Imagínense la siguiente situación: un actor es entrevistado en un programa de TVE1 y pronuncia los siguientes disparates: “Me cago en Euskal Herría, me limpio el culo con la ikurriña y ojalá revienten el lehendakari, su puta madre y todos los que llevan chapela.” Y el presentador del programa palmotea de la risa. ¿Lo imaginan? No: sencillamente es inimaginable. Afortunadamente, añado.
Todavía duelen en nuestros oídos las palabras que hace un año dedicó a España en un programa de TV3 (si no recuerdo mal, una televisión que pagamos de nuestros impuestos) el actor Pepe Rubianes, para gran regocijo del conductor del programa: "Que se vaya a la mierda la puta España." "Que se metan a España ya por el puto culo a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario.” "A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás." Esto, de haber ocurrido en algún otro país europeo (lo cual es impensable), habría supuesto el paro perpetuo para el imbécil malhablado, para quien lo contrató y para el presentador que le rió la gracia, y eso con independencia del contexto en que hubieran sido pronunciadas. En España no pasa nada: hoy, Rubianes se enfrenta con una petición de multa por parte de la fiscalía de algo más de tres millones y medio de pesetas, una cuantía que es poco probable que el tribunal conceda y que, en todo caso, se verá compensada por los actuales contratos del fino pensador, cuya popularidad es hoy mayor que la que tenía antes de su atentado (perdón, accidente).
Pero, eso sí, que nadie ose criticar aun educadamente al nacionalismo, porque éste –arrogándose injustamente la representación de todos los catalanes o del pueblo vasco– clamará al cielo de las libertades democráticas... Desprecio y siempre despreciaré esa faramalla de prejuicios y falsedades que los nacionalistas llaman ideología y los ciudadanos de izquierdas asumen como algo respetable, igual que llamo y llamaré siempre a la actual cúpula del Partido Popular manipuladores de la patria –además de torpes. Contra argumentos, consignas. Es así de sencillo y triste, pero así nos conducimos unos y otros. Porque, vamos a dejarnos de tonterías: aquí nadie pretende ser más demócrata, ni más práctico, ni más justo, ni más patriota, ni más nada. Aquí lo que pasa es que en lugar de estudiar historia vivimos de consignas y fútbol. Para los conservadores, comprar cava extremeño es hacer patria. Para los progres menos reflexivos, España es caca y meterse con ella queda mejor. Para los más cafres, como Rubianes, la violencia es argumento. Así es nuestra España, y por ello llega a merecer españoles como Rubianes.
Cada vez estoy más convencido: no me cansaré de repetir que no todas las ideas son válidas ni respetables, y cuando una persona o un colectivo (por muy amplio que éste sea) están equivocados hay que decírselo cuando aún es tiempo, antes de que se produzca una catástrofe. Y los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, y también los del género nacional-aznarista, están sumamente equivocados; y los ciudadanos progresistas que históricamente se han dejado arrastrar por el prejuicio antiespañol y dejan en manos de personajes como Eduardo Zaplana o Ángel Acebes la defensa del concepto de España, son gravemente irresponsables y deberían tomar nota de la relación que mantienen con su patria los ciudadanos de izquierdas en Francia o el Reino Unido, por ejemplo. Así hay que decirlo cuantas veces sea necesario. Basar nuestro discurso en la confrontación nos hace más próximos al simio que al humanista. No ser nacionalistas nos hace –en el ámbito que corresponda y sólo en ése– infinitamente superiores a los nacionalistas y a quienes se dejan engañar por su discurso, y por tanto los complejos sobran tanto como las generalizaciones. También sobran los odios: ante el error sólo cabe la paciencia y mucha pedagogía. Y, contra las ofensas, acudir a los tribunales. Periodista Digital. Última Hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario