Hay una tendencia clara a confundir la defensa de ciertos principios con el "nacionalismo español". Con una violencia mucho menor, pero con un nivel de sectarismo perfectamente similar al del nacionalcatolicismo de hace cuarenta años, muchos nacionalistas periféricos se consideran autorizados para anular toda una serie de razonamientos de un plumazo verbal: los adjetivos facha o franquista, lanzados como argumentos definitivos sin necesidad de ulteriores argumentos. Qué fácil y qué bonito es estar en posesión de la verdad oficial.
Así sucede cuando, tras colgar en mi blog el texto del Manifiesto por la lengua común recientemente publicado por una serie de intelectuales de enorme prestigio (éstos sí lo son, y no aquellos intelectuales de pacotilla del "No a la guerra" y del "Sí al canon digital"), aparece un comentarista que firma Francisco Franco Bahamonde y nos anima: "Adelante, camaradas". La disparatada comparación de Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Fernando Sosa Wagner con Francisco Franco -idéntica a la que se hizo de los directivos de Air Berlin con Adolf Hitler- en absoluto puede deducirse del texto de este manifiesto, sino de los prejuicios desde los que algunos abordan el mismo. De un texto como éste, que no habla de patrias ni de esencias, sino de algo tan puramente natural como el ejercicio de los derechos y libertades y de ciudadanía responsable, sólo alguien que no entiende lo que lee o que gusta de tergiversarlo podría deducir similitudes con el franquismo. Lo cual me proporciona una razón más para no ser nacionalista: el nacionalismo en dosis elevadas parece desconectar las neuronas.
Tengo que insistir porque otro comentarista vuelve a ignorar olímpicamente el contenido del Manifiesto para desmentir con cierto sarcasmo que el castellano esté "amenazado en Baleares", cuando en ningún lugar del manifiesto ni de mi breve introducción se puede leer que el castellano esté amenazado en Baleares. ¿Realmente no saben leer o es que las orejeras nacionalistas se lo impiden? El castellano no está amenazado ni en Baleares ni en ninguna otra región bilingüe de España, y desconocería la realidad quien lo afirmase; sí lo están, en cambio, y en todas ellas, los derechos individuales y personalísimos de los ciudadanos castellanohablantes. Y es que el castellano, como el catalán, no tiene derechos, pero sus hablantes, mal que a algunos les pese, sí.
Si un catalanohablante puede optar a una plaza de jardinero o de catedrático en Murcia, pero un murciano no puede optar a lo mismo en Sabadell porque no habla la lengua cooficial, no tienen los mismos derechos. Si un gallego puede ser médico o bedel en Badajoz pero un pacense no puede serlo en Vigo porque le falta el gallego, no tienen los mismos derechos. Si un mallorquín puede elegir el catalán como lengua vehicular de la enseñanza de sus hijos y otro mallorquín no puede escoger el castellano, no tienen los mismos derechos. Si un contribuyente recibe las resoluciones de la administración que afectan a sus derechos y obligaciones en su lengua mientras otro las recibe en una lengua que desconoce o conoce peor, lo que le obliga a permanecer relativamente indefenso ante la administración, contratar un traductor o añadirle a todo el engorro el trámite de pedir la resolución en su lengua, pues, señor mío, no tienen los mismos derechos. Si a uno se le enseña que su lengua es una lengua de cultura y prestigio social y que le abrirá las puertas de la administración, del empleo y de la buena vida, mientras que a otro se le enseña que su lengua no es apta ni para hablarla en el recreo, que es una lengua de killos y no le reportará ningún beneficio aprenderla con esmero, el castellano no desaparacerá, no, pero ese castellanohablante se convertirá en un ciudadano de segunda, gracias a los nacionalistas y en beneficio de los caciques locales.
Así que bienvenido sea ese Manifiesto, que tanta falta hacía. Cuando algunos argumentan que el conflicto lingüístico realmente no preocupa a los ciudadanos y que, por tanto, no es un problema, creen saber más que los politicastros locales y sus comisarias lingüísticas: ¿creen de verdad que gente tan aparentemente preocupada por el control de la sociedad (y de sus recursos) invertiría enormes presupuestos en normalizaciones, inmersiones y campañas majaderas sólo por capricho? ¿Creen que un gobierno ofendería gravemente a empresas (Air Berlin) e individuos (Rafael Nadal) que generan enorme riqueza en todos los sentidos, contra toda sensatez y contra la praxis mercadotécnica más elemental, sólo por torpeza? Me sabe mal, pero he de sonreír ante tamaña ingenuidad o indignarme por tanta mala fe. Yo, que soy un poco más desconfiado, opino que los mafiosillos locales, que desde la Transición se han hecho con los resortes del poder autonómico y municipal, dejando a los caciques de la Restauración sometidos a la consideración de pobres aprendices, saben que manipular la identidad colectiva es la mejor vía para contar con una ciudadanía acrítica, seguir manteniendo el poder y disponer sin trabas de los recursos que deberían ser de todos: totalitarismo se llama, sí, pero es lo que hay; y en todo ello la exclusión de la lengua común juega un papel fundamental. Así de malpensado es uno. Periodista Digital. España Liberal. Baleares Liberal.
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