Me afea un muy buen amigo catalán, no nacionalista pero sí defensor del llamado derecho a decidir, que yo “no quiera ver lo evidente: que hay un gravísimo problema político en Cataluña", y me sugiere que "estaría bien por parte de quienes se proponen para gestionar los asuntos públicos intentar entender qué lo motiva". La verdad es que yo estoy convencido de que existe ese problema y también me preocupan sus causas, aunque creo que son otras que las que podría aducir mi amigo, y esto parece que a sus ojos me hace ciego: él da por supuesto, y a menudo se nos da a entender así, que yo o quienes como yo no comulgamos con la opción nacionalista simplemente no queremos ver ni entender la realidad catalana. Y esto se podría aplicar también a Baleares, al menos por lo que toca a los seguidores del catalanismo local.
A mí lo que me parece es que Cataluña está pasando por un triste período en el que, pese a su variedad ideológica, lingüística y si se quiere antropológica, el discurso oficial y las prácticas políticas tienden al identitarismo que lo justifica todo, a la uniformidad y a la exclusión del diferente y, por tanto, al recorte de las libertades individuales. "Si no piensas como nosotros, es que eres ciego o no quieres entendernos." ¿Soy yo solo el que percibe un tufillo totalitario muy desagradable?
El nacionalismo en sí es fruto de la libertad personal y por tanto no hay nada que reprochar a quien crea en él de buena fe, por muy reaccionario que sea poner las naciones por delante de los ciudadanos. Sin embargo, en mi opinión el independentismo catalán es quimérico, y por ello me parece terrible que una región entera se vea arrastrada por su casta política a invertir esfuerzos e ilusión en esa empresa, un esfuerzo en el que solo medra esa misma casta y que al conjunto de los catalanes los sumirá (esto, desgraciadamente, a día de hoy ya lo doy por hecho) en un pozo de frustración -unos-, desánimo -otros- y tal vez violencia -espero que ninguno-. Los motivos por los que creo que la independencia de Cataluña es no ya indeseable, sino imposible, son largos y quizá den para otro texto. En todo caso, es una opinión que, a mi juicio, puede defenderse con tanta legitimidad como cualquier otra y no convierte a su portador en ciego o insensible.
“El estado es ante todo un pacto político entre ciudadanos”, me dice mi amigo, “y, si no está sometido a la voluntad democrática de los ciudadanos, entonces ya no es un pacto, sino sometimiento”. Pero es que en España ya tenemos un pacto como ese que funciona desde hace siglos, y desde 1978 se renueva en las urnas cada cuatro años. Las imperfecciones de este pacto vienen dadas por diversos factores, no muy distintos en Olot o en Benavente (o en Múnich) a excepción de uno de ellos, muy importante, que es el nacionalismo lingüístico. Contra la corriente de la historia, los nacionalistas pretenden desgajar territorios al margen de los intereses de las personas a la manera del siglo XIX, basándose en argumentos propagandísticos muy hábilmente gestionados gracias a décadas de control de la educación y de los medios de comunicación, pero sin ningún arraigo en la realidad histórica ni en un presente que tiende o debe tender a la cohesión europea y no a la disgregación. Lo que proponen los nacionalistas en España es romper unilateralmente un pacto a cuyos aspectos positivos no han renunciado nunca por mínima coherencia, y yo no estoy por romper los pactos, sino por mejorarlos. La democracia consiste, además del sufragio, en respetar las normas que nos dimos y que siguen vigentes. Y respetar las normas incluye no manipular deslealmente la voluntad colectiva para conseguir a cualquier coste un estado de opinión favorable a los objetivos de unos pocos.
Mi amigo recurre luego al argumento del nacionalismo español que, a su juicio, justifica la existencia de un nacionalismo catalán. Pero la equidistancia no siempre es una virtud. Cuando los nacionalistas o quienes los defienden tiran del nacionalismo español para justificar sus posiciones, estan intentando imponer injustamente una equidistancia que no viene al caso. No existe el nacionalismo español desde que murió Blas Piñar. No hay ningún partido que se llame nacionalista español. No tiene prestigio ser españolista. Cualquier atisbo de patriotismo constitucional se tilda de nacionalismo español para desacreditarlo... Así que no acepto que haya ningún agravio hacia Cataluña por parte de un nacionalismo español que existe solo en la calenturienta imaginación de los creadores de opinión catalanistas. Si hubiera nacionalismo español, por ejemplo, ¿no hubiera habido manifestaciones en las calles tras la sentencia del TEDH sobre la doctrina Parot? España es el país menos nacionalista que conozco, y no me parece mal. Por tanto, lo siento pero esa equidistancia no la admito a trámite.
Aquí lo que hay es una serie de nacionalismos periféricos muy agresivos y un estado que peca de tibieza en la defensa del interés común, porque lo que sí creo firmemente es que, aunque la independencia sea quimérica, el eterno y huero debate entre los que la promueven y los que pretenden apaciguarla nos conduce a la irrelevancia como país y perjudica gravemente nuestros intereses, y principalmente los de los catalanes. Urge un gobierno nacional que se tome en serio de una vez por todas la obligación de sentar sólidas bases educativas e institucionales para acabar con el llamado problema catalán, que no es otra cosa que el problema de una clase política catalana reprobable y corrupta en el peor de los sentidos posibles. mallorcadiario.com
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