En vísperas del décimo aniversario del atentado del
11 de marzo de 2004 en Madrid, cabe que todos hagamos una reflexión sobre su
significado y trascendencia, pero unos pocos tienen algo más: la obligación de
rendir cuentas. En estos días hemos leído diversas interpretaciones. La de
Pedro J. Ramírez, principal impulsor de la teoría conspiratoria en su etapa
como director de El Mundo, no se
desmarca del todo de ella y pone de manifiesto la falta de reflexión sobre las
consecuencias sociales y políticas de un acontecimiento que él identifica como
hito de un fin de época, similar al desastre de 1898 que, al contrario que en
nuestro caso, sí analizaron los miembros de toda una generación literaria.
Casimiro García-Abadillo, hoy director del mismo
medio, desde el cual alentó también la tesis de la autoría de ETA, consigue una
salida airosa en una entrevista al juez Gómez Bermúdez en la que este cierra el
caso sin hacer demasiada sangre contra el diario. Remata la jugada ayer en un
artículo según el cual parecería que El
Mundo nunca tuvo nada que ver con aquella interpretación.
José Antonio Zarzalejos deja fe de lo desafortunada
de esta aventura política y periodística (y de su fobia por Pedro J. Ramírez)
en su columna de El Confidencial. Hay
que decir que tiene razón, y especialmente cuando cita a Irene Lozano en una
frase de un artículo de 2007 en ABC a propósito de este caso: “¿Nos
damos cuenta de cómo envilece la vida pública el que la mentira no tenga
consecuencias?”
El editorial de ayer de El País, por su parte, titula “Reconstruir la unidad” una reflexión
muy oportuna sobre la necesidad de dejar a un lado el partidismo en materia de
terrorismo y, especialmente, en lo que toca a sus víctimas, y hace un
llamamiento para restablecer el reconocimiento de todos los demócratas hacia
sus conciudadanos, independientemente de su adscripción política y en un frente
común contra los enemigos de la democracia.
España es, sí, un país bastante sectario, pero lo
ha sido mucho más desde que, hace diez años, los líderes del Partido Popular
creyeron poder prescindir del PSOE en la gestión de la crisis, porque creían que
un crimen masivo de ETA a tres días de las elecciones les beneficiaría, y
especularon mezquina, inmoralmente con los sentimientos de un pueblo cuando ya
todo el mundo sabía que los autores del atentado eran fundamentalistas
musulmanes; y desde que los líderes del PSOE, a su vez, en lugar de apretar las
filas con el gobierno, propagaron entusiásticamente la opinión de que el
gobierno mentía, porque igualmente pensaban que esa imagen –y la de un país
salvajemente golpeado por el yihadismo como represalia por la participación de
su gobierno en una guerra indeseada –les reportaría beneficios electorales. Tenían
razón: las elecciones sufrieron un vuelco con respecto a las encuestas y desde
entonces la política española se ha poblado de mediocres que explotaban
convenientemente –para acusar o para lamentarse– las consecuencias de ese
vuelco.
Me avergüenza profundamente el recuerdo de
personajes como José María Aznar, Ángel Acebes, José Luis Rodríguez Zapatero o
Alfredo Pérez Rubalcaba intentando sacar tajada electoral de aquellos días
aciagos, en los que el terrorismo internacional no solo acabó con la vida de
192 inocentes, sino también con la moralidad en la política española. Es
preciso pasar página. Los diez años sucedidos tras aquellos atentados han sido
probablemente los de peor calidad democrática de las últimas décadas. Los
líderes de los partidos grandes han chapoteado en numerosos escándalos sin
miramientos porque, siguiendo la pauta del 11-M, su objetivo no ha sido nunca
persuadir al ciudadano de la bondad propia, sino de la odiosa maldad congénita
del contrario... Y eso lleva sistemáticamente al cuanto peor, mejor. Y eso es lo que hemos tenido: lo peor.
Aclaradas suficientemente las circunstancias del
atentado, como explica Fernando Reinares en un libro de reciente aparición, es
necesario superar el sectarismo, por el bien de los españoles y porque las
circunstancias excepcionales que vivimos exigen líderes excepcionales. Hasta
ahora no hemos tenido suerte; ojalá el 11-M de 2014 sirva para hacer la
reflexión necesaria y dar paso a una nueva etapa de regeneración democrática y
de política como servicio. mallorcadiario.com.
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