Cuando la alegría por la ley justa se diluya en la rutina y el primer alboroto se reduzca a un ritmo menos artificial, dejará de haber bodas
hetero y bodas
homo y todos seremos más personas. Probablemente las plumas y los tacones languidecerán y a nadie llamará la atención que en el restaurante, en la mesa de al lado, dos chicas se cojan de la mano y se miren a los ojos. Entre tanto, y dado que padecemos tantos folclores excesivos, suframos éste como signo de la deseable igualdad.
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