Ayer se han reunido en Ibiza José Luis Rodríguez Zapatero y Romano Prodi con nutrido séquito de ministros. La denominada XIV Cumbre Hispanoitaliana ha tratado temas tan importantes como el Mediterráneo, las energías renovables ante el cambio climático, las “autopistas del mar”, los programas de investigación y desarrollo, el intercambio de información sobre mercados laborales y la dieta mediterránea. A algunos ha sorprendido la escasa atención que los medios han prestado a esta reunión.
Los dos próceres se han comprometido a “impulsar el desarrollo económico en la orilla sur del Mediterráneo”: un compromiso con muchas décadas de tradición y frutos objetivos más que evidentes. Han ratificado su compromiso con la estabilización del Líbano, que no depende de ellos, y han anunciado la creación (no nos dicen cuándo ni cómo) de una “Agencia Mediterránea para el Desarrollo Empresarial”.
En el apartado europeo, Zapatero ha vuelto a hacer gala de su particular gusto por los paralelismos y otros juegos verbales cuando ha proclamado a España e Italia dos países “hermanos en el Mediterráneo y socios en Europa”; bien está. Codo a codo con Prodi, ha asegurado “apoyar” a la presidencia alemana para pasar “de una etapa de estancamiento a un tiempo de iniciativa” y han apostado por encontrar una solución para el Tratado Constitucional que permita incorporar a los países que no lo han ratificado y que, al tiempo, mantenga su "esencia" para lograr una Europa "más unida y más eficaz", con nuevas reglas de funcionamiento. Toma, y yo. Ahora bien: ¿hay algo más concreto que el “apoyo” o la “apuesta por encontrar una solución”? Aparentemente, no. Prodi aportó su grano de arena al discurso, mostrándose “preocupado” por el futuro de Kosovo. Clarividente, Prodi.
En materia de cooperación bilateral, los dos presidentes “hablaron” de la fallida fusión de Abertis y Autostrade, y Prodi declaró su confianza en que, tras la modificación de la legislación italiana, “todo puede salir adelante” (así se habla, con confianza), aunque, claro, la decisión dependa exclusivamente de las empresas. Pero por hablarlo que no quede. También hubo acuerdos en favor de la cooperación tecnológica e industrial, “la dieta mediterránea”, la protección agrícola y el intercambio de información en materia laboral y de inmigración (algo que dábamos por hecho, pero al parecer nos equivocábamos) y se “analizó” el proyecto de las “autopistas del mar”, una alternativa ciertamente interesante al transporte terrestre.
Ahora veamos por qué me parece a mí que estas reuniones no generan interés; aunque no descarto que se me escapen algunos misterios de la cooperación bilateral.
1. Los presidentes de los gobiernos de dos estados sin apenas influencia política internacional se reúnen para resolver nada menos que el Mediterráneo, el Líbano, la Constitución de Europa y, ya que estamos, la dieta mediterránea.
2. Entre los dos países que acuden a la cumbre no hay conflicto importante alguno. A algún malpensado podría parecerle más interesante que Zapatero se reuniese, no sé, con George Bush, por ejemplo, para desbloquear la absurda relación que hoy mantienen España y Estados Unidos; o con representantes de Mauritania y Senegal para coordinar con una política realista y a largo plazo (y no con parches y talonario) los esfuerzos contra el acuciante problema del tráfico de inmigrantes. Pero no: nos reunimos con Italia, no vaya a ser que haya que discutir de algo un poco complicado y luego, en la foto, salgan las sonrisas forzadas.
3. A la reunión acuden, entre otros, personajes como Miguel Ángel Moratinos y Jesús Caldera, con lo cual descartamos inmediatamente cualquier intención de entablar un debate serio. Sólo faltaba Elena Salgado.
4. Como conclusión, se lanza una serie de manifestaciones de buena intención que poco tienen que ver con la realidad de los objetos “analizados”, ya que éstos dependen de las empresas, o del mercado, o de la Unión Europea (que nunca se ha caracterizado por seguir a pies juntilla las indicaciones de las cumbres hispanoitalianas), o de Israel y Hezbolá (que creo que tampoco).
5. Algunas de esas buenas intenciones se expresan mediante anuncios indefinidos: se va a crear este o aquel organismo bilateral con un nombre muy rimbombante para ocuparse de un asunto que, en el caso de que el organismo llegase a materializarse, no dependería de los estados, sino del mercado, ni desde luego de España e Italia, sino de muchos otros agentes internacionales. Así sucede con eso tan chulo de la “Agencia Mediterránea para el Desarrollo Empresarial”, que tanto nos recuerda aquel otro invento del “Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones”: una de esas entelequias con que Zapatero tiende tanto a solazarse en su presunta imagen de líder internacional, un proyecto en que enterrar eficazmente los dineros públicos, colocar a algunos funcionarios, por si hubiera pocos, o tal vez a algunos simpatizantes, en el peor caso, y de sustancia poco más. Dadas las dificultades estructurales e ideológicas para un entendimiento norte-sur, hoy aún más difícil que antaño, todas estas iniciativas, aun si somos condescendientes, se nos antojan cándidas.
6. Cuando entran a debatir un proyecto no solamente deseable, sino realmente factible, como es el de las “autopistas del mar”, nos dejan apenas el aroma de haber “analizado un proyecto”. ¿A qué nivel, con qué profundidad, qué proyecto es ése?
7. Todo ello transcurre en el escaso tiempo que separa los desayunos de un almuerzo de despedida con Jaume Matas; es decir, que si descontamos los saludos protocolarios, los no protocolarios, la revista al Regimiento Inmemorial del Rey, la recepción del presidente del Consejo de Ibiza (a quien Zapatero saludó como “alcalde”), la del alcalde de la capital insular (no nos consta con qué tratamiento se dirigió a él el Presidente), el inevitable comentario del Madrid-Bayern de anoche, las sesiones de fotos, el café y el aperitivo, díganme ustedes cuántas horas dedicaron estas personas (dos presidentes de gobierno, seis ministros españoles y siete italianos, por no hablar de secretarios, traductores, intérpretes, taquígrafos, bedeles, guardaespaldas, pilotos de aeronaves oficiales, policía local y nacional, etc.) a solucionar el mundo. Yo se lo diré: “algo más de una hora” reunidos en el Ayuntamiento de Ibiza. La capacidad de concentración de estos prohombres es inaudita.
A la vista de las circunstancias objetivas y de las conclusiones publicadas, uno puede imaginar la calidad de las conversaciones y, así, explicarse el escaso interés que estas cumbres bilaterales generan. Los asuntos que son objeto de auténtico debate dependen de los técnicos, son terriblemente densos y no se solucionan porque se reúnan “algo más de una hora” unos políticos absolutamente profanos en los temas que se van a tratar. Nadie espera ninguna solución de estas reuniones, por lo cual la primera pregunta que a cualquier cristiano le acomete es la siguiente: ¿por qué se celebran? El notable dispendio que suponen se justificaría si se utilizasen las cumbres para ratificar proyectos avalados por un trabajo previo, profesional y contrastado por parte de los técnicos ministeriales: los líderes firman una labor ya hecha y presentan con el máximo nivel de representación los resultados de una gestión común eficaz. Por el contrario, y salvo que alguien me demuestre lo contrario –y sinceramente me daría una alegría– estos espectáculos se plantean para, de forma ficticia, sentar las bases de unas tareas futuras que nadie tiene ni idea de cómo se desarrollarán, ni de si se desarrollarán; son foros donde hacerse fotos y proclamar bellas ideas generales e intenciones magníficas que nada solucionan, cuando no perogrulladas manifiestas como declarar “preocupación” por el futuro de Kosovo, o insultos a la inteligencia como dedicar una reunión al máximo nivel entre naciones vecinas para tratar de forma genérica nada menos que la dieta mediterránea.
Sólo motivos de imagen explican (ya que no justifican) la XIV Cumbre Hispanoitaliana. Pero ni siquiera este objetivo han logrado las gestiones gubernamentales: relegada a las páginas interiores de los periódicos, la noticia se disuelve en un océano de informaciones de mucha más sustancia. Si no nos pueden ofrecer nada mejor, por favor, que no nos tomen el pelo: que no se reúnan más, que no nos hagan perder nuestro tiempo ni el dinero de nuestros impuestos. Que, por cierto, en el caso del sueldo de nuestro presidente, parece un despilfarro clamoroso. Periodista Digital.
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