A todos mis compañeros
Hace unos días, durante la grabación de un vídeo para el digital del diario El Mundo, me preguntaron por el poema que me gustaria recitar desde la Tribuna del Parlament. Mi respuesta fue "Masa", del poeta peruano César Vallejo. Ayer se celebraron las elecciones y ya sabemos que la cosa no podrá ser en el Parlament, pero este magnífico poema, escrito en las trágicas circunstancias de 1937, sigue vigente en cualquier situación. Y sobre todo en esas situaciones en que un contratiempo puede parecer a algunos definitivo, pero la fuerza positiva de la resistencia y de la colaboración lo convierte en transitorio y, a la postre, en irrelevante.
Descansemos y, después, con la convicción intacta y el convencimiento de que no hay más camino que la suma y de que la suma conduce ineludiblemente al éxito, empecemos a sumar en torno a lo mucho que nos une. Juntemos voluntades, alleguemos más y más manos en esta obra que acaba de empezar y que nunca ha dejado de progresar. Como hoy en Madrid. Como en esos municipios que, a lo largo y ancho de España, a partir de hoy cuentan con un total de 152 concejales magentas. Como antes en la Eurocámara, o en el Parlamento Vasco, o en el Congreso de los Diputados. Parecía imposible, pero fue posible. Porque muchos se acercaron y se dieron cuenta de que lo que parecía un milagro no era más que cuestión de perseverancia; y nada se resiste a ésta. Hoy un amigo jardinero me recuerda que los árboles de crecimiento más lento son los más fuertes y los que producen las mejores maderas (gracias, Carlos).
Después de una campaña heroica, recibid todos mi enhorabuena, mi gratitud, un gran abrazo y toda mi confianza en el futuro. El poema lo dice mucho mejor; es otra versión -una versión genial avant la lettre- del Yes We Can.
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar.
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