Repasando una correspondencia vieja con un viejo amigo y correoso polemista, he encontrado una carta fechada en Zamora el 17 de abril de 2000 en la que replicaba a mi querido corresponsal, que me había reprochado mi abstención en las anteriores elecciones, en las que Aznar había conseguido su segundo mandato con mayoría absoluta. Los argumentos que entonces di a mi amigo para justificar mi renuncia al sufragio hoy me sorprenden por su actualidad e, incluso, me han emocionado un poquito porque me devuelven viva la voz de un elector frustrado -yo en este caso-, uno cualquiera de los muchos que ya hace una década repudiábamos esta falsa democracia y estábamos convencidos de la necesidad de un partido como el que hoy encarna UPyD. Transcribo a continuación lo más significativo de los párrafos que dirigí a mi amigo, sin añadirles nada:
"Votar hoy en Zamora (y en el resto de las circunscripciones no es distinto) significa que, aunque tú sepas que existen personas mucho más dignas, preparadas o, simplemente, simpáticas, tendrás que conformarte con votar a los tres caciquillos de una nómina exclusiva, perrillos falderos de la cúpula del partido que ésta ha colocado en listas cerradas y bloqueadas para agradecerles los servicios prestados y en la seguridad de que en las cámaras votarán al dictado y nunca molestarán a los que mandan, pese a saber que en Zamora todo el mundo, incluido algún juez que ya emitió sentencia, los conoce y conoce los negocios que llevan años haciendo a la sombra del poder o las putadas que han hecho desde sus empresas a los ciudadanos. Votar hoy significa que sólo las regiones con sensibilidad particularista y partidos que sepan manipular ésta tienen representación parlamentaria de facto como tales regiones, sobredimensionada además por el absurdo sistema de circunscripciones electorales provinciales. Votar hoy significa que el férreo control de los grupos parlamentarios por quienes designan a sus miembros se traduce en que los diputados y senadores no sirven a los ciudadanos sino a las cúpulas de los partidos [...]: la representación de los ciudadanos a que obliga la más elemental teoría constitucional no existe. Votar hoy significa que nada va a cambiar en el sistema político, porque para ser diputado hay que ser previamente designado candidato, y para ello hay que ser servil y no cuestionar demasiadas cosas (conoces la cita ya clásica en cualquier manual de teoría política contemporánea: “el que se mueva no sale en la foto”; y es certísima). Votar hoy significa aceptar campañas electorales despilfarradoras y destinadas a primates, votar sin debate previo, votar sin esperar que tenga consecuencias. Si algo significa votar hoy, será únicamente echar carburante a las máquinas de ganar votos de los partidos, satisfacer sus necesidades de cuota de poder y, en última instancia, hacer posibles los designios de [...] quienes directa o indirectamente financian a los partidos y controlan realmente su política, puesto que las promesas electorales no vinculan a los candidatos elegidos ni su compromiso lo es con la ciudadanía. ¿Acaso esto se puede llamar democracia? La voz del pueblo no llega a las Cortes. Votar hoy significa ser cómplice del asesinato de Montesquieu y aceptar un sistema viciado.
"Aún así, yo votaría si alguien [...] presentara en su programa un propósito de enmendar estos vicios, aunque no fueran todos ni la mayoría de ellos. A un partido que propugnase un nuevo sistema electoral en que se convocasen, mediante listas abiertas, elecciones por circunscripción única para el Congreso y por circunscripciones autonómicas para el Senado, para que la representación territorial fuese genuina, y del mismo modo y a escala para las elecciones regionales [...]; en que se exigiera por ley un funcionamiento democrático de los partidos y algo semejante a las elecciones primarias para elegir a los candidatos fuera obligatorio y vinculante; y en que los gastos electorales estuvieran muy limitados por ley y fueran absolutamente transparentes. Sí votaría a un partido que planteara una reforma de la Constitución para cerrar el diseño regional de España: un estado federal equitativo y solidario, con competencias fijadas y financiación preestablecida para el gobierno central y los autonómicos, para el Congreso y para un Senado realmente y no vergonzantemente autonómico; un estado, por tanto, no sometido a una permanente negociación que desangra el erario, impide el progreso de las regiones sin tribu nacionalista que toque las pelotas y, sobre todo, evita cerrar de una vez por todas un concepto de España consensuado y aceptado de buen grado por todos. A un partido que propusiera una separación real y no nominal de poderes: que no hiciese depender de las cúpulas de los partidos el nombramiento de los miembros del Consejo General del Poder Judicial ni del fiscal general, ni tampoco de los miembros de las cámaras legislativas. A un partido que se replanteara las relaciones del Estado con la Iglesia [...]. A un partido que fijase sus objetivos no a nivel europeo y mercantil, sino global y solidario (no he dicho caritativo), y que encarase dignamente el problema de la extranjería. A un partido que cuestionase el consumismo que nos devora y que ensucia los fenómenos de masas con todo lo deleznable que rodea al fútbol y otros deportes [...] y a la televisión [...]. A un partido que, en fin, abandonara la conveniencia electoral inmediata y la hipocresía que ésta conlleva y asumiese la misión histórica de proclamar el reino de la Ética, de modernizar España desde sus raíces y de no conformarse con un barniz europeo y moderno que se cuarteará tan pronto como la economía marche peor que hoy.
"[...] Pero los partidos, por desgracia, medran en la partitocracia y dudo mucho que los políticos tradicionales vayan a hacerse el haraquiri en favor de la democratización del régimen. Yo no quiero un gárrulo mesías como Jesús Gil ni una revolución popular que no es posible ni conveniente. Quiero que un partido de gente moderada y eficaz (como son o podrían ser efectivamente las cúpulas del PSOE y del PP) renuncie al electoralismo y al juego del poder sin principios y desee de verdad dar un salto en la libertad política de los españoles. Lo que más me jode es que no estemos aprovechando un período de amplias libertades, de bonanza económica y de estabilidad política como nunca hemos disfrutado para formar a la ciudadanía en una democracia auténtica, desarrollar las reformas necesarias y apelar de forma inteligente a la solidaridad y no a la caridad; porque ahora nos adormece el bigotudo arrullo de las sirenas (“¡España va bieeeen!, ¡España va bieeeen!...”), pero cuando España vaya mal, todos nos daremos cuenta de pronto de que esto no es una auténtica democracia y entonces no habrá recursos ni paciencia para afrontar los cambios."
¿Es o no es sorprendente...? Periodista Digital.
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