El episodio de acción protagonizado por
Esperanza Aguirre hace unos días es muy significativo de en qué consiste la
política española. Algunos se han mostrado sorprendidos de que la aristócrata,
que lo ha sido todo en política excepto presidenta del Gobierno y, por tanto,
es un ejemplo de éxito, haya caído en una conducta tan reprobable desde
cualquier punto de vista. Otros, simplemente, han dado rienda sualta a su
alborozo, movidos por una vieja inquina y en línea con el tradicional ingenio
español -más proclive al chascarrillo que a, por ejemplo, la innovación
tecnológica-, que ha llenado las redes sociales de chistes ciertamente
impagables en los que la imagen de la expresidenta queda ligada quizá para
siempre con las de otras celebridades del volante como Farruquito o el
Vaquilla.
Uno, por su parte, siempre cayó en el
asombro cuando tantos tertulianos de la derecha mostraban a Esperanza Aguirre
como ejemplo de político serio, de coraje, crítico con su partido, inteligente…
De su inteligencia no me cabe duda; aunque tengo que decir que es de un tipo de
inteligencia que no me compensa. Siempre la recuerdo en aquel mítico programa, Caiga
quien caiga, eludiendo a los cómicos o soportándolos con una sonrisa
absolutamente forzada, en la que el enfado de la entonces presidenta de la
Comunidad de Madrid resutaba transparente: si hubiera podido hacerlo sin
testigos, sin duda los hubiera estrangulado in situ. Qué enorme
contraste con la actitud de Alberto Ruiz Gallardón, entonces alcalde de la
VIlla, que se unía al recochineo y acababa vacilando con eficacia a aquellos
peligrosísimos entrevistadores. Ni el uno ni la otra son santo de mi devoción,
pero de sus intervenciones en aquel programa siempre extraje la misma
conclusión: Gallardón sabía reírse de sí mismo, lo cual es síntoma de gran
inteligencia. Aguirre, en cambio, forzaba sin éxito una incómoda sonrisa que
nos revelaba su gran soberbia.
Quienes conocen a Aguirre dicen que en el
trabajo es una jefa implacable, casi intolerable. Probablemente fue esto lo que
la perdió la semana pasada: no pudo encajar que unos simples agentes de
movilidad ignorasen su autoridad, que se ha acostumbrado a ejercer de manera
omnímoda pero que, como usuaria de la vía pública, no es tal. Probablemente la
soberbia pudo con la inteligencia.
Lo triste del caso #Aguirrealafuga es que,
contra lo que algunos sostienen, y salvo condena judicial ejemplar, yo no estoy
seguro de que traiga consecuencias. Al joven Uriarte un episodio de conducción
bajo los efectos del alcohol le costó en su día el cargo; dudo que en el caso
de la condesa de Bornos suceda lo mismo. Porque todo lo que rodea a Aguirre es
ficción. Siempre ha sido considerada una de las figuras señeras del liberalismo
español, pero durante su gobierno de la Comunidad ejerció el poder de modo
intervencionista y despilfarrador: baste recordar la sobredimensión y la
gestión partidista y excluyente de Telemadrid, el empleo de las subvenciones a
la prensa, la lucha por el control de las cajas de ahorros… También se le
supone cierta autoridad en materia de corrupción, pero cabe como poco
cuestionar su credibilidad a raíz de los mismos casos citados y, también, por
su evidente cercanía a la trama Gürtel, por la certeza de que las campañas del
PP madrileño se financiaron ilegalmente (al menos) en 2003 y 2004, por el
impresentable episodio de transfuguismo protagonizado por Eduardo Tamayo en
2003, que la convirtió en presidenta de Madrid… Pero ninguno de esos asuntos,
profundamente antiliberales y antidemocráticos, ha merecido entre el público
español la misma atención que su desacato y fuga en Gran Vía tras aparcar en el
carril bus. Twitter ardió con el hashtag #Aguirrealafuga convertido en trending
topic. ¿Tal vez es que el elector español prefiere las anécdotas a la
democracia?
Ahora, se dice, Aguirre está contra la
pared y Mariano Rajoy sonríe; pero no me extrañaría nada que, una vez más,
Aguirre reaccionase contra la realidad y sobreviviese. Porque en este medio
alejado de la realidad que es la política española, ella es una experta. Y
porque este país ya no es el que veía La Clave por las noches, sino que
prefiere Supervivientes. Y tuitearlo, claro. mallorcadiario.com.
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