Conocí la Fundació Més Música hace más de nueve años, cuando buscaba clases de violín para mi hija mayor. Hoy no puedo decir que Més Música sea la academia de música de mis hijos, porque es mucho más. E intentaré explicarlo, aunque no es fácil.
Porque nada es fácil. Para empezar, no es fácil enseñar música a los niños; me parece una de las tareas que requieren más vocación y más delicadeza de espíritu. Pero llegan los niños, con sus tres años, y en su primera navidad sus profes los sacan al escenario y les hacen protagonizar un relato musical conmovedor. No es fácil encajar horarios, organizar clases y ensayos y audiciones para tantos individuos y grupos, pero todo funciona y, cuando llega el día indicado, centenares de personas actúan con orden y, sí, concierto. No es fácil, pienso yo, reclamar y conseguir la atención y la disciplina de docenas de renacuajos de tres y cuatro años y, durante las horas que duran ensayos y concierto, haberlos tenido siempre controlados. No es fácil tampoco que tantos preadolescentes y adolescentes comprendan que la recompensa demorada del trabajo bien hecho es mucho más sabrosa que el ocio fácil e inmediato. No es fácil implicar a los padres de los alumnos hasta el punto de que formen una asociación, ABICA, para promover actividades en torno a la música, incluidos conciertos solidarios y unas fabulosas colonias musicales de verano. No es fácil tampoco establecer lazos estrechos y sólidos con asociaciones como Sonrisa Médica, Aspaprode, Projecte Home o Mallorca Sense Fam, tejiendo de manera ejemplar, desde la iniciativa privada, un entramado de auténtico interés social. No es fácil comprometer a alumnos y padres a improvisar un día, porque sí, un fantástico concierto en la vecina plaza de los Patines, para regocijo de los viandantes. No es fácil crear y mantener varias agrupaciones musicales (orquestas, coros, ensembles, combos y cameratas) con sus propios programas de actuaciones. Ni es fácil conseguir que profesores, alumnos y padres renuncien a numerosas horas y jornadas de descanso (en ensayos adicionales, en audiciones, en sus conciertos dominicales de navidad y verano) para participar juntos –sin reservas– en un espectáculo que, pese a su espíritu genuinamente familiar, ya alcanza la categoría de evento ciudadano: para el reciente concierto navideño, se agotaron las entradas del auditorio del Conservatorio.
No, no es fácil; pero los frutos, deben entender ellos, merecen la pena. Mis hijos conocen el valor de la paciencia, del esfuerzo y de la recompensa demorada. Obedecen desde muy pequeños esa mezcla de disciplina y buen rollo que parece marca de la casa y que los compromete a trabajar con responsabilidad. Gracias a la orquesta, desconocen el miedo a subir a un escenario, tienen la capacidad de coordinarse con otros músicos, saben disculpar los fallos de los demás y les resulta natural asumir los propios para seguir adelante. Aprecian que de su esfuerzo se beneficien niños enfermos o familias desfavorecidas a través de la recaudación de los conciertos en los que participan, integrando así los conceptos de solidaridad y servicio público. Su conocimiento del lenguaje musical les ayuda también en el colegio, a la hora de las matemáticas o la lengua. Será imposible, finalmente, que les describa el orgullo que siento cuando se sientan en la orquesta, agarran sus violines con esa combinación de firmeza y fluidez que se requiere y, junto a sus compañeros, interpretan a Bach o a Strauss.
Pero me resulta muy fácil reconocer la admiración y el agradecimiento que merecen los amigos de Més Música: porque comparto su visión de la enseñanza; porque me asombra su capacidad organizativa; porque llevan desde 2003 creando y gestionando una comunidad muy activa y en constante crecimiento, educando generaciones de muchachos, proporcionándoles patrones útiles de comportamiento, haciendo de ellos, además de músicos muy decentes, personitas cabales... Poca cosa. El Mundo-El Día de Baleares.
24 diciembre 2015
01 diciembre 2015
La vida de Ashraf Fayad
Ashraf Fayad es un poeta, artista y comisario artístico palestino de 35 años residente desde la infancia en Arabia Saudí. En 2013 fue detenido y en 2014 condenado a 800 latigazos y cuatro años de prisión; se le acusaba de blasfemo y de llevar el pelo largo. Presentó una apelación y no solamente esta fue desatendida, sino que el tribunal revisó la sentencia y hace unos días ha sido condenado a muerte por apostasía, incitación al ateísmo, relaciones ilícitas con mujeres (llevaba en el móvil que se le incautó teléfonos y fotografías de otras artistas con las que trabajaba) y otros cargos similares. En esta segunda fase de su calvario no solo no ha podido hablar nunca con el juez, sino que por su condición de stateless (refugiado palestino) se le ha privado de su derecho a un abogado.
Todo este delirio sería cómico si no fuera un drama cotidiano en aquel país, donde cientos de personas son ejecutadas o mutiladas cada año reas de blasfemia, homosexualidad, adulterio, y las mujeres son maltratadas sin reparos. La presunta apostasía de Fayad, que él ha negado con manifestaciones inequívocas de fe, se deduce del poemario Instrucciones en el interior, pubicado en 2008 en Beirut, donde deja por escrito pensamientos al parecer tan graves como lo siguiente: “mi abuelo se encuentra desnudo cada día,/ sin expulsión, sin creación divina…/ Ya he sido resucitado sin necesidad de un soplo divino en mi imagen./ Tengo la experiencia del infierno en la tierra…// la tierra/ es el infierno reservado a los refugiados.”
En realidad, parece que la persecución contra Fayad se desencadenó en el momento en que desafió a la policía de su ciudad, Abha, grabando imágenes de tortura y publicándolas. La denuncia de un estudiante sobre su libro “blasfemo” sirvió para que el régimen acosase a uno de los personajes más representativos de la comunidad artística saudí, que tiende lazos hacia el exterior y empieza a compartir muy moderadamente una visión más laica de la vida. Había que meter en vereda a los artistas y nada mejor para ello que ejecutar a uno de los que más se han significado, por más que su actividad siempre haya sido pacífica y circunscrita al mundo del arte.
Varias campañas de apoyo a Fayad se han puesto en marcha en los últimos días en todo el mundo y usando diversas plataformas. La campaña española en Change.org ha recabado 130.000 firmas, entre ellas las de escritores, artistas, filósofos, cantantes, directores de cine, diputados autonómicos, nacionales y europeos de todos los partidos y el vicepresidente de un gobierno autonómico. Ningún primer líder de la política vieja ni de la llamada nueva ha respondido aún. El eco en los medios periodísticos españoles, en comparación con los del Reino Unido y de otros lugares con un sentido quizá mayor de la solidaridad, ha sido escaso. Las redes sociales no se han movilizado especialmente. Nada que ver con la ola internacional de apoyos a Salman Rushdie cuando fue objeto de fetua por parte del régimen iraní, tras la publicación de sus Versos satánicos. Nada que ver con lo que habría sucedido si el poeta palestino hubiese sido (no diremos condenado a muerte, porque esto es impensable) multado en Israel por publicar un libro antisionista; la campaña contra el malvado régimen opresor habría sido de alivio. Debe ser que Arabia Saudí produce petróleo y nos compra cada año cientos de millones de euros en armas. Pero la muerte de Fayad no sería muy distinta a la que sufrieron los dibujantes del Charlie Hebdo: muertos por pensar.
Por eso la petición está dirigida al Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: muchos creemos que España no puede mirar para otro lado por conveniencia. El ministro García-Margallo tiene la obligación de actuar: debe manifestar la posición rotunda del gobierno contra la pena de muerte; contra la persecución de los llamados delitos de conciencia; contra la ausencia de garantías procesales. Debe consultar con el embajador saudí y ejercer la labor diplomática prudente pero firme que requieren estos casos. No se entiende que, residiendo el hermano de Ashraf Fayad en España desde 1985 (ignoro si es nacional, pero poco importa), el Gobierno no se haya puesto en contacto con él para darle siquiera el pésame por la muerte de su anciano padre, cuyo sistema arterial no ha resistido la condena a muerte del hijo; para ver si necesita algo; para recabar información y ponerse a su lado. En España algunos nos enorgullecemos de pertenecer a un país pionero en lo que respecta a los derechos civiles. La omisión del gobierno en este caso no es de recibo. Hay una vida en peligro inmediato, y otras muchas más adelante si nadie pone coto por una vez a la teocracia saudí. Haga su trabajo, señor ministro, e intente evitar este drama bárbaro e injusto. El Español. Agitadoras.
Todo este delirio sería cómico si no fuera un drama cotidiano en aquel país, donde cientos de personas son ejecutadas o mutiladas cada año reas de blasfemia, homosexualidad, adulterio, y las mujeres son maltratadas sin reparos. La presunta apostasía de Fayad, que él ha negado con manifestaciones inequívocas de fe, se deduce del poemario Instrucciones en el interior, pubicado en 2008 en Beirut, donde deja por escrito pensamientos al parecer tan graves como lo siguiente: “mi abuelo se encuentra desnudo cada día,/ sin expulsión, sin creación divina…/ Ya he sido resucitado sin necesidad de un soplo divino en mi imagen./ Tengo la experiencia del infierno en la tierra…// la tierra/ es el infierno reservado a los refugiados.”
En realidad, parece que la persecución contra Fayad se desencadenó en el momento en que desafió a la policía de su ciudad, Abha, grabando imágenes de tortura y publicándolas. La denuncia de un estudiante sobre su libro “blasfemo” sirvió para que el régimen acosase a uno de los personajes más representativos de la comunidad artística saudí, que tiende lazos hacia el exterior y empieza a compartir muy moderadamente una visión más laica de la vida. Había que meter en vereda a los artistas y nada mejor para ello que ejecutar a uno de los que más se han significado, por más que su actividad siempre haya sido pacífica y circunscrita al mundo del arte.
Varias campañas de apoyo a Fayad se han puesto en marcha en los últimos días en todo el mundo y usando diversas plataformas. La campaña española en Change.org ha recabado 130.000 firmas, entre ellas las de escritores, artistas, filósofos, cantantes, directores de cine, diputados autonómicos, nacionales y europeos de todos los partidos y el vicepresidente de un gobierno autonómico. Ningún primer líder de la política vieja ni de la llamada nueva ha respondido aún. El eco en los medios periodísticos españoles, en comparación con los del Reino Unido y de otros lugares con un sentido quizá mayor de la solidaridad, ha sido escaso. Las redes sociales no se han movilizado especialmente. Nada que ver con la ola internacional de apoyos a Salman Rushdie cuando fue objeto de fetua por parte del régimen iraní, tras la publicación de sus Versos satánicos. Nada que ver con lo que habría sucedido si el poeta palestino hubiese sido (no diremos condenado a muerte, porque esto es impensable) multado en Israel por publicar un libro antisionista; la campaña contra el malvado régimen opresor habría sido de alivio. Debe ser que Arabia Saudí produce petróleo y nos compra cada año cientos de millones de euros en armas. Pero la muerte de Fayad no sería muy distinta a la que sufrieron los dibujantes del Charlie Hebdo: muertos por pensar.
Por eso la petición está dirigida al Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: muchos creemos que España no puede mirar para otro lado por conveniencia. El ministro García-Margallo tiene la obligación de actuar: debe manifestar la posición rotunda del gobierno contra la pena de muerte; contra la persecución de los llamados delitos de conciencia; contra la ausencia de garantías procesales. Debe consultar con el embajador saudí y ejercer la labor diplomática prudente pero firme que requieren estos casos. No se entiende que, residiendo el hermano de Ashraf Fayad en España desde 1985 (ignoro si es nacional, pero poco importa), el Gobierno no se haya puesto en contacto con él para darle siquiera el pésame por la muerte de su anciano padre, cuyo sistema arterial no ha resistido la condena a muerte del hijo; para ver si necesita algo; para recabar información y ponerse a su lado. En España algunos nos enorgullecemos de pertenecer a un país pionero en lo que respecta a los derechos civiles. La omisión del gobierno en este caso no es de recibo. Hay una vida en peligro inmediato, y otras muchas más adelante si nadie pone coto por una vez a la teocracia saudí. Haga su trabajo, señor ministro, e intente evitar este drama bárbaro e injusto. El Español. Agitadoras.
01 noviembre 2015
Duelo de titanes
Con motivo de la reciente fiesta nacional de España, el debate público sobre la idoneidad de tal celebración se ha centrado en la polémica desatada por el actor Willy Toledo. Este comerciante de su propia mediocridad ha intentado insultar a los españoles cagándose en el 12 de octubre, en la Virgen del Pilar, en el himno y en no sé cuantos símbolos más de la nación y de alguna de sus instituciones. Han intervenido como vicetiples personajes que ocupan importantes magistraturas, como los alcaldes de Cádiz y Barcelona, que han añadido leña a ese fuego con los consabidos argumentos indigenistas del genocidio español en América y del eurocentrismo. Al paso de los insultos ha salido el también actor Francisco Javier Cuesta, conocido por su personaje televisivo Frank de la Jungla, que se ha encargado de contestar al mencionado mequetrefe mediante una carta abierta en la que le pregunta si tendría “los huevos de cagarse en el Corán”. Un duelo de titanes.
En esta España en permanente definición, sus enemigos, aun los más próximos al analfabetismo, acaparan portadas desde que tengo recuerdo; y salen en su defensa personas que se ganan la vida presentando reportajes amañados y aventuras de riesgo simulado, no precisamente teorizando con solvencia sobre la democracia ni sobre la esencia de España, sino más bien sobre asuntos de huevos. Es la misma España en la que el común del votante cree que un debate político es eso a lo que asistimos a veces en ciertos programas de televisión que priman descaradamente a los contertulios que suben su audiencia; y que opinión pública es la opinión del locutor de radio que le convence cada mañana de que sigue teniendo razón y de que, por tanto, no necesita escuchar otras voces.
Existen voces que llevan años clamando por la regeneración democrática de nuestra nación; voces que, desde la autoridad que confiere –por ejemplo- haber sido seleccionados entre los cien pensadores más influyentes del mundo, como Fernando Savater o Mario Vargas Llosa, opinan que en España la crisis institucional y la crisis de valores es anterior a la crisis económica y en consecuencia proponen dotar con urgencia a la ciudadanía española de contenidos cívicos. Voces que quieren la revisión consensuada del modelo de estado, sin caer en victimismos primarios, sino atendiendo a los derechos de la gente, al respeto de las libertades individuales y a la promoción ante todo de nuestra condición de ciudadanos frente a la de miembros de cualquier tribu. ¿Acaso escucha alguien estas voces? ¿Leemos sus columnas de opinión o más bien, muy mayoritariamente, escuchamos tertulias monolíticas, vemos programas venales, seguimos en redes sociales a chisgarabís sin más recursos políticos o morales que los que su paso por la vida, con suerte, les haya enseñado?
De este modo de entender el debate público, como un duelo entre posturas enfrentadas cuyos argumentos no importan mucho más allá del ingenio y de quién grite más, proviene nuestra postración política. Hoy asistimos al proceso de sustituir el viejo bipartidismo PP/PSOE por un nuevo bipartidismo en el que sus líderes no estén tan vistos. Los nuevos líderes son estrellas televisivas: dan la talla en los pseudodebates y su simpática imagen es acorde con aquello que se espera de un líder joven. Es exactamente lo que el establishment necesita para prolongar otros treinta años políticas que no cuestionen el enriquecimiento ilícito de las compañías eléctricas, tan lesivo para nuestra economía, que sigan manteniendo la administración de justicia y los órganos reguladores en estado de indigencia económica y de sutil pero argumentable sujeción al poder oligárquico, mientras se emplean ingentes recursos públicos en construir aeropuertos innecesarios o engrasar los sindicatos vía cursos ficticios: líderes resultones que nunca hayan dicho ni se espere que digan nada que suponga alterar el 'statu quo' en beneficio de los ciudadanos (y, por tanto, morder la mano de quienes los están promoviendo) mientras mantienen el espectáculo del enfrentamiento vivo con gestos incendiarios y sonrisas de gabinete de comunicación. Willys Toledo, Franks de la Jungla.
Existen voces, sí, pero España está entregada a los titanes de la televisión, del tertulianismo, de lo que Anna Grau, con tanto acierto, llama biperiodismo… El manejo de la prensa, de la demoscopia y de recursos públicos sin límite ha logrado que los españoles –solo así se explica el fracaso de UPyD- ignoren la coherencia y la honradez y prescindan del consenso y de cualquier propuesta que requiera reflexión. Los españoles, forofos, llevan años prefiriendo a los willys y a los franks de la política y votarán por los que menos les hagan cuestionarse sus ideas preconcebidas. Por más que algunos así nos lo quieran hacer creer, ni estamos en 1978 ni cabe esperar reforma útil del actual debate sobre España. Sobran actores y faltan líderes. Agitadoras.
En esta España en permanente definición, sus enemigos, aun los más próximos al analfabetismo, acaparan portadas desde que tengo recuerdo; y salen en su defensa personas que se ganan la vida presentando reportajes amañados y aventuras de riesgo simulado, no precisamente teorizando con solvencia sobre la democracia ni sobre la esencia de España, sino más bien sobre asuntos de huevos. Es la misma España en la que el común del votante cree que un debate político es eso a lo que asistimos a veces en ciertos programas de televisión que priman descaradamente a los contertulios que suben su audiencia; y que opinión pública es la opinión del locutor de radio que le convence cada mañana de que sigue teniendo razón y de que, por tanto, no necesita escuchar otras voces.
Existen voces que llevan años clamando por la regeneración democrática de nuestra nación; voces que, desde la autoridad que confiere –por ejemplo- haber sido seleccionados entre los cien pensadores más influyentes del mundo, como Fernando Savater o Mario Vargas Llosa, opinan que en España la crisis institucional y la crisis de valores es anterior a la crisis económica y en consecuencia proponen dotar con urgencia a la ciudadanía española de contenidos cívicos. Voces que quieren la revisión consensuada del modelo de estado, sin caer en victimismos primarios, sino atendiendo a los derechos de la gente, al respeto de las libertades individuales y a la promoción ante todo de nuestra condición de ciudadanos frente a la de miembros de cualquier tribu. ¿Acaso escucha alguien estas voces? ¿Leemos sus columnas de opinión o más bien, muy mayoritariamente, escuchamos tertulias monolíticas, vemos programas venales, seguimos en redes sociales a chisgarabís sin más recursos políticos o morales que los que su paso por la vida, con suerte, les haya enseñado?
De este modo de entender el debate público, como un duelo entre posturas enfrentadas cuyos argumentos no importan mucho más allá del ingenio y de quién grite más, proviene nuestra postración política. Hoy asistimos al proceso de sustituir el viejo bipartidismo PP/PSOE por un nuevo bipartidismo en el que sus líderes no estén tan vistos. Los nuevos líderes son estrellas televisivas: dan la talla en los pseudodebates y su simpática imagen es acorde con aquello que se espera de un líder joven. Es exactamente lo que el establishment necesita para prolongar otros treinta años políticas que no cuestionen el enriquecimiento ilícito de las compañías eléctricas, tan lesivo para nuestra economía, que sigan manteniendo la administración de justicia y los órganos reguladores en estado de indigencia económica y de sutil pero argumentable sujeción al poder oligárquico, mientras se emplean ingentes recursos públicos en construir aeropuertos innecesarios o engrasar los sindicatos vía cursos ficticios: líderes resultones que nunca hayan dicho ni se espere que digan nada que suponga alterar el 'statu quo' en beneficio de los ciudadanos (y, por tanto, morder la mano de quienes los están promoviendo) mientras mantienen el espectáculo del enfrentamiento vivo con gestos incendiarios y sonrisas de gabinete de comunicación. Willys Toledo, Franks de la Jungla.
Existen voces, sí, pero España está entregada a los titanes de la televisión, del tertulianismo, de lo que Anna Grau, con tanto acierto, llama biperiodismo… El manejo de la prensa, de la demoscopia y de recursos públicos sin límite ha logrado que los españoles –solo así se explica el fracaso de UPyD- ignoren la coherencia y la honradez y prescindan del consenso y de cualquier propuesta que requiera reflexión. Los españoles, forofos, llevan años prefiriendo a los willys y a los franks de la política y votarán por los que menos les hagan cuestionarse sus ideas preconcebidas. Por más que algunos así nos lo quieran hacer creer, ni estamos en 1978 ni cabe esperar reforma útil del actual debate sobre España. Sobran actores y faltan líderes. Agitadoras.
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