17 octubre 2000

Tontos del culo

Anoche hemos visto por televisión La lista de Schindler, la obra maestra del genial cineasta Steven Spielberg. Uno no se cansaría jamás de gozar de la trágica y evocadora belleza de sus imágenes en blanco y negro, ni de admirar las imponentes interpretaciones de Liam Neeson y Ben Kingsley, ni de sorprenderse con las crudas secuencias de brutalidad que en ella se recrean, casi como si se tratara de un documental sobre el exterminio de los judíos por la Alemania nazi.

Estremece la película por su perenne actualidad: las terribles escenas, más o menos noveladas, a que hemos asistido en la obra del judeoamericano, han sido y son realidad hoy en demasiados rincones de este contradictorio mundo nuestro, que es global sólo en lo que se refiere a la explotación económica, pero no para los derechos humanos. Bosnia, el Sahara Occidental, Kosovo, Sierra Leona y Timor Oriental, pese a su proximidad, son sólo nombres borrosos en nuestra memoria colectiva del horror; pero sus desafortunados habitantes conocen de primera mano lo que Spielberg quiso denunciar en su filme. La lista de Schindler es un alegato eficaz contra la violencia; un alegato un tanto maniqueo, como corresponde a la firma de Spielberg y al mercado estadounidense a que está inicialmente destinado, pero decidido, militante, nada tibio. Consigue sacar a flor de piel todo lo que de bueno llevamos en nuestro interior.

También estremece porque, a través de las figuras de los judíos alemanes y polacos, que en muy pocos años pasan de vivir como reyes a trabajar como esclavos y morir como perros, nos avisa de lo fácil que es que en el delicado equilibrio social, aprovechando un período de recesión en el ciclo económico, se abra de pronto una fractura. Si esto sucede, suele pillar por medio a los diferentes, a los que no son como la mayoría, porque son más fácilmente identificables como culpables. La barbarie se acredita de pronto para arrasarlo todo, con la participación de esa mayoría o gracias a su tibieza. Ahora nos resulta inexplicable: los abuelos de los verdugos nazis fueron Bach, Schiller, Goethe y Beethoven, y sus nietos hoy hacen windsurf en Jandía.

La Historia y la Antropología nos enseñan que, en uno u otro grado, todos somos mestizos biológica, política y culturalmente y que esto, precisamente, no supone otra cosa que fertilidad. Algunos cierran los ojos a esta realidad histórica, dialéctica como todas las realidades y fecunda como todas las dialécticas. Y los que voluntariamente cierran sus ojos a la realidad aspiran a tontos. Aspiró a tonto Adolf Hitler, aspiró a tonto Sabino Arana y aspiró a tonto el recién defenestrado Slobodan Milosevic. De hecho, sacaron matrícula de honor.

Aspiran a tontos también esos jóvenes botarates que, quizá para resolver alguna cuenta personal pendiente o, lo que sería peor, porque se han creído los argumentos contra los que han luchado desde siempre Oskar Schindler y muchos hombres de bien, optan por atacar con fuego la Residencia Fuerteventura, donde se alojan casi cuarenta niños marroquíes. Echan la culpa de sus males al que es distinto. ¡Cuántas veces hemos tenido que soportar estas patéticas conductas! Si no fuera porque ellos son la simiente de un posible Adolfo Hitler, darían risa. Pudiendo aspirar a ciudadanos, sólo aspiran a tontos del culo. Pobres. Canarias 7 Fuerteventura.

No hay comentarios: