Durante la transición entró en política lo mejor de cada profesión. No hace falta recordar los nombres de las personas que, desde opciones muy diversas, participaron en aquel período constituyente, todas ellas con una trayectoria sólida y prestigiosa que pusieron al servicio del interés general. Todos podían dejar la política activa y la mayor parte lo hicieron, porque no necesitaban servirse de ella.
Hoy tenemos profesionales de la política. Padecemos una casta de políticos que jamás aportaron a la sociedad nada fuera de la política. Esto sería aceptable si los políticos españoles, como los franceses, pasasen por una prestigiosa escuela de administración del Estado: serían profesionales en el buen sentido. Pero no; el cursus honorum en España se reduce a satisfacer los deseos del líder que señala con dedo omnipotente quién será y quién no será candidato. Alberto Ruiz-Gallardón lo sabe bien. En estas circunstancias, es difícil destetar a los políticos. Sus promesas caducan el día después de las elecciones; nadie que yo conozca tiene fe en ellas. No podemos esperar que nos solucionen nada que previamente no los solucione a ellos: después de veinte años no pueden retomar una carrera profesional que simplemente no tienen, así que harán lo que sea por perpetuarse.
Asistimos, así, al bochornoso espectáculo de un gobierno que planea ilegalizar ANV y el PCTV justo antes de las elecciones, y nadie en España duda que el motivo es el interés de ese gobierno por hacernos olvidar su incalificable desempeño en materia antiterrorista. Especular con este asunto es perverso, y que fiscales y jueces ejecuten los designios del ejecutivo es indecente; pero ahí siguen, y seguirán mientras se lo permitamos. La regeneración democrática que algunos proponemos es más necesaria que nunca. Periodista Digital. Baleares Liberal. Última Hora.
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