Tras el rally navideño, obligado para quienes tenemos la familia repartida en distintas localidades de la Península, la vuelta a casa suele ser epítome y corolario de lo que vinieron siendo las navidades; en mi caso, el asunto se resume en una muñeca lesionada de acarrear criaturas y maletas. Volvimos con una más de las que llevábamos (maletas, no criaturas): en total cuatro, si bien, seguramente apiadada de nosotros, la compañía aérea muy amablemente nos aligeró de una de ellas, que hubo de encontrar el hogar al día siguiente por sus propios medios. También traigo un terrible mono de leer (no son fechas para estar uno consigo mismo), la espalda sembrada de dolorosas contracturas y el aparato digestivo ya imaginan ustedes cómo, no sabe uno si debido a las propiedades y generosidad de los alimentos deglutidos, a los villancicos o a las manías de los parientes, ésos a los que añoramos hasta que las navidades nos reúnen... Pero no, no hay mal que cien años dure y, una vez más, hemos sobrevivido. La primera noche pasada en mi cama, los músculos se iban distendiendo conforme uno sentía esos pequeños calambres que anuncian el gozoso regreso de la normalidad...
Se preguntarán ustedes por qué viajo en navidades, si me sienta tan rematadamente mal. Yo también me lo pregunto; mientras, sigo haciéndolo. Tal vez mi problema sea que –definitivamente– estoy mayor: soy alguien egoísta que tolera con tanta dificultad los incordios ajenos como la almohada que no es suya; por raída y aplastada que esté la almohada propia y por mucho y muy molesto que sea lo que uno incordia. También en esto se asemejan los viejos a los niños…
En tanto llegan las próximas fiestas, aprovechemos nuestras benditas rutinas. Feliz 2007. Última Hora.
1 comentario:
Feliz 2007, Juan Luis.
Un abrazo (sin apretar, por lo de la espalda).
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