Cuando en UPyD proponemos la fusión de
municipios, tal vez algunos no nos entienden, pero seguro que hay otros que no
nos quieren entender. Algunos critican la idea porque “nuestros municipios
forman parte de nuestra identidad”; los peor intencionados cultivan esa idea
apocalíptica de la desaparición de sus pueblos, sugiriendo tal vez una
soviética deportación en masa de sus habitantes a nuevos centros de población
de diseño y la voladura de sus viejas iglesias… Pero nada más lejos de la
realidad.
En realidad, fusionar municipios no
cambiaría nada en el día a día de sus habitantes, salvo por el hecho de que
recibirían mejores servicios a mejor precio. Las diferentes localidades
seguirían existiendo como a día de hoy, los dimonis seguirían regresando
cada año del subsuelo la víspera de Sant Antoni, las fiestas patronales
continuarían cayendo en los mismos días que hasta ahora y los mozos, año tras
año, cortejarían a las mozas en los mismos lugares y a la luz de la misma luna…
La identidad, el gran pretexto que los más retrógrados esgrimen para que
nada cambie, no depende de cosas tan prosaicas como en qué local nos extienden
los certificados de empadronamiento o qué funcionario gestiona nuestras tasas.
Una medida que ha sido tomada en gran parte
de Europa ya hace muchas décadas no puede ir tan desencaminada. El mapa de los
municipios españoles fue diseñado en el siglo XIX, basándose en la distribución
parroquial de la época, y desde entonces, pese a las enormes transformaciones
que lógicamente se han sucedido a lo largo de dos siglos en el terreno
urbanístico y demográfico, apenas ha variado. Solo hay excepciones en dos
sentidos: para subdividir municipios que ya eran pequeños en
municipios diminutos, con el único fin de favorecer el caciquismo local; y, en
el buen sentido, para fusionar entidades locales aledañas a grandes capitales
para dotar a sus habitantes de servicios y transportes dignos, equiparables a
los de sus vecinos -es el caso, desde los años 50, de antiguos municipios como
Canillas, Fuencarral, Hortaleza o Barajas, hoy felizmente integrados en Madrid
con un sobresaliente incremento de su calidad de vida.
Eso que algunos llaman identidad,
pero que a veces no es más que inmovilismo, no puede ser utilizado para
mantener transportes más caros, servicios de recogida de basura ineficientes o
ayuntamientos inoperantes. Que pretendamos hacer servir la misma estructura
administrativa -el municipio- para núcleos poblacionales que apenas alcanzan
unos centenares de habitantes y para otros que superan el millón de almas no
tiene ninguna explicación práctica. La prueba de que nuestros actuales
micromunicipios no son suficientes es que llevamos décadas ensayando
-infructuosamente, dada la cortedad de miras y el sectarismo de algunos
políticos locales- el parche de las mancomunidades, sumando una administración
más -y no elegida democráticamente- a las ya existentes, con el consiguiente
gasto, y dejando su funcionamiento al albur de la voluntad coyuntural de acuerdo
de unos y otros. Estudios solventes establecen -salvando particularidades
especiales justificables por la demografía, la geografía física, los
transportes, etc.- que el tamaño idóneo para un pequeño municipio en España
gira en torno a los 20.000 habitantes. Reducir el número de municipios de
acuerdo con ese criterio y mediante la fusión de los más próximos y
compatibles, con la disminución del gasto corriente, las economías de escala y
las mejoras en la gestión que llevaría aparejadas, supondría un ahorro anual de
nada menos que 16.000 millones de euros, que podrían ser invertidos en una
gestión racional de las infraestructuras.
Ninguna identidad resulta menoscabada por
el ahorro de 16.000 millones, aunque así pretendan hacérnoslo creer algunos que
seguramente sí se verían desalojados de una administración local más racional.
Y por esto no querrán pasar los partidos viejos, aun a costa de perpetuar un
mapa local excéntrico en términos europeos y perfectamente dañino para los
intereses de los administrados. mallorcadiario.com.
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