La pregunta acerca de cuáles serían las consecuencias de la independencia de Cataluña solo tiene sentido como parte de la explicación de por qué esa independencia no va a suceder. Cuando los separatistas nos hablan de un futuro sin España pero con Europa mienten: la salida de España supone la salida automática de la Unión Europea, sus autoridades han dejado claro en suficientes ocasiones que la normativa no es interpretable de otra forma y el veto de varios países para un hipotético ingreso posterior en la Unión estaría prácticamente asegurado. Y cuando los separatistas admiten un futuro fuera de la Unión pero nos dicen, entonces, que nada impediría a una Cataluña independiente conservar el euro como moneda, vuelven a mentir.
Una Cataluña independiente podría efectivamente ligar la paridad de su moneda al euro, como hizo Irlanda en 1928-1978 con la libra esterlina, o emplear el euro como hoy hacen Montenegro o Kosovo, dos de las economías más pobres de Europa. El problema es que una Cataluña independiente debería establecer un banco oficial catalán, ya que el Banco Central Europeo dejaría de respaldar la economía catalana en caso de crisis, y eso significaría contar con recursos propios, en principio muy dudosos de conseguir. Las tasas de interés serían marcadas por el Banco Central Europeo sin tomar en consideración las necesidades de la economía catalana. Dado que una Cataluña independiente tendría su propio ministerio de Hacienda y sus propios presupuestos, pero no herramientas suficientes para controlar su economía que excluyesen, por ejemplo, la eventualidad de un rescate bancario europeo, Cataluña habría de someterse a acuerdos previos sobre la deuda y el déficit –partiendo de una enorme deuda como consecuencia de la separación de España- con consecuencias incalculables sobre la carga tributaria y sobre el mercado de trabajo, afectado por otra parte por la anunciada deslocalización de empresas y la reducción de las ventas de productos catalanes en el resto de España y de Europa, de las que no solamente la separarían una frontera nueva y sentimientos de ruptura difíciles de restañar, sino además barreras normativas muy considerables. La alternativa –una moneda propia desligada del euro- dejaría a Cataluña a merced de los mercados monetarios y la especulación, ante los que un pequeño estado tiene muy poco que decir, con la seguridad de consecuencias negativas como una devaluación brutal desde el minuto uno y una más que probable inflación permanente.
Una Cataluña independiente sería, por tanto, mucho más pobre. Se calcula que su PIB bajaría entre un 23% y un 50% y sus ciudadanos pasarían a disfrutar del nivel de vida de los de Ceuta, si comparamos en el contexto autonómico. El déficit exterior sería brutal: más del 15% de su economía. O la necesidad de seguridades por parte de los socios en el euro, en su caso, privarían a Cataluña de soberanía real, o bien la inflación y la dependencia de los mercados monetarios, en el caso de la moneda propia, lastrarían gravemente su futuro; y, en ambos casos, la subida de impuestos y la tasa de desempleo serían intolerables.
Cataluña salió de la decadencia económica en que llevaba sumida desde la Edad Media gracias a la supresión de los aranceles interiores por Felipe V y a su integración económica y administrativa con el resto de España. La unidad de los mercados siempre ha favorecido a Cataluña, y cualquier paso en contra de esa tendencia histórica es un paso atrás. Hoy, la integración con Europa es una exigencia evidente. No dudo que un iluminado como Oriol Junqueras y alguien obsesionado por el poder como Artur Mas puedan optar por arrebatar a sus conciudadanos la prosperidad de la que gozan con tal de ver sus mitos realizados o sus intereses garantizados; Xabier Arzalluz se lo dijo una vez a Hans Magnus Enzensberger, como recordaba anteayer Santiago González: “Hay cosas más importantes que la economía; al fin y al cabo, no somos marxistas… Incluso nos avendríamos a un descenso del nivel de vida”.
Lo que tampoco hay que dudar es que en Cataluña viven muchas otras personas –entre ellas, las más poderosas e influyentes- que no están dispuestas a volver al siglo XVII para satisfacer los delirios de sus gobernantes, y que no permitirán que ese proceso avance lo suficiente como para hacer más daño. Es igualmente claro que Mas puede estar obsesionado por el poder, pero no ciego, y que sabe a ciencia cierta que la independencia es algo que no va a suceder, como reconoce en privado.
Por todo ello, me parece a mí, la pregunta pertinente no es acerca de las consecuencias que tendría la independencia de Cataluña, sino más bien la siguiente: ¿por qué Artur Mas estafa sistemáticamente a la ciudadanía, hozando en el desgobierno y especulando con una independencia que sabe no solo indeseable, sino también imposible, aun a riesgo de generar una frustración de calibre histórico y crear enfrentamientos donde no los había? Yo tengo mi respuesta, pero dejo que el lector componga la suya. mallorcadiario.com.
No hay comentarios:
Publicar un comentario