18 junio 2006

No se llamaba España

Érase una vez un país que sufrió un terrible atentado terrorista. Tres días después estaban previstas elecciones. El líder de la oposición se hizo una foto al lado del presidente del gobierno y prohibió a sus seguidores hacer uso partidista de las luctuosas circunstancias. Así y todo, la ciudadanía castigó la colaboración del gobierno en la invasión ilegal de otro país y el líder de la oposición ganó las elecciones con un margen brevísimo.

En su programa, el nuevo presidente proponía iniciativas que afectaban de forma importante a la estructuración del estado y al concepto de nación y que eran cuestionadas por amplísimos sectores de la ciudadanía. Por sí solo, el partido del nuevo presidente no reunía escaños suficientes, pero si unía sus fuerzas a las de un partido muy minoritario, situado explícitamente contra la misma existencia del estado, podría formar mayoría. Sin duda ello le costaría concesiones impopulares, que no contribuirían a cicatrizar las heridas recién sufridas, pero tendría el poder asegurado. Mas el presidente electo era un estadista responsable y comprendió que su victoria se había producido en circunstancias muy extraordinarias y que las elecciones no son un cheque en blanco. En lugar de aprovechar la ocasión, decidió consultar a todos los partidos y formar un gobierno de concentración nacional en que estuviese representado el arco más amplio posible del electorado. El nuevo presidente y sus socios coyunturales emplearon sus esfuerzos en esclarecer con urgencia lo acaecido, porque lo consideraban una prioridad nacional, y pospusieron toda reforma que no fuera asumida por todos. Al cabo de dos años, con la sombra del atentado lejos y la atmósfera política normalizada, el presidente convocó unas nuevas elecciones y las ganó en paz. Última Hora.

04 junio 2006

Los asesinatos de Ishaqi

La vida de un combatiente no vale menos que la de un civil; pero el que dispara contra un soldado, al menos, respeta las normas que en un contexto tan alterado como la guerra nos permite hablar de respeto de la ley, justicia y todas esas zarandajas con las que queremos diferenciarnos de los niños y de las fieras. Si entendemos que toda muerte causada por el hombre constituye una tragedia, ésta pierde cualquier vestigio de moralidad cuando la muerte deja de contemplarse como un mal menor para ser percibida como un fin en sí. No hay nada más perverso ni más torpe que una tragedia sin catarsis.

El vídeo de la BBC con que nos desayunamos anteayer viene a confirmar (tras Abu Graib, tras Haditha, tras todas las matanzas conocidas y por conocer) que en Irak se han perdido los precarios referentes morales que movían a algunos de los que apoyaron o han participado en la ocupación de Irak. La precipitación, la ansiedad, el deseo de venganza y el nihilismo que se instalan en las tropas tras años de una guerra sin cuartel, sin popularidad y sin visos de solución hacen que cada día que pasa Irak se asemeje más a Vietnam. Más de treinta mil civiles muertos y un puesto a la cabeza de la lista de violadores de los derechos humanos en el último informe anual de Amnistía Internacional colocan al gobierno Bush en sus horas más bajas. La resistencia iraquí, mientras, atenta a diario contra las instalaciones petrolíferas del país, cuya producción ha descendido en picado junto con la inversión internacional. Los invasores ni siquiera han alcanzado el que era su objetivo estratégico: ¿cómo van a justificar sus crímenes? Última Hora.