permanencia del PP y el PSOE a la cabeza de las instituciones. Se viene demostrando.

Siempre que se publican sondeos aparecen, inmediatamente, reflexiones sobre pactos. Que si estos han de pactar con aquellos, que si Fulano nunca debería pactar con Mengano… Pocas reflexiones, en cambio, sobre programas, propuestas concretas y posibilidades reales de acuerdo, más allá de etiquetas cada vez menos operativas. Ante las noticias que dan a UPyD dos diputados en el Parlament de les Illes y nombran a este partido entre las formaciones “decisivas” con las que unos u otros deberán pactar, queremos dejar clara nuestra posición: Unión Progreso y Democracia, mientras sea un partido minoritario, solo se sentirá obligada a pactar con otros partidos si estos ofrecen medidas concretas de gobierno. No otorgaremos carta blanca a cambio de consejerías ni pedacitos de presupuesto; pactaremos reformas concretas de regeneración democrática y con plazo estricto de ejecución. De no haber acuerdo, entendemos que la responsabilidad de gobernar es de las fuerzas mayoritarias y, por tanto, la de no alcanzar acuerdos útiles lo será también de ellas.

Tenemos la experiencia asturiana, donde permitimos la investidura de un partido al que dejamos de apoyar tan pronto como incumplió sus promesas. También sabemos que una posibilidad cada vez más próxima, en su objetivo compartido de preservar el régimen bipartidista y los privilegios de los políticos, puede ser un gobierno de coalición PP-PSOE. Ya es así en Asturias, donde el PSOE gobierna apoyado por el PP desde su ruptura con UPyD; y en Andalucía, donde PP y PSOE han votado juntos contra la iniciativa legislativa popular defendida por UPyD en aquel Parlamento para una justa reforma electoral. Por no hablar del Parlamento Europeo, donde, tras una campaña en que el PSOE se esforzó por proponer el “cambio hacia una política no de derechas”, finalmente vota al candidato popular, Juncker, para la presidencia de la Comisión y el consiguiente reparto de asientos entre socialistas y populares. Sabemos que lo que los une es más que lo que los separa, pero de eso también se tendrán que hacer responsables ante los ciudadanos. Y los ciudadanos ya los tienen muy conocidos.

Por nuestra parte, volvemos a ratificarnos en nuestro único compromiso: la defensa de los intereses de los ciudadanos y el cumplimiento de nuestro programa. En estos términos, y no en otros, podrá haber pactos con UPyD. mallorcadiario.com.

 

23 junio 2014

La República: cuatro petisuís de chocolate

Con el asunto monarquía-república, el debate político español ha descendido a niveles de Preescolar. Es frecuente escuchar cosas tan simples como que “la monarquía es una institución medieval”, que “al Rey lo impuso Franco” o, alegada la existencia de una Constitución democrática, aquello de “pero yo no voté la Constitución”. Por no hablar de los populares mantras “tener Rey no sirve para nada” o “es que nos salen muy caros”.

No es cierto que la monarquía no sea democrática. No sería democrático que no eligiéramos a quien nos gobierna, pero el Rey no nos gobierna. De la misma manera que no elegimos cada cuatro años los colores de la bandera, el himno nacional o el trazado de nuestras fronteras, que son importantes elementos simbólicos y fácticos en la configuración de nuestro estado, tampoco es necesario que sometamos a referéndum la forma de la jefatura de Estado, una magistratura que no tiene nada que ver con ninguno de los tres poderes en que desde Montesquieu sabemos se basa una organización política.

Antes de toda democracia hubo, sí, una dictadura o un régimen absolutista, pero en la monarquía española (como en la sueca, como en la canadiense) no hay imposición de régimen totalitario alguno, sino una Constitución votada por todos los españoles en 1978 que le presta una legitimidad completa. Imposición antidemocrática sería, precisamente, ignorar lo que dice la Constitución. La monarquía no es una institución medieval, aunque tenga raíces milenarias, por el mismo motivo por el que viajar en tren no es propio del siglo XIX, usar ordenadores no es una práctica de los años cincuenta o nos sigue siendo útil la división del año en meses que estableció Julio César hace dos mil años. La monarquía de Suazilandia nos indigna, pero la noruega representa una nación próspera y con índices de libertad envidiables (siete de los diez países reconocidos como los más democráticos del mundo, por cierto, son monarquías). La vigencia de la monarquía se actualiza en cada proceso constituyente, y para que una constitución nos vincule no hace falta que cada vez que alguien cumple 18 años sometamos todo a referéndum: ahí están los americanos, con una Constitución de 1789 que nadie vivo ha votado pero con la que todos los norteamericanos se sienten felizmente comprometidos. La continuidad de una nación y de sus instituciones no depende de cada voluntad individual, sino de la suma consensuada de todas; y solo en los momentos constituyentes, no cada día de nuestras vidas.

Tampoco es cierto que el Rey no valga para nada: vale para lo mismo –funciones representativas, simbólicas y arbitrales– que el presidente de una república parlamentaria; o más, porque un rey sí está al margen de la lucha partidaria y de las rivalidades territoriales, lo cual, a mi juicio, supone una gran ventaja. Ni es cierto que nos cueste mucho dinero: los gastos de la Casa del Rey y los gastos ministeriales asociables son en España mucho más modestos que los de la presidencia de la República Federal Alemana.

Dicho todo esto, por supuesto que hay que pulir el modelo monárquico y, también, reformar la Constitución. El nuevo Rey, Felipe VI, ha asegurado en su discurso de proclamación haber entendido las necesidades de regeneración de nuestro régimen y de la misma institución monárquica. Conviene que el Congreso tramite una Ley de Sucesión que impida cierta improvisación que ha presidido el reciente relevo. Es imprescindible, sobre todo, que la transparencia en la gestión que exigimos en todos los ámbitos de las administraciones sea aplicada también a la Casa del Rey. Es necesario, también, reformar la Constitución para acabar con el anacronismo –impropio de una sociedad respetuosa de la igualdad sexual como es la española– de la preeminencia del varón sobre la hembra en el mismo grado de la sucesión a la Corona.

Habrá que reformar la Constitución de 1978, sí, pero por el cauce legal (ya que sin estado de derecho, con rey o sin rey, no hay democracia) y atendiendo a nuestros problemas reales: no precisamente para abrir el melón monarquía/república, sino porque, en pocas palabras, es necesario fortalecer el modelo de estado y garantizar la separación de poderes. Pese a los argumentos infantiles y las consignas irresponsables agitadas por algunos partidos de izquierda, el peligro para nuestras libertades no está en que haya Rey, sino en que los partidos políticos invaden espacios que no les corresponden y, en general, en el sectarismo. En la pobre separación de poderes que aqueja a nuestra régimen. En la inoperancia de un sistema autonómico concebido como cauce para la rivalidad y no para la colaboración. En todo lo que impide que salgamos a flote en estos momentos. El pensamiento republicano es más que digno, pero agitar la bandera republicana para adquirir notoriedad es una manipulación.

Da vergüenza ajena escuchar a algunos clamar por la República mientras han participado en el expolio de las cajas de ahorro, participan en el reparto del Poder Judicial, se niegan a revisar los 10.000 aforamientos de los políticos, se bajan a duras penas de los coches oficiales e impiden –contra lo prometido en su programa– que los andaluces mejoren su participación democrática mediante una reforma electoral que mejora la calidad de la representación política. Me recuerdan a mis hijos cuando protestan porque hay coliflor de cena: “no hay derecho”, dicen, “es injusto”; pero se comerían cuatro petisuís de chocolate de postre si les dejara. La diferencia es que mis hijos tienen 11 y 9 años y es natural que su noción de lo que es justo y de lo que es necesario esté un poco verde.

No hay ni que decir que al final se comen la coliflor y, de postre, solo un petisuís de chocolate. Y eso después de una buena pieza de fruta. mallorcadiario.com.

 

16 junio 2014

Un paso al frente

El Ejército de Tierra quiere acabar con la carrera del teniente de complemento Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido. El oficial, al que por su segundo apellido supongo descendiente del fundador de El Aaiún, ha publicado una novela que, bajo el título Un paso al frente, contiene la descripción nada halagüeña de un ejército corrupto en el que prácticas delictivas y abusos de poder están a la orden del día y se cierra con la polémica carta de un personaje al ministro de Defensa. El Ejército ha abierto un expediente que puede culminar con cuatro meses de arresto y la expulsión del Ejército por la presunta comisión de un acto gravemente contrario a la dignidad militar.

Uno es de los que todavía hicieron la mili y, si para algo puede servir, puedo testificar que la realidad que pinta Un paso al frente a mediados de los años 90 era plenamente actual. Doy fe de que cierto sargento de mi compañía afanaba con gran descaro los mejores alimentos que llegaban al cuartel: los mismos soldados destinados en cocina se ocupaban de cargarle el maletero del coche a plena luz del día con cajas de las gambas o las chuletas que ya no iban a catar. Doy fe igualmente de que cierto oficial temporalmente asignado a aquella agrupación logística se embriagaba metódicamente en todas y cada una de sus guardias, hecho que no parece que contribuyese positivamente a la seguridad del cuartel durante las largas noches del verano canario. También puedo recordar las ocasiones en que los soldados de reemplazo trabajamos como obreros no cualificados (y, por supuesto, no remunerados ni asegurados) cada vez que algún oficial hacía obra de reforma o necesitaba pintar la fachada en su residencia particular.

Con todo, la conclusión más triste que extraje de mi servicio militar es que, a su término tres trimestres más tarde, yo no había aprendido nada que sirviera para defender mejor la Patria. No se me inculcó ninguna virtud, pero tampoco aprendí a manejar correctamente un CETME, ni a sobrevivir en el Atlas marroquí con una mochila cargada de granadas, ni a gestionar una operación de municionamiento, por decir algo. El enorme dineral que el Estado se gastó en aquel año de 1994 en hacernos pasar por una de sus agrupaciones de apoyo logístico a mí y a otros cientos de compañeros no sirvió para nada ni en mi caso ni en el de ellos. Al menos sirvió para costear cenas privadas en casa del sargento. El ejército que yo viví era una rueda gigantesca que rodaba por mera inercia con las yantas agrietadas, los neumáticos deshinchados y rumbo a ninguna parte.

Ignoro lo que puede haber cambiado de entonces acá. Entonces también existían, como ahora, militares de enorme profesionalidad, equiparable a la de los mejores profesionales de la sociedad civil, que permitían afirmar que aquel ya no era el ejército de Franco, por mucho que todavía le quedase mucho para homologarse con los de nuestros aliados en la OTAN. Conozco oficiales magníficos, que se dejan la piel y someten a su familia a costosos sacrificios por servir a su país sin protestar jamás por las injusticias y las desconsideraciones de los políticos (que no las proclamen no quiere decir que no las sufran), militares que han superado ciclos de formación muy exigentes y que dirigirían una gran empresa con la misma destreza con que capitanean una compañía. Pero junto a esos profesionales siguen conviviendo chusqueros mediocres que podrían protagonizar una de Torrente, oficiales embrutecidos por el mando irreflexivo, el alcohol, las drogas, las putas o todo ello junto, que hacen del Ejército el submundo opaco y corrupto que denuncia el teniente Segura en su novela.

Como la libertad de creación aún existe en España, si Segura es expulsado del Ejército y decide recurrir, el Tribunal Supremo anulará con toda seguridad una sanción basada en las declaraciones de un personaje de novela. Con Un paso al frente, Defensa haría bien en dar un paso atrás y, en lugar de mirar el dedo que señala la Luna, reparar en las imperfecciones que presenta el satélite e intentar corregirlas. España se merece un Ejército del que pueda sentirse orgullosa, que defienda con la máxima profesionalidad y absoluta transparencia en la gestión los valores de la sociedad a la que sirve y que nunca pueda ser identificado con la persecución de las ideas. Ya lo saben: el mensajero nunca tiene la culpa. mallorcadiario.com.

09 junio 2014

O liberales o excéntricos

Cuando el sábado pasado Rosa Díez anunció en el Consejo Político de UPyD, poco antes de dar la noticia a la prensa, que UPyD se integra finalmente en el grupo parlamentario ALDE (el de los liberal-demócratas en el Parlamento europeo) a cambio de su compromiso con la integridad territorial de los estados miembros, una ovación llenó el salón de actos del Ayre Colón de Madrid.

Durante la campaña europea habían sido insistentes las llamadas a definirse: ¿en qué grupo parlamentario se integraría UPyD? ¿Había algún compromiso cerrado? ¿Negociaciones? El candidato liberal progresista, Francisco Sosa Wagner, como todos los que componíamos su lista, tuvo que contestar una y otra vez que nosotros no damos cheques en blanco y que no nos interesa la política de etiquetas. Que primero queríamos saber qué compromisos podíamos obtener de ALDE a cambio de sumar nuestros diputados a su grupo y, después, llegaríamos a acuerdos con contenidos concretos. Algunos (interesadamente) interpretaban este principio lógico de la negociación como indefinición rechazable. Otros, incluso, bromeaban con que, en el fondo, los de UPyD éramos unos apestados políticos a los que ningún grupo parlamentario decente querría aproximarse. Esto lo decían, claro, nuestros nacionalistas periféricos.

Lo cierto es que, ya mucho antes de la campaña, UPyD había recibido solicitudes de por parte de más de un grupo. El más insistente fue, sin duda, ALDE, en cuyo seno se encontraban hasta entonces los representantes de CiU y el PNV. Los liberales europeos deseaban incorporar a su grupo una alternativa española de carácter nacional, lejana al folclorismo político y a la permanente confrontación antiespañola y antieuropea que encarnan los separatismos catalán y vasco. Antes, durante y después de la campaña, representantes de ALDE viajaron a Madrid para intentar lograr un compromiso de integración de UPyD. La respuesta siempre fue la misma: después de las elecciones hablaremos, y cualquier acuerdo pasará por la defensa de la integridad y de la unidad de los estados miembros de la Unión Europea contra cualquier populismo centrífugo.

Rematadas las elecciones y echadas las cuentas, ALDE propuso a UPyD un documento que hubo de ser corregido hasta tres veces antes de cumplir con las condiciones requeridas por nuestro partido. Alcanzado el acuerdo, UPyD se integra en ALDE y los liberales europeos se comprometen explícitamente a defender “la integridad territorial de los Estados en los términos establecidos en sus respectivos órdenes constitucionales”. No ha sido el gobierno de la Nación, ni el grupo popular, ni el socialista, no; una vez más ha tenido que llegar UPyD a una institución para que esta se pronuncie explícitamente en favor de lo obvio: del estado de derecho y de los principios integradores que conformaron la Unión Europea. ¿Se acuerdan de aquello del voto útil, aquello de “hay que votar a los partidos grandes que son los únicos que pueden hacer política grande”…? Pues UPyD ya ha empezado a hacer política incluso antes de empezar el curso. Política de la grande, de la que nunca han hecho otros: defendiendo los intereses reales de todos los ciudadanos.

Ahora, CiU y el PNV deben decidir si se van a integrar o no en un grupo cuya declaración habla de la unidad de España y, por lo tanto, asumirla o buscar un grupo más conforme con sus excentricidades. En la vida hay que elegir. mallorcadiario.com.

04 junio 2014

Los miserables

Lo primero en que pensé fue cómo la abdicación repercutiría en los asuntos de España. En cuanto a la intención del Rey, no me cupieron dudas. En uno de los pocos actos en que aún es verdaderamente soberano –el de renunciar al trono–, el monarca ha escogido las circunstancias más beneficiosas: el momento mejor para favorecer la recuperación del prestigio de la institución monárquica, mejor para eludir la interferencia con procesos electorales, mejor porque hay estabilidad parlamentaria y, en definitiva, mejor para los intereses de la nación, cuyas instituciones requieren hoy una regeneración honda y creíble. El relevo del titular la Corona, por el carácter eminentemente simbólico de la Monarquía, invita al resto de las instituciones a renovarse con credibilidad y sin salirse de la normalidad que supone –echemos un vistazo al entorno de las monarquías europeas– la abdicación de un monarca provecto.

A continuación pensé en Don Juan Carlos. A lo largo de su reinado su reputación ha conocido tiempos mejores; sin embargo, hoy, un día seguramente emocionante para el Rey y su familia, nada me parece peor que la orgullosa ingratitud de algunos hacia quien rescató a todos los españoles de las garras del Movimiento Nacional, primero, y de la letal combinación de golpismo y terrorismo en 1981.

Hoy, algún descerebrado con nombre y siglas saca una bandera preconstitucional al balcón del ayuntamiento de Palma. Se ha convocado una manifestación en cada plaza de España para pedir el retorno de la República. Twitter hierve de tosquedad antimonárquica. Uno, que no es amigo del plebiscitarismo, no ve en estas manifestaciones presuntamente populares otra cosa que agitprop: nada positivo que defender, pero sí la posibilidad para algunos de pescar en río revuelto a costa de la honorabilidad del hombre sin cuyo concurso jamás habrían disfrutado de sus libertades… Amo la discrepancia, respeto la fe republicana e incluso me he acostumbrado a vivir con que, en el discurso de algunos, una deplorable mezcla de ignorancia y romanticismo tome el lugar de la razón y del sentido de la oportunidad; pero detesto la ingratitud y no puedo perdonar el insulto a mansalva desde el calor de la manada.

El monarca oye, calla como siempre y, permanentemente al servicio de quienes gratuitamente lo agravian, no dudaría en recuperar para ellos la libertad de hacerlo si otra asonada la pusiera en peligro. Entrega el trono a su sucesor constitucional porque es el momento, pero su nombre queda para la historia. A cambio, hemos de soportar que los miserables disfruten de sus cinco mezquinos minutos sobre el escenario. El Mundo-El Día de Baleares.

02 junio 2014

Gracias por todo, Señor

Los motivos de la abdicación de S.M. el Rey Don Juan Carlos están dichos en su discurso de despedida. Cabe especular sobre su salud, su cansancio, la necesidad de evitar la erosión aparejada a un ulterior empeoramiento de la situación procesal de Cristina de Borbón… Pero yo me quedo con los motivos aducidos por el monarca.

Alegar el servicio a España parece una declaración puramente institucional, exigida por la formalidad del caso. Sin embargo, la experiencia de 39 años de un reinado lleno de sentido común nos indica que es así: el Rey ha escogido el momento que le ha parecido mejor para favorecer la recuperación del prestigio de la Corona, mejor para eludir la interferencia con procesos electorales, mejor porque hay estabilidad parlamentaria y mejor, en definitiva, para los intereses de España, cuyas instituciones requieren hoy una regeneración honda y creíble. El relevo en la Corona, por el carácter eminentemente simbólico de la Monarquía, invita al resto de las instituciones a renovarse con credibilidad y sin salirse de la normalidad que supone –echemos un vistazo al entorno de las monarquías europeas– la abdicación de un monarca provecto.

Está por ver el desempeño de Don Felipe: por su formación, la mejor de un príncipe español en toda la historia, estoy seguro de que se acreditará como un buen jefe de estado, más flexible y acorde con los tiempos que un don Juan Carlos casi octogenario. Lo que sí podemos ya juzgar es la trayectoria del monarca que se va: convocó a un puñado de hombres comprometidos con las libertades y con el consenso y, junto a ellos, devolvió a España la democracia en 1978. Volvió a rescatarla de las garras del golpismo en 1981. Fue el mejor embajador de España y, con una paleta y el cemento de la Monarquía, propició el período de paz y prosperidad más prolongado que ha conocido nuestra nación desde 1800, y el único de verdadera calidad democrática de toda nuestra historia. Le debemos nuestras libertades. El deterioro de las instituciones democráticas con que concluyen estas casi cuatro décadas, no obstante, hace necesarios cambios profundos, y nada significa mejor esa necesidad que un relevo institucional al máximo nivel.

Se trata del último servicio del Rey, entre cuyos defectos está acreditado que no figura el egoísmo, y que nunca ha echado en saco roto el consejo que le diera Juan III al final del acto en que, a su vez, abdicaba en su hijo sus derechos, allá por 1977: “Majestad: por España, todo por España”. Felipe VI será rey a partir de esta hora, pero sería profundamente ingrato olvidar los servicios de Juan Carlos I a la causa de la democracia. Yo no lo haré. mallorcadiario.com.

26 mayo 2014

Regenerar las instituciones europeas

Los buenos resultados obtenidos en las elecciones de ayer por las ultraderechas nacionales (Frente Nacional francés, Partido Popular danés, UKIP británico), las izquierdas radicales (la Syriza griega o las españolas Izquierda Unida y Podemos) y los regionalismos exacerbados (como el de ERC o CiU) confirman los temores que muchos teníamos: suben en Europa los identitarismos excluyentes. El nacionalismo es eso: exclusión, miedo/odio a lo distinto, recetas simples para problemas complejos, oportunismo en el aprovechamiento de las ventajas del sistema, ensalzamiento irracional de lo propio, violencia explícita o implícita, populismo. Pero también el radicalismo de izquierdas se define por un rechazo primario –identitario– de lo instituido: los estados, la troika, las instituciones europeas, el norte colonial o el capitalismo diabólico. Todo simplismo es, en puridad, mentir y –lo que es peor– estorbar los intereses que a mí me parecen verdaderamente progresistas: los de avanzar en la integración y en la protección de los derechos de ciudadanía de todos –vengamos de donde vengamos y pensemos lo que pensemos–, que solo una Europa fuerte y unida en torno a sus ideales históricos de libertad podrá garantizar.

Paradójicamente, el mayor peligro para la continuidad de la Unión Europea no proviene de los partidos declaradamente euroescépticos ni del radicalismo antisistema, sino del europeísmo superficial de los grandes partidos. Angela Merkel anunció no hace muchos días –en un momento de sinceridad que delata un escaso aprecio por el parlamentarismo– que la Comisión se formará mediante una gran coalición popular-socialista que ya había sido negociada prescindiendo de los resultados que se iban a sumar ayer domingo. La política europea la siguen protagonizando legalmente actores que creen en Europa menos que en las pequeñas naciones. Mientras los líderes nacionales sigan puenteando el Parlamento Europeo y la Comisión no sea un verdadero gobierno europeo emanado de la cámara, y no de los acuerdos de cuotas entre naciones y grandes partidos, la Unión seguirá siendo un fantasma de lo que podría ser y no defenderá los intereses comunes de los europeos. Los que llevan décadas gobernando Europa de común acuerdo, socialistas y populares, no creen en Europa; la prueba es que, pese a haber ya pactado secretamente la Comisión Europea a pachas, PP y PSOE han desplegado sendos discursos electorales centrados en las consignas más manidas de la política española, en la herencia recibida y en el y tú más. Han ignorado la construcción europea porque estaban calentando para las generales de 2015, y el resultado, también en clave española, ha sido una gran debacle: partiendo del 80% que sumaron en 2009, PP y PSOE no alcanzan hoy el 50% de los sufragios para Europa.

Afortunadamente y gracias a la potente subida de UPyD y a sus cuatro flamantes diputados, hay ya una oportunidad para quienes pedimos una profunda reforma institucional de la Unión que dé protagonismo al Parlamento y suprima el Consejo donde solo se ventilan intereses nacionales; para quienes reclamamos la unión fiscal y financiera y una seguridad social y una inspección laboral comunes: para quienes sí creemos en Europa y en un futuro de mayor integración federal. Porque los europeístas superficiales, por su pobre legitimidad democrática, dan la razón a los euroescépticos y, por su escasa fe en las instituciones y en los valores comunes, jamás serán capaces de hacer frente ni a los xenófobos ni a los antisistema. ¿Para qué votar al Parlamento Europeo –dirían ayer algunos– si el gobierno de Europa lo acuerdan el PP y el PSOE a instancias de Merkel? Precisamente para que entrasen en esa cámara personas y partidos que sí creen en la importancia de profundizar en la Unión y la defiendan, como en España, contra la perniciosa hegemonía del bipartidismo. De encarar correctamente este asunto depende seriamente nuestro futuro. mallorcadiario.com.


23 mayo 2014

O más Europa o menos libertades

Cuando el político se mete en un jardín es de los pocos momentos en que podemos confiar en su sinceridad. Cañete, con su frustrada exculpación, se delató como el machista visceral que es y, por lo tanto, sincero e inocente: incapaz de entender que nadie aborde el asunto de acuerdo con sus mismos prejuicios. Ya nunca se librará del remoquete de Homo cañetus con que lo han bautizado las redes sociales.

Los líderes del euroescéptico UKIP británico de Nigel Farage, por ejemplo, se delatan un día sí y otro también en sus palabras y en sus actos. Uno de sus candidatos, Roger Helmer, atacó el otro día a un ciudadano que le había preguntado por sus gastos y tuvieron que separarlos, ¡con el agravante de que el agredido solo tenía un brazo! Una forma expeditiva de demostrar a los votantes firmeza de carácter, a la par que sutil de solicitar su voto. Esto sucedió un día después de que un ayudante de Farage se encontrara, mientras repartía folletos, a unos ciudadanos que se manifestaban contrarios al UKIP; ni corto ni perezoso, los mandó textualmente “a tomar por el culo”. Por su parte, la asesora de prensa del partido de Farage (una experta en las sutilezas de la comunicación, se entiende) llamó gorda a una adversaria y remató la actuación haciéndole una higa. Al parecer, los miembros de este partido creen que, para defender la xenofobia, la homofobia y el resto de sus fobias (a las críticas y a las mujeres con sobrepeso, por ejemplo) y conseguir el voto de unos ciudadanos, es necesario agredir a otros. A su lado, Cañete es la discreción personificada. Es sorprendente pero varios sondeos dan al UKIP la victoria en estos comicios.

Como en el fondo son unos blandos, existe un grupo escindido del UKIP, el partido An Independence From Europe, que considera a Farage poco menos que un vendido a Bruselas. En su propaganda ofrecen cuatro lemas: "reclamar nuestra soberanía"; "mantener el dinero de nuestros contribuyentes en el Reino Unido", "detener la inmigración" y "recobrar el control de nuestro comercio internacional". Los lemas se explican en la letra pequeña así (los resumo): “nos molesta que otros europeos participen en el dictado de normas que nos afectan”; “si no compartimos nuestros impuestos con otros europeos más pobres tendremos más empleo y mejores servicios”; “los de fuera nos quitan el trabajo”; y “la independencia será mucho más beneficiosa que confundirnos con toda esa gentuza europea a la hora de vender nuestros productos”. ¿Les suena todo esto?

Curiosamente, la candidata de este grupo de modernos australopitecos en la circunscripción sureste de Inglaterra es la eurodiputada Laurence Stassen, del neerlandés Partido de la Libertad (PVV) de Geert Wilders, una mujer y un partido que se benefician, así, del ordenamiento jurídico transnacional y de las instituciones que afirman querer destruir. Al PVV también le espera un buen resultado electoral, gracias a su cóctel de antiislamismo y euroescepticismo, y en la cámara se aliará con el Front National de Le Pen y probablemente con el UKIP o con su escisión.

Se trata del mismo discurso insolidario y excluyente cuyas proclamas hemos leído todos los santos días de nuestras vidas en las portadas de los periódicos españoles, solo que nuestros equivalentes a Farage y Wilders, debido a los complejos posfranquistas de la democracia, siempre han conservado contra toda lógica una vitola de progresismo pese a que en algunos casos incluso defendieron sus ideas ya no a bofetadas, como Helmer, sino con bombas. El nacionalismo es eso: exclusión, miedo/odio a lo distinto (el alcalde nacionalista de Sestao, un impresentable racista llamado Josu Bergara, lo acaba de demostrar), recetas simples para problemas complejos, oportunismo en el aprovechamiento de las ventajas del sistema, ensalzamiento irracional de lo propio, violencia explícita o implícita, populismo. Es, en puridad, mentir y –lo que es peor– estorbar los legítimos intereses que a mí me parecen verdaderamente progresistas: los de avanzar en la integración y en la protección de los derechos de ciudadanía de todos –vengamos de donde vengamos, pensemos lo que pensemos e, incluso, pesemos lo que pesemos–, que solo una Europa fuerte y unida en torno a sus ideales históricos de libertad podrá garantizar.

Paradójicamente, el mayor peligro para la continuidad de la Unión Europea no proviene de los partidos declaradamente euroescépticos, sino del europeísmo superficial de los grandes partidos. Angela Merkel acaba de anunciar –en otro de esos momentos de sinceridad que delatan, en este caso, un escaso aprecio por el parlamentarismo– que la Comisión se formará mediante una gran coalición popular-socialista que ya ha sido negociada prescindiendo de los resultados que se sumen el próximo domingo. La política europea la siguen protagonizando legalmente actores que creen en Europa menos que en las pequeñas naciones. Mientras los líderes nacionales sigan puenteando el Parlamento Europeo y la Comisión no sea un verdadero gobierno europeo emanado de la cámara, y no de los acuerdos de cuotas entre naciones y grandes partidos, la Unión seguirá siendo un fantasma de lo que podría ser y no defenderá los intereses comunes de los europeos. Los que llevan décadas gobernando Europa de común acuerdo, socialistas y populares, no creen en Europa; la prueba es que, pese a haber ya pactado secretamente la Comisión Europea a pachas, PP y PSOE prosiguen su teatro electoral centrado en las consignas más manidas de la política española, en la herencia recibida y en el y tú más. Ignoran el Parlamento Europeo y siguen calentando para las generales de 2015.

Es hora de dar una oportunidad a quienes pedimos una profunda reforma institucional de la Unión que dé protagonismo al Parlamento y suprima el Consejo donde solo se ventilan intereses nacionales; a quienes reclamamos la unión fiscal y financiera y una seguridad social y una inspección laboral comunes: a quienes sí creemos en Europa y en un futuro de mayor integración federal. Porque los europeístas superficiales, por su pobre legitimidad democrática, dan la razón a los euroescépticos; y, por su escasa fe en las instituciones y en los valores comunes, jamás serán capaces de hacer frente a los xenófobos. ¿Para qué votar al Parlamento Europeo –dirán algunos– si el gobierno de Europa lo acuerdan el PP y el PS europeos a instancias de Merkel? Precisamente para que entren en esa cámara personas y partidos que sí crean en la importancia de profundizar en la Unión y la defiendan, como en España, contra la perniciosa hegemonía del bipartidismo. De este asunto depende seriamente nuestro futuro.

19 mayo 2014

La importancia de votar

El chiste de Forges lo deja bien claro. “Todos los políticos son iguales”, dice el político (uno de esos de Forges, corpulento, con bigotito, traje y gafas negras); y el ciudadano, menudo y más bien despeinado pero socarrón, le contesta: “Eso es lo que ustedes quisieran”.

Efectivamente, a algunos les gustaría que los ciudadanos llegasen definitivamente a esa conclusión y, desesperados, dejasen masivamente de votar. Sé que esta afirmación me ganará acusaciones de demagogo y populista (milito desde hace casi siete años en UPyD y ya me lo habían dicho), pero fíjense ustedes en la campaña de perfil bajo que están haciendo el PP y el PSOE; fíjense en las dificultades y los recortes que la Junta Electoral de España ha impuesto en la campaña institucional europea de fomento del voto; observen que ninguno de los dos partidos grandes habla en esta campaña de Europa: se centran en si los unos son machistas y los otros feministas, se hacen fotos con sobrasadas, se acusan de los zapateriles males del pasado y de los dramas marianos del presente y, en definitiva, se comportan como si dos terceras partes de la legislación que nos afecta a diario no se aprobase en esa cámara europea que estamos convocados a elegir el próximo domingo, 25 de mayo. La campaña europea del PP y del PSOE está siendo un eco modesto del debate político nacional y un precalentamiento nada disimulado para las elecciones generales, autonómicas y locales del año que viene. Toda interpretación de los comicios del 25 de mayo hecha por el PP y el PSOE lo es en clave nacional. Electoralismo de la peor especie, rancio y desnortado. Lo que seguramente tiene bastante que ver con el hecho de que, a estas alturas, solo un 17% de los consultados en cierta encuesta estén seguros de que el domingo es la fecha de las elecciones europeas.

Si alguno duda que lo que digo sea cierto, aplique ese principio tan útil en criminología que suele enunciarse mediante unos versos de la Medea de Séneca: Cui prodest scelus, is fecit. ¿Quién se beneficia si el personal, hastiado porque todos los políticos son iguales o por simple desinterés hacia Europa, se queda en casa el domingo y no vota? Es evidente que los partidos grandes, porque los votos que los descontentos del PP y del PSOE no emitan no iban a ser, en todo caso, para ellos. Los perjudicados del desánimo electoral son los partidos pequeños, esos que pueden ser clave para que las reformas necesarias se lleven a cabo; y eso lo saben muy bien el PP y el PSOE.

Por eso fingen pelearse entre ellos dos en la televisión, en algo que llaman debate y no es más que una lectura de invectivas por turnos, pero previamente pactan no sacar a relucir la corrupción, uno de los problemas más graves que tiene España y que mancha por igual a los dos grandes partidos. Algo muy parecido al pressing catch, donde los actores fingen hacerse daño pero en ningún momento se lo hacen. Rosa Díez lo ha dicho hace muy poco: si el domingo nos abstenemos, estaremos indultando a los responsables de tanta corrupción e ineficacia; estaremos validando esas extrañas prioridades por las que preferimos rescatar a los bancos con el dinero de los ciudadanos mientras a estos se les recorta el sueldo; estaremos primando maquinarias obsoletas e hiperdimensionadas que se han financiado irregularmente, que han permitido que algunos sinvergüenzas roben el dinero que se nos concedía en Europa para la formación de los parados, o que podamos sospechar fundadamente que se otorgaron contratos públicos a cambio de sobres.

Aunque al PP y al PSOE les interese que pensemos que todos los políticos son iguales, el ciudadano de Forges tiene razón: no es cierto. Mientras unos se han colocado durante décadas en los consejos de las Cajas de Ahorros que llevaron a la quiebra, UPyD ha denunciado sus malas prácticas en el Parlamento y ante los tribunales. Mientras unos miraban para otro lado mientras sanguijuelas sin escrúpulos estafaban a miles de españoles escandalosamente, UPyD se querelló por el caso de las preferentes. Mientras sus imputados se atrincheran en sus 10.000 aforamientos judiciales, UPyD pide la abolición de este privilegio indigno de una democracia. Mientras se reparten el Consejo General del Poder Judicial, UPyD pide su despolitización. Mientras otros se aferraban al coche oficial, UPyD se encargaba de reducir el absurdo parque móvil madrileño. Mientras siguen colocando miles de cargos a dedo en toda España, UPyD pide la supresión de las diputaciones provinciales, la fusión de ayuntamientos y la supresión de toda duplicidad administrativa. Mientras todos los partidos asignan a sus fieles los jugosos cargos que la ley les otorga en los consejos de las televisiones públicas, UPyD se queda fuera porque entiende que la prensa debe ser independiente. Por lo mismo, mientras otros siguen gastando en subvenciones y publicidad institucional en la prensa, UPyD pide su supresión. Mientras algunos hablan de establecer nuevas fronteras, nosotros seguimos emperrados en que debemos propiciar más y mejor unión, yendo hacia una España federal dentro de una Europa federal. En cuanto a gestión interna, mientras el reciente informe de Transparencia Internacional suspende al PP (4,5) y al PSOE (3), a UPyD le asigna un sobresaliente (9), a enorme distancia del siguiente partido, que es IU (6).

No es cierto, por tanto, que todos los partidos políticos sean iguales. Y entre la ciudadanía ya ha cundido y corre como la pólvora un concepto que inauguró UPyD en la política española (¡uno más!): el del bipartidismo. O, como circula por las redes sociales, el PPSOE. No en vano el PSOE gobierna en Asturias con el apoyo del PP, después de romper su acuerdo con UPyD con tal de no reformar la ley electoral. No por nada escuchamos cada vez más llamadas a un gobierno de gran coalición PP-PSOE (entre ellas la de Felipe González). Ellos preferirán aliarse entre sí para salvaguardar todos los intereses que comparten desde hace muchos años, y que pocas veces coinciden con los de los españoles. Así se lo confesó José Manuel García-Margallo hace muy poco a Rosa Díez, al mencionar esta la imparable decadencia del bipartidismo. El ministro de Exteriores contestó a la portavoz magenta: “No te equivoques; si ponéis en riesgo el bipartidismo, el PP y el PSOE nos aliaremos y os aplastaremos como se aplasta una nuez”. Esa es la partida real; el debate a dos televisivo es teatro para seguir rodando.

El domingo los ciudadanos somos soberanos. No faltarán las llamadas al voto útil, pero ¿qué voto es más útil? ¿El otorgado a un partido que dispone de muchos escaños pero no cumple con las mínimas exigencias del decoro democrático, ni tiene fe en la separación de poderes, ni aprueba en transparencia ni acepta debatir sobre la corrupción, ni cumple sus promesas ni aporta soluciones valientes? ¿O el voto dado a un pequeño partido que con sus pocos diputados es capaz de poner sobre la mesa las reformas necesarias? Por no mencionar el hecho de que, por tratarse de una sola circunscripción, las elecciones europeas son las más proporcionales y justas de todas aquellas en las que participamos y todos los votos se traducen, así, en escaños. Aprovechemos esta circunstancia.

Mi obligación como portavoz y candidato de UPyD es pedir al lector el voto de este domingo para mi partido; pero, antes que eso, es mi deseo de ciudadano que nadie se quede en casa y que, entre todos, votemos a quien votemos, pongamos a los responsables del desaguisado donde merecen. Porque no sé si lo había mencionado pero en Europa también llevan muchos años viajando juntos y ya va siendo hora de darles el primer susto. mallorcadiario.com. El Mundo-El Día de Baleares.


12 mayo 2014

Una Europa más integrada

No es verdad que todos los partidos sean iguales, ni es cierto que todos usen Europa como trampolín para las generales o las autonómicas. De hecho, muy al contrario, algunos llevamos mucho tiempo diciendo cosas en España que son coherentes, antes que nada, con la construcción europea.

La mayor amenaza para esa tarea histórica son sin duda los nacionalismos, sean estos antieuropeos o antinacionales. Por eso UPyD, que lleva años advirtiendo de la incompatibilidad del nacionalismo con el progreso, va a trabajar en el Parlamento Europeo para impedir el traslado de la mezquina perspectiva nacionalista a las instituciones europeas. Vamos a primar, una vez más, lo que nos une. Avanzar en la unidad financiera y fiscal, y no solo monetaria, permitirá ofrecer un frente común contra la actual crisis y contra las que se sucedan. Y eso requiere también una mayor integración política, social, laboral y educativa. Cualquier nacionalismo opera en el sentido contrario, generalmente asociado a la xenofobia y el rechazo del inmigrante. Progreso es, precisamente, eliminar fronteras y no levantarlas donde no las había.

Una Europa más integrada debe contar con instituciones que dispongan de competencias claramente definidas y que atiendan tanto la pluralidad de sus componentes como la aspiración a una política y un futuro comunes. El modelo que UPyD ha defendido y defiende para España, el federalismo cooperativo, es también el modelo que conviene al crecimiento de Europa. Creemos, además, que la Unión Europea debe contar con un gobierno más democrático: la Comisión debe ser ese gobierno, elegido por todos los ciudadanos de Europa conforme a una normativa única que genere un espacio electoral europeo consistente y que garantice la proporcionalidad en la representación; y por eso proponemos suprimir el Consejo, donde no están representados los ciudadanos sino los nacionalismos. Queremos más transparencia, más control parlamentario de las políticas y una perfecta rendición de cuentas, tanto en el contexto nacional como en el continental. Por economía, pero sobre todo por eficacia, la Unión Europea debe racionalizar sus instituciones: evitar duplicidades, ganar en agilidad, transparencia y simplicidad, establecer protocolos claros para la toma de decisiones, clarificar y catalogar las competencias de cada órgano.

La similitud entre nuestras aspiraciones institucionales para España y para Europa son fruto de nuestra nítida concepción de la política como servicio al ciudadano, tenga este el apellido que tenga –ciudadano balear, ciudadano español, ciudadano europeo– porque, al final, de lo que se trata es de que las administraciones sirvan al administrado. Todo lo demás –las llamadas a la identidad nacional o regional, los intentos de presentar estas elecciones como un mero conflicto entre los partidos viejos– no son más que una pérdida de tiempo y de recursos. La construcción de Europa no se beneficiará de tales mezquindades. mallorcadiario.com.


05 mayo 2014

Europa, ámbito de libertad

La consolidación institucional de Europa nos conviene por muchos motivos. Además de elementos culturales comunes, pero que no nos harán mejores ciudadanos ni más felices por sí solos, existen necesidades económicas evidentes: la integración legal, administrativa y de mercados, las economías de escala, una mejor distribución de la riqueza, una mejor solidaridad interterritorial, una competencia eficaz con los gigantes norteamericano, chino y ruso. Pero suelo fijarme más en otra necesidad: la de proteger los derechos individuales. Europa es, por excelencia, la cuna histórica de los derechos y libertades y, por su propia idiosincrasia, el caldo de cultivo idóneo para su progreso.

Algunos que elogian sospechosas uniformidades y adhesiones patrióticas contra enemigos exteriores parecen olvidar el carácter multicultural que de manera insoslayable está en el ADN de Europa. Griegos, fenicios, iberos y celtas, cartagineses y romanos, escitas, francos, godos, sajones, hunos, árabes, bereberes, normandos, tártaros, eslavos, africanos, otra vez árabes, chinos, indios, indonesios, hispanoamericanos, chinos… Mediante la conquista, por favorecer el comercio, debido a la necesidad laboral de emigrar, por el deseo de disfrutar el sol meridional o la estabilidad nórdica, huyendo de persecuciones políticas o religiosas: Europa ha sido desde que nos acordamos de ella una tierra de mestizaje en la que, a veces de norte a sur y otras de sur a norte, individuos, colonias e incluso pueblos enteros han trasladado su residencia desde el exterior o en el seno de sus fronteras naturales. Solo Europa ha intercambiado todo tipo de flujos con el resto de los continentes, no siempre de manera pacífica, pero sí fructífera. Comparar a Europa con un crisol no es, por manido, menos cierto.

Hace siglos que Europa dejó atrás las querellas religiosas, y menos de cien que superamos los peores de nuestros conflictos bélicos. Este progreso ha ido estrictamente de la mano de los mayores niveles de integración política de la historia del continente. La Unión Europea es un artefacto imperfecto, sí, pero su existencia nos ha garantizado cotas desconocidas de bienestar y, sobre todo, un espacio de tolerancia. Europa es el ámbito donde la ley está por encima del privilegio y la solidaridad es objeto de políticas específicas. Es el lugar donde a nadie se persigue por sus ideas y, en cambio, se juzga sin piedad a los criminales de lesa humanidad; el paraguas bajo el que buscan asilo perseguidos políticos de todo el mundo. Con sus imperfecciones, Europa (junto a sus vástagos felices como Canadá o Australia) es ese lugar del mundo y del espíritu donde es posible que en una tienda de zapatos trabajen codo a codo un joven barbado de origen paquistaní, una judía nieta de supervivientes y un chico gay con los ojos pintados; donde en las aulas de cualquier universidad pueden compartir estudios y experiencia vital estudiantes de todos los rincones del continente o del mundo. Donde a nadie se le pregunta de dónde viene, sino qué es lo que sabe hacer o cómo contribuye a la prosperidad de sus conciudadanos.

Esa es la Europa a la que quiero pertenecer. Frente a esa Europa, hay otra mucho más miope en la que, en el mejor caso, se elogia el buen trabajo de alguien con la siguiente frase: “Pareces de aquí”. Una Europa mezquina y crédula en la que se afirma: “Si echamos a los inmigrantes (o, lo que es parecido: si dejamos la Unión Europea) nos irá mejor”. El recurso al enemigo exterior es el más viejo de los recursos populistas, y los nacionalismos se esfuerzan ante todo en marcar sus diferencias con el de fuera, con el foraster, con el extranjero. No vamos a hablar de los rancios nacionalismos catalán y vasco, porque ya sufrimos todos los días sus insufribles sermones. Se trata de todos los nacionalismos; los que afirman –obviando toda evidencia– que fuera del euro estaríamos mejor; los que insisten en que la culpa de todo la tienen los inmigrantes –esos que, según las estadísticas, proporcionalmente crean mayor número de empresas en España–; los que, como el UKIP de Nigel Farage o el PVV de Geert Wilders, cargan las tintas contra los que tienen un color distinto o un origen extranjero.

Independientemente de que económicamente nos compense o no, yo deseo que España integre y contribuya activamente a fortalecer las únicas instituciones que nos permitirán poner coto a la barbarie xenófoba y al fanatismo ideológico y percibir cada vez con más naturalidad la esencial diversidad de una sociedad en la que todos seamos conscientes de que la libertad y la prosperidad van de la mano de la tolerancia. Eso es Europa, y por eso merece la pena trabajar. mallorcadiario.com. 


28 abril 2014

Canonizaciones

Como el ateo respetuoso con sus semejantes y aficionado a la historia medieval que soy, asisto con gran interés a la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II. No me falta un poco de perplejidad ni, al mismo tiempo, algo de admiración ante un espectáculo que atesora tanto del pasado (los milagros, las reliquias preservadas, el proceso en latín, esos cardenales, esa Guardia Suiza…) que es difícil creer que esté sucediendo en 2014. Pero así es: dos papas vivos (desde el retiro dorado de Félix V no se vio cosa parecida) y dos difuntos han proporcionado al catolicismo una ceremonia universal de reafirmación impagable.

Cabe comentar el espectáculo desde el escepticismo: a muchos (incluidos tantísimos creyentes) nos parece increíble que la Iglesia pretenda fundar sus homenajes en la obtención de milagros. En el caso de Wojtyla la curación del ictus cerebral de una ciudadana costarricense, y en el caso de Roncalli la de la enfermedad de estómago de una monja napolitana, que ya había recibido la extremaunción cuando obtuvo la misteriosa curación al contacto con una estampita de dicho papa, demuestran a los expertos y a los fieles la santidad de los aspirantes. Sin descender a argumentar contra la existencia o no de los milagros, que no viene al caso, la pregunta que me resulta inevitable es la siguiente: ¿no es posible aún que la Iglesia rinda sus reconocimientos sin el recurso al milagro? ¿Acaso la canonización no significa que el papa, en su infalibilidad, nos asegura la certeza de que el canonizado está en el cielo por haber vivido una vida de santidad? ¿Es necesario, para apuntalar esa cuestión de fe, introducir un elemento mágico? Al parecer en la Iglesia hay quien opina que sí, aunque de manera cada vez más relativa: como el segundo milagro de Juan XXIII no constaba, el papa Francisco lo dispensó de ese requisito. Con todos los respetos, me pregunto cuándo se decidirán a dispensarnos de todos los elementos de intolerable superstición que intelectualmente nos repugnan de la Iglesia.

Pero desde el punto de vista publicitario no cabe duda de que se trata de una jugada maestra. Canonizar a Juan XXIII supone avalar su política de reformas y tal vez señalar a la Iglesia el camino del que nunca se debió despistar; y canonizar a Juan Pablo II, blindar su figura –admirable desde muchos puntos de vista, cuestionable desde otros– contra la crítica de los cristianos que no asumen ni su conservadurismo ni su tibieza frente a problemas tan serios como la pederastia eclesial o la opacidad financiera vaticana. Canonizar a un papa bondadoso, bienhumorado y progresista y a un papa heroico, carismático y conservador ofrece a los cristianos modelos complementarios de santidad –en la línea de acercamiento del santoral a la sociedad iniciada por Wojtyla, que simplificó los trámites del proceso e incrementó sobremanera el número de los santos católicos– y concilia en un solo acto las sensibilidades existentes en la Iglesia, mediante la autoridad del papa actual y la aquiescencia del anterior. Me parece a mí que el beneficiario de toda esta jugada no se llama Juan ni Juan Pablo, sino Francisco. Y el camino hacia un tercer concilio vaticano queda, así, allanado. mallorcadiario.com.

 

21 abril 2014

Simplificar el mapa para ahorrar

Cuando en UPyD proponemos la fusión de municipios, tal vez algunos no nos entienden, pero seguro que hay otros que no nos quieren entender. Algunos critican la idea porque “nuestros municipios forman parte de nuestra identidad”; los peor intencionados cultivan esa idea apocalíptica de la desaparición de sus pueblos, sugiriendo tal vez una soviética deportación en masa de sus habitantes a nuevos centros de población de diseño y la voladura de sus viejas iglesias… Pero nada más lejos de la realidad.

En realidad, fusionar municipios no cambiaría nada en el día a día de sus habitantes, salvo por el hecho de que recibirían mejores servicios a mejor precio. Las diferentes localidades seguirían existiendo como a día de hoy, los dimonis seguirían regresando cada año del subsuelo la víspera de Sant Antoni, las fiestas patronales continuarían cayendo en los mismos días que hasta ahora y los mozos, año tras año, cortejarían a las mozas en los mismos lugares y a la luz de la misma luna… La identidad, el gran pretexto que los más retrógrados esgrimen para que nada cambie, no depende de cosas tan prosaicas como en qué local nos extienden los certificados de empadronamiento o qué funcionario gestiona nuestras tasas.

Una medida que ha sido tomada en gran parte de Europa ya hace muchas décadas no puede ir tan desencaminada. El mapa de los municipios españoles fue diseñado en el siglo XIX, basándose en la distribución parroquial de la época, y desde entonces, pese a las enormes transformaciones que lógicamente se han sucedido a lo largo de dos siglos en el terreno urbanístico y demográfico, apenas ha variado. Solo hay excepciones en dos sentidos: para subdividir municipios que ya eran pequeños en municipios diminutos, con el único fin de favorecer el caciquismo local; y, en el buen sentido, para fusionar entidades locales aledañas a grandes capitales para dotar a sus habitantes de servicios y transportes dignos, equiparables a los de sus vecinos -es el caso, desde los años 50, de antiguos municipios como Canillas, Fuencarral, Hortaleza o Barajas, hoy felizmente integrados en Madrid con un sobresaliente incremento de su calidad de vida.

Eso que algunos llaman identidad, pero que a veces no es más que inmovilismo, no puede ser utilizado para mantener transportes más caros, servicios de recogida de basura ineficientes o ayuntamientos inoperantes. Que pretendamos hacer servir la misma estructura administrativa -el municipio- para núcleos poblacionales que apenas alcanzan unos centenares de habitantes y para otros que superan el millón de almas no tiene ninguna explicación práctica. La prueba de que nuestros actuales micromunicipios no son suficientes es que llevamos décadas ensayando -infructuosamente, dada la cortedad de miras y el sectarismo de algunos políticos locales- el parche de las mancomunidades, sumando una administración más -y no elegida democráticamente- a las ya existentes, con el consiguiente gasto, y dejando su funcionamiento al albur de la voluntad coyuntural de acuerdo de unos y otros. Estudios solventes establecen -salvando particularidades especiales justificables por la demografía, la geografía física, los transportes, etc.- que el tamaño idóneo para un pequeño municipio en España gira en torno a los 20.000 habitantes. Reducir el número de municipios de acuerdo con ese criterio y mediante la fusión de los más próximos y compatibles, con la disminución del gasto corriente, las economías de escala y las mejoras en la gestión que llevaría aparejadas, supondría un ahorro anual de nada menos que 16.000 millones de euros, que podrían ser invertidos en una gestión racional de las infraestructuras.

Ninguna identidad resulta menoscabada por el ahorro de 16.000 millones, aunque así pretendan hacérnoslo creer algunos que seguramente sí se verían desalojados de una administración local más racional. Y por esto no querrán pasar los partidos viejos, aun a costa de perpetuar un mapa local excéntrico en términos europeos y perfectamente dañino para los intereses de los administrados. mallorcadiario.com.

07 abril 2014

#Aguirrealafuga

El episodio de acción protagonizado por Esperanza Aguirre hace unos días es muy significativo de en qué consiste la política española. Algunos se han mostrado sorprendidos de que la aristócrata, que lo ha sido todo en política excepto presidenta del Gobierno y, por tanto, es un ejemplo de éxito, haya caído en una conducta tan reprobable desde cualquier punto de vista. Otros, simplemente, han dado rienda sualta a su alborozo, movidos por una vieja inquina y en línea con el tradicional ingenio español -más proclive al chascarrillo que a, por ejemplo, la innovación tecnológica-, que ha llenado las redes sociales de chistes ciertamente impagables en los que la imagen de la expresidenta queda ligada quizá para siempre con las de otras celebridades del volante como Farruquito o el Vaquilla.

Uno, por su parte, siempre cayó en el asombro cuando tantos tertulianos de la derecha mostraban a Esperanza Aguirre como ejemplo de político serio, de coraje, crítico con su partido, inteligente… De su inteligencia no me cabe duda; aunque tengo que decir que es de un tipo de inteligencia que no me compensa. Siempre la recuerdo en aquel mítico programa, Caiga quien caiga, eludiendo a los cómicos o soportándolos con una sonrisa absolutamente forzada, en la que el enfado de la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid resutaba transparente: si hubiera podido hacerlo sin testigos, sin duda los hubiera estrangulado in situ. Qué enorme contraste con la actitud de Alberto Ruiz Gallardón, entonces alcalde de la VIlla, que se unía al recochineo y acababa vacilando con eficacia a aquellos peligrosísimos entrevistadores. Ni el uno ni la otra son santo de mi devoción, pero de sus intervenciones en aquel programa siempre extraje la misma conclusión: Gallardón sabía reírse de sí mismo, lo cual es síntoma de gran inteligencia. Aguirre, en cambio, forzaba sin éxito una incómoda sonrisa que nos revelaba su gran soberbia.

Quienes conocen a Aguirre dicen que en el trabajo es una jefa implacable, casi intolerable. Probablemente fue esto lo que la perdió la semana pasada: no pudo encajar que unos simples agentes de movilidad ignorasen su autoridad, que se ha acostumbrado a ejercer de manera omnímoda pero que, como usuaria de la vía pública, no es tal. Probablemente la soberbia pudo con la inteligencia.

Lo triste del caso #Aguirrealafuga es que, contra lo que algunos sostienen, y salvo condena judicial ejemplar, yo no estoy seguro de que traiga consecuencias. Al joven Uriarte un episodio de conducción bajo los efectos del alcohol le costó en su día el cargo; dudo que en el caso de la condesa de Bornos suceda lo mismo. Porque todo lo que rodea a Aguirre es ficción. Siempre ha sido considerada una de las figuras señeras del liberalismo español, pero durante su gobierno de la Comunidad ejerció el poder de modo intervencionista y despilfarrador: baste recordar la sobredimensión y la gestión partidista y excluyente de Telemadrid, el empleo de las subvenciones a la prensa, la lucha por el control de las cajas de ahorros… También se le supone cierta autoridad en materia de corrupción, pero cabe como poco cuestionar su credibilidad a raíz de los mismos casos citados y, también, por su evidente cercanía a la trama Gürtel, por la certeza de que las campañas del PP madrileño se financiaron ilegalmente (al menos) en 2003 y 2004, por el impresentable episodio de transfuguismo protagonizado por Eduardo Tamayo en 2003, que la convirtió en presidenta de Madrid… Pero ninguno de esos asuntos, profundamente antiliberales y antidemocráticos, ha merecido entre el público español la misma atención que su desacato y fuga en Gran Vía tras aparcar en el carril bus. Twitter ardió con el hashtag #Aguirrealafuga convertido en trending topic. ¿Tal vez es que el elector español prefiere las anécdotas a la democracia?

Ahora, se dice, Aguirre está contra la pared y Mariano Rajoy sonríe; pero no me extrañaría nada que, una vez más, Aguirre reaccionase contra la realidad y sobreviviese. Porque en este medio alejado de la realidad que es la política española, ella es una experta. Y porque este país ya no es el que veía La Clave por las noches, sino que prefiere Supervivientes. Y tuitearlo, claro. mallorcadiario.com.

31 marzo 2014

Europa no es una excusa

Mientras en el PP seguimos a la espera de que Rajoy señale con su dedo omnímodo al sustituto de Mayor Oreja, en el PSOE ya asistimos al episodio digital con respecto a Elena Valenciano. No parece que el PSOE haya apostado seriamente por esas primarias de las que alardea o que, al menos, haya considerado las elecciones europeas suficientemente importantes desde el punto de vista democrático como para ponerlas en práctica. Como se puede comprobar en su web, el cartel del PSOE es un enorme rostro (el de Valenciano), porque en el fondo da un poco igual quién vaya detrás en la lista ni cuáles sean las ideas que defiende: se trata de movilizar el voto con vistas a 2015, de establecer un continuum electoral para que el electorado no se disperse. Valenciano es, así, más que una candidata, la pastora de Rubalcaba. Se trata de propaganda de consumo interno, un paso para las siguientes generales y poco más.

La costumbre española de mirar a Europa como campo de pruebas para las elecciones nacionales es muy perniciosa: nadie en los partidos grandes se ocupa de insistir en la idea de que la mayor parte de las normas que nos afectan cotidianamente emanan directa o indirectamente –mediante la transposición nacional de las directivas europeas– del Parlamento que vamos a renovar en mayo de 2014. Nadie en el PP ni en el PSOE se ocupa de hacernos ver que la solución a la mayor parte de nuestros problemas proviene, también, de allí ni de que, por tanto, la obligación de unos partidos políticos que se pretenden serios es echar toda la carne en ese asador.

Solo en el ámbito europeo solucionaremos uno de los asuntos más espinosos de nuestra actualidad, que implica aspectos de seguridad, laborales y de derechos humanos: la inmigración ilegal. Sin el concurso europeo estamos condenados a estrellarnos, nosotros también, en las alambradas que tiende el Gobierno en nuestras ciudades norteafricanas, como el que quiere achicar un tsunami con una espumadera. Dada la tradicional inacción de nuestros gobiernos, el espacio jurídico europeo nos recuerda que procesos absurdos y dañinos como el soberanismo convergente no tienen ninguna posibilidad real. Gracias a Europa crecimos en las dos décadas anteriores hasta estándares nunca conocidos y, gracias a Europa, lo que pudo ser una catastrófe socioeconómica y un retroceso de décadas como sociedad quedará –así y todo– como la mayor crisis de nuestra economía en los últimos cincuenta años, de la que, pese a los enormes daños que ha causado, saldremos sin habernos caído del euro y en condiciones de remontar. En Europa tenemos ejemplos y recomendaciones que nos convienen; Italia ya está en ello y acaba de suprimir –como propone UPyD para España– las provincias y, con ellas, 3.000 cargos políticos y 800 millones de gasto superfluo. Europa es un espacio educativo y de investigación al que no podemos renunciar. Es también nuestra vocación histórica. Europa es, de hecho, el único ámbito en que podremos desarrollarnos plenamente en el contexto de una competencia global que no admite la dispersión de esfuerzos, y el único en el que, por otra parte, podemos aspirar a ello sin renunciar a una sólida tradición de ciudadanía democrática y respeto a las libertades.

Por ello desde UPyD pedimos menos naciones y más Unión Europea. Creemos que es hora de incrementar los poderes del Parlamento Europeo: que pueda controlar eficazmente a sus instituciones (Comisión, Banco Central Europeo, Tribunal de Cuentas), que sirva para elegir una Comisión Europea que actúe como un poder ejecutivo verdadero, democrático y operativo, conforme a las necesidades del gobierno: formado a partir de una mayoría parlamentaria y no por cuotas de países. Creemos también que es hora de suprimir el Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno, que supone una rémora nacionalista para la construcción de Europa, y avanzar en la integración fiscal, financiera y de mercados en detrimento de las competencias nacionales. No es un proceso de pocos años, desde luego, pero Europa debe aspirar a convertirse lo antes posible en algo parecido a unos Estados Unidos de Europa; si no, el proyecto perecerá –y pereceremos– en el intento. Europa es una necesidad urgente; no puede ser una excusa ni un laboratorio, y en UPyD lo tenemos muy claro. mallorcadiario.com.

 

25 marzo 2014

Presidente Suárez

El dictador murió cuando yo tenía nueve años: mi edad no me permitió vivir la Transición más que de la manera vicaria y descentrada en que viven la política los niños y los jóvenes. Tengo, no obstante, un recuerdo vivo de Adolfo Suárez. Entre otras, no puedo dejar de recordar las imágenes que un triste 23 de febrero de hace 33 años registró una cámara inadvertida por los golpistas y reprodujo luego la televisión española como el prodigio informativo que era y, tal vez, a suerte de ensalmo democrático. En aquel documento contemplábamos, asombrados, cómo un iluminado intentaba doblegar la voluntad del pueblo a tiros; cómo la inmensa mayoría de los diputados –humanos, al fin y al cabo- pegaba el rostro al suelo del hemiciclo; y cómo, por el contrario, un teniente general próximo a la ancianidad y un civil sin apenas apoyos en aquel hemiciclo, en el peor momento de su carrera política, hacían frente a aquel miserable con una gallardía que nos parecía digna de mejores enemigos. El militar era Manuel Gutiérrez Mellado, y el civil Adolfo Suárez, recién dimitido como presidente del Gobierno.

Si justificamos el cuerpo a tierra de los diputados porque eran humanos, tendremos que convenir que aquellos dos hombres debían ser algo más que humanos para permanecer cabeza en alto, mirando a los ojos a aquellos golpistas armados hasta los dientes. Suárez, en aquella ocasión como en otras –cuando se jugó el pellejo político legalizando el Partido Comunista, cuando dio la mano al presidente de la Generalidad en el exilio, cuando dimitió por no causar daño a una democracia aún niña–, no estaba defendiendo solo el honor de hombre que se viste por los pies. No: Suárez no era un valentón, sino un estadista; tal vez el único que nos hemos permitido. Demostró en numerosas ocasiones que ponía el interés de la nación por delante del propio, y para él solo había una forma aceptable de constituir esa nación. La España democrática de 1978 nació gracias a los esfuerzos y la abnegación de hombres como Juan Carlos I, como Suárez y como Mellado, como Fernández Miranda, Solé Tura, Tarradellas, Cisneros o Ruiz Jiménez: hombres valiosos que se llenaron la boca y el corazón de la palabra consenso y que –pese a que salían de un bronco período de cuarenta años de guerra civil y dictadura– dejaron a un lado sus profundas diferencias y pusieron a España siempre por delante. Grandes profesionales que en muchos casos se quemaron rápidamente en la política y volvieron a sus vidas, tal vez desengañados. Suárez demostró tanta habilidad en el tejido de los mimbres con los que se debían fabricar las libertades de varias generaciones de españoles como incapacidad para lidiar con los manejos a corto plazo y el sectarismo que lo acosaba desde los otros partidos y desde las propias filas de la UCD. Toreó y mató los miuras de la guerra civil pero cayó víctima de las ratas. Y se retiró como los grandes: sin levantar mucho la voz.

Después vinieron políticos que basaron su actividad en la labia, en los pactos con los caciques locales, en la promesa fácil, en el halago al elector, en la domesticación de los medios periodísticos, en la connivencia con los bancos, en el control de la Justicia, en la propaganda... Políticos que desistieron de introducir las mejoras que necesitaba el pacto de 1978 para instalarse en sus fallas; que olvidaron su mandato representativo e hicieron del sectarismo la pieza clave de sus movimientos electorales, puesto que apenas cabe llamarlos acción política. Recuerdo que el primer mitin al que asistí fue uno del CDS: Suárez y Rodríguez Sahagún ofrecían posiblemente lo mejor, lo más moderno y europeo de aquel panorama triste en que ya se estaba convirtiendo la política española, pero no tenían el apoyo de los medios empresariales y periodísticos y entonces, ¿recuerdan?, no contábamos con las redes sociales. La sinceridad y la entrega que transmitía Suárez casi se podían tocar, pero nunca fueron suficientes. El régimen ya era lo que es hoy.

Cuando entrego este artículo no se ha producido aún el inminente desenlace que ayer anunció su hijo en rueda de prensa. Da lo mismo, porque no pretende ser una necrológica, sino un testimonio de admiración y gratitud hacia el que considero el mayor estadista que dio España en los últimos cincuenta años. Instaurador de las libertades de las que todos gozamos, resultó traicionado por unos compañeros de viaje que no estaban a la altura de aquella misión histórica, aquellos a quienes dio la oportunidad de participar en la construcción del estado social y de derecho que deseaba y prefirieron afianzar cuotas de poder, reproducir tics del franquismo y asegurar los intereses de los de siempre so capa de alternancia.

Cuando suceda lo inevitable, estoy seguro de que me envenenarán los obligados elogios funerales en labios de estos y aquellos, las fotografías de unos y otros junto a su féretro. Y me consolará saber que podrán haber arruinado su obra, pero su enana mezquindad no puede ensombrecer la memoria del gigante que fue Adolfo Suárez, una memoria que ojalá sirva como ejemplo de lo que necesitamos los españoles para salir del atolladero histórico en que nos encontramos. Toda mi admiración, Presidente. El Mundo-El Día de Baleares.

24 marzo 2014

Una calle para Suárez

A lo largo de la crónica de una muerte anunciada en que se están convirtiendo estos días tras la comparecencia de su hijo, se están publicando numerosas semblanzas del que fue, sin lugar a dudas, principal artífice y firme timonel de la Transición. Hombro con hombro con el Rey y un puñado de hombres valiosos y abnegados, Adolfo Suárez supo manejar iguales dosis de sentido común, tolerancia y valentía para sacar adelante el país que se le entregaba en 1976 entre la Escila de la dictadura y el Caribdis de la amenaza de una segunda guerra civil, que hoy tal vez –gracias a su labor– nos parece increíble pero que en la época supuso un riesgo cierto. Acosado por la oposición y abandonado por los suyos, Suárez puso en práctica ese verbo que hoy muy pocos saben conjugar: dimitir. Y lo hizo dos veces: en 1981 como presidente del Gobierno, para no ser un obstáculo en la gobernación de España, y en 1991 como presidente del CDS, cuando llegó a la conclusión de que su trayectoria política tocaba a su fin.

Como Suárez, muchos de aquellos hombres buenos y grandes profesionales que entraron en política en una hora crítica para servir a las libertades y a España se quemaron rápidamente, tan pronto como la política española empezó a convertirse en el cambalache del que hoy es modelo acabado. A Suárez y al puñado de hombres que aparecen en aquellas fotos en blanco y negro, fumando juntos en los salones del franquismo mientras por el bien de los españoles arrinconaban diferencias profundísimas (que empequeñecen las que hoy hacen imposibles otros consensos), les debemos las libertades; y a sus sucesores la degeneración del régimen democrático que él nos entregó. El previsible final de Suárez –un presidente dimitido y sin apoyos en el mismo Congreso en que, sin embargo, fuera casi el único en mantener la gallardía de las instituciones democráticas frente a un golpista armado hasta los dientes– podría servir como hito que marcase el final de una época y el necesario comienzo de otra mejor.

Ignoro si a la publicación de este artículo se habrá producido el desenlace que anunciaba anteayer su hijo y para el que las instituciones han previsto justos homenajes. Suárez se marchó de la política como los hombres de bien, sin hacer daño. Sin haberse enriquecido, sin desembarcar en el consejo de administración de una gran empresa, sin aceptar ninguna remuneración como expresidente. Es asombroso que todas las valoraciones que hoy se hacen de su figura coincidan positivamente. Personalmente considero a Suárez el mayor estadista que dio España en el último medio siglo, y los reconocimientos oficiales así quieren mostrarlo: el ducado con grandeza de España (1981), el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1996), el excepcional toisón de oro que le otorgó el Rey (2007), el museo en Cebreros (2009), así como varias vías públicas en toda España. Pero no en Palma.

He propuesto en el seno del Consejo Territorial de Baleares y del Consejo Local de Palma del partido al que pertenezco que solicitemos al Ayuntamiento de Palma la dedicatoria de una vía pública importante de nuestra ciudad a la figura de Adolfo Suárez, con quien los palmesanos, como el resto de los españoles, permanecemos en deuda de gratitud. En mi opinión personal, y pese a los trastornos burocráticos y los gastos aparejados –que a veces se descuidan aun habiendo menos motivos para el homenaje– sería un tributo acorde con la entidad del personaje, y muy simbólico por las notables diferencias que marca, volver a apellidar la popular Rambla como de Adolfo Suárez. La sustitución, por los motivos desgraciados que todos conocemos, marcaría –ojalá– un cambio de época: de homenajear hasta hace bien poco a un presunto corrupto pasaríamos a rendir tributo al estadista que defendió las libertades y el interés común con entrega y honradez probadas. Creo que el esfuerzo que supone un nuevo cambio de rótulo, en este caso, quedaría más que justificado. mallorcadiario.com.

17 marzo 2014

Son lo peor

En el desgraciado caso del suicidio de una alumna del Colegio Madre Alberta no quiero dejar de poner en primer plano la tragedia por la que atraviesan en estos momentos los padres de la muchacha. Tampoco puedo desear otra cosa que el esclarecimiento de lo sucedido, con las consecuencias disciplinarias y penales que sean necesarias si se depuraran responsabilidades, y las intervenciones psicopedagógicas que sean aconsejables, si es que lo son. Este debe ser el objetivo y para ello se han puesto en marcha los mecanismos competentes: la Inspección de Educación y la Policía Nacional e, incluso, alguno tan rimbombante como superfluo, el Instituto por la Convivencia y el Éxito Escolar.

El suicidio no es un asunto privado, sino un verdadero problema de salud pública con consecuencias devastadoras sobre las familias de las víctimas, que a veces reproducen en bucle conductas autodestructivas. Al menos 3.500 personas mueren al año en España víctimas de estos impulsos. Por primera vez en la historia y por iniciativa de UPyD, el Congreso de los Diputados instó en 2013 al Gobierno –con apoyo unánime de los grupos parlamentarios pero nulas consecuencias prácticas, por cierto, dado que al Gobierno parece que no le preocupa mucho tan oscura laguna– para que redefina los planteamientos del Plan de Salud Mental con respecto a esta epidemia silenciosa y mejore los mecanismos de prevención. Se trata de un problema en el que, antes que nadie, han de intervenir los profesionales de la salud.

No obstante, las reacciones que están teniendo lugar en el caso concreto de la niña fallecida la semana pasada en Palma están rozando lo obsceno. Sin esperar a que los que saben (la Inspección, la Policía) acaben su trabajo y alcancen conclusiones rigurosas, ya se elevan las voces clamando por más información (obviando que seguramente lo que menos necesitan los padres de la víctima es que su nombre y sus circunstancias corran de boca en boca como en corrala madrileña), acusando al centro de oscurantismo (yo, por el contrario, alabo su discreción), criticando frívolamente que publique peticiones de oraciones y similares (me pregunto qué otra cosa debería hacer un colegio católico), insinuando responsabilidades paternas… Como desconozco las circunstancias de este drama y me parece que cualquier intervención improvisada solo puede servir para causar más daño aún a la familia afectada, me abstendré de opinar aquí mientras no lo hagan quienes tienen que hacerlo y en el ámbito en que deben hacerlo.

Lo que me parece ya el colmo es la actuación del PSOE-PSIB. La responsable de su grupo parlamentario en materia de Educación, Cristina Rita, ha anunciado varias preguntas al Govern para interesarse por la investigación en marcha. Hasta aquí todo es correcto. Lo incorrecto –lo infame, diría yo, o lo asombrosamente incompetente– es que a continuación, como quien no quiere la cosa, la socialista hace un repaso de los recortes del Govern en materia de integración de alumnos inmigrantes, dando por hecho ya que la causa del suicidio es de tipo xenófobo y conectándolo explícitamente a esos recortes. Recortes indeseables, sí, pero que nadie sensato relacionaría de buena fe con este caso por el hecho exclusivo de que la víctima sea colombiana. ¿Acaso no recuerda Rita aquellos tiempos en que en las escuelas españolas no había inmigrantes, pero sí acoso escolar?

Recortes tan indeseables como los efectuados por el Govern en el terreno sanitario, pero que no tuvieron nada que ver con la muerte de Alpha Pam, como confirmó un juez después de que el PSIB y el PSM aprovecharan su caso para montarle al Govern una campaña de desprestigio. El fiscal del caso Alpha Pam informó durísimamente contra estos filibusteros en noviembre de 2013: “En sus más de veintidós años de ejercicio profesional, el fiscal que suscribe jamás había asistido a una maliciosa utilización tan evidente de la acción penal para, lejos de descubrir la verdad, perseguir el delito y castigar al delincuente, satisfacer otro tipo de pretensiones perfectamente calificables como políticas”. Pero después de tan contundentes palabras nadie en el PSIB ni en el PSM tuvo la vergüenza torera de dimitir...

Y, ahora, hoy, ¿qué vendrá a continuación? ¿Volverán a aprovechar la desgracia ajena Rita y Armengol para pedir la dimisión de la consejera Camps? ¿La política del PSIB va a consistir siempre en esta bazofia deshumanizada? ¿Y la consejera será tan cobarde como lo fue Martí Sansaloni? ¿Ofrecerá, como él, una cabeza de turco a los profesionales de la demagogia? Qué deplorable oportunismo, el del PSIB; espero que no vaya más lejos. Declaraciones insensatas como estas desacreditan a los políticos y a la política. Esperemos que, en el caso de la niña colombiana, todos nos hagamos a un lado, dejemos hacer su trabajo a los cuerpos de expertos y respetemos el drama que vive su familia. mallorcadiario.com.

11 marzo 2014

La reforma electoral que hace falta

No hay nada más sano que un debate. Si el interlocutor es alguien como Ramon Aguiló, el debate por fuerza tiene que ser elevado y honrará a quien lo entable. Por eso son tan interesantes las alusiones que últimamente hace este articulista a UPyD; ojalá se repitieran muy a menudo, y no solo cuando discrepa de nuestras propuestas.

A propósito de la reforma electoral, el señor Aguiló ha criticado en un par de ocasiones la posición de UPyD. Se empeña en afirmar que no defendemos las listas abiertas. Sin entrar en el análisis textual ni en la comparación con otros partidos –que, opino sinceramente, nos favorecería–, creo que bastará con que yo publique aquí, bajo mi firma, el compromiso de mi partido con las listas abiertas. No obstante, este elemento, me parece a mí, no es el más importante del debate, que sería mucho más rico si fuéramos por donde propone con razón el señor Aguiló: las ideas, y no los dimes y diretes. En España y a estas alturas, los implicados en la cosa pública deberían estar debatiendo modelos electorales alternativos. El señor Aguiló dice preferir el sistema mayoritario, vigente en los países anglosajones. A nosotros nos parece que el sistema mayoritario garantiza la exclusión de las minorías: matemáticamente, sería posible que, con solo un 51%, un partido alcanzase un 100% de presencia en una cámara: la mitad de la población no estaría representada. La prueba del inmovilismo a que el sistema mayoritario somete la política de un país es que en Estados Unidos solo existen dos partidos (solo dos con posibilidades reales); y en el Reino Unido, en cien años, solo en dos ocasiones se introdujeron alternativas: cuando entraron los laboristas y, recientemente, cuando retornaron tímidamente los liberales. Huelga decir que todo es mucho más complejo, y que habría que hablar de las primarias y de los lobbies en la formación de corrientes de opinión y en la gestación de las candidaturas, de la pluralidad interna de los partidos norteamericanos… Como es cierto que no hay sistema perfecto, se trata de abrir ese debate en los parlamentos de una manera seria y averiguar con cuál nos quedamos; porque en lo que estamos todos de acuerdo es que la actual ley electoral menoscaba decisivamente la calidad de la representación.

Por tanto, listas abiertas sí; pero donde radica la madre del cordero es en el modelo de circunscripción electoral. Nuestra propuesta es suprimir la circunscripción provincial, que favorece enormemente a los partidos nacionales grandes y a los partidos regionales, y sustituirla por la circunscripción autonómica o nacional, para las elecciones generales; y, para el caso de las autonómicas en Baleares, sustituir la circunscripción insular, que tanto multiplica el valor del voto de las islas menores, por la circunscripción única. Como por un lado pretendemos huir de los nefastos territorialismos –nuevos caciquismos– y, por otro, no nos da ningún miedo la presencia de minorías en las cámaras, somos firmes partidarios de la proporcionalidad y, por tanto, nos parece imprescindible que el voto de todos los ciudadanos pese lo mismo en los recuentos. Hoy, el voto de un elector de Soria pesa mucho más que el de uno de Madrid, el de uno del PNV mucho más que el de uno de IU, y el de uno de Formentera infinitamente más que el de uno de Mallorca. Y eso no nos parece democrático.

Es respetable que al señor Aguiló le parezca “lamentable” que en el reciente debate sobre el estado de la nación UPyD no mencionase la necesidad de la reforma electoral (ni nadie más, por cierto; tal vez porque no era el momento). Estamos más que acostumbrados a que, si pedimos la reforma electoral, nos acusen de oportunistas y, si no la pedimos, de que “no queremos cambiar el sistema político, sino hacernos fuertes en él”... Estoy seguro de que el señor Aguiló también sabe que, entre otra multitud de iniciativas en pro de la reforma electoral a lo largo de los últimos ocho años, UPyD ha roto en Asturias un pacto con el PSOE porque este, de acuerdo con el PP, había quebrantado su promesa de reformar la ley electoral asturiana. Estoy igualmente seguro de que el señor Aguiló está enterado de que en Andalucía, donde UPyD no tiene representación parlamentaria, nuestros afiliados llevan meses trabajando contra todo tipo de obstáculos para recabar 40.000 firmas y conseguir que el parlamento andaluz, dominado por PSOE e IU, tramite una iniciativa legislativa para llevar a cabo la reforma electoral –una reforma que IU llevaba en su programa, pero que renunció a promover a cambio de consejerías y presupuestos.

No ocultaré que nos ha decepcionado un poco el sesgo con que el señor Aguiló ha presentado nuestra posición. Probablemente es solo una percepción de parte, pero tenemos la impresión de que siempre es algo así como “muchas de las cosas que defiendo en mis artículos también las defiende UPyD, pero nunca se me ocurre mencionarlos; en cambio, cuando hay algún elemento que no me gusta de ellos, no solo los menciono sino que, además, concluyo que lo que quieren es instalarse en el sistema y no cambiar nada”. Estoy seguro de que el señor Aguiló entenderá este reparo, subjetivo como todos, como parte de un sano intercambio de opiniones, al que siempre estamos abiertos de muy buen grado; y que ojalá tuviese lugar en los parlamentos y no entre personas que, por no estar en ellos, no tienen el poder de promover directamente los cambios, pero sí, sin duda, la responsabilidad de permitir que la verdad aflore. Saludos cordiales. Diario de Mallorca.