26 junio 2008

Contra el totalitarismo, la lengua común

Hay una tendencia clara a confundir la defensa de ciertos principios con el "nacionalismo español". Con una violencia mucho menor, pero con un nivel de sectarismo perfectamente similar al del nacionalcatolicismo de hace cuarenta años, muchos nacionalistas periféricos se consideran autorizados para anular toda una serie de razonamientos de un plumazo verbal: los adjetivos facha o franquista, lanzados como argumentos definitivos sin necesidad de ulteriores argumentos. Qué fácil y qué bonito es estar en posesión de la verdad oficial.

Así sucede cuando, tras colgar en mi blog el texto del Manifiesto por la lengua común recientemente publicado por una serie de intelectuales de enorme prestigio (éstos sí lo son, y no aquellos intelectuales de pacotilla del "No a la guerra" y del "Sí al canon digital"), aparece un comentarista que firma Francisco Franco Bahamonde y nos anima: "Adelante, camaradas". La disparatada comparación de Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Fernando Sosa Wagner con Francisco Franco -idéntica a la que se hizo de los directivos de Air Berlin con Adolf Hitler- en absoluto puede deducirse del texto de este manifiesto, sino de los prejuicios desde los que algunos abordan el mismo. De un texto como éste, que no habla de patrias ni de esencias, sino de algo tan puramente natural como el ejercicio de los derechos y libertades y de ciudadanía responsable, sólo alguien que no entiende lo que lee o que gusta de tergiversarlo podría deducir similitudes con el franquismo. Lo cual me proporciona una razón más para no ser nacionalista: el nacionalismo en dosis elevadas parece desconectar las neuronas.

Tengo que insistir porque otro comentarista vuelve a ignorar olímpicamente el contenido del Manifiesto para desmentir con cierto sarcasmo que el castellano esté "amenazado en Baleares", cuando en ningún lugar del manifiesto ni de mi breve introducción se puede leer que el castellano esté amenazado en Baleares. ¿Realmente no saben leer o es que las orejeras nacionalistas se lo impiden? El castellano no está amenazado ni en Baleares ni en ninguna otra región bilingüe de España, y desconocería la realidad quien lo afirmase; sí lo están, en cambio, y en todas ellas, los derechos individuales y personalísimos de los ciudadanos castellanohablantes. Y es que el castellano, como el catalán, no tiene derechos, pero sus hablantes, mal que a algunos les pese, sí.

Si un catalanohablante puede optar a una plaza de jardinero o de catedrático en Murcia, pero un murciano no puede optar a lo mismo en Sabadell porque no habla la lengua cooficial, no tienen los mismos derechos. Si un gallego puede ser médico o bedel en Badajoz pero un pacense no puede serlo en Vigo porque le falta el gallego, no tienen los mismos derechos. Si un mallorquín puede elegir el catalán como lengua vehicular de la enseñanza de sus hijos y otro mallorquín no puede escoger el castellano, no tienen los mismos derechos. Si un contribuyente recibe las resoluciones de la administración que afectan a sus derechos y obligaciones en su lengua mientras otro las recibe en una lengua que desconoce o conoce peor, lo que le obliga a permanecer relativamente indefenso ante la administración, contratar un traductor o añadirle a todo el engorro el trámite de pedir la resolución en su lengua, pues, señor mío, no tienen los mismos derechos. Si a uno se le enseña que su lengua es una lengua de cultura y prestigio social y que le abrirá las puertas de la administración, del empleo y de la buena vida, mientras que a otro se le enseña que su lengua no es apta ni para hablarla en el recreo, que es una lengua de killos y no le reportará ningún beneficio aprenderla con esmero, el castellano no desaparacerá, no, pero ese castellanohablante se convertirá en un ciudadano de segunda, gracias a los nacionalistas y en beneficio de los caciques locales.

Así que bienvenido sea ese Manifiesto, que tanta falta hacía. Cuando algunos argumentan que el conflicto lingüístico realmente no preocupa a los ciudadanos y que, por tanto, no es un problema, creen saber más que los politicastros locales y sus comisarias lingüísticas: ¿creen de verdad que gente tan aparentemente preocupada por el control de la sociedad (y de sus recursos) invertiría enormes presupuestos en normalizaciones, inmersiones y campañas majaderas sólo por capricho? ¿Creen que un gobierno ofendería gravemente a empresas (Air Berlin) e individuos (Rafael Nadal) que generan enorme riqueza en todos los sentidos, contra toda sensatez y contra la praxis mercadotécnica más elemental, sólo por torpeza? Me sabe mal, pero he de sonreír ante tamaña ingenuidad o indignarme por tanta mala fe. Yo, que soy un poco más desconfiado, opino que los mafiosillos locales, que desde la Transición se han hecho con los resortes del poder autonómico y municipal, dejando a los caciques de la Restauración sometidos a la consideración de pobres aprendices, saben que manipular la identidad colectiva es la mejor vía para contar con una ciudadanía acrítica, seguir manteniendo el poder y disponer sin trabas de los recursos que deberían ser de todos: totalitarismo se llama, sí, pero es lo que hay; y en todo ello la exclusión de la lengua común juega un papel fundamental. Así de malpensado es uno. Periodista Digital. España Liberal. Baleares Liberal.

11 junio 2008

El género tonto

Se empieza por hablar sin propiedad y se acaba diciendo tonterías. Es lo que les ha sucedido a muchos de nuestros dirigentes, acostumbrados durante demasiado tiempo a usar el lenguaje para disimular la realidad y no para explicarla. El desliz de Bibiana Aído (que posiblemente no pasará a la historia como la ministra más joven del ministerio más progre, sino como la más superflua de las enchufadas del zapaterismo), esa irrepetible majadería de “los miembros y las miembras” que ni siquiera el lehendakari Ibarretexe se atrevió nunca a perpetrar, no desvela sólo su enorme desconocimiento de la lengua que maltrata, sino una confusión de ideas evidente y una notable incapacidad para articular un discurso de contenidos mínimamente razonables.

Porque el problema no es que la joven no sepa hablar (don Gregorio Salvador, de la RAE, le ha pegado un repaso del que si tiene vergüenza le costará olvidarse). El problema es que nada de lo que dijo la ministra tenía el menor interés. La extrema frivolidad de esta caterva de progres de cuota que nos gobierna nos deja ineludiblemente una triste sensación de desamparo. Nada que ver con aquellos políticos de parla deslumbrante y mente prodigiosa, dos características que andan de la mano: Calvo-Sotelo, Ruiz-Jiménez, Fraga Iribarne, Peces Barba, Herrero y Rodríguez de Miñon, Solé Tura, Roca i Junyent… Nada que ver con la formación sólida y densa de los padres constituyentes, nada que ver siquiera con la astucia de un Suárez o un González. Nada: Bibiana Aído no debe su cargo a un currículum brillante, que no tiene, ni a una experiencia rematada, que tampoco, ni a una oratoria depurada ni a dotes especiales que conozcamos, no, sino a la política basada en mera propaganda del presidente y a su aparentemente única y, ésta sí, demostrada virtud de medrar en los salones de la partitocracia andaluza. Apenas tiene experiencia laboral, ni una cultura mediana ni tal vez una inteligencia que destaque más allá del oportunismo en que tan bien les ha ido a sus jefes Blanco y Zapatero y un regular desempeño como Bloguera en el País de las Maravillas Progres. No es de extrañar, por tanto, su propuesta de remediar los malos tratos a la mujer mediante un número telefónico a disposición de los maltratadores.

Si no estuviéramos hablando de lo que estamos hablando, sería un mal chiste. Pero es que, además, el Ministerio de Igualdad no está dotado de un presupuesto serio. Está, como casi todo en la era zapateril, improvisado deprisa y corriendo: como su web, como su ministra y como la primera intervención de su ministra. Que a Aído le haya costado todo este tiempo preparar una intervención como la de ayer (sin contenidos palpables, sin una expresión correcta, sin nada reseñable salvo el cuidado de la imagen), que un académico la haya reprendido duramente por errores de expresión dignos de la ESO y que su misma número dos haya tenido que salir al paso de tanta infantil improvisación es demasiado indicativo. Así pues, tenemos una ministra improvisada e improvisadora, un ministerio desprovisto de recursos y un discurso ñoño que insiste en presentar la nada bajo los oropeles pijo-progres más manidos del zapaterismo... Todavía debe haber quien se crea que para proteger los intereses de la mujer hace falta montar un equipo exclusivamente femenino. Claro: por eso en las Cortes y en los consejos de administración de todas las empresas hay también una cuota de obesos, otra de agricultores, otra de enfermos hepáticos y otra de directivos de la SGAE: ¿quién podría, sino ellos mismos, entender y defender los intereses respectivos de colectivos tan discriminados…? Pero no caben bromas: todavía, es cierto, hay quien se cree que decir “Consejo de Ministros y Ministras” es más justo que decir “Consejo de Ministros”. Y si las etiquetas fáciles nos interesan más que la propiedad de nuestras palabras, ya sabemos qué discurso podemos esperar: el de las apariencias. Pero hasta para guardarlas hay que mostrar cierta habilidad.

Estas cosas suceden desde que los falsos progresistas españoles, adaptando sin necesidad el vocabulario norteamericano, se empeñan en confundir el sexo con el género. Las personas tienen sexo y pueden, aunque no deberían, discriminarse o maltratarse las unas a las otras por motivo de sexo. El género, en cambio, lo tienen las palabras, y no es machista ni feminista: es un inocente accidente del lenguaje, una herramienta para entendernos, por lo cual decir “las y los jóvenes” es una gran cursilería innecesaria, pero decir “los miembros y las miembras” es, además, un atentado contra la gramática que, posiblemente, la joven ministra Aído estudió ya bajo los efectos estupefacientes de la LOGSE. Si hablamos del género de las personas, y no de su sexo, sólo podremos hablar del género Homo, al que pertenecemos los humanos y, según teorías científicas recientes que algunos datos de la política española parecen corroborar, los chimpancés. Aunque es cierto que existe otro género de personas del que se puede hablar sin forzar el lenguaje: el género tonto. Pero aquí veo que he de parar. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal.

06 junio 2008

Caridad y solidaridad

Una de las imágenes de la hipocresía que siempre me ha molestado especialmente es la de esa señora tan típicamente carpetovetónica que, envuelta en un grueso pellejo de animal muerto y deslumbrando a la parroquia con sus joyas, añade a éstas el ornamento del carné de una entidad filantrópica que los de su clase gestionan para, desde sus alturas, favorecer a los desfavorecidos. Lo mismo organiza un mercadillo de beneficencia que dona las migajas de su bienestar a los negritos y a los chinitos del Domund o al lisiado que acampa en horario de misa a la puerta de la iglesia. “No se lo gaste usted en bebida”, podemos imaginar que aconseja la buena señora al mendigo como conveniente guarnición de la moneda entregada, desde la tranquilidad que otorga saber cómo son las cosas: como siempre han sido.


La caridad, que –como la fe y la esperanza– aparece definida en los crucigramas y en algunos tratados como virtud teologal, me ha reventado siempre porque no tiene por protagonista al que la recibe, sino al que la practica: ¡valiente virtud! Soy caritativo porque, en el fondo, soy mejor que el mendigo: yo sé en qué se debe gastar el dinero; pero, sobre todo, sé cómo se gana –y él no. Practico la caridad porque soy así de generoso y encima gano el Cielo. La caridad no es un derecho del pobre, sino una gracia que el pudiente le concede mientras demuestra su buen corazón y al mismo tiempo marca el abismo insalvable de la diferencia social y garantiza que todo siga en el lugar en que siempre estuvo. Un rito rentabilísimo.

A diferencia de la caridad, la solidaridad no presupone gracia ni bondad, sino compromiso. Soy solidario porque considero que quien recibe los frutos de mi solidaridad tiene derecho a ellos. En un planteamiento solidario, y así es también en el derecho civil occidental desde los tiempos de Justiniano, todos estamos en la misma posición, todos nos reconocemos intereses comunes y, por tanto, todos nos hacemos responsables de la solución de los conflictos con la convicción de que aportaremos hasta donde podamos aportar porque asumimos que los problemas del otro son también nuestros problemas. La solidaridad –la fraternité de los revolucionarios– es una aspiración que, junto con las de la libertad y la igualdad, permite tejer la malla social con el hilo de la justicia. La ayuda solidaria pretende ir más allá del parche coyuntural, ya que el solidario sabe ponerse en el lugar del otro y, por tanto, intenta que las soluciones dadas afecten la estructura de su problema y tiendan a minimizar o eliminar su necesidad ulterior de ayuda. Otra cosa es que muchos entiendan hoy la solidaridad como la vieja caridad, incluidas OONNGG, instituciones y políticos cantamañanas. Dar dinero a determinadas causas para lavar la conciencia, para comprar la respetabilidad social o porque está de moda o procura votos no es solidaridad: es caridad en su modalidad más genuinamente farisea. O sea: más que una virtud cristiana, una auténtica putada.

Y he aquí que, un poco por inercia socialdemócrata y otro poco por la generalizada desactivación del sentido del compromiso moral que mina nuestra sociedad, nuestro estado del bienestar zapateril se nos presenta como la madre de todas las caridades. El presidente Zapatero pretende resolver todos los problemas –incluidos los que nadie le llamó a resolver– a golpe de talonario y sin prestar atención siquiera a la progresividad que es exigible en todo mecanismo de redistribución de la renta. ¿Que a la gente se le pone cuesta arriba pagar la hipoteca? Suelto lo de los famosos 400 euros fantasma y listo. ¿Que a los jóvenes les cuesta un ojo de la cara alquilar su vivienda? Cheque que te crió. ¿Que hay hambre en el mundo? Pues va Zapatero a la cumbre de la FAO y, en plena crisis, promete nada menos que 500 millones de euros para “garantizar la seguridad alimentaria” mediante reuniones “de alto nivel” para hablar de la más absoluta nada, que es algo que le chifla, y –si la cosa llega a materializarse en un programa real de acción– mediante grandes sumas de dinero que, a través de las instituciones españolas de cooperación al desarrollo, irán a parar de los bolsillos del contribuyente español directamente a los de algunos dictadores africanos ávidos de fotos y a los de sus cortesanos. No sé si me da más risa esta nueva tontería de “garantizar la seguridad alimentaria” o la de la Alianza de Civilizaciones, pero en cualquier caso me sirve como perfecta ilustración de lo que quería afirmar: frente a la solidaridad, que es progresista porque pretende atender la mejora de las circunstancias de todos a través de un compromiso con la libertad, medidas planificadas y concretas de acción sobre objetivos determinados y medidas de control y evaluación de los resultados, la caridad, que es perfectamente improvisable y mucho más acorde con la acción propagandística, que no requiere grandes complejidades éticas ni controles posteriores porque se perfecciona en el mismo acto de dar, es inequívocamente conservadora: tiende a preservar las diferencias y a hacer que la solución (aunque sea aparente) de los problemas siga dependiendo indefinidamente de los mismos colectivos, personas o países.

No es que yo me quiera poner demagógico, pero no puedo evitar una reflexión un tanto gráfica: si yo fuera una de esas personas que por millones pasan hambre en África, me plantaría delante de Zapatero y le diría: “Gracias por sus buenas intenciones, pero no me venga usted con caridad. Si tanto les interesa combatir el hambre en el mundo, más bien sean ustedes solidarios y no gasten tantísimo dinero en acumular palabras; mejor dejen de fabricar las armas con que nuestros tiranos nos masacran; dejen de apoyar en su política exterior las iniciativas con que Francia nos somete y explota nuestros recursos; no dejen ustedes su pretendida ayuda en manos de los gobiernos que nos esquilman, o al menos no sin control. Y, sobre todo, no me sea usted cantamañanas, que me ofende.” Lo malo es que no tendría ocasión de hacerlo, porque nunca me invitarían a una de esas reuniones de alto nivel: la caridad se gestiona entre iguales.