La Sussex
Archaeological Society de Lewes data de 1846. Su cometido es la promoción de
los estudios históricos con especial referencia al área en la que actúa. A día
de hoy es responsable del mantenimiento y de la encomiable gestión de un
palacio de época romana, un castillo normando del siglo XI, un monasterio del
siglo XIII, una casa-museo del siglo XV, un cottage del mismo siglo que
perteneció a Enrique VIII y a otros royals
de la época Tudor, la casa en la que vivió su retiro una de las exesposas de aquel
rey, Ana de Cleves, un museo arqueológico, un museo de historia marítima… Además,
la SAS publica una revista científica y mantiene una biblioteca para
investigadores, todo lo cual en absoluto agota las actividades a las que se
dedica. Hay que recalcar que, desde su
fundación, esta organización no gubernamental o charity se ha sostenido al cien por cien gracias a las aportaciones
económicas y el trabajo voluntario de sus socios y a la explotación de algunas
de sus propiedades; por ejemplo, mediante el alquiler de algunos de los
espacios que gestiona para banquetes, bodas y otros eventos.
Estamos
hablando de una organización que recibe inversión pública por valor de cero libras
esterlinas. Lo mismo se podría decir de la infinidad de organizaciones no
gubernamentales que por todo el Reino Unido se ocupan del patrimonio histórico
y artístico local, el estudio o la protección de las aves, la fauna o la flora,
la solidaridad con los desfavorecidos del barrio, la educación complementaria y
otros muchos terrenos que se caracterizan por la ausencia de rentabilidad
comercial directa. Aunque no fuera un anglófilo declarado, nunca podría dejar
de manifestar admiración por una sociedad que, sin exacción por parte de la
autoridad e independientemente de la cualificación académica o la ocupación de
cada cual, dedica una buena parte de sus ingresos privados y de su tiempo personal
a colaborar en la preservación de un palacio del siglo XVI; o en la
catalogación de aves en peligro de extinción; o en detener el tráfico a las
horas de entrada y salida del cole de su barrio. Son muchos los ciudadanos británicos
–innumerables, en comparación con España- que desinteresadamente invierten su
energía en formarse y trabajar para proteger y mantener a disposición de todos el
patrimonio que a todos pertenece o para hacer más posible una convivencia
justa.
Algo así
sería impensable en España. Todos sabemos que en nuestro país, y salvando la
alabanza a la que algunos se hacen acreedores, gran parte de las OONNGG han
vivido durante los años de la burbuja casi totalmente de las subvenciones
(hasta el punto de que a veces se han creado con el único objetivo de
recabarlas y garantizar ciertos ingresos a las personas indicadas, cuando no,
por desgracia, para desviarlos vergonzosamente como parece que ha sucedido en
Valencia). También sabemos que la solidaridad en España se ha entendido
demasiadas veces como turismo de aventura, pero no tantas con gestionar los
problemas del vecino. Nos consta –la gran mayoría de los españoles están
convencidos de que es así- que el mantenimiento de todo lo que tenga que ver
con la cultura es una obligación de los poderes públicos, porque “la cultura no
es rentable” y nadie más se va a ocupar de ella. Y tenemos la evidencia de que
los españoles son poco proclives a gastar el dinero que cuestan un par de cubatas
la noche de un viernes en pagar la cuota de una asociación solidaria, un
partido político, un sindicato o una sociedad cultural de la que no esperemos
algún tipo de compensación a corto o medio o plazo.
Si me
declaro anglófilo es debido a cosas como esta. Los británicos demuestran todos
los días que la cultura sí es rentable, que la solidaridad empieza por la
propia comunidad y que las cosas que nos interesan no tienen por qué depender siempre
del maná público. Pero también es cierto que la presión fiscal media que
soportan no tiene nada que ver con la española, cuyos tipos impositivos solo
son superados por Bélgica, Dinamarca, Francia y Suecia; que los servicios que a
cambio reciben son muy completos; y que la burocracia a que están sometidos sus
ciudadanos y empresas es infinitamente menor, por lo que el dinamismo de su
economía es otro. Por supuesto que en España tenemos mucho más sol y se come mucho
mejor… Pero ya va siendo hora de que miremos otros modelos de sociedad si es
que queremos salir del agujero histórico en el que nos encontramos, y una
sociedad en la que el estado aprieta poco al ciudadano, le da los servicios
esenciales de manera eficaz y le deja margen para que emprenda iniciativas privadas
muy importantes para la solidaridad y para la gestión de lo que es de todos, me
parece un modelo más humano y muy aprovechable. Si quieren saber mi opinión,
esto es algo que también se puede cultivar en las escuelas...
Pero ahora
sigamos ocupándonos de las lenguas propias. mallorcadiario.com
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