No es de extrañar –aunque sí deberíamos evitar– que los ciudadanos españoles cansados del absurdo estado de las cosas en las comunidades bilingües tiendan a extremar sus manifestaciones. Ayer se equivocaba un compañero en los términos formales de una reivindicación que, sin embargo, nos parece justa. Su solicitud de que la compañía Swiss International Airlines restablezca el uso del castellano en sus vuelos a Barcelona es un requerimiento legítimo: sin duda más legítimo que los realizados por algunos ejecutivos autonómicos por cuanto se hace desde lo particular y evidentemente sin la fuerza coactiva de que éstos están dotados (recordemos el lamentable acoso a Air Berlin por parte de los gobiernos balear y catalán y su legión de lacayos subvencionados). Pero, al fin y al cabo, la compañía ejerce su libertad al elegir una política de empresa y no otra. No estaría de más, no obstante, averiguar cuáles hayan podido ser las presiones de la administración catalana en ese sentido.
Y es que los ciudadanos que no hemos llegado a interiorizar la clasificación de las lenguas españolas en lenguas de primera (democráticas, de prestigio, propias) y segunda categoría (el español en todas las comunidades bilingües) seguimos indignándonos por lo que percibimos como una imposición de un nuevo pensamiento religioso, y por tanto irracional, sobre la irrefutable lógica de las necesidades reales. Traeré a colación sólo dos ejemplos que tienen que ver con la peligrosa pero evidente tensión que se da en las Baleares entre la obsesión lingüístico-identitaria de los poderes públicos, por un lado, y sus políticas de seguridad vial por otro.
Quienes visitan la hermosa isla de Menorca comprueban pronto que, al comienzo de diversos tramos de su red viaria de especial riesgo, las autoridades han dispuesto carteles anunciadores que rezan así: “Atenció. Línea discontínua només indica eix carretera” (“Atención. La línea discontinua sólo indica el eje de la carretera”, es decir, no autoriza el adelantamiento sin visibilidad). De manera similar, el Ayuntamiento de Palma ha rotulado el asfalto de algunos pasos de cebra en calles céntricas con el siguiente texto: “1 de cada 3 morts en accident de trànsit anava a peu. Atenció! Tots som vianants” (“Uno de cada tres muertos en accidente de tráfico iba a pie. ¡Atención! Todos somos peatones”).
Uno puede discutir la eficacia general de estas medidas, pero lo que resulta incuestionable es que cuando la administración decide tomarlas suponemos que lo hace porque considera que así protege la seguridad de los ciudadanos. Pero es un error: esto sería así sin duda en las comunidades monolingües de España. En Baleares, como en las demás comunidades con lenguas propia e impropia, existe un factor que pesa más a la hora de cualquier decisión política o administrativa: la llamada normalización lingüística. Por ello, el Consell de Menorca y el Ayuntamiento de Palma no rotulan en castellano a pesar de que –ya no vamos a mencionar los derechos preteridos de muchos menorquines y palmesanos de habla castellana– Menorca o la calle Jaime III son destinos visitados por infinidad de turistas y trabajadores peninsulares y extranjeros que no están familiarizados con el catalán. Con estas actuaciones queda tristemente claro que las autoridades autonómicas y locales, infectadas de la enfermedad identitaria, valoran lo que ellos llaman normalización lingüística más que la seguridad física de los ciudadanos. ¿De qué sirve un rótulo que tal vez sólo la mitad de sus lectores entienden o que, en el mejor caso, requiere de la otra mitad un esfuerzo y una atención adicionales para desvelar su contenido? ¿Estará satisfecho el correspondiente consejero de Movilidad cuando muera en accidente un ciudadano porque no entendió el rótulo que le avisaba del peligro en las curvas? ¿Dirá para sí: “Tot sigui pel català” y seguirá trabajando tranquilamente por la normalización? Evidentemente no: no percibe la contradicción que aquí planteamos, porque no es que sea mala persona, no; es que está ciego.
No nos sorprendamos: es la tónica por estos pagos. Criterio tan absurdo ha cundido en todos los terrenos, y así los derechos del catalán se imponen sobre la libertad de mercado (se obliga a rotular los comercios en catalán o se hostiga a las compañías aéreas para que cambien sus políticas de atención al cliente), sobre el derecho a la educación (la tasa de fracaso escolar en Baleares es muy superior a la media española, que ya es muy alta, lo cual está directamente relacionado con la práctica de la inmersión lingüística), sobre la calidad de la sanidad (el catalán se acaba de convertir en requisito para médicos y ATS pese a la enorme carencia de profesionales cualificados en las Islas), sobre la excelencia académica (en muchos concursos se valora más un certificado de catalán que un doctorado alternativo), y así ad infinitum.
En cualquier país civilizado, cualquiera de estos datos por sí solo habría provocado hace años un movimiento de protesta y la destitución de los responsables de semejantes dislates. En España, que como todo el mundo sabe es un país bisoño desde el punto de vista democrático, nos interesan más los mitos de la tribu que la eficacia y la justicia. Por eso no son de extrañar algunas reacciones pendulares. Pero no se preocupen: UPyD, como manifestación política de un necesario movimiento cívico que ha tardado demasiado tiempo en abrirse paso, ha llegado por fin, ha arraigado y va a quedarse. A aquellos que nos acusan de ser “un partido monotemático” (ésta parece ser la nueva estrategia pergeñada por los geniales propagandistas de los grandes partidos) habrá que contestar que, aunque estemos atentos a todos los problemas de la sociedad, ningún complejo nos hará renunciar a la defensa de las libertades individuales, que los derechos lingüísticos de los ciudadanos entran en su número y que, además, su menoscabo es particularmente significativo de una deriva totalitaria. Defender la elección de lengua es defender los derechos de la gente y, si los poderes públicos son monotemáticos en este sentido, nosotros –què hem de fer?– vamos a seguir hablando de su monotema; con la sangre fría y con toda la decisión del mundo. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal.
2 comentarios:
estimado español liberal,y que passaria si eso mismo passa en londres y el mensaje lo tiene que leer un asturiano que acaba de llegar a uk. y no sabe inglés, y que passa si el mismo caso sucede en nürburgring y el peaton es un bielorusso que acaba de llegar a alemania,con todos los respetos, no fastidie, lo que si que no es normal y ya que habla de las islas baleares, es que en más del 40 % de los restaurantes de ibiza y mallorca la carta esté escrita en alemán, eso si que no és normalizacxión linguistica
Gracias, me ha descrito muy bien.La diferencia entre la situación entre Londres y Palma es que Londres es oficialmente monolingüe, y Palma en cambio es bilingüe. Tenemos la fortuna de tener dos lenguas oficiales.En cuanto a los letreros y las cartas de los restaurantes: no estamos hablando de derechos individuales ni del derecho a recibir los servicios públicos en condiciones de igualdad. Estamos hablando de comercio privado: si a usted no le gusta un restaurante porque no entiende la carta, usted no irá a comer allí; y el hostelero ya cuenta con ello cuando opta libremente por una determinada política comercial. Es un asunto privado que nadie tiene que normalizar, porque ya es normal.
Publicar un comentario