17 noviembre 2006

Diplomacia majadera

La política exterior de España nunca fue como para tirar cohetes, al menos desde Fernando el Católico, un genio de la diplomacia que enseñó maldades a Maquiavelo. Con José María Aznar existían criterios firmes; equivocados e injustos, a mi entender, por alinearse con el imperialismo más infame, pero más o menos firmes. Últimamente, en cambio, lo único que nos falta por ver es el cese de Miguel Ángel Moratinos y su sustitución por Boris Izaguirre, quien, visto lo que hay, como ministro de Exteriores no resultaría menos verosímil y a no dudar ofrecería un discurso mucho más brillante. Puede parecer que en esto, como en otros asuntos, disfruto zahiriendo al presidente Rodríguez Zapatero, o a su gobierno, o a su partido, pero con cierta melancolía juro que no es así (salvo, sí, lo confieso, en el caso de ese eximio orador que es José Blanco). Para certificar que no lo hago por vicio, sin embargo, ¿qué podría decir de positivo con respecto a la política exterior de ZP? Veamos.

Francia y Alemania marcan distancias con el gobierno de Turquía, al que no perdonan cierto déficit democrático y algunas importantes manchas en su pasado y su presente, como la persistencia en negar oficialmente los genocidios curdo y armenio o la franca hostilidad hacia Chipre, que es ya estado miembro de la Unión Europea. Pues va Zapatero y se monta un chiringuito absurdo con, entre otros, el presidente turco, a quien presenta como adalid de la democracia (será que los franceses y los alemanes no se enteran), con el desprestigiado secretario general de las no menos desprestigiadas Naciones Unidas, Kofi Annan, y con Mohamed Jatamí, un político iraní respetable pero de capa caída. A este chiringuito le pone el nombre de Alianza de Civilizaciones, que le toma prestado a Annan de otra broma suya de hace unos años; se reúne con sus colegas en cuantas ocasiones estima conveniente; entrega un informe lleno de buenas palabras, fruto de tan sesudas reuniones, que resulta manifiestamente perogrullesco y ridículo, cuando no ofensivo para Occidente, ignorante de las muchas civilizaciones que no son la occidental ni la islámica y, en cualquier caso, inaplicable e indiferente para el Islam, como demuestra el hecho de que la prensa musulmana apenas haya dedicado a la iniciativa algún espacio en sus secciones misceláneas; y compromete un presupuesto que sale casi íntegramente de los bolsillos de los españoles en dotar de estructura burocrática a esta pantomima, y me imagino que en otorgar las dietas y los viáticos correspondientes a sus protagonistas. De todo ello se benefician exclusivamente el presidente Erdogán, que encuentra cerradas todas las puertas de Europa menos la que tan generosamente le franquea ZP; el secretario Annan, que está a punto de la jubilación y ya se promete un confortable sillón como director de esta simpleza bautizada, con gran prosopopeya, como Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones; y el régimen de los ayatolás iraníes, que, prácticamente apestado en la mayor parte de los foros internacionales (si exceptuamos su enternecedora amistad con Corea del Norte, claro), encuentra un eco muy valioso en todo este ejercicio de superlativa candidez. En tal derroche de diplomacia paleta, sintiéndolo mucho, no puede uno encontrar nada solvente por más que pruebe.

Luego viene el vodevil de la visita de Teodoro Obiang Nguema. Resulta que los ciudadanos de Guinea Ecuatorial llevan –los que sobreviven– unos treinta años sometidos a la tiránica férula de este caballero, y al gobierno del PSOE no se le ocurre disparate mejor que invitarlo a una visita oficial de la que luego, por vergüenza democrática y ante la falta de consultas previas, se desmarcan prácticamente todas las instituciones, quedando los actos reducidos a una inauguración de embajada cuya crónica les recomiendo lean como relato de ficción; porque como realidad es demasiado chusca y triste para ser digerida. ¿Por qué el gobierno ZP se muestra tan generoso con un dictador execrable? Ya se lo cuento yo, por si no se habían dado cuenta: porque Guinea Ecuatorial es el tercer productor de petróleo en África (por supuesto, todo lo controlan el dictador y su familia) y Repsol y otras multinacionales españolas desean invertir allí. ¿A quién beneficia esta actuación, contraria a los usos europeos, a los deseos de los representantes políticos e institucionales a quienes no se consultó y a cualquier noción de gestión diplomática seria? A las grandes empresas y al dictador, claro; el pueblo ecuatoguineano comprueba así cómo, por mucho que resplandezcan en un discurso oficial zapaterista que cada día se parece más a un guión de Disney, los derechos humanos y la democracia pasan a un segundo plano tan pronto como aparecen en el horizonte los intereses de las grandes empresas. Es justamente la misma política que ha seguido el dúo Zapatero-Moratinos en China, a cuyo régimen, responsable del mayor número de asesinatos causados por un gobierno en el mundo, vendemos armas y ante cuyos representantes facilitamos las inversiones de Telefónica. O en Hispanoamérica, donde las grandes compañías de suministros son de capital básicamente español (aunque, qué curioso, ni las condiciones laborales y sociales allá tienen mucho que ver con las que disfrutamos en España, ni el zapaterismo hace nada por promover su mejora). Y será que a uno le queda algún escrúpulo moral, pero nunca he podido soportar con serenidad esa odiosa combinación de hipocresía y pragmatismo: no por ser habitual me parece menos enferma.

En cuanto a nuestras relaciones con los Estados Unidos, me pregunto si en este momento alguien sabe en qué rayos consisten. Hemos pasado de un Zapatero en la oposición que públicamente se negaba a mostrar el respeto debido por la bandera de aquel país a un Zapatero presidente que sí se pone en pie ante la enseña de las barras y las estrellas. En uno de esos dos momentos fue inmensamente torpe, pero da la sensación de que el presidente no tiene claro en cuál de los dos. Obligado a cumplir una promesa electoral que jamás hasta el 11-M se creyó en la necesidad de cumplir y respetando la voluntad ampliamente mayoritaria de la ciudadanía, que José María Aznar se había pasado por el arco de triunfo, Zapatero nos retiró de la aventura imperial en Irak. El desaire a los hasta entonces aliados Bush y Blair obligó al leonés a ofrecer una compensación en Afganistán, donde nada se nos había perdido y donde la invasión y una ocupación que comparte algunas características con la de Irak empiezan a pasarnos factura, en forma de riesgo para nuestros soldados.

¿Esto es una política exterior? Yo me pregunto: si los americanos se equivocan siempre, y los británicos por extensión (excepto en el asunto de Gibraltar, donde parece que ceder siempre es bueno), ¿por qué unas veces colaboramos con ellos y otras no, tratándose de casos similares? Por nada. Si hacemos caso omiso de los intereses de Europa o de cómo los entienden nuestros principales socios, al mismo tiempo que en negociación cedemos nuestras cuotas europeas de poder con mirífico talante, ¿qué respeto y qué apoyo podemos esperar para nuestras pretensiones en la Unión o fuera de ella? Ninguno. Si nuestra actuación en África, Asia e Iberoamérica se limita a darnos ostentosos abrazos con personajes de la catadura moral de Hugo Chávez, Mohamed VI, Fidel Castro o Teodoro Obiang mientras por otro lado allanamos el camino a las transnacionales (cuya única patria, por muy españolas que sean, es el dinero) e ignoramos el hambre, las pandemias, la corrupción, la violencia, las verdaderas raíces del problema de la inmigración ilegal, ¿qué crédito puede tener España en aquellas regiones? Exactamente el que están pensando: cero. Sinceramente, me sabe muy mal no encontrar motivo alguno de elogio para la política exterior de España, pero es que no encuentro adjetivo menos áspero que el que reza en el título para calificarla.

Otro día hablamos del País Vasco.

06 noviembre 2006

Dos notas sobre inmigración

¿Efecto llamada?

Lo que seguramente urge más en Europa es castigar con dureza a quienes emplean de forma irregular a los inmigrantes y se ahorran las cotizaciones a las que esos trabajadores, por morenos que sean, tienen derecho y que, además, necesitamos si queremos seguir financiando nuestras pensiones. Estas prácticas sí atraen inmigrantes, mucho más que cualquier regularización masiva: ¿quién emigraría sin papeles a un país donde la explotación no se tolera? Entre tanto, no está de más tomar medidas de manera ordenada y consultando a los socios.

Preocupación en Baleares por la llegada de la primera patera

Dadas las condiciones geográficas, parece poco probable que Baleares se canarice. Pero nada me importa el nombre del archipiélago. Lo que nos debe preocupar es que los inmigrantes que efectivamente nos mandan las mafias marroquíes no pierdan, sobre los ahorros, la vida en el intento. O evitamos que pateras y cayucos lleguen a zarpar –y ahí son indispensables la honradez, la decisión y la cooperación internacional– o acogemos a los llegados como es debido. En Baleares, en Canarias o en Honolulu. Última Hora.

05 noviembre 2006

Oportunidad histórica

Tras las elecciones catalanas (43% de abstención, 60.000 votos en blanco, tres escaños para Ciutadans-Partit de la Ciutadania), comienza el trapicheo entre los partidos políticos tradicionales. Que los catalanes hayan castigado con claridad meridiana a los miembros principales del Tripartito y a los promotores de un Estatuto que se aprobó con el apoyo de sólo un tercio del electorado no impedirá que los políticos profesionales negocien su futuro inmediato sin mirar qué significa todo esto, sino únicamente cuántos votos pueden sumar y a cambio de qué.

Ciudadanos es un partido con cuatro meses de antigüedad, dirigido por políticos no profesionales y ninguneado absolutamente por los medios de comunicación a excepción de El Mundo y la COPE (con amigos así, para qué queremos enemigos…). Que una formación de estas características haya accedido al Parlament con tres escaños es toda una revolución que los partidos tradicionales y sus medios de comunicación afines se han cuidado mucho de ponderar. Esta formación, avalada por un grupo de intelectuales enemigos de la perniciosa uniformidad nacionalista, no va a contar a la hora de formar mayorías, pero por primera vez hara oír palabras de cambio en el Parlament. La imposibilidad aritmética de determinar voluntades mayoritarias va a dar a Albert Rivera y sus dos compañeros –así lo esperamos– libertad para dar voz a esos ciudadanos que, hastiados del delirio nacional catalán, de la ficción del enfrentamiento entre lenguas y de una corrupción (el famoso tres por ciento) asumida por todos los partidos, han preferido votarles o bien abstenerse o votar en blanco. Dependerá de Ciutadans que su éxito actual fructifique dentro de cuatro años en un mayor apoyo de los catalanes o en una nueva decepción. Última Hora.