Hubo un tiempo en que los liberales españoles se pudieron sentir representados en el seno del Partido Popular. Fue aquella época en que José María Aznar transformó la alianza en partido, absorbió al PL y al PDP, se desprendió del uniforme, limó su discurso y relevó a un Felipe González sospechoso de haber reorganizado el terrorismo de estado. Aquellos jóvenes de derechas parecían distintos a lo que había sido la derecha española de toda la vida; y lo eran, ciertamente, aunque ahora, a la vista de su posterior radicalización en el poder y de su actual deriva hacia el extremo (más táctica que ideológica, pero perniciosísima en todo caso), cualquiera diría que los últimos setenta años hubiesen transcurrido.
Y, sin embargo, el verdadero liberalismo sigue existiendo. Muchos militantes del Partido Popular, barones incluidos, no comulgan con los postulados ni con las actitudes de la jauría enloquecida que hoy dirige el PP. No puedo imaginar a Jaume Matas ni a Alberto Ruiz-Gallardón haciendo gala de la torpeza, la impudicia y los modales casi tabernarios de Eduardo Zaplana y Ángel Acebes. Por no hablar de corrupción urbanística y financiación ilegal de partidos, que todos suponemos practican en sus diversos niveles todos los partidos que tocan poder, sin que ellos apenas hagan nada por tranquilizarnos.
Afortunadamente, hoy existe una alternativa: Ciudadanos, con tres escaños en el parlamento catalán por los que nadie hubiese apostado un día antes de las elecciones. Me consta que muchos votantes, incluidos muchos que lo han sido del PP y del PSOE, esperan como agua de mayo que el partido que preside Albert Rivera siga creciendo también fuera de Cataluña, se fortalezca en lo referido a estructura y cuadros y presente candidaturas en sus respectivas circunscripciones. Esos electores, como quien firma estas líneas, creen que lo mejor de nuestro muy imperfecto régimen –aquello que eleva a Europa por encima del ultracapitalismo norteamericano y del desprecio por las libertades de los demás continentes– en esencia sigue siendo lo que aportaron a Occidente las revoluciones francesa y norteamericana y las que las sucedieron a lo largo del siglo XIX. Defienden un modelo nacional de libertades para todos y confían en que son posibles una política territorial que no hable de exclusiones, sino de unidad en la diversidad, y un liberalismo de matices sociales que fuera de lo privado no deba nada a la Iglesia. No se echarán en brazos de fieras hambrientas ni votarán movidos por la ira. Son liberales, y lo que hoy les ofrecen el PP y el PSOE no les satisface. Última Hora. Periodista Digital.
2 comentarios:
No hay liberales, los rojos han pasado a la historia, nadie se llama socialdemócrata... ¿Será esto la pos(t)modernidad?
Los neo/liberales están muy ocupados vendiendo.
De los otros nada se sabe.
Pedir referencias a Mr Google. Siempre contesta.
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