07 octubre 2013

Un modelo más humano

La Sussex Archaeological Society de Lewes data de 1846. Su cometido es la promoción de los estudios históricos con especial referencia al área en la que actúa. A día de hoy es responsable del mantenimiento y de la encomiable gestión de un palacio de época romana, un castillo normando del siglo XI, un monasterio del siglo XIII, una casa-museo del siglo XV, un cottage del mismo siglo que perteneció a Enrique VIII y a otros royals de la época Tudor, la casa en la que vivió su retiro una de las exesposas de aquel rey, Ana de Cleves, un museo arqueológico, un museo de historia marítima… Además, la SAS publica una revista científica y mantiene una biblioteca para investigadores, todo lo cual en absoluto agota las actividades a las que se dedica. Hay que recalcar que, desde su fundación, esta organización no gubernamental o charity se ha sostenido al cien por cien gracias a las aportaciones económicas y el trabajo voluntario de sus socios y a la explotación de algunas de sus propiedades; por ejemplo, mediante el alquiler de algunos de los espacios que gestiona para banquetes, bodas y otros eventos.

Estamos hablando de una organización que recibe inversión pública por valor de cero libras esterlinas. Lo mismo se podría decir de la infinidad de organizaciones no gubernamentales que por todo el Reino Unido se ocupan del patrimonio histórico y artístico local, el estudio o la protección de las aves, la fauna o la flora, la solidaridad con los desfavorecidos del barrio, la educación complementaria y otros muchos terrenos que se caracterizan por la ausencia de rentabilidad comercial directa. Aunque no fuera un anglófilo declarado, nunca podría dejar de manifestar admiración por una sociedad que, sin exacción por parte de la autoridad e independientemente de la cualificación académica o la ocupación de cada cual, dedica una buena parte de sus ingresos privados y de su tiempo personal a colaborar en la preservación de un palacio del siglo XVI; o en la catalogación de aves en peligro de extinción; o en detener el tráfico a las horas de entrada y salida del cole de su barrio. Son muchos los ciudadanos británicos –innumerables, en comparación con España- que desinteresadamente invierten su energía en formarse y trabajar para proteger y mantener a disposición de todos el patrimonio que a todos pertenece o para hacer más posible una convivencia justa.

Algo así sería impensable en España. Todos sabemos que en nuestro país, y salvando la alabanza a la que algunos se hacen acreedores, gran parte de las OONNGG han vivido durante los años de la burbuja casi totalmente de las subvenciones (hasta el punto de que a veces se han creado con el único objetivo de recabarlas y garantizar ciertos ingresos a las personas indicadas, cuando no, por desgracia, para desviarlos vergonzosamente como parece que ha sucedido en Valencia). También sabemos que la solidaridad en España se ha entendido demasiadas veces como turismo de aventura, pero no tantas con gestionar los problemas del vecino. Nos consta –la gran mayoría de los españoles están convencidos de que es así- que el mantenimiento de todo lo que tenga que ver con la cultura es una obligación de los poderes públicos, porque “la cultura no es rentable” y nadie más se va a ocupar de ella. Y tenemos la evidencia de que los españoles son poco proclives a gastar el dinero que cuestan un par de cubatas la noche de un viernes en pagar la cuota de una asociación solidaria, un partido político, un sindicato o una sociedad cultural de la que no esperemos algún tipo de compensación a corto o medio o plazo.

Si me declaro anglófilo es debido a cosas como esta. Los británicos demuestran todos los días que la cultura sí es rentable, que la solidaridad empieza por la propia comunidad y que las cosas que nos interesan no tienen por qué depender siempre del maná público. Pero también es cierto que la presión fiscal media que soportan no tiene nada que ver con la española, cuyos tipos impositivos solo son superados por Bélgica, Dinamarca, Francia y Suecia; que los servicios que a cambio reciben son muy completos; y que la burocracia a que están sometidos sus ciudadanos y empresas es infinitamente menor, por lo que el dinamismo de su economía es otro. Por supuesto que en España tenemos mucho más sol y se come mucho mejor… Pero ya va siendo hora de que miremos otros modelos de sociedad si es que queremos salir del agujero histórico en el que nos encontramos, y una sociedad en la que el estado aprieta poco al ciudadano, le da los servicios esenciales de manera eficaz y le deja margen para que emprenda iniciativas privadas muy importantes para la solidaridad y para la gestión de lo que es de todos, me parece un modelo más humano y muy aprovechable. Si quieren saber mi opinión, esto es algo que también se puede cultivar en las escuelas...

Pero ahora sigamos ocupándonos de las lenguas propias. mallorcadiario.com

 

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