26 febrero 2008

UPyD, la prensa y la realidad

¿Se imaginan a una persona acusada de violación defenderse con la siguiente frase: “No me voy a disculpar por amar a esa mujer”? Nadie en su sano juicio valoraría ese argumento como atenuante de la culpa, sino más bien como muestra palmaria de cinismo. Pero en política estas cosas funcionan.

Me mueve a teclear estas líneas la indignación. El diario de más tirada en Baleares tiene una de esas secciones ligeras que pueblan las primeras páginas de todos los periódicos, un “Diario de citas” en el que, como su nombre indica, algún redactor escoge frases proferidas por diversos personajes de la actualidad, en la mayor parte de los casos de la actualidad política, por ser –quiero suponer– las más significativas o interesantes de la jornada. La sección colma hoy la medida de mi tolerancia: ¿cómo se puede escoger siete citas de las cuales absolutamente ninguna tiene sustancia digna de provecho? La primera es del presidente Zapatero: “No me voy a disculpar por haber intentado la paz”. Claro: “intentar la paz” es un fin loable. Como amar a una mujer. Que se lo pregunten al violador del primer párrafo. O no, mejor que se lo pregunten a la mujer violada o, en el caso de Zapatero, a las víctimas del terrorismo y a los miles de personas que en el País Vasco no son libres.

Lo terrible es que no es un fallo del redactor. Es que una buena parte del periodismo actual, en comprobada complicidad con la partitocracia reinante, consiste en mantener un perfil de contenidos hueros, acríticos y sin trascendencia, seguramente a fin de mantener al espectador o lector en la inopia por los siglos de los siglos. Así, el mencionado “Diario de citas” continúa con una frase de Rajoy: “Tengo la impresión de que vamos a ganar, pero si se pierde, salvo catástrofe, que no será el caso, no pienso dimitir”. ¿Es noticia destacable esta combinación de afirmaciones intrascendentes y compromisos incuantificables? Sigue el diario con Gaspar Llamazares: “Navarra ha pagado el giro al centro-derecha del PSOE”. ¿Que Llamazares siga prendido en el esquema derechas-izquierdas y opine contra toda evidencia (porque Navarra tiene otros) que el problema de Navarra es que el PSOE haya renunciado a las esencias de la lucha de clases es tan relevante como para que el redactor seleccione esta dudosa aseveración? Manuel Pizarro contribuye a dar contenidos a la campaña diciendo: “Me siento ganador del debate con Solbes”. ¿Y qué? ¿Alguien esperaba que dijera otra cosa? José María Maravall, del PSOE, tercia en el diario: “El PP crispa para que voten los centristas”. Nihil novum sub sole después de cuatro años así (aparte que no se entiende). Celia Villalobos, a su vez, opina que “Pedro Solbes aburre a las ovejas”. ¿Tiene esto algo que ver con la bondad o solvencia de su gestión?, y, por tanto, ¿nos ha de interesar la opinión de esta buena señora? Un Lluís Aragonès mucho más folclórico, como toca a un candidato de ERC, dice a su turno que “Catalunya tiene todas las condiciones para ser un país de primera, pero falla porque España nos está robando, es uno de los genocidios más grandes”. ¿Robo? ¿Genocidio? Pero ¿este cantamañanas sabe lo que es un genocidio? Que insulte la inteligencia de todos, y en particular la sensibilidad de las personas que efectivamente han sufrido o conocido un genocidio real (es decir: la destrucción masiva de un grupo de población por motivos étnicos, culturales o religiosos), no es óbice para que irresponsables e inmorales de esta calaña campen por sus respetos y reciban concejalías y direcciones generales.

Pero, como vemos, el discurso político no tiene por qué casar con la realidad: ¿a quién le importa la realidad? A nuestros políticos no se les exige lo que sí exigimos a cualquier otra persona con la que nos relacionamos en la vida: respeto, veracidad, competencia. ¿Confiaría el lector en un vendedor de automóviles que maquillase el quilometraje o las cifras de la potencia del vehículo en venta, que mintiese sobre el color que tendrá a la entrega, que no centrase su argumento en la calidad de los coches de su marca, sino en lo malísimos que son los coches que vende el concesionario de al lado? Y si confiara, si comprara el coche y éste resultara averiado y, por tanto, presentase una reclamación, ¿el comprador entendería que el vendedor alegase que no piensa disculparse por haber intentado hacer la felicidad de un conductor?

Entiendo que la prensa tiene una responsabilidad muy grave en las deficiencias del régimen político español. Así lo entiendo, por ejemplo, cuando un redactor acepta el juego de los políticos y selecciona una sarta de frases vacías, cuando no mendaces, que en ningún caso interesan ya a nadie, para perpetuar el debate sobre la nada. Y así lo entiendo cuando los responsables de todas las televisiones nacionales, sean de titularidad pública o pertenecientes a grupos empresariales ligados de manera constatable a los dos partidos dominantes del panorama político español, se niegan a dar cancha a la líder de Unión, Progreso y Democracia. Su negativa los desacredita como profesionales, porque no sólo sabemos (y saben) positivamente que sendos debates en directo de Rosa Díez con Rajoy y Zapatero provocarían un notable vuelco electoral, sino que además constituirían en sí un espectáculo televisivo como posiblemente no ha habido ninguno durante estos treinta años de democracia. Por sus propuestas novedosas, por su potentísima oratoria y por su apego a la realidad y al sentido común, que se percibe nítidamente en cada párrafo de sus discursos, Díez arrollaría sin despeinarse tanto al candidato del PP como al del PSOE. En vez de hacer su trabajo con brillantez, las televisiones han decidido no molestar a los que pagan la publicidad institucional, cuando no a los que cubren los cargos a dedo. Podrían haber optado por restaurar la conexión entre política y realidad, y habrían sido valientes, revolucionarios, profesionales. Han optado por lamer la mano del que los somete: son otra cosa. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal.

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