Desde el domingo pasado y hasta el próximo sábado se celebra en la región autónoma del Sudán del Sur el referéndum de autodeterminación que en 2005 ordenó el Acuerdo de Paz alcanzado entre el gobierno islámico del norte y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, la milicia del sur cristiano y animista. Tras décadas de esclavitud, genocidio y finalmente una guerra (1983-2005) cuyas víctimas sursudanesas han estimado algunos en dos millones, puede que Sudán del Sur esté marcando el camino a seguir para otras comunidades africanas que aspiran a un estado propio.
¿Qué circunstancias se han dado en Sudán del Sur para que sus rebeldes hayan conseguido forzar el quebrantamiento de una norma sagrada en el derecho internacional, como es el respeto a las fronteras heredadas de la era colonial en África? Sólo Eritrea consiguió la secesión de Etiopía, tras una guerra de treinta años y con el sólido argumento a su favor de que había sido una colonia perfectamente diversa de la monarquía de los negus. En circunstancias lejanamente similares, en mayo hará dos décadas que Somalilandia aguarda por el reconocimiento de su independencia, pese a que aporta con diferencia los mayores índices de orden, democracia, progreso económico y respeto a los derechos humanos de una región eminentemente convulsa, y pese a que, como Eritrea, fue en época colonial una entidad política distinta al resto de la Somalia a la que se pretende siga perteneciendo. El Sáhara Occidental lleva un tiempo semejante esperando por el referéndum que ratifique lo que ya todo el mundo sabe: que la ocupación marroquí de su territorio es ilegal y que se trata de una nación soberana e independiente del sátrapa alauí.
La particularidad de Sudán del Sur se ha sustentado teóricamente en la crueldad probada del régimen musulmán del norte de Omar Hassan al-Bashir, un estado delincuente que no sólo se ha ensañado durante décadas con los habitantes del sur cristiano-animista, sino que también se ha alineado con el terrorismo islámico internacional y ha sido responsable del genocidio del Darfur, por el que sobre Bashir pesan órdenes de arresto del Tribunal Penal Internacional. Pero, fundamentalmente, hay un hecho diferencial decisivo que va a procurarle la independencia a un país aparentemente inviable, el más pobre de África, cuya población -que ha aumentado súbitamente debido al retorno de los sureños que malvivían en torno a Jartum- padece una renta per cápita diaria inferior a un dólar en un 90%, una tasa de analfabetismo que supera el 85% y un acceso al agua potable inferior al 5% en todo el territorio excepto en la capital, Juba; un país sin apenas infraestructuras, con una dependencia extrema del norte en casi todos los sentidos… El factor diferencial que explica tan insólito proceso de autodeterminación es la presencia en territorio sursudanés de aproximadamente el 85% de las reservas de petróleo de la República de Sudán, un petróleo que se extrae en el sur y se exporta a través de oleoductos por Puerto Sudán, en el Mar Rojo, principalmente con destino a China, que a cambio apoya el régimen genocida de Bashir.
Hoy se proyecta un oleoducto que, partiendo de Juba, atraviese Kenia directamente hacia Lamu en el Índico. Si el dominio de las rutas del petróleo fue la causa verdadera de las guerras de Irak y Afganistán (donde también había en juego un oleoducto chino que finalmente tomó rumbo hacia Occidente), hoy puede hacer posible una independencia seguramente justa, pero contra natura si atendemos los precedentes legales. No parece caprichoso que Estados Unidos, China, el Reino Unido, la India, Sudáfrica, Kenia, Brasil, Francia, Irán, Egipto y Uganda, entre otros, hayan abierto ya consulados en el país, que no tardarán en convertirse en embajadas si Sudán del Sur proclama finalmente su independencia. Contratistas chinos se interesan por la construcción del oleoducto keniata, una empresa alemana construye ferrocarriles, los Estados Unidos apoyan el proceso de independencia, Francia aspira al uranio de Darfur… Pero el plan de autodeterminación deja abiertos varios problemas, como el de la adscripción final de algunas regiones fronterizas ricas en yacimientos o el de un acuerdo sobre el reparto de los beneficios del crudo extraído en el sur, al menos mientras se siga exportando por el mar Rojo. Cabe la posibilidad de que Sudán no reconozca la independencia por incumplimiento de los complicados requisitos del referéndum, y cabe también que de nuevo arda la guerra con motivo de cualquiera de los litigios pendientes, o tal vez sin más motivo que la codicia, la ambición o la arbitrariedad, como ha venido sucediendo tradicionalmente. Pese a todo, un banco keniata pronostica que Sudán del Sur podría ser la primera economía de la zona en diez años gracias al petróleo.
(Viene a cuento un paréntesis a propósito de la política exterior española, para lo que bastará reproducir unas líneas de un reciente artículo de Pedro Fernández Barbadillo: “Washington está implicado en la pacificación de todo Sudán”, dice; “Pekín es el principal cliente de Jartum; París ha recibido esta semana al ministro de Exteriores sudanés; Nueva Delhi ha negociado más concesiones petrolíferas; Brasilia ofrece negocios a empresas sudanesas… ¿Y, mientras, qué hace España? [...] En el mayor país de África no hay diplomáticos, ni empresarios, ni cascos azules ni periodistas españoles.” Valga como reflejo de la nulidad de las relaciones exteriores de España, en cuyos análisis no parecen entrar los mismos parámetros que tienen en cuenta las naciones que hoy marcan la agenda internacional, tanto en el orden de los intereses económicos como en el de la defensa de los derechos humanos. España no es uno de esos países que han abierto consulado en Juba en los últimos años. Mientras tanto, gastamos muchos millones cada año para que varias comunidades autónomas mantengan lujosas delegaciones -embajadas identitarias- en las principales capitales de Occidente. Lógico.)
Cabe ahora preguntarse qué significará la previsible independencia de Sudán del Sur, resulte o no finalmente fallida, como precedente en un continente sometido durante más de medio siglo a las tensiones derivadas de la perpetuación de unas fronteras coloniales que nunca tuvieron en cuenta los límites tribales ni, lo que hoy es mucho más importante, la divisoria subsahariana entre el islam, al norte, y el animismo tradicional y el cristianismo importado, al mediodía. El negocio petrolífero sursudanés podría alentar así, en un temible efecto dominó, conflictos en cadena en estados que también soportan fuertes tensiones debido a diferencias religiosas, económicas o políticas, como Nigeria, Costa de Marfil, Congo, Angola… El Digital de Baleares. Periodista Digital.
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