30 diciembre 2013

Aborto de ley

A Alberto Ruiz-Gallardón se le entiende todo. El que fuera jaleado tantos años por los medios del grupo PRISA como elemento progresista de la cúpula del Partido Popular acaba de lanzar una reforma de la ley del aborto que aleja la legislación española del modelo más habitual en la Unión Europea y la aproxima al predominante en América Latina. Lo más importante es que abre un feo frente de batalla política que en este momento no parecía necesario. ¿Por qué lo hace?

Habrá quien diga que por motivos de conciencia, pero analicemos despacio la cuestión. Un católico, o cualquier persona que sin serlo considere que la vida empieza en el momento de la concepción, no puede admitir supuestos ni excepciones. El caso de la violación de la madre es trágico, determinadas discapacidades dificultan en extremo la vida de todos los implicados y la inviabilidad económica de una familia puede convertir un nuevo nacimiento en un drama; pero la protección del bien absoluto que es la vida, si lo consideramos de aplicación desde el minuto uno de la gestación, debe primar sobre el bienestar social, económico o incluso psíquico de la madre. Para un católico, por tanto, no cabe mas excepción en esa defensa de la vida que el caso de riesgo para la de la madre; caso para el que no es necesario legislar sobre el aborto, porque los médicos, bajo el abrigo de la eximente penal del estado de necesidad, siempre eligieron la vida de la madre en caso de tener que optar. Despenalizar el aborto en casos que no impliquen estrictamente un conflicto entre dos vidas no es católico; por lo cual no se puede decir que el ministro Gallardón se esté comportando como un ministro católico en estos momentos.

Habrá quien diga, como el portavoz Alfonso Alonso, que el ministro legisla en cumplimiento del programa del Partido Popular. Este argumento sería creíble si el Gobierno hubiera cumplido el resto de sus compromisos programáticos y no, muy al contrario, los hubiera incumplido casi sistemáticamente sin aparente escrúpulo. En particular, el programa del PP prometía una reforma del sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial para evitar su politización, pero una vez llegado al poder se olvidó de esa promesa y no hace mucho que el PP, el PSOE y los partidos que colaboran con ellos se han repartido por cuotas las vocalías del CGPJ sin que el ministro Gallardón, responsable del área, haya emitido el menor lamento por esta intromisión que solo UPyD ha denunciado. Las protestas de fidelidad al programa, así, no son creíbles cuando vienen del PP ni, en particular, del ministro Gallardón.

¿Por qué, entonces, se mete el ministro en este jardín, alborotando así a la izquierda, para la que este asunto es muy sensible, aunque casi siempre enfocado de manera demagógica, y dividiendo a una derecha en cuyo seno se enfrentan, no menos demagógicamente, cristianos y modernos sin que se produzca el menor debate de ideas? Seguimos en las mismas: el gobierno Rajoy, incapaz de gobernar, se limita a agitar banderas y azuzar al votante en vez de afirmarse en los principios y persuadir con argumentos. La reforma Gallardón no es una reforma católica, sino un término medio mediante el cual, según sus cálculos, aspira a movilizar ideológicamente a su sector del electorado, hoy tan desanimado por la abulia y el intervencionismo gubernamentales, pero sin pisar callos demasiado sensibles incluso para el votante más conservador, como pueden ser el caso de la violación o el de las malformaciones. Estamos de nuevo, no lo duden, ante un ardid electoralista. Gallardón está diciéndoles a los votantes del PP: “Sí, les hemos subido los impuestos, tenemos un 30% de paro -y los jóvenes un 50%-, de nuevo somos un país de emigrantes, en el conflicto creado por los separatistas catalanes no hemos sabido reaccionar ni sabremos, cada vez hay más pobres e ignoramos si sus hijos tienen futuro; pero miren, somos los mismos de antes: vamos a recortar el aborto, para que vean que seguimos siendo tan de derechas como a ustedes les gusta pero no tanto como para que alguno se vaya a asustar”. Después de los gestos en Gibraltar, una ley del aborto con rebajas, para ir tirando.

No se ha producido un debate serio en asunto tan sumamente delicado, que toca cuestiones de ética pública e individual muy serias. Para empezar, en las posiciones enconadas que se defienden desde las trincheras proabortista y provida echo de menos -en unos y en otros- la tolerancia con que solemos beneficiar, sin ir más lejos, a los creyentes en pseudorreligiones y pseudociencias muy seguidas en España. Por poner algunos ejemplos, ¿por qué la fe en la homeopatía o la reflexología podal no son solo aceptables, sino incluso modernas y progresistas, y una creencia argumentada en que el embrión es un ser humano es un signo intolerable de carcundia y fascismo? ¿Por qué embaucadores televisivos que se llenan los bolsillos con sus historias de ovnis y fantasmas pasean por la calle como si fueran personas respetables pero defender con argumentos el aborto terapéutico es propio de rojos asesinos sin corazón? Situar los términos de un debate puramente científico en un terreno tan sectario como el de la política española no beneficia más que al establishment bipartidista. Y en esas estamos; o en esas está el ministro Gallardón.

Para un cristiano no cabe más postura que el rechazo del aborto voluntario en todos los casos en que no peligre abiertamente la vida de la madre. Pero para una sociedad laica y progresista, que en materia de atención sanitaria se debe guiar por criterios científicos, no encuentro más legislación válida que la que establezca, conforme a la opinión de la mayoría de la profesión médica, un plazo razonable dentro del cual la ciencia asuma y la ley certifique que no se menoscaba vida alguna al interrumpir el embarazo y, por tanto, esta interrupción debe ser libre sin necesidad de justificación. Y fuera de ese plazo, dado que la sociedad asume que el feto es ya (o puede ser) portador de un ser humano individual, cuya vida merece toda la protección de la ley, el aborto voluntario debe estar penalizado con la excepción de los casos que dicta la necesidad, es decir, la incompatibilidad de ambas vidas o la inviabilidad objetiva del nasciturus; y no la comodidad, ni la dificultad, ni la opinión pública, ni la irresponsabilidad propia de la juventud, ni la subjetividad de quien vive al borde del drama. El aborto no es un derecho, sino una decisión grave que nadie debe suponer se toma con alegría. Por tanto, el recurso al aborto debe ser restrictivo y fundamentado, pero en todo caso debatido lejos de cualquier sectarismo: nada que la ley del ministro Gallardón nos garantice más allá de manifestaciones que tienen tan poco que ver con la democracia como la charla de bar o la concentración callejera. mallorcadiario.com. El Mundo-El Día de Baleares.

23 diciembre 2013

El caso Toblerone

No debemos pensar que España es tan especial: la corrupción y las malas prácticas se pueden dar en todos los países del mundo, porque en todas partes hay manzanas podridas. Lo que sí diferencia a unos países de otros son sus diversos grados de tolerancia hacia esas prácticas, la ética pública que les hace frente y la forma en que la deseable intolerancia hacia el abuso se manifiesta institucionalmente.

Es conocido el caso de la viceprimera ministra sueca, Mona Sahlin, que en 1995 no tuvo más remedio que dimitir tras el escándalo creado cuando se supo que había desviado recursos públicos para beneficio personal: había comprado con su tarjeta de crédito del Parlamento dos chocolatinas por valor de 35 dólares con 12 centavos. Mona Sahlin fue apartada de la vida pública durante unos años; con el fin de ganarse el perdón de sus conciudadanos escribió un libro donde intentaba explicar el llamado caso Toblerone. Rehabilitada más tarde, es hoy presidenta del Partido Socialdemócrata Sueco.

Es un extremo que en España nos puede parecer hasta cómico, pero que da la medida de la seriedad con que los escandinavos se toman la administración del dinero del contribuyente. En sus despachos oficiales encontramos muebles de Ikea, muy lejos de los carísimos artículos de diseño que se acostumbran por nuestros pagos, y no es noticia que los ministros (ya no hablemos de autoridades locales) vayan al trabajo en bicicleta o en metro: resulta que todas las instituciones públicas de Suecia no suman tantos coches oficiales como solo el Ayuntamiento de Madrid… Entre los ciudadanos escandinavos y sus políticos existe confianza, porque cuando se habla de equidad en el reparto de los recursos, estos son los primeros en dar ejemplo; los países nórdicos son aquellos en los que se da una menor diferencia de estatus económico entre los gobernantes y sus gobernados.

Y a estos no les duele pagar los impuestos más elevados, porque la relación de confianza que mantienen con sus representantes les permite saber a ciencia cierta que esos impuestos no se van a invertir en aeropuertos sin aviones, subvenciones espurias a sindicatos o dietas indebidas para parlamentarios, sino en mejores hospitales, escuelas y servicios de acuerdo con criterios de eficiencia y bajo una transparencia cristalina. Y, como nadie entendería ni toleraría lo contrario, dos toblerones pueden dar al traste con la carrera política de una viceprimera ministra: porque el problema no es la cuantía desviada, sino la ruptura de confianza. Según las encuestas que se hicieron tras la dimisión de Sahlin, los ciudadanos suecos decían percibirla como una persona poco transparente y, por tanto, poco fiable que había abusado de su confianza. Aquí estaba la madre del cordero.

Y, en ese sentido, vamos por muy mal camino cuando seguimos premiando con nuestro voto a los partidos que se reparten por cuotas los nombramientos del poder judicial, es decir, del órgano de gobierno de los jueces que han de dictar sentencia en los casos de corrupción que afectan a esos mismos partidos; los que nombran igualmente a los vocales de órganos reguladores como la Comisión Nacional del Mercado de Valores o el Banco de España, que facilitaron las millonarias estafas de Bankia y de las preferentes, o como la nueva y brillante Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, que en lugar de regular actúa a instancias del gobierno y de los partidos que la nombraron para que nada cambie en el galimatías de las tarifas eléctricas, los consumidores sigan pagando un pato de millones de euros y los políticos puedan seguir jubilándose en los consejos de administración de las compañías suministradoras… Si el zorro nombra a quienes han de defender el gallinero, apañados vamos. Ese sistema tan sumamente opuesto a la transparencia y la confianza escandinavas es lo primero que hay que revisar. Eso y, claro está, el sistema educativo que está en la base de todo ello, un terreno en el que los escandinavos también nos dan sopas con honda.

O la tolerancia hacia la corrupción equivale a cero o es absoluta: no hay término medio ni compromiso aceptable. Y esa tolerancia cero empieza por no llevarnos material de la oficina en la que trabajamos, por no colarnos en la cola de Correos, por no hacer trampas en la declaración de Hacienda… Pero sigue por restablecer los controles democráticos sobre la acción de gobierno. En el fondo, seguramente sí tenemos los políticos que nos merecemos. La prueba del algodón está en la pregunta: “si tú pudieras y no te fueran a pillar, ¿lo harías?” El día en que los españoles, mayoritariamente, se contesten en su fuero interno que no lo harían, porque se lo impida el respeto hacia sus conciudadanos, entonces podremos decir que no nos merecemos políticos como Jaume Matas o Maria Antònia Munar. Entonces, por otra parte -estoy seguro-, ya no les votaremos. mallorcadiario.com.

10 diciembre 2013

Ataques fascistas a UPyD

Estas conductas no son nuevas, pero no dejan de sorprender a cualquier demócrata convencido: en el Día de la Constitución, fascistas amagados en la madrugada arrojaron bolas de pintura roja contra el rótulo y la fachada de la sede de Unión Progreso y Democracia en Palma. No es la primera vez que mi partido sufre ataques: la semana pasada, ultras catalanistas ocuparon por la fuerza nuestra sede en Barcelona y maltrataron a la persona que se encontraba en su interior. Hemos sufrido ataques semejantes al de este sábado en muchos lugares –recuerdo el de Alicante hace menos de dos semanas , de características prácticamente idénticas-, e incluso en nuestra sede anterior de Palma, en cuyo portal otros vándalos o los mismos rotularon los espejos con insultos analfabetos.

La estupidez evidente del acto no impide que algunos quieran justificarlo o, al menos, diluirlo en un “les pasa a todos”, “no sois tan especiales”. Los que lo justifican no tienen perdón: hemos escuchado y leído cosas como “decís ciertas cosas y luego pasa lo que pasa”… O bien “os lo merecéis por fascistas, colonialistas y supremacistas” (¡sic!). Pero a estos cafres no aspiramos a convencerlos.

Lo que nos preocupa es la equidistancia. Esa misma que a algunos les hace poner en sendos platos de la balanza a etarras y víctimas del terrorismo, o a justificar el nacionalismo catalán por eso que ellos llaman nacionalismo español. Esa forma de pensar viscosa e infumable que quiere diluir las responsabilidades individuales en un “y tú más” o, cuando menos, en un “a mí también me pisaron una vez un dedo”. No pasaremos por esto: los comportamientos fascistas no los define el contexto ni la opinión, sino su propia dinámica de intolerancia.

Y de esto se trata, y no de indignación generalizada como algunos sugieren. Toda la violencia es inaceptable, y hemos condenado las coacciones a Alfredo Pérez Rubalcaba cuando recientemente radicales le impidieron impartir una conferencia en Granada, o el intento de incendio de la sede del PP en Ibiza. Sin embargo, el argumento de la indignación cabe en estos casos: se trata de partidos que han tenido o tienen responsabilidad en la dramática situación que viven muchos españoles y, si bien esto no justifica los ataques, puede ayudar a explicarlos. Pero en el caso de UPyD, ¿qué responsabilidad se nos atribuye? ¿La de haber llevado al banquillo a los responsables de Bankia y de las preferentes? ¿La de denunciar una y otra vez los abusos de la partitocracia? ¿Proponer para España un modelo federal racional? ¿Pedir una ley electoral que respete los deseos del electorado? ¿Defender la unidad de España? ¿Insistir en la necesidad de que los políticos saquen las manos del Poder Judicial, de las cajas, de los medios de comunicación? ¿Renunciar a los coches oficiales y a las dietas indebidas?

Sin haber tenido responsabilidades de gobierno, resulta evidente que el problema que algunos tienen con UPyD es que hemos opinado con libertad y que, al contrario que PP y PSOE, no nos dejamos intimidar por el nacionalismo. No nos pueden odiar por una acción de gobierno que aún no hemos desempeñado, así que solo podemos deducir que nos odian por nuestras ideas, unas ideas que defendemos pacíficamente, con transparencia y con el máximo respeto a la ley. No hay indignación en esos ataques, no. Hay intolerancia contra el diferente, contra el pequeño que viene a molestar al establishment. Los que han atacado las sedes de UPyD son fascistas, y así tendremos que decirlo. Uno lleva años sosteniendo que cualquier nacionalismo lleva en su seno necesariamente un germen de fascismo. Pues bien: el fascismo catalanista está germinando y su primer objetivo son las ideas. Dejémonos de paños calientes. El Mundo-El Día de Baleares.

 

09 diciembre 2013

Mandela

Emociona pasear por Londres y encontrar tan viva la huella de Nelson Mandela, uno de los grandes luchadores de la historia por los derechos civiles y por la democracia. La Casa de Sudáfrica en Trafalgar Square luce la bandera a media asta, y los mensajes de luto, las banderas de aquel país y las coronas de flores se amontonan en la calle. Leo que muchas banderas en Londres están estos días también a media asta, incluida la de la residencia del primer ministro en Downing Street.

Cuando paso junto al monumento a Mandela, a quien los británicos quisieron honrar en 2007 reservando a su estatua un lugar frente al mismísimo Parlamento de Westminster, ya es de noche y a los ramos de flores que se amontonan a sus pies se unen infinidad de velas que iluminan la efigie del líder africano. Mandela se alza allí, cerca de Churchill, Lincoln y otros grandes luchadores, en el mismo lugar en que en los años sesenta le dijera entre risas a Oliver Tambo, junto a quien visitaba Londres: “Aquí deberían poner algún día la estatua de un negro”.

De todas las representaciones de Mandela que hay sembradas por el mundo, la de Londres –pese a la polémica factura de Ian Walters– me parece la que le hace mayor justicia. No muestra precisamente el ademán de triunfo ni la prestancia del estadista que le adornan en otros homenajes. Frente al Parlamento, sede sagrada del debate y del diálogo, el Madiba de metal sigue haciendo lo que mejor hizo siempre: abrir los brazos y hablar.



En Trafalgar Square comento con mi amigo Eduardo el valor de un hombre que, después de 27 años de reclusión, incomunicación y tortura, salió de la cárcel sin un atisbo de deseo de venganza, para tender la mano a quienes le habían torturado y evitar una guerra civil que particularmente nadie le habría reprochado. En Sudáfrica había habido grandes dosis de crimen y opresión y tras el fin del apartheid hubo radicales de ambos lados que quisieron dinamitar el proceso de reconciliación, pero Mandela hizo valer su ejemplo de responsabilidad y la población sudafricana estuvo a la altura; hoy negros y afrikaaner conviven en una nación que mira hacia el futuro con unas perspectivas que no se dan en ningún otro lugar de África.



Resulta patético aplicar el ejemplo de semejante héroe civil al patio de Monipodio que es hoy la política española. No obstante, en el pasado tuvimos ocasión de elegir entre la responsabilidad colectiva y el conflicto civil y también elegimos lo correcto. En 1978 España dio una lección de reconciliación al mundo que, por cierto, fue saludada después en Sudáfrica como modelo de transición a la democracia. Los valores del diálogo y el pacto que presidieron en aquel entonces la salida de una situación prácticamente prebélica, gracias al liderazgo y la capacidad de transacción de un puñado de personajes –Fernández Miranda, Suárez, Solé Tura, Fraga, Carrillo, Roca i Junyent y otros–, deberían servirnos de ejemplo para escapar de la presente crisis de confianza en unas instituciones que amenazan con llevarse por delante nuestras libertades. Sin embargo, nos hace falta eso: un puñado de políticos honrados de todos los partidos dispuestos a abrir los brazos y dialogar.

Es al menos curioso que a la hora de sortear una segunda guerra civil los españoles estuviéramos dispuestos a olvidar una dictadura de casi cuarenta años y todo el sufrimiento y el enfrentamiento que causó; pero cuando el problema es el enquistamiento de una partitocracia que, sin violencia física, desvirtúa nuestra democracia hasta límites decimonónicos, seamos incapaces de superar el sectarismo y el beneficio propio a corto plazo. La mediocridad de nuestros políticos es de tal magnitud hoy que escuchar elogios póstumos a Nelson Mandela de sus bocas suena a hipocresía, a sacrilegio civil; a burla en nuestra cara.

Descanse en paz el gran hombre y sírvanos de ejemplo por muchos años. mallorcadiario.com.

02 diciembre 2013

Seguiremos

La situación es la siguiente: me encuentro ayudando a mi hijo con sus deberes españoles, haciéndole un dictado en catalán para que -dado que en nuestra familia usamos el español- no deje de avanzar también en esa lengua durante su curso inglés. “L’hivern passat vaig anar a Andorra amb la meva família. Tots vàrem practicar l’esquí”, etc. En ese momento me avisan: tres o cuatro decenas de energúmenos han ocupado por la fuerza la sede de UPyD en Barcelona, han zarandeado al trabajador que se encontraba allí en ese momento, han colgado una pancarta del balcón “en defensa de la lengua”, han sido desalojados por los mossos d’esquadra sin que se practicase ninguna detención y a continuación se han manifestado y han injuriado a mis compañeros catalanes frente a la misma sede y ante las narices de los mossos.

Los energúmenos, miembros de un sedicente Sindicato de Estudiantes de los Países Catalanes, es decir, una banda de jóvenes separatistas sin mayor interés por los estudios pero mucho tiempo libre para andar dando por saco a los ciudadanos, protestaban así por la imputación de cinco de sus compañeros, dos de ellos concejales de la izquierda independentista, por los actos de agresión y coacción contra Rosa Díez en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2010.

Por lo que toca a UPyD, estos cachorros del independentismo serán también denunciados y procesados. Porque sus actos vandálicos no son una protesta pacífica, como la mayor parte de la prensa catalana ha escrito, sino la ocupación ilegal y con violencia, por primera vez en la historia democrática de Cataluña, de la sede de un partido político, que no es la calle ni es nada sobre lo que estos niñatos tengan derecho alguno. Lo que buscan estos frutos orgullosos de nuestro sistema educativo es la impunidad, porque la ley es para los demás: ellos ya tienen suficiente con sus banderas y sus consignas lingüísticas, y las imputaciones de sus compañeros resultan injustas por el mero hecho de enarbolar las unas y gritar las otras. La policía, según reconoció in situ uno de los mossos, tenía órdenes de no detener a los radicales. Ningún partido ha condenado los hechos, y solo a título particular dos diputados del PP y otro de Ciudadanos han enviado su solidaridad. La prensa escrita ha hablado de “reivindicaciones”, “protestas pacíficas” y similares, y la audiovisual ha ignorado este atentado antidemocrático.

“La lengua”, eso que para mí es un idioma hermoso y útil que a mi hijo no le conviene descuidar, pero que para estos descerebrados no es más que una buena coartada para sus fechorías, no justifica los desmanes que se están perpetrando en su nombre. La lengua no justifica, por ejemplo, que a quienes defendemos otra forma de gobernarnos y ponemos las libertades por delante de los mitos nos llamen fascistas, como hicieron la otra noche en Barcelona esos niñatos que se llenan la boca de revolución mientras tuitean las fotos de la hazaña desde sus carísimos smartphones. Porque uno se rebela contra el poderoso; pero cuando uno ataca al débil, como lo es UPyD en Cataluña, y además recibe la comprensión de la policía, de la prensa y del establishment político, entonces no se trata de una rebelión, sino de una caza del diferente, de fascismo y de cobardía: de una fase inicial del totalitarismo. La lengua no justifica que en Cataluña unos tengan derechos políticos y otros no, que algunos exhiban su pretendida superioridad moral y su supuesto caché democrático mientras los niños que se educaron en las escuelas que ellos diseñaron hoy revientan la sede de un partido que cometió el grave pecado de disentir. La lengua no justifica privilegios en el acceso al trabajo o a los estudios. La lengua no justifica las coacciones al comercio ni la tergiversación de la historia. La lengua no justifica nada de esto, ni tiene derechos, ni siente ni padece, ni esculpe identidades inamovibles, ni lo hace a uno mejor que sus semejantes. La lengua, si no es una herramienta de comunicación, no es nada. Y para estos valentones que actúan gregariamente para sentirse más fuertes, es evidente que la lengua no sirve para comunicar otra cosa que odio.

No lo van a conseguir. Seguiremos defendiendo los derechos de los ciudadanos hablen el idioma que hablen. Seguiremos defendiendo el imperio de la ley, cuando nos guste la ley y cuando no nos guste. Por más que nos ataquen, cada vez seremos más los que seguiremos defendiendo el modelo de estado que nos parece coherente con la historia (con la historia digo, no con los mitos que al parecer muchos se han creído y de los que otros han sacado grandes rendimientos) y coherente con una gestión más justa y equitativa de los recursos comunes. Seguiremos defendiendo una educación que haga ciudadanos respetuosos y no vándalos sectarios. Seguiremos, y seguiré, amando una lengua que ellos no tienen derecho a apropiarse, porque es de todos. Seguiré haciéndole sus dictados a mi hijo, porque la lengua que ellos defienden no es el catalán, sino las palabras del miedo, del odio y de la discriminación. Esos cretinos no tienen nada que ver con el catalán, sino con el totalitarismo. Y, por lo tanto, sí: seguiremos. mallorcadiario.com. Versión catalana en Diario de Mallorca.