13 diciembre 2007

¿Pechos o valores democráticos?

Leo en un periódico la habitual crónica de sociedad. Junto a la fotografía de una pareja –él de hechura recia y frente huidiza, ella un pastel de silicona– el pie de foto llama mi atención: “Si no lo sabían, se lo cuento. Fulanito y la showoman Menganita, sin duda el mejor descanso para un buen guerrero, son novios”. Como hago desde hace décadas en cualquier momento en que conecte el televisor o lea ciertas secciones de la prensa escrita, me pregunto primeramente por qué razón ha concluido el redactor que a mí o a nadie le pueda interesar el grado de proximidad que haya entre estos dos señores. Después reparo –deformación profesional– en el feo e innecesario anglicismo. Mal vamos. Pero, sobre todo, me indigna ese concepto de las relaciones de pareja en virtud del cual si una señora de buen ver es novia de un señor –de buen ver o no, que esto es lo de menos–, él es el único que debe aliviarse de sus tensiones, y ella, trofeo o recompensa del guerrero, la que debe proporcionar cumplido alivio. No hace falta ser una feminista con gafas de pasta y jersey de rayas para percibir una discriminación muy notable, que consiste en asumir naturalmente que la mujer que, como es el caso de la mayor parte de ellas pero de muy pocos hombres aún hoy en día, compagina el trabajo en casa con sus ocupaciones profesionales, puede aspirar en la sección de este gacetillero y en muchos ámbitos de la vida, si tiene suerte y está buena o es amiga del plumilla de turno, a ser admirada exclusivamente por su condición de dispensadora de recreo para el varón. El firmante podría haber escrito: “Menganita es la puta de Fulanito”, y no no nos habría dicho nada esencialmente diferente de lo que nos dice. Y, sin embargo, el diario en el que trabaja este señor se dice progresista.

A la mañana siguiente conecto la radio mientras conduzco. Escucho una tertulia que ha ganado adeptos en los últimos tiempos por haberse desmarcado del modelo tradicional de tertulia de actualidad política. Este programa, no cabe duda, es divertido, dinámico, ligero, juvenil. Que lo protagonicen cuarentones no encierra contradicción alguna: se trata precisamente de ejemplares de esa primera generación que desdeñó los valores éticos y de cohesión social, como el esfuerzo, el rigor y el servicio a los demás, para sustituirlos por un enorme conformismo de apariencia rebelde, por el rechazo a madurar, por las formas, por un hedonismo de cáscara progre y corazón tremendamente reaccionario e insolidario que casa poco con ciertas preocupaciones indignas de un ingenioso profesional… El caso es que llega el momento de presentar a una invitada que va a hablar sobre no sé qué tema más o menos serio o importante. Como el tono es informal –juvenil– hasta la caricatura, antes de iniciar su exposición, la invitada se cree en la obligación de justificar no recuerdo qué extremo de su vestimenta, seguramente en relación con el tema comentado inmediatamente antes. “No llevo puesto no sé qué cosa”, se disculpa. Y aquí viene el jocoso director del programa y le dice: “No te preocupes, tú tienes tus pechos”.

Tú tienes tus pechos. A las nueve y media de la mañana. La invitada suelta una risita y sigue a lo suyo como si nada. Uno, que no es feminista pero tiene madre, mujer e hija, y que encima tiene una nociva tendencia a hacerse preguntas, no puede evitar formularse las siguientes: ¿el locutor es un majadero? ¿Sus jefes le pagan por insultar a sus invitadas? ¿A la víctima no se le pasó por la cabeza levantarse, llamarlo imbécil y marcharse con las mismas; ya no oso decir cursar una reclamación ante sus superiores y elevar una denuncia ante el juez? Porque, vamos a ver, esta buena señora probablemente venía a hablar de un asunto que a ella le parece interesante y a la radio que la invita se supone que también se lo parece; pero toda su intervención se ve marcada de antemano por un estúpido comentario previo que hace pocos años nos hubiera avergonzado oír y que, a falta de contacto visual, convierte a la invitada básicamente en una mujer tetuda para miles de oyentes. Sí, iba a hablar de algo, pero en la imaginación de todos los que escuchan ya es y seguirá siendo no ya una mujer con tetas, sino unas tetas con mujer. Rubia o morena, alta o menuda, dotada del talento de un Einstein o tan desprovista de él como Pepiño Blanco, del Barça o del Madrid, buena o mala oradora, buena o mala profesional… Todo esto pasa a segundo plano: tiene unos buenos pechos, lo cual debe justificar su presencia en aquel estudio de radio a falta de una indumentaria adecuada… Y que conste que no es feminismo; si el locutor hubiera ponderado el volumen de las nalgas de un señor que viene a hablar de su último libro, o el del paquete de alguien que lo va a hacer sobre la hipertensión en los ancianos, me hubiera parecido exactamente lo mismo: un insulto y una ordinariez. Pero la cadena de radio que tolera semejante desmán también es, en la consideración general, de signo progresista.

Luego dicen algunos que no hace falta Educación para la Ciudadanía. Yo no sé qué asignatura nos hace falta en nuestros planes de estudios, aunque me creo que no es cuestión de asignaturas, sino de una reforma integral de la Educación que sirva para volver a formar ciudadanos críticos que consideren los valores democráticos en su auténtica dimensión, y no consumidores-votantes más atentos a lemas y consignas que a las implicaciones reales de lo que hay detrás de esos lemas y consignas en sus vidas en particular, es decir, al compromiso cotidiano con los propios principios, a la lealtad con el lenguaje; a no llamar progresista a lo que es reaccionario sin paliativos. Una reforma educativa complementada con una reivindicación muy seria del código deontológico de la profesión periodística y con la denuncia de sus prácticas menos rigurosas y de sus contenidos más banales y reaccionarios. En el fondo, no es tanto un asunto de Educación como de mera educación. En un país serio, la bromita de marras hubiera ocasionado una avalancha de llamadas telefónicas, la consiguiente petición de disculpas, posiblemente la sanción o el defenestramiento del lenguaraz... Alguien debería pararse a pensar un poco, coger de las solapas con suavidad al pseudoperiodista y preguntarle: pero, por muy moderno, desinhibido o provocador que usted se crea, ¿es que no tiene recurso más inteligente que aludir a los pechos de la mujer más cercana, so bobo? Porque, si es así, apártese usted, deje paso y permita que alguien que conozca el valor del trabajo ajeno y respete la dignidad personal, sea la de un hombre o la de una mujer, haga eso que es evidente que usted no sabe hacer. Vuelva a la escuela y hágase un curso de algo: ciudadanía, urbanidad, discreción, lo que le toque. O mejor un trasplante.

No obstante ser en gran medida educativo, el problema va más allá. Son generaciones enteras, sí, las que deberían pasar de nuevo por el instituto (después de erradicar la LOGSE, claro), pero nos hallamos ante manifestaciones anecdóticas de un mal social generalizado: el enorme prestigio de la banalidad, el individualismo y la irresponsabilidad en eso que antes llamábamos nuestra escala de valores y hoy sólo es un ranquin de posturas. No hay nada más reaccionario que esto. Así las cosas, no les extrañe que nos gobiernen quienes nos gobiernan; ni que los periodistas más arrojadamente progres releguen a las mujeres en los medios en que segregan sus pequeñeces a la condición de meros objetos sexuales. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal. Foro Civis.

05 diciembre 2007

El voto útil

Se van despejando las posibilidades ante la próxima campaña electoral, que básicamente se resumen en dos: o votar a los partidos instalados en el sistema, de los que no cabe esperar reforma alguna del mismo, o bien optar por la llamada tercera vía, la que en estos momentos representa Unión, Progreso y Democracia: UPyD, más conocido aún como el partido de Rosa Díez. La nueva formación cuenta con el liderazgo eficaz de la exsocialista vasca y con el aval de una nutrida cohorte de pensadores que, hartos del discurso político surreal del último decenio, han dado el paso de abanderar este movimiento cívico: Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella, Arcadi Espada…

Estas personas y este nuevo colectivo progresista, en el que a día de hoy militan ya algunos miles de españoles, propugnan lo que muchos siempre hemos creído necesario pero el prejuicio políticamente correcto impedía poner por escrito: una profunda reforma constitucional que defina de una vez por todas el modelo territorial del estado en un sentido descentralizado pero igualitario –es decir: se acabó el centralismo, pero también las diferencias entre comunidades autónomas, incluidos los conciertos vasco y navarro– y con cierre de competencias –es decir: se acabó el trapicheo de competencias para lograr mayorías coyunturales–; la regeneración de la democracia a través de una reforma de la nefasta ley electoral que ponga en vigor el límite de los mandatos a dos legislaturas, las listas abiertas y un sistema equilibrado que impida que el voto concentrado de los nacionalistas (esto es, el 10%) se imponga legislatura tras legislatura sobre la voluntad de la inmensa mayoría tanto a escala autonómica como nacional, así como la posibilidad de que los electores controlen efectivamente la acción de sus representantes mediante algún mecanismo cuya falta permite hoy frivolizar las promesas electorales hasta extremos tan bochornosos como, por ejemplo, los alcanzados por el presidente Antich en relación con el emplazamiento del nuevo hospital palmesano de Son Espases; la recuperación de ciertas competencias por parte del estado, como todas las que garanticen la unidad fiscal del estado y la unidad del sistema educativo (la calidad de la educación es esencial en los planteamientos de UPyD, que pretende expulsar los mitos identitarios de la escuela y regresar a la valoración del aprendizaje de contenidos, el esfuerzo personal y la disciplina); la implantación de un verdadero estado laico libre de ataduras con ideologías y estamentos religiosos o míticos (a saber, principalmente, el catolicismo, el islam y los nacionalismos); el combate firme y decidido contra el terrorismo y la corrupción, que jamás han de albergar más esperanza ni menos que la que les den los jueces; la consecución de una separación real de los poderes que haga genuinas la representatividad del Parlamento y la independencia del poder judicial y del Tribunal Constitucional, hoy más que nunca pasto de las hienas; y, en suma general, algo tan sencillo como la priorización y la protección indeclinable de los derechos y libertades del individuo. Y mientras todos sabemos que PP y PSOE venderán a CiU, PNV o ERC lo invendible con tal de tocar poder y con independencia de lo que hayan prometido hasta ese momento durante la campaña, porque así se lo permite el sistema y así lo han venido haciendo durante los últimos veinte años, UPyD ha prometido defender su programa sin casarse tras las elecciones ni con los nacionalistas ni con quienes pacten con ellos, aunque ello suponga renunciar al poder a corto plazo, sino con quienes asuman sus propuestas programáticas o las admitan a debate en las Cortes.

Así las cosas, me consta que algunos electores que comparten los planteamientos de UPyD tienen, no obstante, la intención de seguir votando al menos malo de los partidos que conocen: así se lo inspiran cierta comprensible inercia y el temor a que el voto a una formación pequeña pueda impulsar mayorías no deseadas. “Estoy de acuerdo en todo con UPyD, pero si le voto le quitaré el voto al PP y favoreceré que siga Zapatero”, dice un amigo mío; otro afirma: “si votamos a UPyD restaremos votos al PSOE y entonces tal vez gane Rajoy”. Este tipo de razonamiento es rotundamente erróneo: está estudiado que en unas circunscripciones el voto al nuevo partido será en menoscabo del PP, pero en otras sus votantes provendrán mayoritariamente del PSOE. La prueba de la utilidad de este voto es que a todos les parece imprescindible minimizar el posible impacto de UPyD sobre sus respectivos caladeros electorales: Pepe Blanco afirma en cuanta ocasión tiene que la tercera vía daña al PP, mientras que Ángel Acebes sostiene que perjudicará al PSOE porque se trata de un partido de izquierdas. ¿De qué tienen tanto miedo, entonces? Pero lo más importante es que, aunque UPyD no lograse diputados más que en algunas provincias, un descenso notable de los sufragios destinados a PP y PSOE en todas ellas haría que estos partidos se replanteasen muy seriamente sus políticas. No estamos contando aquí, por otro lado, con los ciudadanos que tradicionalmente han venido faltando a las urnas por no conformarse con el menos malo: la abstención alcanzó en los últimos comicios el 40% del censo en muchas circunscripciones, y en Barcelona el 50%.

Obtener en marzo un puñado de diputados en Cortes otorgaría a UPyD una cuota de actividad parlamentaria, una presencia en los medios y unos recursos económicos que serían vitales para una política de regeneración democrática a medio plazo. Conviene tener en cuenta lo que UPyD ya ha conseguido en estas últimas semanas, sin tener representación en las instituciones: el PSOE lanza –con la boca pequeña– mensajes que retoman el laicismo, el PP sugiere tímidas reformas del modelo electoral –y pocos se lo creen– y cinco organizaciones civiles encabezadas por el Foro Ermua acaban de proponer una reforma muy detallada de la Constitución que recoge tesis cercanas a las manifestadas cada día por UPyD… Por primera vez parece que, siglas aparte, hay en España un movimiento cívico serio, con el respaldo de un pensamiento sólidamente fundado y encarnado por un grupo prestigioso de personas que se han acercado a la política por primera vez, preocupadas por el avanzado grado de descomposición de nuestro sistema político. Hay que pensar que la capacidad de influencia de este movimiento cívico aumentará enormemente en cuanto los partidos tradicionales constaten que el electorado deja de atender sus propios y gastados requerimientos. El voto más útil no es el que aspira a procurarle el poder inmediato al menos malo aun en perjuicio de la ética, sino el que busca habilitar representantes que, sin traicionar sus principios, promuevan las políticas necesarias para alcanzar metas positivas para la nación, aunque hayan de remitirse al medio plazo y las ejecute finalmente quien las ejecute. Visión de estado, se llama esto. Lo otro: cambalache. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal.

01 diciembre 2007

Lo que nos ofrecen

Con el anuncio del ínclito Pepe Blanco de que, si ganan las elecciones, José Bono será presidente del Congreso, se suceden en las tertulias los comentarios en torno a si con esta jugada José Luis Rodríguez Zapatero desea sugerir al electorado visos de una mayor o mejor españolidad en un segundo mandato. De que ésta es su intención no me cabe la menor duda, aunque yo le agradecería mucho más que ilegalizase al brazo político de los asesinos, ANV-PCTV, como le vienen pidiendo diversos colectivos ya hace demasiado tiempo.

Sin embargo, no puedo evitar quitarle importancia a la clave estratégica: no es más que otra anécdota del zapaterismo, otro movimiento burdo y a corto plazo con el fin de perpetuarse en el poder, grano para cebar el pavo de aquí a marzo. Sabemos que a estas alturas no nos van a sorprender con una jugada brillante, aunque machacones sí son. Después del nueve de marzo, ancha es Castilla: cuatro de años de banquete. Por otro lado, floja promesa parece: nada arriesgaría el presidente si la incumpliese (ya ha incumplido muchas) salvo, tal vez, la confianza del exministro de Defensa; aunque ésta parece ciertamente a prueba de puñaladas, como quedó probado cuando hubo de dimitir para allanarle el terreno al nuevo Estatuto de Catalunya.

Lo que de verdad me preocupa de esta noticia es el descaro con el que los dirigentes del PSOE asumen en su discurso público la absoluta sumisión del Congreso con respecto a la cúpula del partido vencedor. Se suponía que son los diputados electos los que escogen entre ellos al mejor para desempeñar las funciones de presidente de la cámara baja. No estamos hablando de fruslerías: el Congreso es la representación de la soberanía popular y sus miembros teóricamente representan a sus electores. El sistema electoral que padecemos hace que, en efecto, el poder legislativo y el poder ejecutivo dependan de un grupo selecto (por lo escaso, ya que no por su calidad) de políticos profesionales cuya garantía de promoción no estriba ni en la labor realizada ni en su fidelidad a los votantes, sino en sus manejos entre bastidores y en la estricta obediencia al líder. Seguramente es usted consciente, estimado lector, de que Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero tienen la posibilidad efectiva de designar sin obstáculo mayor desde el candidato a presidente del Congreso hasta el candidato para regidor de cultura de mi pueblo, pasando por diputados, senadores, miembros del Consejo General del Poder Judicial, magistrados del Tribunal Constitucional, fiscales, Defensor del Pueblo… Todos somos conscientes; pero Pepe Blanco pretende que no sólo lo sepamos, sino que lo asumamos como natural e inevitable.

Pero no. No es esto lo que preconizó Montesquieu, cuyo regreso algunos llevamos esperando años –desde que Alfonso Guerra decretara su ostracismo, ya que su entierro no está al alcance del primero que pase. Sin una separación de poderes efectiva no existe verdadera democracia. ¿Quién va a controlar al gobierno si la composición de su parlamento depende –grosso modo– de dos personas? El nuevo partido de Rosa Díez (Unión, Progreso y Democracia, UPYD) propone una seria reforma de la Constitución y de la ley electoral: la revisión de las circunscripciones electorales y de la aplicación de la ley d’Hondt –al mismo tiempo tan célebre y tan desconocida–, las listas abiertas, la doble vuelta para cargos unipersonales, la limitación de mandatos, el cambio de los mecanismos de nombramiento de las magistraturas… Con los partidos tradicionales ya sabemos lo que tenemos. Lo que con tamaña desfachatez nos ofrece Pepe Blanco, so capa de una política de carácter más presuntamente nacional encarnada en José Bono, no es distinto de lo que nos ofrecen el Partido Popular y los demás partidos, instalados desde hace treinta años en el sistema: la certificación última de que nuestra democracia está vacía de contenidos. En las generales de marzo nos pedirán nuestro visto bueno. Periodista Digital. Baleares Liberal. España Liberal. Mallorca Actual.