03 febrero 2012

Política tribal

A propósito de la polémica sobre si la señora Chacón se ha de hacer llamar Carme o Carmen -pese a todo, posiblemente el debate de ideas de más densidad de los que están teniendo lugar en el seno del proceso de primarias del PSOE-, estoy de acuerdo con algunos en que se trata de reduccionismo antropológico. Sin embargo, discrepo en cuanto a que dé igual cómo se llame la señora: no me parece conveniente ni natural que alterne el uso de ambos nombres dependiendo del contexto lingüístico. ¿Debería el presidente del Consejo de Europa, señor Van Rompuy, dejarse llamar don Germán cuando visita España, por ejemplo? ¿No es más natural que los españoles reconozcan la identidad de este señor respetándole el nombre?

Dejando a un lado la consideración que me merecen el oportunismo, la amnesia voluntaria y la demagogia en política, y en las primarias del PSOE en particular -coincido plenamente con Joaquín Leguina-, sin pretender caer en ningún fanatismo nominalista afirmo que yo me llamo Juan y no Joan, y que la normalidad llegará a España cuando alguien que se llama Josep-Lluís y no José Luis entienda que debe respetar mi nombre y yo sepa que el hecho de que él escoja su nombre, sea el que sea, no implica que sea un separatista de tomo y lomo; ni todo lo contrario. ¿No significa nada para nosotros que el presidente de los Estados Unidos que fundaron Washington, Jefferson y Franklin se llame nada más y nada menos que Barack Hussein Obama? Claro que a algún cafre todavía le parecerá que el señor Obama debería largarse sin tardanza a algún país oriental donde semejantes señas cuadren con sus prejuicios. Los del cafre, digo.

Porque el nombre es sólo un factor de nuestra identidad personal, pero hay más y todos merecen respeto. En otras palabras: que uno puede llamarse Gorka Arrizabalaga, ser natural de Toledo, vecino de El Ferrol, hincha del Valencia, mormón, hermano de la cofradía del Santo Silencio, casado por el rito zulú, haber estudiado en Salamanca, tener rasgos filipinos y el letón por lengua materna, preferir llevar a sus hijos a un colegio alemán y ser aficionado a la torta del Casar. Y no pasa nada. Y nadie tiene por qué llamarlo Jorge, ni acusarlo de herejía, ni practicar la inmersión lingüística con sus hijos, ni obligarlo de manera alguna a que se afilie a un bloque identitario establecido por los poderes públicos, por los partidos dominantes o por la corrección política, que no es más que otro de los nombres de la estupidez colectiva. Todo esto se llama respeto a la libertad de los demás. Porque la identidad o es individual o es tribal, y hemos progresado mucho hasta el siglo XXI para caer ahora en los delirios del señor Mas o los disparates del señor Eguiguren.

En lugares cosmopolitas como Nueva York, San Francisco o Singapur se morirían de un ataque de risa ante nuestro afán reduccionista, ante nuestra afición por catalogar a las personas de acuerdo con el idioma que hablan o el nombre que usan; en definitiva, ante la constatación de que en España muchos elevan rasgos personales de cuya elección no son responsables a la categoría de virtudes cívicas; y sus limitaciones más vulgares a la de identidad nacional. Y así nos luce el pelo.

(Reproducido parcialmente el 30 de septiembre de 2013 en "Mercancía averiada", mallorcadiario.com.)

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1 comentario:

nurgmNuria dijo...

Excelente. Lo comparto, gracias por escribirlo.