25 octubre 2002

¿La heterosexualidad daña el cerebro?

Recientemente ha publicado don José Luis Mota Garay un artículo en estas páginas bajo el siguente título: “La homosexualidad, ¿natural o enfermiza?” Para el señor Mota, que cita al psicólogo holandés Van Den Aardweg, que no se haya determinado una causa genética de la homosexualidad obliga a concluir que se trata de una “tendencia enfermiza que supone una desviación psíquica”. Para los señores Van Den Aardweg y Mota, la homosexualidad es “un fenómeno de afectividad desviada, que no es más que un aspecto de una personalidad inmadura”.

El mundo emotivo de los homosexuales, pues, “coincide mucho con el de tipo ansioso, compulsivo o depresivo, caracterizado por depresiones, nerviosismos, problemas relacionales y psicosomáticos”. Los homosexuales lo son porque no maduraron, y ello los hace profundamente infelices, por mucho que “quieran aparentar jovialidad y alegría”. Recomienda, por tanto, el señor Mota una terapia que elimine sus complejos y temores, una “reorganización” de su esfera afectiva que les permita “acercarse al ideal de ser mujeres u hombres en plenitud de felicidad”. El mensaje es esperanzador: “hay oportunidad y tiempo para salir de ese estado; eso sí, ayudado de personas que crean que se puede conseguir”.

Una postura pública acerca de asunto tan sensible merece sin duda respuesta o, al menos, aclaración pública. Y, puestos a ello, no está de más aclarar que el especialista citado por el señor Mota ha visto reconocida su trayectoria profesional e intelectual en el ámbito del Opus Dei. El libro del doctor Van Den Aardweg, Homosexualidad y esperanza, fue publicado en España por la editora de la Universidad de Navarra y es distribuido en la red de librerías de las Hijas de San Pablo. El neerlandés es así mismo miembro del comité de expertos de la Asociación Nacional para la Investigación y la Terapia de la Homosexualidad (NARTH), una entidad homófoba californiana. Por su parte, el señor Mota une a sus diversos títulos académicos el habitual dictado de conferencias sobre educación, matrimonio y familia; también se halla estrechamente relacionado con la secta fundada por José María Escrivá de Balaguer.

Así pues, cuando el señor Mota basa su discurso en la opinión de “muchos psiquiatras y médicos”, debería explicar que se trata más bien de psiquiatras y médicos del sector más integrista de la Iglesia Católica, y que afortunadamente no son tantos; aunque estamos seguros de que sí los suficientes para las necesidades intelectuales de quienes todavía aplican a la homosexualidad conceptos morales como “tendencia desordenada” y diagnósticos como “compulsión neurótica” o “complejo de autocompasión”.

Estamos ante un prejuicio basado en argumentos como el siguiente: la homosexualidad no es natural y lo que no es natural es enfermizo, luego la homosexualidad es enfermiza. Se trata de un falso silogismo basado en premisas falsas: baste recordar que, por un lado, la sexualidad y la afectividad en general son naturales, independientemente del sexo de sus actores, y las no destinadas a procrear también (y el reino animal lo confirma); y que, en cualquier caso, tampoco es precisamente natural operar con láser para remediar una hernia discal, ni cantar con afectada voz y disfrazado de Moro de Venecia en un auditorio repleto de congéneres, ni leer a Homero, ni disfrutar con los diversos matices del vino, ni comunicarse por correo electrónico. ¿Quizá debiéramos renunciar también a todas estas antinaturales prácticas?

Otra afirmación que siempre asumimos es que la heterosexualidad es normal; luego la homosexualidad no puede ser sino una desviación. Para el señor Mota, que algunos homosexuales sufran desequilibrios emocionales significa que la homosexualidad es esencialmente desequilibrada... Pues claro que hay homosexuales que sufren desequilibrios y que no son felices: la presencia en la sociedad de sujetos (incluidos algunos pseudocientíficos) que siguen clasificando las conductas sexuales y afectivas en términos de normalidad y anormalidad no puede tener otros efectos. Pues claro que hay homosexuales que desearían no serlo, y que algunos incluso piden ayuda para dejar de serlo. También muchos ciudadanos negros de la Alabama profunda habrán sufrido depresiones a lo largo de siglos de esclavitud, y habrían renunciado con gusto a su color ante la eventualidad de ser emasculados por el Ku Klux Klan. Seguramente los psicólogos del Opus deducirán de ello que los negros son anormales y desequilibrados por naturaleza.

¿Cómo mantener la entereza ante las constantes agresiones y la presión abrumadora de una sociedad tolerante sólo en apariencia? Una apariencia que se esfuma, por ejemplo, en cuanto abrimos las páginas de un periódico y leemos que un homosexual ha abusado de un menor, mientras que en los casos de abusos a menores por parte de los heterosexuales jamás se especifica la orientación sexual del delincuente. Una tolerancia que demasiadas veces consiste en afirmar que “los mariquitas son muy majos y tienen muy buen gusto”, para aclarar inmediatamente, por si las moscas: “pero ojo, a mí me gustan las chicas”. No veo cómo mantener ya no solamente la entereza, sino una actitud pacífica ante la acometida permanente de los chistes, la condescendencia, el desprecio, el odio, la violencia, la risa.

Pero para el señor Mota el desequilibrio es connatural a la homosexualidad. Supongo que los ejemplos de homosexuales notorios y notables como Alejandro Magno, Julio César, Oscar Wilde o Federico García Lorca en nada afectan a su diagnóstico de inmadurez. Nos creemos en la obligación de recordar que cuando alguien habla de la homosexualidad o de cualquier otra circunstancia como de una “desviación”, a su lado no tardará en surgir el redentor (en el mejor caso) o el represor que reconduzca a los desviados por el buen camino. Desviados o invertidos, los homosexuales parecen herir a estos apóstoles de la rectitud con su mera existencia o con su conducta privada, que a nadie debería ofender sino a quienes reprimen como algo sucio cualquier manifestación del sexo.

Casi todo lo que se suele predicar de los homosexuales podría serle aplicado a los heterosexuales si escogiésemos bien los individuos: ¿no conocemos heterosexuales inmaduros, obsesos, depresivos, neuróticos, desequilibrados? Pero a nadie se le ocurrirá atribuir esos desequilibrios a su heterosexualidad. Y, si se trata de infelicidades o trastornos relacionados con el sexo, que los hay, no hay cristiano que recomiende la curación de la heterosexualidad. Por fortuna, muchos ciudadanos nos mantendremos, en lo posible, al margen de juicios previos y de sofismas de seminario. Pese a lo que ciertos casos tienden a evidenciar, rechazamos seriamente la hipótesis de que la heterosexualidad presuponga mentecatez ni retraso mental; preferimos creer, sencillamente, que tomar la Biblia como algo más que lo que es (un magnífico documento histórico y literario) es incompatible con una percepción correcta de la realidad. Canarias 7.