Estas conductas no son nuevas, pero no
dejan de sorprender a cualquier demócrata convencido: en el Día de la
Constitución, fascistas amagados en la madrugada arrojaron bolas de pintura
roja contra el rótulo y la fachada de la sede de Unión Progreso y Democracia en
Palma. No es la primera vez que mi partido sufre ataques: la semana pasada,
ultras catalanistas ocuparon por la fuerza nuestra sede en Barcelona y
maltrataron a la persona que se encontraba en su interior. Hemos sufrido
ataques semejantes al de este sábado en muchos lugares –recuerdo el de Alicante
hace menos de dos semanas , de características prácticamente idénticas-, e
incluso en nuestra sede anterior de Palma, en cuyo portal otros vándalos o los mismos
rotularon los espejos con insultos analfabetos.
La estupidez evidente del acto no impide
que algunos quieran justificarlo o, al menos, diluirlo en un “les pasa a
todos”, “no sois tan especiales”. Los que lo justifican no tienen perdón: hemos
escuchado y leído cosas como “decís ciertas cosas y luego pasa lo que pasa”… O
bien “os lo merecéis por fascistas, colonialistas y supremacistas” (¡sic!).
Pero a estos cafres no aspiramos a convencerlos.
Lo que nos preocupa es la equidistancia.
Esa misma que a algunos les hace poner en sendos platos de la balanza a etarras
y víctimas del terrorismo, o a justificar el nacionalismo catalán por eso que
ellos llaman nacionalismo español. Esa forma de pensar viscosa e infumable que
quiere diluir las responsabilidades individuales en un “y tú más” o, cuando
menos, en un “a mí también me pisaron una vez un dedo”. No pasaremos por esto:
los comportamientos fascistas no los define el contexto ni la opinión, sino su
propia dinámica de intolerancia.
Y de esto se trata, y no de indignación
generalizada como algunos sugieren. Toda la violencia es inaceptable, y hemos
condenado las coacciones a Alfredo Pérez Rubalcaba cuando recientemente
radicales le impidieron impartir una conferencia en Granada, o el intento de
incendio de la sede del PP en Ibiza. Sin
embargo, el argumento de la indignación cabe en estos casos: se trata de
partidos que han tenido o tienen responsabilidad en la dramática situación que
viven muchos españoles y, si bien esto no justifica los ataques, puede ayudar a
explicarlos. Pero en el caso de UPyD, ¿qué responsabilidad se nos atribuye? ¿La
de haber llevado al banquillo a los responsables de Bankia y de las preferentes? ¿La de denunciar una y
otra vez los abusos de la partitocracia? ¿Proponer para España un modelo
federal racional? ¿Pedir una ley electoral que respete los deseos del
electorado? ¿Defender la unidad de España? ¿Insistir en la necesidad de que los
políticos saquen las manos del Poder Judicial, de las cajas, de los medios de
comunicación? ¿Renunciar a los coches oficiales y a las dietas indebidas?
Sin haber tenido responsabilidades de
gobierno, resulta evidente que el problema que algunos tienen con UPyD es que
hemos opinado con libertad y que, al contrario que PP y PSOE, no nos dejamos
intimidar por el nacionalismo. No nos pueden odiar por una acción de gobierno
que aún no hemos desempeñado, así que solo podemos deducir que nos odian por
nuestras ideas, unas ideas que defendemos pacíficamente, con transparencia y
con el máximo respeto a la ley. No hay indignación en esos ataques, no. Hay
intolerancia contra el diferente, contra el pequeño que viene a molestar al establishment. Los que han atacado las
sedes de UPyD son fascistas, y así tendremos que decirlo. Uno lleva años
sosteniendo que cualquier nacionalismo lleva en su seno necesariamente un
germen de fascismo. Pues bien: el fascismo catalanista está germinando y su primer
objetivo son las ideas. Dejémonos de paños calientes. El Mundo-El Día de Baleares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario