28 octubre 2013

Entender el nacionalismo

Me afea un muy buen amigo catalán, no nacionalista pero sí defensor del llamado derecho a decidir, que yo “no quiera ver lo evidente: que hay un gravísimo problema político en Cataluña", y me sugiere que "estaría bien por parte de quienes se proponen para gestionar los asuntos públicos intentar entender qué lo motiva". La verdad es que yo estoy convencido de que existe ese problema y también me preocupan sus causas, aunque creo que son otras que las que podría aducir mi amigo, y esto parece que a sus ojos me hace ciego: él da por supuesto, y a menudo se nos da a entender así, que yo o quienes como yo no comulgamos con la opción nacionalista simplemente no queremos ver ni entender la realidad catalana. Y esto se podría aplicar también a Baleares, al menos por lo que toca a los seguidores del catalanismo local.

A mí lo que me parece es que Cataluña está pasando por un triste período en el que, pese a su variedad ideológica, lingüística y si se quiere antropológica, el discurso oficial y las prácticas políticas tienden al identitarismo que lo justifica todo, a la uniformidad y a la exclusión del diferente y, por tanto, al recorte de las libertades individuales. "Si no piensas como nosotros, es que eres ciego o no quieres entendernos." ¿Soy yo solo el que percibe un tufillo totalitario muy desagradable?

El nacionalismo en sí es fruto de la libertad personal y por tanto no hay nada que reprochar a quien crea en él de buena fe, por muy reaccionario que sea poner las naciones por delante de los ciudadanos. Sin embargo, en mi opinión el independentismo catalán es quimérico, y por ello me parece terrible que una región entera se vea arrastrada por su casta política a invertir esfuerzos e ilusión en esa empresa, un esfuerzo en el que solo medra esa misma casta y que al conjunto de los catalanes los sumirá (esto, desgraciadamente, a día de hoy ya lo doy por hecho) en un pozo de frustración -unos-, desánimo -otros- y tal vez violencia -espero que ninguno-. Los motivos por los que creo que la independencia de Cataluña es no ya indeseable, sino imposible, son largos y quizá den para otro texto. En todo caso, es una opinión que, a mi juicio, puede defenderse con tanta legitimidad como cualquier otra y no convierte a su portador en ciego o insensible.

“El estado es ante todo un pacto político entre ciudadanos”, me dice mi amigo, “y, si no está sometido a la voluntad democrática de los ciudadanos, entonces ya no es un pacto, sino sometimiento”. Pero es que en España ya tenemos un pacto como ese que funciona desde hace siglos, y desde 1978 se renueva en las urnas cada cuatro años. Las imperfecciones de este pacto vienen dadas por diversos factores, no muy distintos en Olot o en Benavente (o en Múnich) a excepción de uno de ellos, muy importante, que es el nacionalismo lingüístico. Contra la corriente de la historia, los nacionalistas pretenden desgajar territorios al margen de los intereses de las personas a la manera del siglo XIX, basándose en argumentos propagandísticos muy hábilmente gestionados gracias a décadas de control de la educación y de los medios de comunicación, pero sin ningún arraigo en la realidad histórica ni en un presente que tiende o debe tender a la cohesión europea y no a la disgregación. Lo que proponen los nacionalistas en España es romper unilateralmente un pacto a cuyos aspectos positivos no han renunciado nunca por mínima coherencia, y yo no estoy por romper los pactos, sino por mejorarlos. La democracia consiste, además del sufragio, en respetar las normas que nos dimos y que siguen vigentes. Y respetar las normas incluye no manipular deslealmente la voluntad colectiva para conseguir a cualquier coste un estado de opinión favorable a los objetivos de unos pocos.

Mi amigo recurre luego al argumento del nacionalismo español que, a su juicio, justifica la existencia de un nacionalismo catalán. Pero la equidistancia no siempre es una virtud. Cuando los nacionalistas o quienes los defienden tiran del nacionalismo español para justificar sus posiciones, estan intentando imponer injustamente una equidistancia que no viene al caso. No existe el nacionalismo español desde que murió Blas Piñar. No hay ningún partido que se llame nacionalista español. No tiene prestigio ser españolista. Cualquier atisbo de patriotismo constitucional se tilda de nacionalismo español para desacreditarlo... Así que no acepto que haya ningún agravio hacia Cataluña por parte de un nacionalismo español que existe solo en la calenturienta imaginación de los creadores de opinión catalanistas. Si hubiera nacionalismo español, por ejemplo, ¿no hubiera habido manifestaciones en las calles tras la sentencia del TEDH sobre la doctrina Parot? España es el país menos nacionalista que conozco, y no me parece mal. Por tanto, lo siento pero esa equidistancia no la admito a trámite.

Aquí lo que hay es una serie de nacionalismos periféricos muy agresivos y un estado que peca de tibieza en la defensa del interés común, porque lo que sí creo firmemente es que, aunque la independencia sea quimérica, el eterno y huero debate entre los que la promueven y los que pretenden apaciguarla nos conduce a la irrelevancia como país y perjudica gravemente nuestros intereses, y principalmente los de los catalanes. Urge un gobierno nacional que se tome en serio de una vez por todas la obligación de sentar sólidas bases educativas e institucionales para acabar con el llamado problema catalán, que no es otra cosa que el problema de una clase política catalana reprobable y corrupta en el peor de los sentidos posibles. mallorcadiario.com

21 octubre 2013

Sobre la coherencia

Es sorprendente la actitud de ciertos medios con respecto al partido en el que milito. Los opinadores a que me refiero se dividen en dos grupos: los que se quejan porque UPyD no se parece a lo que a ellos les gustaría que fuera; y los que se empeñan en que UPyD es lo que ellos han decidido que sea, y no lo que UPyD proclama ser cada día con sus palabras y sus hechos.

Entre los primeros destacan aquellos para los que UPyD, si ha de ser digno de su consideración, debería apoyar las políticas del PP, porque si no es que somos tan malvados como los malvados del PSOE e IU. De nada vale que UPyD lleve seis años aportando la única alternativa válida en Educación, ni que sea el único partido que ha luchado hasta el último día por orientar una mala ley como es la LOMCE en el sentido en que menos bajas cause… Los opinadores deciden que el contenido es lo de menos y que aquí de lo que se trata es decir sí o no a la LOMCE, porque si no es que no te defines (aunque lleves seis años definiéndote, solo que no como a ellos les gustaría). Es como en esos juicios de peli americana en los que el imperativo fiscal insta al confundido testigo: “¡Diga solo sí o no!”, como si un juez pudiese prescindir de los matices cuando imparte justicia. Pues eso.

En Mallorca ha sucedido lo mismo: dividida la sociedad más mediática entre partidarios y detractores del TIL (es decir, a fin de cuentas, entre detractores y partidarios de la imposición del catalán como lengua vehicular exclusiva), sigue pendiente un verdadero debate educativo sobre priorización de los contenidos frente a las pamplinas logsianas, evaluación externa, exigencia académica, formación profesional temprana, optimización de recursos o una mejor selección del profesorado. Pero a UPyD se le exige que se ponga a favor o en contra y que olvide su discurso de contenidos para apostar por lo que verdaderamente importa: el color de una camiseta. TIL sí, TIL no. Como si los matices no importaran. O como si les debiéramos algo a estos irresponsables. O como si se tratara de un partido de fútbol y solo cupiese ir con el equipo local o con el visitante. Son las últimas boqueadas del bipartidismo, que embiste antes de morir.

Otros se dedican a clasificar a UPyD y a otorgarle los calificativos más variados. He llegado a leer, dependiendo de quién se sintiese defraudado porque no decíamos lo que él suponía que debíamos decir, que somos la ultraderecha y que somos comunistas; que somos españolistas o que en el fondo somos una especie de criptocatalanistas (juro que me lo han dicho); que somos centralistas, oportunistas y demagógicos. Pero, sobre todo, que somos un partido personalista.

Las últimas andanadas en este sentido coinciden con la promoción de cierto movimiento político de carácter nacional en torno al líder de un pequeño partido catalán. Alborozados, columnistas e informadores de la derecha saludan al joven diputado regional y prevén que esta iniciativa pueda no cuajar debido a que UPyD no quiera participar en ella, dado el carácter personalista de nuestro partido. Es curiosa la doble vara de medir que utilizan algunos cuando acusan a UPyD de personalismo, ignorando la presencia al lado de Rosa Díez de cuatro diputados excelentes, premiados en su primer año de desempeño, por no hablar de nuestros magníficos representantes en Europa, en el Parlamento vasco, en la Junta del Principado de Asturias (donde UPyD está reformando el mapa político pese a disponer de un solo diputado), en la Asamblea de Madrid, en el ayuntamiento de la capital y en muchos otros donde han sido la clave de reformas de calado. Un personalismo que, en cambio, no aprecian en el partido que promocionan, en el que, si prescindiéramos de su líder, no sé si encontraríamos algún ciudadano catalán (no ya del resto de España) que recordase el nombre de su número dos. Tal vez es que confunden el auténtico liderazgo con el personalismo.

Nerviosos parece que están. En realidad, la táctica de utilizar a otros partidos para dividir el voto de UPyD no es nueva; ya les salió mal en anteriores comicios. A los que son ambiciosos y saben que su horizonte político en un partido regional no les llevará mucho más lejos de lo que ya han llegado, les van bien estas operaciones porque, aunque no cosechen rédito electoral, les permiten ser más conocidos en el resto de España, y eso algún día tal vez les vendrá bien cuando pretendan incorporarse a un partido viejo y optar por la política nacional.

Y a sus promotores les iría bien que arañase algún voto a UPyD, puesto que ellos de todos modos van a seguir votando al PP que votaron toda la vida y el principal peligro que en el PP han demostrado considerar a día de hoy no es CiU ni Bildu, sino UPyD. De ahí que ninguneen nuestro partido, tergiversen nuestros mensajes y se apropien de nuestras propuestas; como, por cierto, en el caso de la reciente presentación de la vía verde de Manacor a Artà, un magnífico proyecto… ¡que sale directamente del programa de UPyD para las autonómicas de 2011!, y que está por ver que el Govern Balear vaya a desarrollar más allá del vídeo previo.

Cuando las ambiciones no son personales, sino de Estado, un partido que nació para arrebatar la política de las manos de establishment ha de seguir fiel a sus principios y lejos de pactos espurios y componendas electorales; inmune a las tentaciones y sordo a calificativos y manipulaciones. La hoja de ruta de UPyD está escrita desde 2007, las coyunturas electorales no nos harán apartarnos un ápice de nuestro proyecto de regeneración democrática y los ciudadanos, no lo duden, acabarán apreciando esa coherencia. mallorcadiario.com


14 octubre 2013

12 de octubre

Según parece, el debate soberanista está acabando con todos los consensos posibles en Cataluña. Solo queda por saber el momento en que se dará el de Convergència con Unió ; las alas catalanista y españolista del PSC no se aclaran, por no hablar de las ocurrencias del PP y sus encontronazos consigo mismo… Todos los partidos hegemónicos en la política catalana de los últimos años están perdiendo votos a raudales, lo que beneficia principalmente a partidos extremistas como ERC o la CUP y, en segundo lugar, a la abstención. Un gran favor, por tanto, el que le están haciendo a Cataluña y al resto de España los aventureros que pastorea Artur Mas en su afán de pasar a la historia a costa de cualquier consenso.

Hay otra consecuencia de toda esta sinrazón. La reciente manifestación a favor de la unidad de España en la Plaza de Cataluña con motivo de la fiesta nacional ha alcanzado cifras récord. Por primera vez, ninguna de las estimaciones de participación (me refiero a las serias, no a la de la guardia urbana) baja de las 100.000 almas. Eso teniendo en cuenta que, al contrario de lo que sucede con las manifestaciones nacionalistas, ni existen infinitas subvenciones, ni se fletan autobuses de jubilados, ni se premia a los escolares, ni se da el apoyo de las instituciones ni la atención de la prensa catalana, que prácticamente en su totalidad está vendida al nacionalismo que paga sus facturas con el dinero del contribuyente (del nacionalista y del que no lo es).

¿Qué ha pasado para que los catalanes que no comulgan con el nacionalismo se hayan decidido a manifestar pacífica pero rotundamente su desacuerdo con el credo oficial? ¿Por qué esos millones de catalanes que no son separatistas pero hasta ahora preferían no manifestarse están perdiendo el miedo al oficialismo y gritan cada vez más alto su discrepancia? Seguramente porque el grado de delirio en el debate político catalán está llegando a límites insoportables para cualquier persona razonable, por poca afición que le tenga a las manifestaciones. Pero sobre todo porque la deriva extremista del nacionalismo, convertido ya sin tapujos en separatismo declarado ante la inacción de los sucesivos gobiernos nacionales, está haciendo peligrar la economía y la paz civil en el Principado. Hay que decirlo claramente: antes que cualquier otra cosa, lo que supone el separatismo es un grave peligro para Cataluña.

Y hay que decir más cosas que no se han dicho durante muchos años pero anteayer se empezaron a decir, por ser la fiesta nacional y porque ya hay mucho hastío entre la gente de bien que solo quiere vivir su vida sin que les digan cómo han de pensar. Por ejemplo, que la educación de los jóvenes no puede estar entregada a los enemigos del estado de derecho porque la orientarán en su contra, como ha sucedido, y que, por tanto, debe ser competencia del Estado. Por ejemplo, que las autoridades autonómicas son también Estado en los territorios de su jurisdicción y que, por ello, no solo no están exentas de cumplir la ley, sino que están obligadas a hacerlo. Por ejemplo, que hay mecanismos como la Alta Inspección del Estado y figuras como la inhabilitación para evitar que la representación de los ciudadanos caiga en manos de desaprensivos que gastan los dineros públicos en alentar el odio. Por ejemplo, que hay un artículo de la Constitución votada por los catalanes que permite al Gobierno la suspensión de la autonomía de una región en caso de necesidad, y que no pasaría nada por aplicarlo.

Es hora de decirles a los catalanes muy claramente la verdad: Cataluña no quiere ser independiente, porque hay una mayoría cada vez menos silenciosa que no la desea y porque esa decisión no corresponde a ninguna parte de España, sino al pueblo español en su conjunto. Hay que explicarles que por muchos dineros públicos que se pongan en ello, y por mucho que se insulte a las cien mil personas que anteayer desbordaron el Paseo de Gracia y se las llame fachas, Cataluña nunca va a ser independiente, pero entre tanto gastará energías y recursos en quimeras y en garantizar la frustración de todos, en lugar de gastarlos en el bienestar de los catalanes. Y hay que decirles que todo este proceso ha sido calculado exclusivamente para que los privilegios de una casta política corrupta -la misma que prefiere cerrar hospitales pero se autogarantiza sueldos y pensiones astronómicas- sigan siendo intocables. Hay que recordarles que todas esas monsergas acerca de 1714 y de la opresión castellana son inventadas, y desempolvar los libros que explican cómo durante estos años la opinión pública ha sido manipulada hasta extremos goebbelsianos a través de la prensa, la escuela y la televisión. Es muy necesario decírselo: las opiniones basadas en prejuicios, supersticiones o intereses espurios no son respetables ni justifican nada.

Hay que poner algunos puntos sobre las íes, y quien lo tiene que hacer no es ningún columnista en un digital de provincias. Quien debe hacer estas cosas tan necesarias tiene apellidos gallegos y entre sus actuales obligaciones principales se encuentra la de salvaguardar el estado de derecho y evitarle toda la tensión a que algunos están inútilmente empeñados en someterlo. Es un buen momento para dejar de mirar para otro lado o negociar lo innegociable a espaldas de los ciudadanos. Un líder enfrenta los desafíos con dosis de prudencia y de decisión. El que solo usa la prudencia no es un líder. Me limitaré a señalar que el pasado 12 de octubre, en la Plaza de Cataluña, hubiera sido una ocasión magnífica para que un presidente con liderazgo hubiese puesto esos puntos sobre las íes y la tilde que comparten las palabras “España” y “Cataluña” donde corresponde. mallorcadiario.com.

07 octubre 2013

Un modelo más humano

La Sussex Archaeological Society de Lewes data de 1846. Su cometido es la promoción de los estudios históricos con especial referencia al área en la que actúa. A día de hoy es responsable del mantenimiento y de la encomiable gestión de un palacio de época romana, un castillo normando del siglo XI, un monasterio del siglo XIII, una casa-museo del siglo XV, un cottage del mismo siglo que perteneció a Enrique VIII y a otros royals de la época Tudor, la casa en la que vivió su retiro una de las exesposas de aquel rey, Ana de Cleves, un museo arqueológico, un museo de historia marítima… Además, la SAS publica una revista científica y mantiene una biblioteca para investigadores, todo lo cual en absoluto agota las actividades a las que se dedica. Hay que recalcar que, desde su fundación, esta organización no gubernamental o charity se ha sostenido al cien por cien gracias a las aportaciones económicas y el trabajo voluntario de sus socios y a la explotación de algunas de sus propiedades; por ejemplo, mediante el alquiler de algunos de los espacios que gestiona para banquetes, bodas y otros eventos.

Estamos hablando de una organización que recibe inversión pública por valor de cero libras esterlinas. Lo mismo se podría decir de la infinidad de organizaciones no gubernamentales que por todo el Reino Unido se ocupan del patrimonio histórico y artístico local, el estudio o la protección de las aves, la fauna o la flora, la solidaridad con los desfavorecidos del barrio, la educación complementaria y otros muchos terrenos que se caracterizan por la ausencia de rentabilidad comercial directa. Aunque no fuera un anglófilo declarado, nunca podría dejar de manifestar admiración por una sociedad que, sin exacción por parte de la autoridad e independientemente de la cualificación académica o la ocupación de cada cual, dedica una buena parte de sus ingresos privados y de su tiempo personal a colaborar en la preservación de un palacio del siglo XVI; o en la catalogación de aves en peligro de extinción; o en detener el tráfico a las horas de entrada y salida del cole de su barrio. Son muchos los ciudadanos británicos –innumerables, en comparación con España- que desinteresadamente invierten su energía en formarse y trabajar para proteger y mantener a disposición de todos el patrimonio que a todos pertenece o para hacer más posible una convivencia justa.

Algo así sería impensable en España. Todos sabemos que en nuestro país, y salvando la alabanza a la que algunos se hacen acreedores, gran parte de las OONNGG han vivido durante los años de la burbuja casi totalmente de las subvenciones (hasta el punto de que a veces se han creado con el único objetivo de recabarlas y garantizar ciertos ingresos a las personas indicadas, cuando no, por desgracia, para desviarlos vergonzosamente como parece que ha sucedido en Valencia). También sabemos que la solidaridad en España se ha entendido demasiadas veces como turismo de aventura, pero no tantas con gestionar los problemas del vecino. Nos consta –la gran mayoría de los españoles están convencidos de que es así- que el mantenimiento de todo lo que tenga que ver con la cultura es una obligación de los poderes públicos, porque “la cultura no es rentable” y nadie más se va a ocupar de ella. Y tenemos la evidencia de que los españoles son poco proclives a gastar el dinero que cuestan un par de cubatas la noche de un viernes en pagar la cuota de una asociación solidaria, un partido político, un sindicato o una sociedad cultural de la que no esperemos algún tipo de compensación a corto o medio o plazo.

Si me declaro anglófilo es debido a cosas como esta. Los británicos demuestran todos los días que la cultura sí es rentable, que la solidaridad empieza por la propia comunidad y que las cosas que nos interesan no tienen por qué depender siempre del maná público. Pero también es cierto que la presión fiscal media que soportan no tiene nada que ver con la española, cuyos tipos impositivos solo son superados por Bélgica, Dinamarca, Francia y Suecia; que los servicios que a cambio reciben son muy completos; y que la burocracia a que están sometidos sus ciudadanos y empresas es infinitamente menor, por lo que el dinamismo de su economía es otro. Por supuesto que en España tenemos mucho más sol y se come mucho mejor… Pero ya va siendo hora de que miremos otros modelos de sociedad si es que queremos salir del agujero histórico en el que nos encontramos, y una sociedad en la que el estado aprieta poco al ciudadano, le da los servicios esenciales de manera eficaz y le deja margen para que emprenda iniciativas privadas muy importantes para la solidaridad y para la gestión de lo que es de todos, me parece un modelo más humano y muy aprovechable. Si quieren saber mi opinión, esto es algo que también se puede cultivar en las escuelas...

Pero ahora sigamos ocupándonos de las lenguas propias. mallorcadiario.com