En artículo publicado en Canarias 7 el pasado día 9 de junio, don Antonio Castellano se pronuncia contra la entonces reciente “aventurita bananaria” (así la califica) de los representantes canarios en el aeropuerto de El Aaiún, donde las autoridades de la potencia (Marruecos) que hoy ocupa militarmente la mayor parte de aquel país (Sáhara Occidental) no sólo les impidieron el paso, sino que los trataron como a delincuentes. Coincidimos plenamente con la inoportunidad de un viaje desaconsejado por el Gobierno y planeado, según todo parece indicar, con poca precaución y menos serenidad. No obstante, no podemos coincidir con la omisión que en su discurso hace el señor Castellano de los derechos de los saharauis, que parece despreciar como cosa de poca monta.
Siempre que un orador o escritor comienza su alegato invocando la autoridad de Bismarck, nos echamos a temblar: el Canciller de Hierro se hizo célebre por su falta de escrúpulos y por su espíritu práctico frente a cualquier consideración ética. También por su conservadurismo. El señor Castellano nos confirma estas sensaciones cuando nos invita a “agudizar al máximo el sentido práctico”. Líneas antes, ha llegado a afirmar que “la realidad, como todo, ha de ser gestionada como si se tratara de una empresa o proyecto, buscando la eficacia y la eficiencia, es decir, obtener el mejor resultado al menor coste”. El párrafo es significativo del maquiavelismo que defiende el señor Castellano, al que, en política exterior, parece no importar otra cosa que los réditos.
Pero no, señor Castellano; cuando usted anima a los defensores del pueblo saharaui a no interferir, a dejar “esta delicada cuestión en manos del Gobierno central”, porque “no hay razón para que Canarias sea beligerante en este asunto”, está usted defendiendo la fuerza de las armas marroquíes. Mantiene usted que España ha de negociar “con el reino alauita acuerdos de pesca, cooperación en el control de la inmigración irregular”, etc. También alerta usted sobre el peligro de radicalización islámica en el Magreb. Todo ello hace necesario, según usted, contemporizar con la dictadura marroquí.
La pregunta es: ¿un ciudadano ha de aceptar sin más los hechos que se le dan o debe aspirar libremente a modificar las realidades que no le parezcan justas? Porque si usted elige la opción primera, no hay nada más que argumentar; pero si acepta usted que los ciudadanos tienen derecho a defender las posturas a su juicio más éticas, y no necesariamente las más beneficiosas, estará conmigo en que la actitud de los defensores de los saharauis comienza a cobrar sentido.
Y claro que hay más posibilidades que la de aceptar simplemente los hechos consumados. Una forma de solucionar el feo trámite de tener que negociar la pesca atlántica con un usurpador es promover la devolución de las tierras y las aguas saharauis a sus verdaderos dueños. Una forma de combatir las mafias que hoy operan desde El Aaiún con la connivencia de la policía marroquí es devolver a la República Saharaui la soberanía efectiva sobre su capital. Una forma de mantener alejado de las Canarias el fantasma del integrismo musulmán es promover la vecindad con gobiernos moderados y que no fomenten, por su tiranía, la reacción fundamentalista; es decir, por ejemplo, la vecindad con el Frente Polisario, cuya moderación en muchos aspectos (en lo razonable de su sistema político, en el respeto a sus mujeres, en el trato a sus prisioneros marroquíes y un largo etcétera) es de todos conocida y convierte al saharaui en el pueblo musulmán menos susceptible de caer en las simas de la revolución islámica.
Pero, aunque todo eso no fuera cierto y la vecindad con los saharauis prometiera ser dificultosa y agria, ¿la mera justicia histórica no es un argumento suficiente para el señor Castellano? ¿No basta el hecho de que el Sáhara sea un país ocupado por una potencia extranjera para querer su libertad? ¿No bastan los testimonios de tortura, las muertes, los cientos de desaparecidos en las cárceles marroquíes, el exilio de cientos de miles de civiles, para desear que la situación cambie? Esto no son “palabras altisonantes”, ni los desplantes son “anacrónicos”. Desplantes anacrónicos los tenemos todos los días, servidos por un gobierno responsable de muchas violaciones de los derechos humanos (me refiero, sí, al de Mohamed VI) y contestados tibiamente por nuestro gobierno y por todos nosotros, que parecemos haber olvidado que, hace sólo treinta años, muchos canarios y muchos otros españoles se ganaban la vida en aquellas tierras, en hermandad con quienes hoy sufren el destierro en el seco pedregal de Tinduf y, no obstante, todavía guardan orgullosamente el español como lengua nacional.
No, señor Castellano: no bastan los motivos de eficacia ni de conveniencia. Una política exterior como ésa está condenada al fracaso. La prueba es que los sucesivos intentos de confraternización de los gobiernos González y Aznar no han servido para otra cosa que no fuese incrementar progresivamente la arrogancia de Hassán II, primero, y hoy la de su hijo. Hace falta un plante. Hace falta buscar (recuerde a su admirado Bismarck) un aliado estratégico en la retaguardia (y entiéndanse las imágenes bélicas como lo que son: imágenes). Hace falta promover la independencia de un Sáhara Occidental amigo, y para ello es necesario que se celebre un referéndum justo.
Los canarios tienen sobrados motivos para ser beligerantes en este asunto. Sea este artículo más un llamamiento a movilizarse en favor de los hermanos del otro lado del mar, y menos una respuesta a quien queda contestado con sus propios y bismarckianos argumentos. Canarias 7.
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