[Publicado en Omnia, núm. 175, Barcelona: Mensa España, febrero 2011, pp. 6-9.]
No hay afán de polemizar en estas líneas; no obstante, reconozco que no quedaría tranquilo si no puntualizase algunos extremos del artículo "La bandera de Aragón", publicado en el número 174 de Omnia y consistente en la traducción por Marcel Mañé Pascual de una publicación de Daniel Ibànyez y Carles Camp en el portal de la Fundació d'Estudis Històrics de Catalunya. El artículo es tan desacertado y tan falto de rigor científico que me parecía una necesidad contestar, porque no hacerlo era como dar carta de naturaleza a lo que no es sino una sarta de inexactitudes y prejuicios mal enhebrados. Ante todo, quede dicho que quien firma este texto no tiene titulación en Historia ni es experto en Heráldica; lo que hace más patente, si acaso fuese necesario tras su mera lectura, la perfecta falta de rigor del artículo en cuestión. Citaré o resumiré en negrita seis afirmaciones a las que me opongo.
1. Cierta copia de un cuadro de Filippo Ariosto es testimonio de que la Cruz de Alcoraz (cruz de San Jorge sobre plata cantonada con cuatro cabezas de moro) es el verdadero escudo de Aragón. [...] "El actual uso de las cuatro barras catalanas como bandera de la Comunidad Autónoma de Aragón es una aberración".
Para empezar, algo tendrán que decir sobre esta "aberración" los ciudadanos aragoneses, vamos, digo yo. El cuadro de Ariosto sólo probaría que, a finales del siglo XVI, alguien -Ariosto o la autoridad aragonesa que le pagaba- pensaba que ello era así o que convenía presentarlo así. En efecto, la hermosa Cruz de Alcoraz fue a partir del siglo XV uno de los signos heráldicos atribuidos privativamente al reino de Aragón (y, como veremos, al de Cerdeña), pero no el único. También lo han sido históricamente la bandera y el escudo cuatribarrados, debido a su estrecha relación política con el condado de Cataluña y los reinos de Valencia y Mallorca, y también la llamada Cruz de Íñigo Arista. Por otra parte, la Cruz de San Jorge que forma la base de la de Alcoraz está también omnipresente en la heráldica barcelonesa. Ejemplos de todo ello sobran en la heráldica, que dista mucho de ser una ciencia matemática.
2. "Es sabido que los reyes de Cataluña (con el título de Conde de Barcelona) y al mismo tiempo reyes de Aragón lucieron siempre su enseña catalana. [...] No se ha de caer en juegos semánticos que conducen a la falsa conclusión de que, por el hecho de no tener título de rey, Ramon Berenguer IV no podía ser rey ni de Catalunya ni de Aragón, y que sus descendientes sólo podían ser reyes de Aragón y no de Cataluña". [...] "Son muy numerosos los ejemplos, desde la Edad Media hasta ahora, de múltiples reinos donde el rey no tenía este título, a pesar de serlo, y tener en cambio los títulos de Conde, Duque, Príncipe, Gran Duque, entre otros. Hoy en día, por ejemplo, el rey de Mónaco tiene título de Príncipe, el rey de Luxemburgo de Gran Duque [...]"
Cataluña nunca fue un reino. Los reyes de Aragón emplearon como armas reales (personales, familiares) las que les correspondían por su ascendencia masculina: las de la casa condal de Barcelona. Los autores olvidan que la heráldica nació para soberanos y nobles mucho antes que para los estados: la enseña cuatribarrada era un emblema familiar antes de serlo de los territorios de Cataluña, Aragón y otros.
También confunden "rey" con "monarca": nunca ha habido reyes en Mónaco ni en Luxemburgo. Tampoco en Cataluña, salvo por el hecho de que sucesivamente han sido condes de Barcelona los reyes de Aragón y, tras la unificación del Estado bajo los Reyes Católicos, los reyes de España. Hay monarcas que son reyes, otros que son duques o condes y otros que son emperadores.
Los condes de Barcelona siempre fueron condes soberanos, y como tales monarcas de su condado; pero no fueron reyes. El título de rey lo obtuvo Alfonso II de su madre, doña Petronila, reina de Aragón, y en Cataluña usó el título -prestigioso pero no real- de conde de Barcelona. La corona que fue formándose en torno a la estirpe de Barcelona se llamó siempre "Corona de Aragón", porque no podía ser de otra manera. La práctica habitual en las monarquías prenacionales fue la de que su cabeza empleara el título de mayor rango de los varios de que era titular. Así, Enrique II Plantagenet pasa a la Historia como rey de Inglaterra, aunque la mayor parte de su imperio angevino se encontrase en el continente. Así, los señores de Albret y condes de Foix se llamaron en el siglo XVI reyes de Navarra pese a que la Baja Navarra (la Navarra francesa) era posiblemente el más marginal de sus estados. Así, los monarcas de la casa de Saboya en el siglo XIX se llamaron reyes de Cerdeña, pese a que el núcleo demográfico, económico y político de su reino, así como su capital, Turín, se encontraban en el Piamonte; pero el título real que les correspondía por la isla de Cerdeña los colocaba, como dinastas y en tanto que representantes de un estado, en un lugar preeminente entre las diversas monarquías italianas que el principado de Piamonte no les procuraba. Pero ningún Saboya pretendió ser "rey de Piamonte", ni tampoco los Albret se consideraron ni nadie los consideró "reyes de Foix", ni Plantagenet fingió ser rey de Anjou o Normandía. De la misma manera, los monarcas aragoneses de Alfonso II a Martín el Humano siguieron los usos de la época, que no tenían nada que ver con naciones (que no existían) ni con lenguas (que no contaban), sino con la legitimidad de sus títulos.
Cualquier denominación como "reyes catalano-aragoneses", "corona de Cataluña-Aragón", "confederación catalana" o incluso "condes-reyes" es fruto del nacionalismo catalán a partir del siglo XIX y ajena a la tradición historiográfica. Sencillamente, las cosas en Europa han funcionado de una manera muy distinta a como los nacionalistas preferirían que hubiesen sucedido. Por cierto, el cuadro que los autores alegan como prueba de que la cuatribarrada no es el escudo de Aragón también representa claramente el matrimonio formado por Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV de Barcelona con sus respectivos atributos: ella con la corona y el cetro reales, y él con una sencilla indumentaria de conde. Lo que sirve para probar algo debería servir para probarlo todo, ¿no?
3. La inclusión de las armas de Navarra en una pintura de 1681 (Apoteosi heràldica del comtat de Barcelona) es prueba irrefutable de que Navarra nunca se incorporó a Castilla, como sostiene "la historiografía oficial", "hecho imposible porque a partir de 1512 hubieron [sic] vireyes [sic] en Navarra, figura inexistente en el Reino de Castilla", sino a la "Confederación Catalana" a tenor de las "banderas" que en él figuran [se refiere a los escudos de armas].
Los autores ensartan inexactitudes una tras otra, a cual más ingenua. Confunden un emblema conmemorativo con la realidad histórica. La Apoteosis heráldica del condado de Barcelona tuvo por objeto -supongo- ensalzar el éxito de la ciudad o de la dinastía de Barcelona, cuyos miembros, desde sus oscuros orígenes francos, llegaron a reinar en tantos estados -Navarra incluida- como la fuerza de sus armas y la inteligencia de su diplomacia matrimonial supieron agregar. Pero es ridículo sostener que Navarra haya sido alguna vez parte de una "confederación catalana" que sólo existe en la imaginación de los nacionalistas menos instruidos o más sectarios, porque el mero concepto de confederación política es posterior con mucho a la unificación de España, pero además porque la Corona de Aragón no fue ni una confederación ni un estado de ningún tipo al que se pudiera calificar de catalán, ya que Cataluña fue sólo una de las partes de aquel estado plural; estado que, por cierto dejó pronto de gravitar en torno a Barcelona para hacerlo en torno a Valencia cuando Cataluña quedó sumida en una crisis económica secular.
En cualquier caso, es falso que Navarra se incorporara a Aragón en el siglo XVI; lo hizo a Castilla en 1515, por decisión de las Cortes de Burgos. También es falso el argumento de que el virrey no fuese una institución castellana: Aragón nombró virreyes desde 1415 y Castilla desde 1492, pero a principios del siglo XVI se trataba de una institución político-administrativa en plena configuración y expansión en el naciente sistema político-administrativo de la España moderna, que tomó elementos de las administraciones castellana y aragonesa.
Otro detalle: esta Apoteosi, entre infinitos testimonios, muestra también el escudo de Cerdeña, que hasta el día de hoy no es otro que la Cruz de Alcoraz. ¿Significa esto por tanto que Cerdeña fue conquistada en exclusiva por aragoneses y nunca tuvo que ver nada con Cataluña? ¿El alguerés es, por tanto, un dialecto aragonés? ¿O será más bien que las cuestiones heráldicas están sometidas a infinitas variables, casi siempre más ideológicas que fácticas, y que, por tanto, no demuestran nada en cuanto a nacionalidades reales o ficticias?
Por último, entre los títulos que los reyes de España han heredado de los de Aragón, y estos a su vez de los de Sicilia, se encuentra el de rey de Jerusalén, estado cuyas armas aparecen también en la citada Apoteosi. Espero que los señores Ibànyez y Camp no inferirán de ello que el Estado de Israel haya sido alguna vez parte de la "Confederación Catalana".
4. "No hay ningún aragonés en los reyes de Aragón. ¡Ninguno de ellos nació en Aragón!", afirman alborozados los autores tras relacionar los monarcas nacidos entre 1154 y 1356, como presunta prueba de que la Corona de Aragón era básicamente un invento catalán, para "dar por cerrada la falsa polémica abierta por el nacionalismo español y otros elementos reaccionarios".
La simpleza es mayúscula, pero conviene insistir: en la lista aparecen catalanes, valencianos y franceses de nacimiento, que se titularon reyes de Aragón porque éste era el título de mayor rango de que disponían, y que redactaron o encargaron crónicas y documentos en catalán porque la mayor parte de ellos establecieron su corte en Barcelona. Si nacieron en Cataluña, o en el Rosellón, o en Valencia, y no en Huesca o Teruel, no es porque fuesen "reyes catalanes" o "valencianos" o "franceses" y no "aragoneses", sino porque, una vez finalizada por la banda de Levante la Reconquista de España, que acaparaba el más pujante reino de Castilla, y cerrada también la expansión feudal ultrapirenaica tras el tratado de Corbeil, todo ello en el siglo XIII, los monarcas de la Corona de Aragón volcaron las energías de sus reinos en la expansión mediterránea, en eso que los autores llaman "imperio catalán" pero que no fue sino una empresa medieval protagonizada por reyes, comerciantes y mercenarios de todos los rincones de la Corona.
Por otra parte, la selección de los reyes de Aragón de la Casa de Barcelona es parcial: si continuamos con la lista de reyes de Aragón, Valencia y Mallorca y condes de Barcelona del siglo XV en adelante, encontraremos varios monarcas nacidos en Castilla (como Fernando de Antequera o Alfonso el Magnánimo), en Aragón (como el mismo Rey Católico), en Flandes (como el emperador Carlos) o en Italia (como Carlos IV o Juan Carlos I), como consecuencia del desplazamiento del centro político del reino y de otras circunstancias históricas que nada tienen que ver ni con las lenguas ni con la nacionalidad, porque ésta, como en toda Europa, nació en el siglo XIX en España, que preexistía como estado reunificado desde el siglo XVI y como realidad geográfica, histórica, política y cultural desde la romanización; y porque ni las lenguas ni las razas ni el lugar de nacimiento de los reyes han tenido que ver jamás con la nacionalidad, salvo para quienes creen en mitologías identitarias.
Como última conclusión, se me hace difícil de entender que nadie, ni siquiera una entidad pancatalanista como la Fundació d'Estudis Històrics de Catalunya, pueda autorizar en su espacio artículos perfectamente adolescentes, prejuiciosos y reñidos con el rigor como el de Ibànyez y Camp, que sólo cabe en el contexto de la mitología, la propaganda y -evidentemente- veinte años de un sistema educativo errado. Pero que Omnia se avenga a publicar su traducción me parece que debe ser motivo de reflexión: cualquier ideología puede tener cabida en una revista apolítica, pero un texto que prescinde del rigor científico para sustituirlo por el prejuicio y la improvisación, y que califica a quienes disientan de sus imaginativas tesis como "elementos reaccionarios", está radicalmente en contra de los principios que inspiran Mensa. O eso creo. Omnia.
2 comentarios:
No he leído el artículo original, pero la rigurosa réplica que hace del mismo me parece muy acertada, y como comenta, necesaria. Ya está bien de arrimar la sardina de la historia al ascua de los intereses nacionalistas. Muy bien expresado
un saludo
mseguid
http://borinot-mseguid.blogspot.com/
El original "La bandera de Aragón" está en:
http://marcel-mane.com/espanol/historia/La%20bandera%20de%20Aragon.htm
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