Los motivos de la abdicación de S.M. el Rey Don Juan Carlos están dichos en su discurso de despedida. Cabe especular sobre su salud, su cansancio, la necesidad de evitar la erosión aparejada a un ulterior empeoramiento de la situación procesal de Cristina de Borbón… Pero yo me quedo con los motivos aducidos por el monarca.
Alegar el servicio a España parece una declaración puramente institucional, exigida por la formalidad del caso. Sin embargo, la experiencia de 39 años de un reinado lleno de sentido común nos indica que es así: el Rey ha escogido el momento que le ha parecido mejor para favorecer la recuperación del prestigio de la Corona, mejor para eludir la interferencia con procesos electorales, mejor porque hay estabilidad parlamentaria y mejor, en definitiva, para los intereses de España, cuyas instituciones requieren hoy una regeneración honda y creíble. El relevo en la Corona, por el carácter eminentemente simbólico de la Monarquía, invita al resto de las instituciones a renovarse con credibilidad y sin salirse de la normalidad que supone –echemos un vistazo al entorno de las monarquías europeas– la abdicación de un monarca provecto.
Está por ver el desempeño de Don Felipe: por su formación, la mejor de un príncipe español en toda la historia, estoy seguro de que se acreditará como un buen jefe de estado, más flexible y acorde con los tiempos que un don Juan Carlos casi octogenario. Lo que sí podemos ya juzgar es la trayectoria del monarca que se va: convocó a un puñado de hombres comprometidos con las libertades y con el consenso y, junto a ellos, devolvió a España la democracia en 1978. Volvió a rescatarla de las garras del golpismo en 1981. Fue el mejor embajador de España y, con una paleta y el cemento de la Monarquía, propició el período de paz y prosperidad más prolongado que ha conocido nuestra nación desde 1800, y el único de verdadera calidad democrática de toda nuestra historia. Le debemos nuestras libertades. El deterioro de las instituciones democráticas con que concluyen estas casi cuatro décadas, no obstante, hace necesarios cambios profundos, y nada significa mejor esa necesidad que un relevo institucional al máximo nivel.
Se trata del último servicio del Rey, entre cuyos defectos está acreditado que no figura el egoísmo, y que nunca ha echado en saco roto el consejo que le diera Juan III al final del acto en que, a su vez, abdicaba en su hijo sus derechos, allá por 1977: “Majestad: por España, todo por España”. Felipe VI será rey a partir de esta hora, pero sería profundamente ingrato olvidar los servicios de Juan Carlos I a la causa de la democracia. Yo no lo haré. mallorcadiario.com.
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