Me pregunta un compañero qué crédito concedo a la última encuesta del CIS, que, aparte pronosticar la victoria del PSOE, otorga a Unión, Progreso y Democracia (UPyD) un máximo de un escaño en el Congreso. Como me preguntan, me paro unos minutos a considerar algo que en otras circunstancias no perdería ni medio en analizar. Porque, sufrido lector, ¿conoce usted a alguien que se tome en serio las encuestas del CIS en materia de elecciones? El CIS predijo en junio de 2004 que 76 de cada 100 españoles votarían en las elecciones europeas. Diez días después, sólo votaron 46 de cada 100. Un error insignificante: 30 puntos porcentuales, una tontada. Debe ser casual que la predicción respondiese mejor que el resultado final a los intereses electorales del PSOE en el Gobierno.
Para mi fugaz análisis, debo recordar aquí que el Centro de Investigaciones Sociológicas es un organismo dependiente directamente del Ministerio de la Presidencia. Su presidente, en la actualidad Fernando Vallespín, fue por tanto nombrado a dedo por el tándem Fernández de la Vega-Rodríguez Zapatero tras ganar éstos las generales de marzo de 2004. Vallespín, catedrático de Ciencia Política de la UAM, había sido un público defensor de las políticas socialistas. ¿Y por qué un politólogo de izquierdas para dirigir el CIS, y no un sociólogo? Cuánta casualidad. Así pues, por lo que a mí concierne, el crédito que pueda otorgar en estos momentos al CIS depende de la credibilidad que me merezcan las protestas de no injerencia del presidente del Gobierno.
O sea: ninguna.
El presidente, para empezar, se comprometió en 2004 (después de ya nombrado Vallespín, claro está) a que el presidente del CIS fuera elegido por consenso en las Cortes. Han pasado cuatro años y seguimos sin asistir a tal fiesta parlamentaria, pero no dudo que el presidente haya estado ocupado en cuestiones más importantes.
No hay que hacer mucha memoria para encontrar más ejemplos del respeto del presidente Zapatero hacia la independencia de los organismos del Estado, esos que, entre otras cosas porque los pagamos de nuestros impuestos, deberían estar al servicio de la ciudadanía y no del partido en el poder, aunque a veces consigan que se nos olvide. Los fiscales y algunos jueces actúan –también casualmente, por supuesto– en coincidencia con los plazos que marcan el interés electoral del partido en el Gobierno. Durante la precampaña y la campaña asistimos a golpes notables contra los pistoleros de ETA, y nuestra sospecha de que se pudieron dar antes y no se dieron por cálculo electoral no puede empañar nuestra alegría por esas detenciones. Se ilegaliza a ANV y al PCTV pocas semanas antes de la cita electoral (loado sea el Señor), y nuestra convicción de que había pruebas para haber actuado antes y no se hizo por cálculo electoral no anula nuestra satisfacción por que se haya impedido que los cómplices de los asesinos puedan ser elegidos representantes del pueblo que sufre sus dentelladas. Pero que en definitiva nos alegremos de estas actuaciones no conlleva precisamente un aumento de nuestra confianza en el Gobierno, sino que comporta un elemento de indignación que impide que nuestra alegría sea completa y sana. La única conclusión que me cabe, y la única que sospecho le cabe a la mayor parte de los resignados españoles, es que Rodríguez Zapatero no da un solo paso que no esté determinado por el cálculo electoral.
Si me piden confianza hacia el presidente y hacia las instituciones del Estado que están bajo su férula, lo siento: confesó hace unas semanas que nos había engañado en el vil asunto de la negociación con ETA. Negoció, hubo materia política en su negociación y lo negó durante años contra toda evidencia. Lo hizo porque él sabe lo que nos conviene, nos vino a decir. Y España no se echó a la calle a pedir –pacífica pero firmemente– su dimisión. Triste, incívica España.
Finalmente, el cínico que todos sospechábamos que era Rodríguez Zapatero se destapa en un descuido revelador: con el micrófono abierto (jamás hubiera temido semejante tropezón, jugando en casa) nos desvela su estrategia para estas elecciones: “nos conviene que haya tensión”, dice. “Esta semana voy a empezar a dramatizar”. Para Iñaki Gabilondo, qué bajo hemos caído, esto son “pequeñas tácticas electorales”. Para mí es cinismo, máxime en un líder que desde cientos de miles de cartelones plantados por toda la geografía española apela a la fe como único argumento a su favor: “Motivos para creer”, dice. Ja.
Este es el personaje que maneja los hilos de las encuestas del CIS por medio de su empleado Vallespín. Uno, que no pretende dudar de la profesionalidad de los técnicos del CIS, sí duda, y mucho, y justificadamente, de la imparcialidad de quien gobierna esa institución. Así pues, que UPyD aparezca en su encuesta por primera vez en todo este tiempo, aunque sea con un solo escaño (constándonos como nos consta que el PSOE maneja encuestas en las que pierde varios a manos del partido de Rosa Díez), sólo parece indicar una cosa: que la marea magenta es ya imparable; que los resultados reales serán tan favorables a UPyD que dejar a este partido fuera del pronóstico sería impropio incluso de una institución dirigida por alguien que en su primer estudio importante alcanzó el récord histórico y comentadísimo de un error del 30%. Si al 0,4% de los votos que el CIS le atribuye a UPyD le sumamos ese 30%, puede que superemos el centenar de diputados… Porque, miren ustedes, para finalmente decir lo que me salga de las narices, o lo que le apetezca a mi jefe, francamente, no me hace falta gastarme un pastón en encuestas. Periodista Digital. España Liberal. Baleares Liberal. Mallorca Actual. Es Diari Digital de Menorca.
1 comentario:
Me parece un análisis excelente, y dicho sea de paso un buen blog. He llegado aquí a través de enlaces de blogueros afines a UPyD. Yo también pertenezco a eso que se está llamando "marea magenta".Ten enlazo con mi blogUn saludo y volveré más tarde
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