Con motivo de la reciente fiesta nacional de España, el debate público sobre la idoneidad de tal celebración se ha centrado en la polémica desatada por el actor Willy Toledo. Este comerciante de su propia mediocridad ha intentado insultar a los españoles cagándose en el 12 de octubre, en la Virgen del Pilar, en el himno y en no sé cuantos símbolos más de la nación y de alguna de sus instituciones. Han intervenido como vicetiples personajes que ocupan importantes magistraturas, como los alcaldes de Cádiz y Barcelona, que han añadido leña a ese fuego con los consabidos argumentos indigenistas del genocidio español en América y del eurocentrismo. Al paso de los insultos ha salido el también actor Francisco Javier Cuesta, conocido por su personaje televisivo Frank de la Jungla, que se ha encargado de contestar al mencionado mequetrefe mediante una carta abierta en la que le pregunta si tendría “los huevos de cagarse en el Corán”. Un duelo de titanes.
En esta España en permanente definición, sus enemigos, aun los más próximos al analfabetismo, acaparan portadas desde que tengo recuerdo; y salen en su defensa personas que se ganan la vida presentando reportajes amañados y aventuras de riesgo simulado, no precisamente teorizando con solvencia sobre la democracia ni sobre la esencia de España, sino más bien sobre asuntos de huevos. Es la misma España en la que el común del votante cree que un debate político es eso a lo que asistimos a veces en ciertos programas de televisión que priman descaradamente a los contertulios que suben su audiencia; y que opinión pública es la opinión del locutor de radio que le convence cada mañana de que sigue teniendo razón y de que, por tanto, no necesita escuchar otras voces.
Existen voces que llevan años clamando por la regeneración democrática de nuestra nación; voces que, desde la autoridad que confiere –por ejemplo- haber sido seleccionados entre los cien pensadores más influyentes del mundo, como Fernando Savater o Mario Vargas Llosa, opinan que en España la crisis institucional y la crisis de valores es anterior a la crisis económica y en consecuencia proponen dotar con urgencia a la ciudadanía española de contenidos cívicos. Voces que quieren la revisión consensuada del modelo de estado, sin caer en victimismos primarios, sino atendiendo a los derechos de la gente, al respeto de las libertades individuales y a la promoción ante todo de nuestra condición de ciudadanos frente a la de miembros de cualquier tribu. ¿Acaso escucha alguien estas voces? ¿Leemos sus columnas de opinión o más bien, muy mayoritariamente, escuchamos tertulias monolíticas, vemos programas venales, seguimos en redes sociales a chisgarabís sin más recursos políticos o morales que los que su paso por la vida, con suerte, les haya enseñado?
De este modo de entender el debate público, como un duelo entre posturas enfrentadas cuyos argumentos no importan mucho más allá del ingenio y de quién grite más, proviene nuestra postración política. Hoy asistimos al proceso de sustituir el viejo bipartidismo PP/PSOE por un nuevo bipartidismo en el que sus líderes no estén tan vistos. Los nuevos líderes son estrellas televisivas: dan la talla en los pseudodebates y su simpática imagen es acorde con aquello que se espera de un líder joven. Es exactamente lo que el establishment necesita para prolongar otros treinta años políticas que no cuestionen el enriquecimiento ilícito de las compañías eléctricas, tan lesivo para nuestra economía, que sigan manteniendo la administración de justicia y los órganos reguladores en estado de indigencia económica y de sutil pero argumentable sujeción al poder oligárquico, mientras se emplean ingentes recursos públicos en construir aeropuertos innecesarios o engrasar los sindicatos vía cursos ficticios: líderes resultones que nunca hayan dicho ni se espere que digan nada que suponga alterar el 'statu quo' en beneficio de los ciudadanos (y, por tanto, morder la mano de quienes los están promoviendo) mientras mantienen el espectáculo del enfrentamiento vivo con gestos incendiarios y sonrisas de gabinete de comunicación. Willys Toledo, Franks de la Jungla.
Existen voces, sí, pero España está entregada a los titanes de la televisión, del tertulianismo, de lo que Anna Grau, con tanto acierto, llama biperiodismo… El manejo de la prensa, de la demoscopia y de recursos públicos sin límite ha logrado que los españoles –solo así se explica el fracaso de UPyD- ignoren la coherencia y la honradez y prescindan del consenso y de cualquier propuesta que requiera reflexión. Los españoles, forofos, llevan años prefiriendo a los willys y a los franks de la política y votarán por los que menos les hagan cuestionarse sus ideas preconcebidas. Por más que algunos así nos lo quieran hacer creer, ni estamos en 1978 ni cabe esperar reforma útil del actual debate sobre España. Sobran actores y faltan líderes. Agitadoras.