26 marzo 2006

Vuelven los liberales

Hubo un tiempo en que los liberales españoles se pudieron sentir representados en el seno del Partido Popular. Fue aquella época en que José María Aznar transformó la alianza en partido, absorbió al PL y al PDP, se desprendió del uniforme, limó su discurso y relevó a un Felipe González sospechoso de haber reorganizado el terrorismo de estado. Aquellos jóvenes de derechas parecían distintos a lo que había sido la derecha española de toda la vida; y lo eran, ciertamente, aunque ahora, a la vista de su posterior radicalización en el poder y de su actual deriva hacia el extremo (más táctica que ideológica, pero perniciosísima en todo caso), cualquiera diría que los últimos setenta años hubiesen transcurrido.

Y, sin embargo, el verdadero liberalismo sigue existiendo. Muchos militantes del Partido Popular, barones incluidos, no comulgan con los postulados ni con las actitudes de la jauría enloquecida que hoy dirige el PP. No puedo imaginar a Jaume Matas ni a Alberto Ruiz-Gallardón haciendo gala de la torpeza, la impudicia y los modales casi tabernarios de Eduardo Zaplana y Ángel Acebes. Por no hablar de corrupción urbanística y financiación ilegal de partidos, que todos suponemos practican en sus diversos niveles todos los partidos que tocan poder, sin que ellos apenas hagan nada por tranquilizarnos.

Afortunadamente, hoy existe una alternativa: Ciudadanos, con tres escaños en el parlamento catalán por los que nadie hubiese apostado un día antes de las elecciones. Me consta que muchos votantes, incluidos muchos que lo han sido del PP y del PSOE, esperan como agua de mayo que el partido que preside Albert Rivera siga creciendo también fuera de Cataluña, se fortalezca en lo referido a estructura y cuadros y presente candidaturas en sus respectivas circunscripciones. Esos electores, como quien firma estas líneas, creen que lo mejor de nuestro muy imperfecto régimen –aquello que eleva a Europa por encima del ultracapitalismo norteamericano y del desprecio por las libertades de los demás continentes– en esencia sigue siendo lo que aportaron a Occidente las revoluciones francesa y norteamericana y las que las sucedieron a lo largo del siglo XIX. Defienden un modelo nacional de libertades para todos y confían en que son posibles una política territorial que no hable de exclusiones, sino de unidad en la diversidad, y un liberalismo de matices sociales que fuera de lo privado no deba nada a la Iglesia. No se echarán en brazos de fieras hambrientas ni votarán movidos por la ira. Son liberales, y lo que hoy les ofrecen el PP y el PSOE no les satisface. Última Hora. Periodista Digital.

08 marzo 2006

No era nada fácil

No era fácil atacar este asunto. En La lista de Schindler sí lo era identificar a los malos; en Munich, en cambio, cada espectador llega al cine con ideas propias acerca de quiénes son responsables y quiénes víctimas del desastre palestino-israelí. Spielberg tenía un comprometido reto ante sí –básicamente, abordar el conflicto entre el derecho propio a la justicia y el de los demás a la vida– y no es hombre que se deje asustar por los retos. La ley del talión, hoy más de moda que nunca, dista mucho de ser una reliquia bíblica y evoluciona en espiral. Sólo algo que reprochar: quienes dudan en el filme son siempre judíos; los palestinos, en cambio, aparecen como bárbaros irreflexivos y sedientos de sangre o como hipócritas interesados... Mantener una ecuanimidad estricta y aportar soluciones era tarea imposible; y, sin embargo, el judío y occidental Spielberg alcanza un éxito: acerca a judíos y occidentales cierta creíble autocrítica basada en consideraciones universales subyacentes también al más genuino –y olvidado– judaísmo. No era fácil. Última Hora.

05 marzo 2006

Mequetrefes

Que el Congreso se haya negado a reconocer en su reciente declaración institucional el papel protagonista del Rey en el malogro del tejerazo de 1981 sólo es una prueba más del momento de indignidad política que atravesamos. Siendo necesaria la unanimidad en la aprobación de tales declaraciones, ERC y EA impusieron su impresión de que resulta “excesiva” la importancia que suele concederse al Rey en aquella jornada. Los partidos del Congreso se avinieron a hacer desaparecer la palabra “Rey” del texto definitivo y a equiparar la actuación de la Corona a las del resto de instituciones y agentes sociales.

Si no tuviéramos memoria, no sabríamos que las cosas no sucedieron así. Con el gobierno y ambas cámaras secuestradas, la Generalitat y la Lehendakaritza en fuga, los sindicatos enmudecidos y una junta de subsecretarios como único vestigio del ejecutivo, sólo la autoridad de don Juan Carlos y la firmeza de sus convicciones democráticas hicieron frente a los golpistas. Sólo tras la intervención del soberano los blindados regresaron a los cuarteles y el pueblo se echó a la calle. Confirmando su deriva hacia la definitiva desvinculación con respecto a sus representados, y so capa de consenso, los diputados han vuelto a primar el corto plazo más mezquino sobre el respeto a la verdad y la debida cortesía institucional. ¿Tan desmemoriados nos consideran? Pero no lo somos; y también recordaremos esta vergüenza.

Mientras tanto, el monarca oye, calla y, siempre al servicio de quienes gratuitamente lo agravian, no dudaría en devolverles de nuevo la libertad de hacerlo si otra asonada la pusiese en peligro... Los grandes hombres quedan para la historia; a cambio, soportemos que los mequetrefes disfruten sus cinco minutos sobre el escenario. Última Hora.