16 junio 2014

Un paso al frente

El Ejército de Tierra quiere acabar con la carrera del teniente de complemento Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido. El oficial, al que por su segundo apellido supongo descendiente del fundador de El Aaiún, ha publicado una novela que, bajo el título Un paso al frente, contiene la descripción nada halagüeña de un ejército corrupto en el que prácticas delictivas y abusos de poder están a la orden del día y se cierra con la polémica carta de un personaje al ministro de Defensa. El Ejército ha abierto un expediente que puede culminar con cuatro meses de arresto y la expulsión del Ejército por la presunta comisión de un acto gravemente contrario a la dignidad militar.

Uno es de los que todavía hicieron la mili y, si para algo puede servir, puedo testificar que la realidad que pinta Un paso al frente a mediados de los años 90 era plenamente actual. Doy fe de que cierto sargento de mi compañía afanaba con gran descaro los mejores alimentos que llegaban al cuartel: los mismos soldados destinados en cocina se ocupaban de cargarle el maletero del coche a plena luz del día con cajas de las gambas o las chuletas que ya no iban a catar. Doy fe igualmente de que cierto oficial temporalmente asignado a aquella agrupación logística se embriagaba metódicamente en todas y cada una de sus guardias, hecho que no parece que contribuyese positivamente a la seguridad del cuartel durante las largas noches del verano canario. También puedo recordar las ocasiones en que los soldados de reemplazo trabajamos como obreros no cualificados (y, por supuesto, no remunerados ni asegurados) cada vez que algún oficial hacía obra de reforma o necesitaba pintar la fachada en su residencia particular.

Con todo, la conclusión más triste que extraje de mi servicio militar es que, a su término tres trimestres más tarde, yo no había aprendido nada que sirviera para defender mejor la Patria. No se me inculcó ninguna virtud, pero tampoco aprendí a manejar correctamente un CETME, ni a sobrevivir en el Atlas marroquí con una mochila cargada de granadas, ni a gestionar una operación de municionamiento, por decir algo. El enorme dineral que el Estado se gastó en aquel año de 1994 en hacernos pasar por una de sus agrupaciones de apoyo logístico a mí y a otros cientos de compañeros no sirvió para nada ni en mi caso ni en el de ellos. Al menos sirvió para costear cenas privadas en casa del sargento. El ejército que yo viví era una rueda gigantesca que rodaba por mera inercia con las yantas agrietadas, los neumáticos deshinchados y rumbo a ninguna parte.

Ignoro lo que puede haber cambiado de entonces acá. Entonces también existían, como ahora, militares de enorme profesionalidad, equiparable a la de los mejores profesionales de la sociedad civil, que permitían afirmar que aquel ya no era el ejército de Franco, por mucho que todavía le quedase mucho para homologarse con los de nuestros aliados en la OTAN. Conozco oficiales magníficos, que se dejan la piel y someten a su familia a costosos sacrificios por servir a su país sin protestar jamás por las injusticias y las desconsideraciones de los políticos (que no las proclamen no quiere decir que no las sufran), militares que han superado ciclos de formación muy exigentes y que dirigirían una gran empresa con la misma destreza con que capitanean una compañía. Pero junto a esos profesionales siguen conviviendo chusqueros mediocres que podrían protagonizar una de Torrente, oficiales embrutecidos por el mando irreflexivo, el alcohol, las drogas, las putas o todo ello junto, que hacen del Ejército el submundo opaco y corrupto que denuncia el teniente Segura en su novela.

Como la libertad de creación aún existe en España, si Segura es expulsado del Ejército y decide recurrir, el Tribunal Supremo anulará con toda seguridad una sanción basada en las declaraciones de un personaje de novela. Con Un paso al frente, Defensa haría bien en dar un paso atrás y, en lugar de mirar el dedo que señala la Luna, reparar en las imperfecciones que presenta el satélite e intentar corregirlas. España se merece un Ejército del que pueda sentirse orgullosa, que defienda con la máxima profesionalidad y absoluta transparencia en la gestión los valores de la sociedad a la que sirve y que nunca pueda ser identificado con la persecución de las ideas. Ya lo saben: el mensajero nunca tiene la culpa. mallorcadiario.com.

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