30 junio 2014

Pactos

La publicación del último sondeo del Instituto Balear de Estudios Sociales ha alborotado la escena política balear. En el panorama parlamentario que presenta tras las próximas elecciones autonómicas encuentro tres características principales: prolonga la tendencia atomizadora observada en los recientes comicios europeos; certifica, de esa manera, el fin de la hegemonía bipartidista que conocíamos, ya que tanto el PP como el PSOE pierden numerosos votos y escaños; y, por último, hace depender la mayoría de gobierno de una combinación en este momento indefinible de pequeñas fuerzas políticas: Més, Podemos, Izquierda Unida, UPyD, el PI y Gent per Formentera.

Aparentemente la vida parlamentaria balear a partir de 2015 será más complicada pero, al mismo tiempo, mucho más entretenida. En el debate parlamentario se observarán, así, las cualidades de cada fuerza y su potencia real de pegada política, lejos de la mera propaganda. Y de un debate más plural surgirán por fuerza leyes más representativas. El miedo a la inestabilidad, que agitan siempre los mayoritarios para disuadir al votante del partido aspirante, no va a cuajar esta vez, porque una parte cada vez mayor del electorado ya no puede percibir mayor fuente de inestabilidad que la permanencia del PP y el PSOE a la cabeza de las instituciones. Se viene demostrando.

Siempre que se publican sondeos aparecen, inmediatamente, reflexiones sobre pactos. Que si estos han de pactar con aquellos, que si Fulano nunca debería pactar con Mengano… Pocas reflexiones, en cambio, sobre programas, propuestas concretas y posibilidades reales de acuerdo, más allá de etiquetas cada vez menos operativas. Ante las noticias que dan a UPyD dos diputados en el Parlament de les Illes y nombran a este partido entre las formaciones “decisivas” con las que unos u otros deberán pactar, queremos dejar clara nuestra posición: Unión Progreso y Democracia, mientras sea un partido minoritario, solo se sentirá obligada a pactar con otros partidos si estos ofrecen medidas concretas de gobierno. No otorgaremos carta blanca a cambio de consejerías ni pedacitos de presupuesto; pactaremos reformas concretas de regeneración democrática y con plazo estricto de ejecución. De no haber acuerdo, entendemos que la responsabilidad de gobernar es de las fuerzas mayoritarias y, por tanto, la de no alcanzar acuerdos útiles lo será también de ellas.

Tenemos la experiencia asturiana, donde permitimos la investidura de un partido al que dejamos de apoyar tan pronto como incumplió sus promesas. También sabemos que una posibilidad cada vez más próxima, en su objetivo compartido de preservar el régimen bipartidista y los privilegios de los políticos, puede ser un gobierno de coalición PP-PSOE. Ya es así en Asturias, donde el PSOE gobierna apoyado por el PP desde su ruptura con UPyD; y en Andalucía, donde PP y PSOE han votado juntos contra la iniciativa legislativa popular defendida por UPyD en aquel Parlamento para una justa reforma electoral. Por no hablar del Parlamento Europeo, donde, tras una campaña en que el PSOE se esforzó por proponer el “cambio hacia una política no de derechas”, finalmente vota al candidato popular, Juncker, para la presidencia de la Comisión y el consiguiente reparto de asientos entre socialistas y populares. Sabemos que lo que los une es más que lo que los separa, pero de eso también se tendrán que hacer responsables ante los ciudadanos. Y los ciudadanos ya los tienen muy conocidos.

Por nuestra parte, volvemos a ratificarnos en nuestro único compromiso: la defensa de los intereses de los ciudadanos y el cumplimiento de nuestro programa. En estos términos, y no en otros, podrá haber pactos con UPyD. mallorcadiario.com.

 

23 junio 2014

La República: cuatro petisuís de chocolate

Con el asunto monarquía-república, el debate político español ha descendido a niveles de Preescolar. Es frecuente escuchar cosas tan simples como que “la monarquía es una institución medieval”, que “al Rey lo impuso Franco” o, alegada la existencia de una Constitución democrática, aquello de “pero yo no voté la Constitución”. Por no hablar de los populares mantras “tener Rey no sirve para nada” o “es que nos salen muy caros”.

No es cierto que la monarquía no sea democrática. No sería democrático que no eligiéramos a quien nos gobierna, pero el Rey no nos gobierna. De la misma manera que no elegimos cada cuatro años los colores de la bandera, el himno nacional o el trazado de nuestras fronteras, que son importantes elementos simbólicos y fácticos en la configuración de nuestro estado, tampoco es necesario que sometamos a referéndum la forma de la jefatura de Estado, una magistratura que no tiene nada que ver con ninguno de los tres poderes en que desde Montesquieu sabemos se basa una organización política.

Antes de toda democracia hubo, sí, una dictadura o un régimen absolutista, pero en la monarquía española (como en la sueca, como en la canadiense) no hay imposición de régimen totalitario alguno, sino una Constitución votada por todos los españoles en 1978 que le presta una legitimidad completa. Imposición antidemocrática sería, precisamente, ignorar lo que dice la Constitución. La monarquía no es una institución medieval, aunque tenga raíces milenarias, por el mismo motivo por el que viajar en tren no es propio del siglo XIX, usar ordenadores no es una práctica de los años cincuenta o nos sigue siendo útil la división del año en meses que estableció Julio César hace dos mil años. La monarquía de Suazilandia nos indigna, pero la noruega representa una nación próspera y con índices de libertad envidiables (siete de los diez países reconocidos como los más democráticos del mundo, por cierto, son monarquías). La vigencia de la monarquía se actualiza en cada proceso constituyente, y para que una constitución nos vincule no hace falta que cada vez que alguien cumple 18 años sometamos todo a referéndum: ahí están los americanos, con una Constitución de 1789 que nadie vivo ha votado pero con la que todos los norteamericanos se sienten felizmente comprometidos. La continuidad de una nación y de sus instituciones no depende de cada voluntad individual, sino de la suma consensuada de todas; y solo en los momentos constituyentes, no cada día de nuestras vidas.

Tampoco es cierto que el Rey no valga para nada: vale para lo mismo –funciones representativas, simbólicas y arbitrales– que el presidente de una república parlamentaria; o más, porque un rey sí está al margen de la lucha partidaria y de las rivalidades territoriales, lo cual, a mi juicio, supone una gran ventaja. Ni es cierto que nos cueste mucho dinero: los gastos de la Casa del Rey y los gastos ministeriales asociables son en España mucho más modestos que los de la presidencia de la República Federal Alemana.

Dicho todo esto, por supuesto que hay que pulir el modelo monárquico y, también, reformar la Constitución. El nuevo Rey, Felipe VI, ha asegurado en su discurso de proclamación haber entendido las necesidades de regeneración de nuestro régimen y de la misma institución monárquica. Conviene que el Congreso tramite una Ley de Sucesión que impida cierta improvisación que ha presidido el reciente relevo. Es imprescindible, sobre todo, que la transparencia en la gestión que exigimos en todos los ámbitos de las administraciones sea aplicada también a la Casa del Rey. Es necesario, también, reformar la Constitución para acabar con el anacronismo –impropio de una sociedad respetuosa de la igualdad sexual como es la española– de la preeminencia del varón sobre la hembra en el mismo grado de la sucesión a la Corona.

Habrá que reformar la Constitución de 1978, sí, pero por el cauce legal (ya que sin estado de derecho, con rey o sin rey, no hay democracia) y atendiendo a nuestros problemas reales: no precisamente para abrir el melón monarquía/república, sino porque, en pocas palabras, es necesario fortalecer el modelo de estado y garantizar la separación de poderes. Pese a los argumentos infantiles y las consignas irresponsables agitadas por algunos partidos de izquierda, el peligro para nuestras libertades no está en que haya Rey, sino en que los partidos políticos invaden espacios que no les corresponden y, en general, en el sectarismo. En la pobre separación de poderes que aqueja a nuestra régimen. En la inoperancia de un sistema autonómico concebido como cauce para la rivalidad y no para la colaboración. En todo lo que impide que salgamos a flote en estos momentos. El pensamiento republicano es más que digno, pero agitar la bandera republicana para adquirir notoriedad es una manipulación.

Da vergüenza ajena escuchar a algunos clamar por la República mientras han participado en el expolio de las cajas de ahorro, participan en el reparto del Poder Judicial, se niegan a revisar los 10.000 aforamientos de los políticos, se bajan a duras penas de los coches oficiales e impiden –contra lo prometido en su programa– que los andaluces mejoren su participación democrática mediante una reforma electoral que mejora la calidad de la representación política. Me recuerdan a mis hijos cuando protestan porque hay coliflor de cena: “no hay derecho”, dicen, “es injusto”; pero se comerían cuatro petisuís de chocolate de postre si les dejara. La diferencia es que mis hijos tienen 11 y 9 años y es natural que su noción de lo que es justo y de lo que es necesario esté un poco verde.

No hay ni que decir que al final se comen la coliflor y, de postre, solo un petisuís de chocolate. Y eso después de una buena pieza de fruta. mallorcadiario.com.

 

16 junio 2014

Un paso al frente

El Ejército de Tierra quiere acabar con la carrera del teniente de complemento Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido. El oficial, al que por su segundo apellido supongo descendiente del fundador de El Aaiún, ha publicado una novela que, bajo el título Un paso al frente, contiene la descripción nada halagüeña de un ejército corrupto en el que prácticas delictivas y abusos de poder están a la orden del día y se cierra con la polémica carta de un personaje al ministro de Defensa. El Ejército ha abierto un expediente que puede culminar con cuatro meses de arresto y la expulsión del Ejército por la presunta comisión de un acto gravemente contrario a la dignidad militar.

Uno es de los que todavía hicieron la mili y, si para algo puede servir, puedo testificar que la realidad que pinta Un paso al frente a mediados de los años 90 era plenamente actual. Doy fe de que cierto sargento de mi compañía afanaba con gran descaro los mejores alimentos que llegaban al cuartel: los mismos soldados destinados en cocina se ocupaban de cargarle el maletero del coche a plena luz del día con cajas de las gambas o las chuletas que ya no iban a catar. Doy fe igualmente de que cierto oficial temporalmente asignado a aquella agrupación logística se embriagaba metódicamente en todas y cada una de sus guardias, hecho que no parece que contribuyese positivamente a la seguridad del cuartel durante las largas noches del verano canario. También puedo recordar las ocasiones en que los soldados de reemplazo trabajamos como obreros no cualificados (y, por supuesto, no remunerados ni asegurados) cada vez que algún oficial hacía obra de reforma o necesitaba pintar la fachada en su residencia particular.

Con todo, la conclusión más triste que extraje de mi servicio militar es que, a su término tres trimestres más tarde, yo no había aprendido nada que sirviera para defender mejor la Patria. No se me inculcó ninguna virtud, pero tampoco aprendí a manejar correctamente un CETME, ni a sobrevivir en el Atlas marroquí con una mochila cargada de granadas, ni a gestionar una operación de municionamiento, por decir algo. El enorme dineral que el Estado se gastó en aquel año de 1994 en hacernos pasar por una de sus agrupaciones de apoyo logístico a mí y a otros cientos de compañeros no sirvió para nada ni en mi caso ni en el de ellos. Al menos sirvió para costear cenas privadas en casa del sargento. El ejército que yo viví era una rueda gigantesca que rodaba por mera inercia con las yantas agrietadas, los neumáticos deshinchados y rumbo a ninguna parte.

Ignoro lo que puede haber cambiado de entonces acá. Entonces también existían, como ahora, militares de enorme profesionalidad, equiparable a la de los mejores profesionales de la sociedad civil, que permitían afirmar que aquel ya no era el ejército de Franco, por mucho que todavía le quedase mucho para homologarse con los de nuestros aliados en la OTAN. Conozco oficiales magníficos, que se dejan la piel y someten a su familia a costosos sacrificios por servir a su país sin protestar jamás por las injusticias y las desconsideraciones de los políticos (que no las proclamen no quiere decir que no las sufran), militares que han superado ciclos de formación muy exigentes y que dirigirían una gran empresa con la misma destreza con que capitanean una compañía. Pero junto a esos profesionales siguen conviviendo chusqueros mediocres que podrían protagonizar una de Torrente, oficiales embrutecidos por el mando irreflexivo, el alcohol, las drogas, las putas o todo ello junto, que hacen del Ejército el submundo opaco y corrupto que denuncia el teniente Segura en su novela.

Como la libertad de creación aún existe en España, si Segura es expulsado del Ejército y decide recurrir, el Tribunal Supremo anulará con toda seguridad una sanción basada en las declaraciones de un personaje de novela. Con Un paso al frente, Defensa haría bien en dar un paso atrás y, en lugar de mirar el dedo que señala la Luna, reparar en las imperfecciones que presenta el satélite e intentar corregirlas. España se merece un Ejército del que pueda sentirse orgullosa, que defienda con la máxima profesionalidad y absoluta transparencia en la gestión los valores de la sociedad a la que sirve y que nunca pueda ser identificado con la persecución de las ideas. Ya lo saben: el mensajero nunca tiene la culpa. mallorcadiario.com.

09 junio 2014

O liberales o excéntricos

Cuando el sábado pasado Rosa Díez anunció en el Consejo Político de UPyD, poco antes de dar la noticia a la prensa, que UPyD se integra finalmente en el grupo parlamentario ALDE (el de los liberal-demócratas en el Parlamento europeo) a cambio de su compromiso con la integridad territorial de los estados miembros, una ovación llenó el salón de actos del Ayre Colón de Madrid.

Durante la campaña europea habían sido insistentes las llamadas a definirse: ¿en qué grupo parlamentario se integraría UPyD? ¿Había algún compromiso cerrado? ¿Negociaciones? El candidato liberal progresista, Francisco Sosa Wagner, como todos los que componíamos su lista, tuvo que contestar una y otra vez que nosotros no damos cheques en blanco y que no nos interesa la política de etiquetas. Que primero queríamos saber qué compromisos podíamos obtener de ALDE a cambio de sumar nuestros diputados a su grupo y, después, llegaríamos a acuerdos con contenidos concretos. Algunos (interesadamente) interpretaban este principio lógico de la negociación como indefinición rechazable. Otros, incluso, bromeaban con que, en el fondo, los de UPyD éramos unos apestados políticos a los que ningún grupo parlamentario decente querría aproximarse. Esto lo decían, claro, nuestros nacionalistas periféricos.

Lo cierto es que, ya mucho antes de la campaña, UPyD había recibido solicitudes de por parte de más de un grupo. El más insistente fue, sin duda, ALDE, en cuyo seno se encontraban hasta entonces los representantes de CiU y el PNV. Los liberales europeos deseaban incorporar a su grupo una alternativa española de carácter nacional, lejana al folclorismo político y a la permanente confrontación antiespañola y antieuropea que encarnan los separatismos catalán y vasco. Antes, durante y después de la campaña, representantes de ALDE viajaron a Madrid para intentar lograr un compromiso de integración de UPyD. La respuesta siempre fue la misma: después de las elecciones hablaremos, y cualquier acuerdo pasará por la defensa de la integridad y de la unidad de los estados miembros de la Unión Europea contra cualquier populismo centrífugo.

Rematadas las elecciones y echadas las cuentas, ALDE propuso a UPyD un documento que hubo de ser corregido hasta tres veces antes de cumplir con las condiciones requeridas por nuestro partido. Alcanzado el acuerdo, UPyD se integra en ALDE y los liberales europeos se comprometen explícitamente a defender “la integridad territorial de los Estados en los términos establecidos en sus respectivos órdenes constitucionales”. No ha sido el gobierno de la Nación, ni el grupo popular, ni el socialista, no; una vez más ha tenido que llegar UPyD a una institución para que esta se pronuncie explícitamente en favor de lo obvio: del estado de derecho y de los principios integradores que conformaron la Unión Europea. ¿Se acuerdan de aquello del voto útil, aquello de “hay que votar a los partidos grandes que son los únicos que pueden hacer política grande”…? Pues UPyD ya ha empezado a hacer política incluso antes de empezar el curso. Política de la grande, de la que nunca han hecho otros: defendiendo los intereses reales de todos los ciudadanos.

Ahora, CiU y el PNV deben decidir si se van a integrar o no en un grupo cuya declaración habla de la unidad de España y, por lo tanto, asumirla o buscar un grupo más conforme con sus excentricidades. En la vida hay que elegir. mallorcadiario.com.

04 junio 2014

Los miserables

Lo primero en que pensé fue cómo la abdicación repercutiría en los asuntos de España. En cuanto a la intención del Rey, no me cupieron dudas. En uno de los pocos actos en que aún es verdaderamente soberano –el de renunciar al trono–, el monarca ha escogido las circunstancias más beneficiosas: el momento mejor para favorecer la recuperación del prestigio de la institución monárquica, mejor para eludir la interferencia con procesos electorales, mejor porque hay estabilidad parlamentaria y, en definitiva, mejor para los intereses de la nación, cuyas instituciones requieren hoy una regeneración honda y creíble. El relevo del titular la Corona, por el carácter eminentemente simbólico de la Monarquía, invita al resto de las instituciones a renovarse con credibilidad y sin salirse de la normalidad que supone –echemos un vistazo al entorno de las monarquías europeas– la abdicación de un monarca provecto.

A continuación pensé en Don Juan Carlos. A lo largo de su reinado su reputación ha conocido tiempos mejores; sin embargo, hoy, un día seguramente emocionante para el Rey y su familia, nada me parece peor que la orgullosa ingratitud de algunos hacia quien rescató a todos los españoles de las garras del Movimiento Nacional, primero, y de la letal combinación de golpismo y terrorismo en 1981.

Hoy, algún descerebrado con nombre y siglas saca una bandera preconstitucional al balcón del ayuntamiento de Palma. Se ha convocado una manifestación en cada plaza de España para pedir el retorno de la República. Twitter hierve de tosquedad antimonárquica. Uno, que no es amigo del plebiscitarismo, no ve en estas manifestaciones presuntamente populares otra cosa que agitprop: nada positivo que defender, pero sí la posibilidad para algunos de pescar en río revuelto a costa de la honorabilidad del hombre sin cuyo concurso jamás habrían disfrutado de sus libertades… Amo la discrepancia, respeto la fe republicana e incluso me he acostumbrado a vivir con que, en el discurso de algunos, una deplorable mezcla de ignorancia y romanticismo tome el lugar de la razón y del sentido de la oportunidad; pero detesto la ingratitud y no puedo perdonar el insulto a mansalva desde el calor de la manada.

El monarca oye, calla como siempre y, permanentemente al servicio de quienes gratuitamente lo agravian, no dudaría en recuperar para ellos la libertad de hacerlo si otra asonada la pusiera en peligro. Entrega el trono a su sucesor constitucional porque es el momento, pero su nombre queda para la historia. A cambio, hemos de soportar que los miserables disfruten de sus cinco mezquinos minutos sobre el escenario. El Mundo-El Día de Baleares.

02 junio 2014

Gracias por todo, Señor

Los motivos de la abdicación de S.M. el Rey Don Juan Carlos están dichos en su discurso de despedida. Cabe especular sobre su salud, su cansancio, la necesidad de evitar la erosión aparejada a un ulterior empeoramiento de la situación procesal de Cristina de Borbón… Pero yo me quedo con los motivos aducidos por el monarca.

Alegar el servicio a España parece una declaración puramente institucional, exigida por la formalidad del caso. Sin embargo, la experiencia de 39 años de un reinado lleno de sentido común nos indica que es así: el Rey ha escogido el momento que le ha parecido mejor para favorecer la recuperación del prestigio de la Corona, mejor para eludir la interferencia con procesos electorales, mejor porque hay estabilidad parlamentaria y mejor, en definitiva, para los intereses de España, cuyas instituciones requieren hoy una regeneración honda y creíble. El relevo en la Corona, por el carácter eminentemente simbólico de la Monarquía, invita al resto de las instituciones a renovarse con credibilidad y sin salirse de la normalidad que supone –echemos un vistazo al entorno de las monarquías europeas– la abdicación de un monarca provecto.

Está por ver el desempeño de Don Felipe: por su formación, la mejor de un príncipe español en toda la historia, estoy seguro de que se acreditará como un buen jefe de estado, más flexible y acorde con los tiempos que un don Juan Carlos casi octogenario. Lo que sí podemos ya juzgar es la trayectoria del monarca que se va: convocó a un puñado de hombres comprometidos con las libertades y con el consenso y, junto a ellos, devolvió a España la democracia en 1978. Volvió a rescatarla de las garras del golpismo en 1981. Fue el mejor embajador de España y, con una paleta y el cemento de la Monarquía, propició el período de paz y prosperidad más prolongado que ha conocido nuestra nación desde 1800, y el único de verdadera calidad democrática de toda nuestra historia. Le debemos nuestras libertades. El deterioro de las instituciones democráticas con que concluyen estas casi cuatro décadas, no obstante, hace necesarios cambios profundos, y nada significa mejor esa necesidad que un relevo institucional al máximo nivel.

Se trata del último servicio del Rey, entre cuyos defectos está acreditado que no figura el egoísmo, y que nunca ha echado en saco roto el consejo que le diera Juan III al final del acto en que, a su vez, abdicaba en su hijo sus derechos, allá por 1977: “Majestad: por España, todo por España”. Felipe VI será rey a partir de esta hora, pero sería profundamente ingrato olvidar los servicios de Juan Carlos I a la causa de la democracia. Yo no lo haré. mallorcadiario.com.