29 enero 2007

Pepe Blanco, el opinador

Pepe Blanco es un gran opinador. Atendiendo al volumen de opinión, ya que no a su calidad, digo. Opina en su bitácora, que él mismo, Dios sabe por qué, gusta de calificar de “heterodoxa” en el apartado Mi perfil, un texto bastante cursi y tontorrón donde afirma: “este cuaderno no lleva corbata, yo tampoco”. Supongo que quedó tan ufano con su ocurrencia. Opina en cuanto le ponen un micrófono delante, todos los días lo vemos por la tele. No recuerdo que nunca haya dicho nada de sustancia, impedido como se encuentra por lo adocenado de su pensamiento, por sus prejuicios de progre de instituto y por una seria incapacidad para distinguir entre información y propaganda; pero todo esto no le impide seguir adelante con sus opiniones. El discurso del presidente Zapatero parece complejo y el de Ángel Acebes imprevisible, si los comparamos con las declaraciones habituales de Pepe Blanco; pero éste, impasible, sigue opinando. Es obvio que Dios no lo llamó por los caminos de la oratoria y la literatura –los Lunnis dominan bastante mejor que él los recursos de la retórica–, pero esto, para ser justos, no es su culpa. Al fin y al cabo, es lo que hacemos todos en España: opinar, y la responsabilidad de que lo hagamos no es de los que opinamos, sino de los que nos dan pábulo.

Que alguien de la escasísima formación, la abrumadora grisura intelectual y la evidente confusión ética de Pepe Blanco sea una de las cabezas pensantes (valga la expresión) del partido en el gobierno dice mucho de nuestro sistema político. Nadie se acordará de Pepe Blanco a los tres días de que deje el cargo; los libros de historia no gastarán dos líneas en su persona, porque no es carne de historia, sino fruta de temporada. Nada grave, por tanto. Pero su confusión a veces raya en lo insultante, sobre todo cuando cree que puede contagiárnosla. A propósito del caso del criminal De Juana, el otro día escribió en su heterodoxo cuaderno (en el que gusta de sembrar negritas que ahorraré al lector):

A partir de aquí mi opinión es clara: la decisión de mantenerle o no en prisión corresponde exclusivamente a los magistrados de la Audiencia Nacional.
Una nueva muestra de la perspicacia y la originalidad que le son características.

Y sea cual sea esa decisión, los socialistas vamos a respetarla.
Sólo faltaba.

Lo que resulta indignante es que el Partido Popular esté tratando por todos los medios de condicionar el fallo judicial.
Acabáramos: no era el Gobierno el que trataba de condicionar el fallo. Lo único que había hecho era promoverlo, y en un sentido muy concreto, a través de una petición explícita del fiscal general del estado que, como todo el mundo sabe, nombra el Gobierno y, como sólo sostenemos los malpensados y los enemigos de la democracia, actúa a sus órdenes. Luego, Blanco entra a juzgar con gran dureza la actitud del Partido Popular, frontalmente contraria a la atenuación de las condiciones del asesino en el cumplimiento de su pena de prisión; actitud que, espuria o no en su caso, coincide ciertamente con la de la inmensa mayoría del pueblo español, incluidos, ya que estamos hablando de ello, gran parte de los votantes del PSOE. Para resumir toda esta basura: el Gobierno toma una decisión injusta e impopular sin que nadie a este lado de la ley se lo haya pedido, pero según el clarividente Blanco la culpa de todo la tienen los que se quejan o pretenden remediar el desaguisado.

Si el señor Blanco y el gobierno que defiende tuvieran un mínimo respeto por la justicia (la de verdad, no la de los discursos y las instituciones) no promoverían actuaciones que pretenden favorecer a los enemigos de la sociedad. Que se ocupen de otras cosas, por favor. ¿Qué le deben a De Juana y a la mafia etarra si resultan capaces de enfrentarse a la gran mayoría del electorado por mejorar el destino de aquél? Un destino que sólo el asesino se ha buscado y que, por otra parte, no debe ser tan terrible –ni la huelga de hambre debe haberse cumplido tan rigurosamente como nos aseguraban– cuando las analíticas prueban que no está desnutrido.

Pepe Blanco es, entre otras cosas, la demostración en carne y hueso del fracaso de nuestro sistema educativo en las últimas décadas. No espero brillantez ni consistencia de sus declaraciones, aunque le agradecería menos solemnidad a la hora de las perogrulladas, que es algo que me molesta sobremanera. Lo que sí exijo, y no es que cuente con verme complacido, es lealtad constitucional, respeto por las víctimas del terrorismo y una perspectiva política a medio o largo plazo. Ah, y, por cierto, yo tampoco llevo corbata; lo digo por si era importante. Periodista Digital.

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