Como es sabido, allá por 1595 el benedictino Arnoldo de Wion publicó un manuscrito que circulaba atribuido a san Malaquías, arzobispo irlandés del siglo XII, según el cual a todos y cada uno de los papas de la historia –pasados y futuros- se les asignaba un lema. Casualmente, los papas en aquel momento históricos recibían en la presunta profecía lemas muy adecuados a sus virtudes o deméritos. En cambio y sospechosamente, los papas posteriores a la fecha en que empezó a circular el manuscrito ostentan lemas oscuros, traducibles con gran dificultad a rasgos concretos de los papas a los que corresponden, a no ser mediante el ejercicio de la metáfora o la transigencia (que vienen a ser lo mismo).
Estos días se ha repetido el error que se viene repitiendo en las informaciones acerca del Vaticano cada vez que salen a relucir las famosas profecías. Según éstas, Juan Pablo II habría sido el antepenúltimo: tras su sucesor (De gloria olivae), habría de venir un último pontífice, Petrus Romanus, con el que se cerraría circularmente la nómina de los papas y se anunciaría el Día del Juicio. Es decir que, a veinte años por papa, con suerte, nos quedarían cuarenta años. Después, la hecatombe: el deshielo definitivo de los polos, la guerra nuclear, tal vez un meteorito o –cielo santo– un nuevo programa de Leticia Sabater...
El caso es que el lema asociado al número de Juan Pablo II en la profecía, De labore solis, viene siendo traducido como “el trabajo del sol” y, claro, enigmático sí resulta. Los comentaristas, incluso en algún estudio pretendidamente serio, han hecho verdaderos prodigios exegéticos para intentar deducir qué cosa quiso decir el apócrifo irlandés con semejante acertijo. Los curas, no sé si se han dado cuenta, callan. Y es que los curas saben latín. En ambos sentidos. Porque aquí labor no quiere decir “labor, trabajo” (se trata de un falso amigo, como diría un traductor), sino lo que suele significar cuando acompañan a esta palabra la luna o el sol: “eclipse”. Así, el lema que resume el papado de Karol Wojtyla, “el eclipse de sol”, concordaría muy bien con el sentimiento de quienes, aparte los incuestionables méritos personales del pontífice difunto, creemos que el suyo fue un reinado regresivo, conservador, ajeno a muchas sensibilidades contemporáneas y a algunas necesidades elementales de muchos católicos: los millones de africanos enfermos de SIDA, las mujeres que desean acceder al sacerdocio, los homosexuales, los que desean una muerte digna... Tal parece que san Malaquías no hubiese aprobado el trabajo del que con toda probabilidad será el próximo santo polaco.
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