25 septiembre 2005

Lenguaje sexista

Con el loable propósito de eliminar la discriminación en el lenguaje, el Institut Balear de la Dona publicó en 2001 un cuaderno que llega ahora a mis manos y me llena de estupor. Se titula el folleto Llenguatge no sexista, y en él algún funcionario sin formación ni supervisión confunde el culo con las témporas.

Cuando se recomienda no decir “advocat”, sino “advocada”, no se violenta ningún principio de la lengua. Bien al contrario, tanto el catalán como el castellano tienen recursos naturales para evolucionar en un sentido no sexista, y uno de ellos es la flexibilidad de los sufijos de que el latín los proveyó. No sucede lo mismo cuando se nos propone sustituir “Tots els seleccionats” por “Tothom que hagi estat seleccionat”. En el lenguaje oral, la economía de recursos suele hacernos evitar las perífrasis innecesarias en favor de expresiones más breves y operativas. Además, “los seleccionados” no tiene marca de género y los hablantes ya conocen que el masculino plural sirve para designar elementos de sexo masculino y femenino conjuntamente; igual que no precisamos sustituir “los padres” por “el padre y la madre”, ni “els candidats” por (¡asómbrense!) “les persones que presentin la seva candidatura”. Por último, si pretendiésemos evitar todo vestigio varonil cuando aludimos a ambos sexos, tampoco podríamos usar “tothom”, que en su raíz incluye de forma evidentísima al hombre y no a la mujer.

Una consideración superficial –no científica– de la lengua empuja a algunos a invertir caudales públicos en majaderías, por lo demás de imposible cumplimiento. Es deseable no aplicar la demagogia al lenguaje y reconocer que discriminatorio no es llamar a la señora de la limpieza “señora de la limpieza”, sino menospreciar su oficio o su persona por el hecho de serlo. También sería deseable que quienes pretenden darnos lecciones previamente estudiasen un poco. Última Hora.

11 septiembre 2005

Que no nos pase nada

En los Estados Unidos muchos han empezado a advertir que el gobierno federal, tradicionalmente despreocupado de los asuntos sociales, se muestra también incapaz de atender graves emergencias como la derivada del paso del Katrina por las tierras del viejo sur. Quienes votaron a George Bush hijo (que, recordemos, no fueron ni de lejos la mayoría de los norteamericanos) se cuestionan el peso de esas ineficacias, que ahora aparecen como renuncias, cuando la política exterior que el presidente había ofrecido como prioridad y en la que había basado su prestigio tampoco da los frutos deseados. Incrustado en un inmenso avispero oriental, el ejército de las barras y las estrellas gasta ya más dinero del que se gastaba en Vietnam y registra un sinfín de bajas a diario en un conflicto al que no se le vislumbra final –ya no digamos final feliz. Bush podría estar quemado antes de que acabe el año.

Pero aún le queda un largo mandato por delante. El Partido Republicano debería estar preocupado: los últimos años de gobierno de un presidente que ya no necesita ser popular, porque una segunda reelección le está constitucionalmente vedada, y que mantiene con las grandes empresas probados vínculos de interés que tendrá que satisfacer, tal vez sirvan para arruinar el caudal electoral del partido. Ése será el momento de un candidato demócrata con tirón personal, con una trayectoria profesional brillante, con un pasado muy próximo a la Casa Blanca, con virtudes públicas demostradas –entre ellas la lealtad, la flexibilidad y el sentido de la oportunidad– y con un rival debilitado por años de desgobierno republicano. Varios de esos requisitos le fallaron a Al Gore en su día. Hoy, si yo tuviera fortuna, la apostaría a que la próxima presidenta de los Estados Unidos será Hillary Rodham Clinton.

Entre tanto, un Bush sin nada que perder puede entregar más, si cabe, el gobierno de la nación más poderosa del planeta a los grandes grupos petroleros y armamentísticos que decidieron la invasión de Afganistán e Irak y que han patrocinado el retroceso de las libertades que tan abiertamente ha corrompido los usos políticos norteamericanos. Virgencita... Última Hora.

06 septiembre 2005

Pero, vamos, mejor que se dediquen a otra cosa

Enredado en la telaraña de unos estatutos que nadie, salvo los profesionales del nacionalismo, siente la necesidad de reformar, el trío cómico compuesto por Pasqual Maragall, José Luis Rodríguez Zapatero y Josep Lluís Carod-Rovira puede haber hecho más daño a la cohesión y a la serenidad nacionales que años de crímenes batasunos. El hecho es que en los últimos años hemos introducido en el lenguaje vicios que será difícil erradicar y que apuntan a un concepto no unitario de España conseguido por la puerta falsa: lo que ellos querían, porque así muchos seguirán comiendo del presupuesto del Estado.

Cuando el presidente Maragall habla de eurorregión o de Països Catalans, bascula entre lo regional y lo europeo, prescindiendo de cualquier instancia legitimadora que huela un poco a España, por mucho que las que él propone sean mucho más etéreas, cuando no ajenas a la realidad histórica y social. Cuando asegura no querer ofender a “los amigos de Aragón”, emplea una categoría similar a las que empleamos con nuestros amigos árabes, el país vecino o las naciones hermanas de Hispanoamérica: no son nuestros compatriotas, sino nuestros amigos, vecinos, hermanos o tal vez primos lejanos, y somos tan sumamente tolerantes que los admitimos en sociedad; condicionada, claro está, al cumplimiento de nuestros intereses antes que al de los suyos. Cuando cualquiera habla de otra nación que no sea España no está empleando una palabra sin mayor trascendencia, como se empeñan en hacernos creer desde el gobierno socialista: si no tuviera importancia, los nacionalistas no la reivindicarían tanto. Afirmar frívolamente que no nos vamos a pelear por las palabras es desconocer por qué el hombre es tan sumamente superior al chimpancé, pese a ese 99 por ciento de genética común. Cuando se habla de nación de naciones se cae en un absurdo conceptual y legal que no se sostiene, y alguien debería explicar este afán por caer en absurdos indignos de la categoría intelectual que se les supone a nuestros representantes. Es mucho más honesto –por inexacto que sea– manifestar la creencia de que España no es una nación.

Todo demagogo sabe bien que para medrar debe manipular los sentimientos de su audiencia a través de un lenguaje torticero, que no responda a la realidad sino a la visión de la realidad que más le conviene. Hoy la demagogia se disfraza de nacionalismo y, con el apoyo de los tontos útiles que gobiernan en Madrid y de los inútiles que les hacen la oposición a éstos, pasa de puntillas por encima de problemas muy reales como la corrupción en la financiación de los partidos o la gestión absolutamente impúdica de los recursos públicos en, por ejemplo, la apertura de canales de televisión ruinosos y sin interés alguno, imponiendo en el discurso cotidiano el sexo de los ángeles o la reforma del estatuto. El asunto no es preocupante por la reforma estatutaria en sí, que podría ser una aspiración legítima y que la autoridad constitucional pondrá en su momento y sin aspavientos electoralistas en el sitio que corresponda. Sí preocupa por los usos lingüísticos y sentimentales que contribuye a establecer y que hacen que el corazón de muchos españoles siga distanciándose poco a poco de su patria.

De ello se derivarán escasas consecuencias legales o políticas –nada aterroriza más a un poltrón nacionalista que un eventual cumplimiento de sus aspiraciones soberanistas: ¿qué tendrá que inventar luego?–, pero una ciudadanía sin apego a su país compone una nación desarticulada, desprovista de cierta ética pública que es muy necesaria y sin la cual no puede funcionar correctamente. A los señores Maragall, Zapatero y Carod-Rovira habrá que darles muchísimas gracias por su esfuerzo.

Humo: no, gracias

A propósito de la llamada ley antitabaco del Gobierno Balear, la obligación de quien legisla –porque considera lo dispuesto necesario para el bien común– es imponer el cumplimiento de la ley. Las inspecciones y las sanciones, siempre que sean efectivas, conseguirán que el ciudadano advierta la necesidad de respetar los derechos ajenos y propios, reconocerán el esfuerzo de quien cumple y desanimarán al que no lo hace. ¿Recuerdan las protestas, cuando se impuso el cinturón de seguridad? ¡Qué incómodo era, y qué injusta la imposición...! Hoy todos lo usamos, y gracias a él se salvan muchas vidas. Última Hora.

05 septiembre 2005

El bien común

Todos fuman; ¿por qué no voy a hacerlo yo? Si el vecino no retira su antena ilegal, yo no quito la mía. Total, antes de mear yo, la esquina ya estaba meada. Ése aparcó en la plaza de minusválidos, así que yo también. Me llevo sobres de la oficina, todos lo hacen. Si no vendo mi voto, otro concejal lo hará y, para eso, lo vendo yo. Hay más piscinas como la mía... Son frases que escuchamos a diario. Y el bien común sale siempre perjudicado de estos desprecios. Última Hora.

01 septiembre 2005

Milongas

¿Que el golf es estupendo para la salud, porque paseas mucho? Y, para pasear, ¿no sería mejor liberar zonas verdes naturales, sin necesidad de modificar el paisaje atrozmente ni causar tamaño gasto de agua...? ¿Que no es un deporte de ricos? ¿Y por qué de Brasil y Camerún sólo nos llegan futbolistas...? ¿Que promueve el turismo de calidad? Pero, vamos a ver, ¿desde cuándo se preocupan los promotores baleares por la calidad...? Si quieren hacer negocios, allá ellos; pero que no nos vendan motos. Última Hora.