Con el anuncio del ínclito Pepe Blanco de que, si ganan las elecciones, José Bono será presidente del Congreso, se suceden en las tertulias los comentarios en torno a si con esta jugada José Luis Rodríguez Zapatero desea sugerir al electorado visos de una mayor o mejor españolidad en un segundo mandato. De que ésta es su intención no me cabe la menor duda, aunque yo le agradecería mucho más que ilegalizase al brazo político de los asesinos, ANV-PCTV, como le vienen pidiendo diversos colectivos ya hace demasiado tiempo.
Sin embargo, no puedo evitar quitarle importancia a la clave estratégica: no es más que otra anécdota del zapaterismo, otro movimiento burdo y a corto plazo con el fin de perpetuarse en el poder, grano para cebar el pavo de aquí a marzo. Sabemos que a estas alturas no nos van a sorprender con una jugada brillante, aunque machacones sí son. Después del nueve de marzo, ancha es Castilla: cuatro de años de banquete. Por otro lado, floja promesa parece: nada arriesgaría el presidente si la incumpliese (ya ha incumplido muchas) salvo, tal vez, la confianza del exministro de Defensa; aunque ésta parece ciertamente a prueba de puñaladas, como quedó probado cuando hubo de dimitir para allanarle el terreno al nuevo Estatuto de Catalunya.
Lo que de verdad me preocupa de esta noticia es el descaro con el que los dirigentes del PSOE asumen en su discurso público la absoluta sumisión del Congreso con respecto a la cúpula del partido vencedor. Se suponía que son los diputados electos los que escogen entre ellos al mejor para desempeñar las funciones de presidente de la cámara baja. No estamos hablando de fruslerías: el Congreso es la representación de la soberanía popular y sus miembros teóricamente representan a sus electores. El sistema electoral que padecemos hace que, en efecto, el poder legislativo y el poder ejecutivo dependan de un grupo selecto (por lo escaso, ya que no por su calidad) de políticos profesionales cuya garantía de promoción no estriba ni en la labor realizada ni en su fidelidad a los votantes, sino en sus manejos entre bastidores y en la estricta obediencia al líder. Seguramente es usted consciente, estimado lector, de que Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero tienen la posibilidad efectiva de designar sin obstáculo mayor desde el candidato a presidente del Congreso hasta el candidato para regidor de cultura de mi pueblo, pasando por diputados, senadores, miembros del Consejo General del Poder Judicial, magistrados del Tribunal Constitucional, fiscales, Defensor del Pueblo… Todos somos conscientes; pero Pepe Blanco pretende que no sólo lo sepamos, sino que lo asumamos como natural e inevitable.
Pero no. No es esto lo que preconizó Montesquieu, cuyo regreso algunos llevamos esperando años –desde que Alfonso Guerra decretara su ostracismo, ya que su entierro no está al alcance del primero que pase. Sin una separación de poderes efectiva no existe verdadera democracia. ¿Quién va a controlar al gobierno si la composición de su parlamento depende –grosso modo– de dos personas? El nuevo partido de Rosa Díez (Unión, Progreso y Democracia, UPYD) propone una seria reforma de la Constitución y de la ley electoral: la revisión de las circunscripciones electorales y de la aplicación de la ley d’Hondt –al mismo tiempo tan célebre y tan desconocida–, las listas abiertas, la doble vuelta para cargos unipersonales, la limitación de mandatos, el cambio de los mecanismos de nombramiento de las magistraturas… Con los partidos tradicionales ya sabemos lo que tenemos. Lo que con tamaña desfachatez nos ofrece Pepe Blanco, so capa de una política de carácter más presuntamente nacional encarnada en José Bono, no es distinto de lo que nos ofrecen el Partido Popular y los demás partidos, instalados desde hace treinta años en el sistema: la certificación última de que nuestra democracia está vacía de contenidos. En las generales de marzo nos pedirán nuestro visto bueno. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal. Mallorca Actual.
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