01 febrero 2012

Salinas, la muñeca romana y algunas sombras tarraconenses

En Tarragona pasé dos años de mi infancia. De esos segundo y tercer curso de la EGB de entonces me quedan, lógicamente, pocos detalles, aunque sorprendentemente vívidos: la amistad infantil -hoy inverosímil y enriquecedora- con Isabel Camblor; el tufillo sospechoso que escapaba del hábito del padre M***; las visitas a aquel parque de Cambrils en el que desplegaba sus habilidades el loro Paco, un guacamayo azul y amarillo con el que aún sueño; las panteras rosas que nos daba de merendar mi madre, cual lujo asiático, en la Playa de la Rabassada; la luz deslumbrante y tópica del mediodía mediterráneo.

Ya por motivos adultos, Tarragona vuelve a ser para mí objeto de recuerdo cariñoso gracias a las iniciativas literarias del poeta Ramón García Mateos: un catalán de Salamanca que habría que inventar si no fuera tan torrencialmente evidente que está ahí. De El Escorial a Cambrils, pasando por Zamora, Ramón riega la existencia con amistad, poesía, canciones, vino, ética y compromiso a partes iguales. Y, en Cambrils, el Goethe con Ricardo Hernández Bravo, y todos aquellos poetas en el Instituto...

Tarragona ha sido para mí, por tanto, causa de alegrías y satisfacciones. Como otros lugares. Y, también como a otros lugares, vuelvo ahora a ella triste de constatar una vez más que en todas partes cuecen habas.

Me enteré en un grupo de Facebook -uno de esos raros grupos que no cultivan la banalidad ni la propaganda- de que el profesor Fernando Parra, colaborador de Diari de Tarragona, había propuesto al director del museo arqueológico local que, junto a la célebre muñeca romana de marfil que en él se exhibe, se mostrase en una cartela el poema que el poeta Salinas dedicó al juguete tras su visita a la ciudad del Francolí en 1927. La sensibilidad del poeta había quedado impresionada por el hallazgo de aquel objeto frágil y cotidiano, creado sin intención de perduración, 1.600 años después de ser inhumado.

También me he enterado de que, tras un cordial intercambio de cartas, el director, señor Tarrats, ha denegado la exhibición del poema junto a su objeto con el peregrino argumento de que no se cumplen efemérides que lo justifiquen, restringiendo tal categoría sólo a los aniversarios múltiplos de 25. El señor Tarrats le dice al profesor Parra que se lo recuerde en 2027, en que se cumplirán cien años del hallazgo, y se queda tan ancho.

Parra ha comentado la jugada en su columna del Diari y, diplomático como es, ha atribuido el enorme disparate a lo que llama tiranía de las efemérides. Sólo sugiere, para descartarlo enseguida porque es un caballero, que la negativa se haya debido al hecho de que el poeta se llamase Pedro Salinas y no Pere Salines, o Pierre Dessalines siquiera. Al hecho de que, aunque se trate de un poeta universal, fuese natural de Madrid y no de Vic, o en su defecto de cualquier localidad suficientemente alejada de la Meseta.

Yo, qué quieren que les diga, no me puedo creer que el director de un museo renuncie inocentemente a avalorar su colección con la aportación de un importante poeta sobre una de sus piezas más brillantes; una aproximación interdisciplinar de coste muy próximo a cero que cualquier gestor que aplicase criterios estrictamente museológicos aprobaría sin dudarlo un segundo y sin hacerla depender de conmemoraciones pedestres. El subterfugio de las efemérides es demasiado infantil como para creérselo. Que el motivo sea, en cambio, que Salinas escribió su obra en español y no en catalán -que sea un poeta español, y no un poeta catalán- puedo creérmelo más fácilmente; porque como criterio es igual de absurdo, pero por desgracia está a la orden del día en aquella tierra de la que tan buenos recuerdos tengo.

En manos del director Tarrats queda, por tanto, rectificar este disparate en beneficio de sus conciudadanos o bien seguir proyectando la sombra del sectario adocenado que sin duda no es. Estoy seguro de que su intención nunca fue perjudicar a Tarragona.

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