Carlos de Inglaterra es culpable de haber abandonado a una mujer joven y bella por otra fea y desgarbada. Que ésta sea una mujer interesante –la imaginamos, incluso, fascinante, dada la incendiaria y perdurable pasión que ha inspirado en el heredero británico, sin duda un hombre refinado–, mientras la princesa difunta se caracterizó por no tener en la cabeza otra cosa que abundantes pájaros, es lo de menos: los británicos no parecen conocer más alternativa a una reina hermosa que la república. Y así se hace la historia...
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