El espectáculo dado la semana pasada por los partidos grandes, pero en especial por el PSOE, roza la tragicomedia. UPyD había presentado una moción para que el Congreso de los Diputados se pronunciase contra el plan soberanista catalán. La propuesta constaba de dos partes: en una, UPyD reclamaba una declaración en contra del Plan Mas; en la segunda, que el Gobierno interviniese para impedirlo. El PP, que -no lo olvidemos- es responsable de ese Gobierno y, por lo tanto, debería haber impulsado ya hace tiempo y motu proprio una iniciativa como la de UPyD, pero que jamás lo hizo debido a sus complejos y a que está demasiado entretenido sorteando a la justicia, se unió a la moción. El PSOE, alborotada la paz de su incoherencia, se resistió presentando una enmienda en el sentido de que no interviniera el Gobierno, sino que fuesen los jueces los que determinasen cuándo las autoridades catalanas cometen un delito y cuándo no. El PSOE tenía, tal vez, la esperanza de que UPyD se negase a transigir y anunció que, en ese caso, se abstendría. Pero hete aquí que los diputados de UPyD asumieron la enmienda y, por tanto, la moción se presentó con la aportación del PSOE. A Rubalcaba no le quedó más remedio que votar afimativamente si no quería caer en un descrédito aún mayor del que ya le afecta.
Las reacciones en el patio político han sido espectaculares. Los nacionalistas insultaron a Rosa Díez ya desde la misma tribuna de oradores, incluyendo insinuaciones sexistas intolerables. Pese a la serenidad evidente de la portavoz magenta, recuerdo al portavoz de ERC recomendándole, casi a voz en grito y evidentemente alterado, que no se pusiera histérica… A continuación, medios al servicio de la Generalidad (o sea, prácticamente casi todos los medios catalanes) han acusado a UPyD de incendiar el panorama político y de buscar la ruptura en vez del entendimiento. Es asombroso, por más que estemos acostumbrados, que un partido que cuenta cinco diputados ponga contra la pared a otros dos que suman casi 300 entre los dos y les obligue a firmar a regañadientes una defensa del estado de derecho. Asombroso, sí, pero no tanto como la reacción de Pere Navarro y Alfredo Pérez Rubalcaba al día siguiente: después de votar algo tan palmario como que la Constitución se debe cumplir, mostraron su arrepentimiento y, temerosos de ir al infierno de los malos catalanes, prometieron no volver a votar nada “en contra de Cataluña”, como si la vigencia del estado de derecho fuese una plaga que en aquella región de España conviene combatir ; como si los representantes del pueblo pudieran hacer otra cosa que defender la legalidad.
La cuestión es que hace mucho tiempo que el PSOE se olvidó de su función vertebradora de España, como gran partido que es, para pastelear con las veleidades localistas allá donde tiene representación. Eso, en Cataluña, significó en cierto momento echarse en brazos del nacionalismo y abandonar a sus electores, que no desean fractura alguna porque se sienten españoles. El PSOE y el PSC se encuentran, así, en la disyuntiva de defraudar a sus electores más radicales o más contagiados del nacionalismo rampante en Cataluña o bien defraudar a sus votantes en el resto de España. Es lo que tiene no tener un discurso único, sino discursos acomodaticios, coyunturales y, por tanto, mentirosos dependiendo de ante quién se pronuncien, en un proceso que tiende hacia el infinito, es decir, hasta la autodestrucción del PSOE, dado que los electores, como los consumidores, suelen preferir a los originales antes que a las malas copias. Si el pensamiento confuso se representase mediante una función, el PSOE (pero especialmente el PSC) sería su asíntota. Es lo que tiene anteponer los intereses electorales a los principios; y de eso no tiene la culpa UPyD, sino el propio PSOE. Exactamente igual que el PP, que practica idéntica política del halago local allá donde le toca, y es capaz de defender las prospecciones petrolíferas en Madrid y oponerse a ellas en Ibiza; o defender el cupo vasco en Vitoria y criticarlo en Logroño.
Es hora de que los españoles les digan a los partidos que no los tomen por menores de edad. Un ciudadano responsable quiere que le informen y no que lo halaguen. Un catalán, independentista o no, quiere que le cuenten la verdad de lo que sucede y de lo que puede o no puede suceder. La independencia de Cataluña es una de esas cosas que no van a suceder, como no sucedió la vasca tras el Plan Ibarretxe, y no decirlo a tiempo solo genera tensiones innecesarias y frustración. Pero qué vamos a esperar de un país en el que a los correveidiles de los etarras se les llama verificadores… Y es que la política en España consiste en no decir nunca la verdad, salvo por error. mallorcadiario.com.
No hay comentarios:
Publicar un comentario