Nos dirán que los consells son entes muy queridos en las islas, pero de sentimientos no vamos a comer. Nos dirán que aproximan la administración al ciudadano, y es cierto, pero también lo es que facilitan la corrupción y entorpecen el ahorro; por no hablar del hecho de que contar con cuatro administraciones pseudoautonómicas, sumadas a la local, la autonómica, la nacional y la europea, en un conjunto que ronda el millón de habitantes -cuando hay ciudades en Europa que triplican esa población y se contentan con un simple ayuntamiento- es a todas luces un despilfarro intolerable. Nos dirán que suprimir los consells requiere reforma constitucional, y tendrán razón; pero alguien, en algún momento, tiene que abrir ese proceso, y mostrar voluntad de que sí desea reformas serias. Lo que no nos dirán es que en ese proceso los partidos se dejarían por el camino redes clientelares, cuotas de poder, intereses particulares.
Nos dirán que los municipios son también un nivel de la administración muy cercanamente identificado con el ciudadano; que prestan servicios desde la cercanía; que gozan de una tradición... Pero la tradición por sí sola nunca ha sido garantía de eficacia. El mapa municipal de España data del siglo XIX, deriva directamente de las parroquias decimonónicas y no tiene nada que ver con la realidad demográfica, económica o administrativa de la España de 2012. Está estudiado que el tamaño mínimo adecuado para una gestión local eficiente es el de los 20.000 habitantes. Nuestros alcaldes piden mancomunar servicios como la Policía local, pero sin que desparezca la administración local correspondiente... Es evidente que la prestación eficaz de los servicios y la economía de escala exigen la fusión de los ayuntamientos más pequeños, lo que no significa ni la desaparición de los núcleos de población ni la de sus bienes comunales, tradiciones o toponimia. Lo que no nos dicen es que si suprimimos concejalías y alcaldías los partidos políticos pierden cuota de poder y capacidad de adjudicar contratos a dedo.
O puede elegir ser una rémora más para la solución de la profunda crisis institucional que nos aqueja y nos hunde sin remedio en el marasmo económico. Puede seguir jugando al juego que le dicta la trasnochada troupe del nacionalismo sociológico, eludir los problemas de fondo, aplicar la lupa localista y seguir haciendo de la política un circo paleto. En ese caso no tendrá nuestro apoyo.