Algunos durante esta campaña catalana han acusado a Unión Progreso y Democracia de ningunear a Ciudadanos, de negarse a pactar una oferta electoral común, de dividir el voto constitucionalista... La tónica es presentar a Ciudadanos como víctima de un partido advenedizo que quiere sustituirlo en su espacio natural. Lo cierto es que quienes estuvimos en Ciudadanos sabemos que, cuando Rosa Díez, Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán y otras personalidades fundaron UPyD, en la comparación entre los respectivos liderazgos y equipos, con todos los respetos, no había color. Posteriormente la comparación de las estructuras y el desarrollo interno y parlamentario de ambos partidos nos daba también la razón a quienes habíamos optado por UPyD; pero es que fundamentalmente estamos hablando de proyectos: uno es nacional y el otro abiertamente regional, uno es transversal y el otro apuesta en sus Estatutos por hacerle la competencia exclusivamente al PSC...
La constatación de estas diferencias justificaría por sí sola la oferta separada; pero es que tampoco hay duda de la conveniencia de mantenerse firmes en la solitaria -a veces incómoda- posición en que se ha situado Unión Progreso y Democracia desde su fundación. A nadie de Ciudadanos, ni de ningún partido, se le ha negado la entrada en UPyD, porque desde luego no estamos hablando de una incompatibilidad ideológica si entendemos el concepto de ideología como se entendía tradicionalmente. A lo que UPyD sí se ha negado, y entiendo que debe seguir haciéndolo con respeto pero con tozudez, es a participar en compromisos regionales al uso -aquello de "yo te apoyo en Madrid y tú me apoyas en Barcelona". Ésta sería, como demuestran fehacientemente las trayectorias del PSOE y del PP, la mejor manera de convertirse en otra confederación de partiditos con intereses contrapuestos dependiendo de dónde nos presentásemos, e incapaz por tanto de defender a escala global el interés común: justo lo que España no necesita.
En UPyD debemos ser muy conscientes de que, si perseveramos en este punto de vista con nitidez, más temprano que tarde el electorado lo reconocerá. A efectos de regeneración democrática, contar con un partido no nacionalista de implantación sólo regional es no contar con nada: sin ánimo de señalar, pero sin eludir tampoco el hecho de que se trata del partido con el que algunos insisten en vano en que rivalicemos, Ciudadanos, se ponga como se ponga, no puede influir en la política nacional ni promover reformas de fondo como las que deseamos. De hecho ya lo ha demostrado durante toda una legislatura autonómica. Un partido regional, en el mejor caso, obtendrá un puesto en el reparto de sinecuras, pero jamás podrá poner contra la pared a las instituciones nacionales, que son las que tienen en su mano la llave de las reformas estructurales. Los ciudadanos que de verdad desean la curación de España esperan oír hablar de un proyecto nacional, es decir, de UPyD. Como decía un amigo sabio, cada libro encuentra tarde o temprano su lector. Y -esto ya lo añado yo- es mejor escribirlo bien y despacio que pronto y mal, porque en vez de un clásico que influya en las generaciones venideras obtendríamos un bestseller de verano con alguien guapo desnudo en la cubierta. Y no queríamos eso.
En cuanto a las recientes encuestas, la cosa está bien clara y cuadra precisamente con todo lo que acabo de decir: a los partidos viejos -y a los medios por ellos manipulados, y a los topos que se infiltraron en UPyD y hoy hacen campaña contra UPyD desde dentro- les interesa mucho más promocionar a Ciudadanos que a UPyD. Prefieren un rival menudo, sentado impotente en el rincón de su escaño regional, antes que un partido con posibilidades reales de presionar en favor del cambio que los agentes sociales más conscientes están empezando a pedir a gritos para España: la reforma radical del sistema electoral, del modelo de estado o de la educación. Sólo un partido presente en todas o buena parte de las instituciones nacionales, autonómicas y municipales será capaz de promover tales reformas y poner en tela de juicio el poder omnímodo de los partidos tradicionales. Y por ello precisamente, sospecho, las encuestas sobre las elecciones catalanas están favoreciendo al partido regional que nunca podrá emprenderlas, y los opinadores profesionales a sueldo de determinados medios lo están presentando como víctima de la incomprensión y de la ambición de UPyD, estos advenedizos... Pero no nos olvidemos nunca: nuestros rivales no son aquéllos a quienes nos parecemos, sino los grandes partidos y grupos de interés que los utilizan.
La estrategia es clamorosa y parece mentira que algunos no quieran verla. Y yo no sé si esta estrategia tendrá o no efecto a corto plazo, ni si Robles y Veciana conseguirán, como creo, su entrada en el Parlament o más bien tendremos que esperar a otras elecciones catalanas; pero en cualquier caso sabremos que no vendimos nuestra evidente primogenitura en todo este asunto de la regeneración democrática por un simple plato de lentejas. El futuro es de quien resiste; y los catalanes ya se han dado cuenta. Periodista Digital.