Que el Congreso se haya negado a reconocer en su reciente declaración institucional el papel protagonista del Rey en el malogro del tejerazo de 1981 sólo es una prueba más del momento de indignidad política que atravesamos. Siendo necesaria la unanimidad en la aprobación de tales declaraciones, ERC y EA impusieron su impresión de que resulta “excesiva” la importancia que suele concederse al Rey en aquella jornada. Los partidos del Congreso se avinieron a hacer desaparecer la palabra “Rey” del texto definitivo y a equiparar la actuación de la Corona a las del resto de instituciones y agentes sociales.
Si no tuviéramos memoria, no sabríamos que las cosas no sucedieron así. Con el gobierno y ambas cámaras secuestradas, la Generalitat y la Lehendakaritza en fuga, los sindicatos enmudecidos y una junta de subsecretarios como único vestigio del ejecutivo, sólo la autoridad de don Juan Carlos y la firmeza de sus convicciones democráticas hicieron frente a los golpistas. Sólo tras la intervención del soberano los blindados regresaron a los cuarteles y el pueblo se echó a la calle. Confirmando su deriva hacia la definitiva desvinculación con respecto a sus representados, y so capa de consenso, los diputados han vuelto a primar el corto plazo más mezquino sobre el respeto a la verdad y la debida cortesía institucional. ¿Tan desmemoriados nos consideran? Pero no lo somos; y también recordaremos esta vergüenza.
Mientras tanto, el monarca oye, calla y, siempre al servicio de quienes gratuitamente lo agravian, no dudaría en devolverles de nuevo la libertad de hacerlo si otra asonada la pusiese en peligro... Los grandes hombres quedan para la historia; a cambio, soportemos que los mequetrefes disfruten sus cinco minutos sobre el escenario. Última Hora.
4 comentarios:
Con independencia de que sepamos o no absolutamente todo lo que aquella noche pasó, estoy de acuerdo.
No debemos olvidar de que no se trataba de convencer al país, sino a parte del ejército; y para eso nada valían las demás instituciones, sólo el Rey tenía, ante ellos, la autoridad necesaria.
Me parece un caso de papanatismo, de ridículo y de falta de talla. Corrección política (nunca mejor dicho) como primera prioridad.
Un abrazo.
(Por favor, supriman el de de después de olvidar, o añádanle a éste un nos, y disculpen.)
El problema es que seguimos sin saber si el el rey era el jefe de los conjurados. O el pobre, claro, no se enteraba de nada: su tutor de toda la vida (Armada), golpista; Miláns -más monárquico que los monárquicos-, golpista, etc. Claro, que, años después, tampoco se enteró de los negocios oscuros de Colón y Carvajal, del príncipe ese traficante de armas. Incluso pensaba que los osos que ha ido a cazar a Rumanía eran de peluche.
Otra cosa, y volviendo al 23-F, es que hubiese mucha gente, entre la elite política, encantada de un golpe de timón para enderezar la democracia.
Ya, claro, seguimos sin saber si el Rey era el jefe de los conjurados. También seguimos sin saber si es el jefe de la mafia rusa, si de joven asesinó a unas cuantas jovencitas ni si se saca mocos con el dedo. Todo esto no lo sabemos. Lo que pasa es que para cuestiones de fe ya tenemos a la Iglesia Católica, que en materia de inventos es el no va más.
El hecho es que en 1981 habría bastado una sola palabra del Rey para que todos los militares se hubiesen sumado al golpe, y además en los estrictos términos que el Rey hubiese impuesto. En cambio, no sólo no hubo apoyos a los golpistas, sino que éstos se volvieron a los cuarteles a las órdenes del Rey. Contra esta evidencia (y la aportada por numerosa bibliografía que explica lo que sucedió en aquellas largas horas del 23-F), la duda infundada y sistemática adquiere el rango de calumnia.
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