En los Estados Unidos, la asociación de antiguos alumnos universitarios ACTA ha publicado un estudio acerca del “patriotismo” en las universidades norteamericanas. Para colgarle a estas instituciones el sambenito odioso de antipatriotas, este informe pone de manifiesto que el apoyo a la guerra, que es casi general en la población, baja si se hace la encuesta en los campus universitarios. La interpretación de este fenómeno por parte del estudio de ACTA no considera la posibilidad de que los profesores y estudiantes universitarios tengan una visión más informada, más inteligente o menos prejuiciosa del conflicto; al contrario, lo califica de “reacción de la Torre de Marfil”. Es decir, los universitarios viven en un mundo ideal, separados de los problemas del mundo real por sus lecturas y su actividad intelectual, que seguramente son excesivas...
Una institución privada tiene derecho a publicar los informes que estime convenientes. Lo único preocupante es que se trata de una asociación fuertemente vinculada al gobierno norteamericano a través de la familia Cheney. Eso, unido al hecho de que ya se empiezan a elaborar listas de profesores “patriotas” y “antipatriotas” y a analizar sus manifestaciones en clave de patriotismo, hace temer una regresión a los tiempos del maccarthismo y la caza de brujas. Por otra parte, es sabido que el FBI ha presionado en favor de la autorización de los “métodos especiales” (es decir, de la tortura) en el interrogatorio de los detenidos por sospechosos de colaboración con Al-Qaeda. ¿Qué mejor victoria se le puede brindar a Osama Bin Laden y sus descerebrados que suprimir en nuestros regímenes la libertad de expresión y el habeas corpus?
El ministro español de Interior ha dicho recientemente que “esta batalla la van a ganar la decencia y la moral, y quienes creen que la vida de las personas, sus derechos y libertades están por encima de la actuación de cualquier loco y de cualquier motivación que pueda esgrimir para hacerlo”. La frase fue pronunciada por Mariano Rajoy tras haber transmitido el pésame del Gobierno a la familia del ertzaina recientemente asesinado, Javier Mijangos. Efectivamente, los derechos y libertades de los vascos están por encima de todo; pero los de todos los vascos. Incluso los de los delincuentes. Eso es lo que aprendimos de la indigna aventura del GAL, y eso es lo que nos legitima; o al menos eso creíamos.
Y no obstante, el mismo gobierno cuyo ministro emite esas palabras, un gobierno que con toda razón condenó el GAL promovido por el gobierno de Felipe González, hoy apoya y es cómplice de una carnicería generalizada en Afganistán. El gobierno de los Estados Unidos ha autorizado la intervención en suelo afgano de su Delta Force, una unidad de combatientes de elite sin control ni sujeción a norma alguna. Ese gobierno, y a su lado el de España y el resto de los occidentales, han apoyado a las tropas de una Alianza del Norte que no podemos considerar los buenos de la película, tras conocer sus hazañas. Nuestros aliados mujaidines gustan de decapitar, torturar y matar en general y con crueldad extrema. Contra lo previsto por la Convención de Ginebra, fríen hasta la muerte a sus prisioneros dentro de contenedores metálicos abandonados al sol del desierto. Despojan a las mujeres del burka sólo para violarlas. Éstos son nuestros aliados, a los que en nombre de la justicia y del antiterrorismo toleramos tropelías sin fin. Son nuestra carne de cañón y nuestros sicarios. Ellos asesinan mientras mantenemos nuestras manos limpias y nuestros discursos altisonantes. Caerá Osama Bin Laden y ellos seguirán torturando, produciendo la heroína que la mafia rusa comercializa, asesinando a periodistas, entregándose al latrocinio y al terror.
Semejante va a ser el resultado de la campaña bélica en que con tanto ardor desea participar el presidente Aznar. Pero, en buena lógica, si el GAL no es de recibo, la matanza en Afganistán tampoco. No porque hospitales sean bombardeados por error o sin él, ni porque mueran niños inocentes en un campo de minas, sino porque también en nuestro trato con los delincuentes estamos sometidos a la ley. También ellos son sujetos de derechos. Aunque posiblemente ellos no merezcan que sus derechos sean respetados, nosotros no nos merecemos que nuestros gobiernos caigan tan bajo como ellos. Ningún deseo de justicia, ni tras la catástrofe neoyorquina ni tras ninguna, deroga los derechos de los afganos, ni tampoco los de los terroristas. Ninguna forma de pensar, ningún fin por justo que sea justifica medios ilegales en un presunto estado de derecho, ni en una comunidad internacional que presuntamente se rige por el derecho de gentes.
En el País Vasco el gobierno autónomo tolera y a veces patrocina la actividad de quienes amparan y dan cobertura a ETA. Dado el paralelismo que entre los integristas islámicos y los integristas abertzales continuamente establecen nuestros gobernantes, los siguientes pasos del presidente Aznar ya nos los imaginamos: bombardear San Sebastián, Bilbao y Vitoria, ocupar los valles de Guipúzcoa y entregarlos al saqueo por parte del Ejército o de alguna milicia ad hoc, violar a las habitantes de los caseríos a conciencia, perseguir y encarcelar a presuntos etarras sin preocuparse de recabar antes pruebas de sus delitos, eliminar la presunción de inocencia en aras de la justicia, eliminar los distingos de cualquier género, torturar por una buena causa, sustituir a los etarras por una banda de matones proespañolistas que aterroricen el campo euscaldún. Ejecutar sumariamente a los que matan. Muy importante: acusar de antipatriota a quien alce una voz contra tamaña barbarie, purgar las universidades de elementos pensantes y, si es posible, repartir muchos televisores entre la población. Es más: si el gobierno pretende mantener una mínima coherencia intelectual, le es exigible proceder así. Y, si no lo hace, siempre nos cabrá la duda de si evita actuar de esa forma meramente por desconfianza en el éxito de una campaña tal o por auténtico convencimiento y fe en las libertades públicas.
Mas en el caso de los Estados Unidos en Afganistán sí hay confianza, y eso es precisamente lo que el mundo está haciendo en Afganistán: ignorar las libertades, saltar por encima de la ley, insultar nuestra inteligencia y, lo que es peor, provocar muerte, dolor y ansia de venganza. Y, francamente, no nos lo merecemos. Canarias 7.
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