31 marzo 2014

Europa no es una excusa

Mientras en el PP seguimos a la espera de que Rajoy señale con su dedo omnímodo al sustituto de Mayor Oreja, en el PSOE ya asistimos al episodio digital con respecto a Elena Valenciano. No parece que el PSOE haya apostado seriamente por esas primarias de las que alardea o que, al menos, haya considerado las elecciones europeas suficientemente importantes desde el punto de vista democrático como para ponerlas en práctica. Como se puede comprobar en su web, el cartel del PSOE es un enorme rostro (el de Valenciano), porque en el fondo da un poco igual quién vaya detrás en la lista ni cuáles sean las ideas que defiende: se trata de movilizar el voto con vistas a 2015, de establecer un continuum electoral para que el electorado no se disperse. Valenciano es, así, más que una candidata, la pastora de Rubalcaba. Se trata de propaganda de consumo interno, un paso para las siguientes generales y poco más.

La costumbre española de mirar a Europa como campo de pruebas para las elecciones nacionales es muy perniciosa: nadie en los partidos grandes se ocupa de insistir en la idea de que la mayor parte de las normas que nos afectan cotidianamente emanan directa o indirectamente –mediante la transposición nacional de las directivas europeas– del Parlamento que vamos a renovar en mayo de 2014. Nadie en el PP ni en el PSOE se ocupa de hacernos ver que la solución a la mayor parte de nuestros problemas proviene, también, de allí ni de que, por tanto, la obligación de unos partidos políticos que se pretenden serios es echar toda la carne en ese asador.

Solo en el ámbito europeo solucionaremos uno de los asuntos más espinosos de nuestra actualidad, que implica aspectos de seguridad, laborales y de derechos humanos: la inmigración ilegal. Sin el concurso europeo estamos condenados a estrellarnos, nosotros también, en las alambradas que tiende el Gobierno en nuestras ciudades norteafricanas, como el que quiere achicar un tsunami con una espumadera. Dada la tradicional inacción de nuestros gobiernos, el espacio jurídico europeo nos recuerda que procesos absurdos y dañinos como el soberanismo convergente no tienen ninguna posibilidad real. Gracias a Europa crecimos en las dos décadas anteriores hasta estándares nunca conocidos y, gracias a Europa, lo que pudo ser una catastrófe socioeconómica y un retroceso de décadas como sociedad quedará –así y todo– como la mayor crisis de nuestra economía en los últimos cincuenta años, de la que, pese a los enormes daños que ha causado, saldremos sin habernos caído del euro y en condiciones de remontar. En Europa tenemos ejemplos y recomendaciones que nos convienen; Italia ya está en ello y acaba de suprimir –como propone UPyD para España– las provincias y, con ellas, 3.000 cargos políticos y 800 millones de gasto superfluo. Europa es un espacio educativo y de investigación al que no podemos renunciar. Es también nuestra vocación histórica. Europa es, de hecho, el único ámbito en que podremos desarrollarnos plenamente en el contexto de una competencia global que no admite la dispersión de esfuerzos, y el único en el que, por otra parte, podemos aspirar a ello sin renunciar a una sólida tradición de ciudadanía democrática y respeto a las libertades.

Por ello desde UPyD pedimos menos naciones y más Unión Europea. Creemos que es hora de incrementar los poderes del Parlamento Europeo: que pueda controlar eficazmente a sus instituciones (Comisión, Banco Central Europeo, Tribunal de Cuentas), que sirva para elegir una Comisión Europea que actúe como un poder ejecutivo verdadero, democrático y operativo, conforme a las necesidades del gobierno: formado a partir de una mayoría parlamentaria y no por cuotas de países. Creemos también que es hora de suprimir el Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno, que supone una rémora nacionalista para la construcción de Europa, y avanzar en la integración fiscal, financiera y de mercados en detrimento de las competencias nacionales. No es un proceso de pocos años, desde luego, pero Europa debe aspirar a convertirse lo antes posible en algo parecido a unos Estados Unidos de Europa; si no, el proyecto perecerá –y pereceremos– en el intento. Europa es una necesidad urgente; no puede ser una excusa ni un laboratorio, y en UPyD lo tenemos muy claro. mallorcadiario.com.

 

25 marzo 2014

Presidente Suárez

El dictador murió cuando yo tenía nueve años: mi edad no me permitió vivir la Transición más que de la manera vicaria y descentrada en que viven la política los niños y los jóvenes. Tengo, no obstante, un recuerdo vivo de Adolfo Suárez. Entre otras, no puedo dejar de recordar las imágenes que un triste 23 de febrero de hace 33 años registró una cámara inadvertida por los golpistas y reprodujo luego la televisión española como el prodigio informativo que era y, tal vez, a suerte de ensalmo democrático. En aquel documento contemplábamos, asombrados, cómo un iluminado intentaba doblegar la voluntad del pueblo a tiros; cómo la inmensa mayoría de los diputados –humanos, al fin y al cabo- pegaba el rostro al suelo del hemiciclo; y cómo, por el contrario, un teniente general próximo a la ancianidad y un civil sin apenas apoyos en aquel hemiciclo, en el peor momento de su carrera política, hacían frente a aquel miserable con una gallardía que nos parecía digna de mejores enemigos. El militar era Manuel Gutiérrez Mellado, y el civil Adolfo Suárez, recién dimitido como presidente del Gobierno.

Si justificamos el cuerpo a tierra de los diputados porque eran humanos, tendremos que convenir que aquellos dos hombres debían ser algo más que humanos para permanecer cabeza en alto, mirando a los ojos a aquellos golpistas armados hasta los dientes. Suárez, en aquella ocasión como en otras –cuando se jugó el pellejo político legalizando el Partido Comunista, cuando dio la mano al presidente de la Generalidad en el exilio, cuando dimitió por no causar daño a una democracia aún niña–, no estaba defendiendo solo el honor de hombre que se viste por los pies. No: Suárez no era un valentón, sino un estadista; tal vez el único que nos hemos permitido. Demostró en numerosas ocasiones que ponía el interés de la nación por delante del propio, y para él solo había una forma aceptable de constituir esa nación. La España democrática de 1978 nació gracias a los esfuerzos y la abnegación de hombres como Juan Carlos I, como Suárez y como Mellado, como Fernández Miranda, Solé Tura, Tarradellas, Cisneros o Ruiz Jiménez: hombres valiosos que se llenaron la boca y el corazón de la palabra consenso y que –pese a que salían de un bronco período de cuarenta años de guerra civil y dictadura– dejaron a un lado sus profundas diferencias y pusieron a España siempre por delante. Grandes profesionales que en muchos casos se quemaron rápidamente en la política y volvieron a sus vidas, tal vez desengañados. Suárez demostró tanta habilidad en el tejido de los mimbres con los que se debían fabricar las libertades de varias generaciones de españoles como incapacidad para lidiar con los manejos a corto plazo y el sectarismo que lo acosaba desde los otros partidos y desde las propias filas de la UCD. Toreó y mató los miuras de la guerra civil pero cayó víctima de las ratas. Y se retiró como los grandes: sin levantar mucho la voz.

Después vinieron políticos que basaron su actividad en la labia, en los pactos con los caciques locales, en la promesa fácil, en el halago al elector, en la domesticación de los medios periodísticos, en la connivencia con los bancos, en el control de la Justicia, en la propaganda... Políticos que desistieron de introducir las mejoras que necesitaba el pacto de 1978 para instalarse en sus fallas; que olvidaron su mandato representativo e hicieron del sectarismo la pieza clave de sus movimientos electorales, puesto que apenas cabe llamarlos acción política. Recuerdo que el primer mitin al que asistí fue uno del CDS: Suárez y Rodríguez Sahagún ofrecían posiblemente lo mejor, lo más moderno y europeo de aquel panorama triste en que ya se estaba convirtiendo la política española, pero no tenían el apoyo de los medios empresariales y periodísticos y entonces, ¿recuerdan?, no contábamos con las redes sociales. La sinceridad y la entrega que transmitía Suárez casi se podían tocar, pero nunca fueron suficientes. El régimen ya era lo que es hoy.

Cuando entrego este artículo no se ha producido aún el inminente desenlace que ayer anunció su hijo en rueda de prensa. Da lo mismo, porque no pretende ser una necrológica, sino un testimonio de admiración y gratitud hacia el que considero el mayor estadista que dio España en los últimos cincuenta años. Instaurador de las libertades de las que todos gozamos, resultó traicionado por unos compañeros de viaje que no estaban a la altura de aquella misión histórica, aquellos a quienes dio la oportunidad de participar en la construcción del estado social y de derecho que deseaba y prefirieron afianzar cuotas de poder, reproducir tics del franquismo y asegurar los intereses de los de siempre so capa de alternancia.

Cuando suceda lo inevitable, estoy seguro de que me envenenarán los obligados elogios funerales en labios de estos y aquellos, las fotografías de unos y otros junto a su féretro. Y me consolará saber que podrán haber arruinado su obra, pero su enana mezquindad no puede ensombrecer la memoria del gigante que fue Adolfo Suárez, una memoria que ojalá sirva como ejemplo de lo que necesitamos los españoles para salir del atolladero histórico en que nos encontramos. Toda mi admiración, Presidente. El Mundo-El Día de Baleares.

24 marzo 2014

Una calle para Suárez

A lo largo de la crónica de una muerte anunciada en que se están convirtiendo estos días tras la comparecencia de su hijo, se están publicando numerosas semblanzas del que fue, sin lugar a dudas, principal artífice y firme timonel de la Transición. Hombro con hombro con el Rey y un puñado de hombres valiosos y abnegados, Adolfo Suárez supo manejar iguales dosis de sentido común, tolerancia y valentía para sacar adelante el país que se le entregaba en 1976 entre la Escila de la dictadura y el Caribdis de la amenaza de una segunda guerra civil, que hoy tal vez –gracias a su labor– nos parece increíble pero que en la época supuso un riesgo cierto. Acosado por la oposición y abandonado por los suyos, Suárez puso en práctica ese verbo que hoy muy pocos saben conjugar: dimitir. Y lo hizo dos veces: en 1981 como presidente del Gobierno, para no ser un obstáculo en la gobernación de España, y en 1991 como presidente del CDS, cuando llegó a la conclusión de que su trayectoria política tocaba a su fin.

Como Suárez, muchos de aquellos hombres buenos y grandes profesionales que entraron en política en una hora crítica para servir a las libertades y a España se quemaron rápidamente, tan pronto como la política española empezó a convertirse en el cambalache del que hoy es modelo acabado. A Suárez y al puñado de hombres que aparecen en aquellas fotos en blanco y negro, fumando juntos en los salones del franquismo mientras por el bien de los españoles arrinconaban diferencias profundísimas (que empequeñecen las que hoy hacen imposibles otros consensos), les debemos las libertades; y a sus sucesores la degeneración del régimen democrático que él nos entregó. El previsible final de Suárez –un presidente dimitido y sin apoyos en el mismo Congreso en que, sin embargo, fuera casi el único en mantener la gallardía de las instituciones democráticas frente a un golpista armado hasta los dientes– podría servir como hito que marcase el final de una época y el necesario comienzo de otra mejor.

Ignoro si a la publicación de este artículo se habrá producido el desenlace que anunciaba anteayer su hijo y para el que las instituciones han previsto justos homenajes. Suárez se marchó de la política como los hombres de bien, sin hacer daño. Sin haberse enriquecido, sin desembarcar en el consejo de administración de una gran empresa, sin aceptar ninguna remuneración como expresidente. Es asombroso que todas las valoraciones que hoy se hacen de su figura coincidan positivamente. Personalmente considero a Suárez el mayor estadista que dio España en el último medio siglo, y los reconocimientos oficiales así quieren mostrarlo: el ducado con grandeza de España (1981), el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1996), el excepcional toisón de oro que le otorgó el Rey (2007), el museo en Cebreros (2009), así como varias vías públicas en toda España. Pero no en Palma.

He propuesto en el seno del Consejo Territorial de Baleares y del Consejo Local de Palma del partido al que pertenezco que solicitemos al Ayuntamiento de Palma la dedicatoria de una vía pública importante de nuestra ciudad a la figura de Adolfo Suárez, con quien los palmesanos, como el resto de los españoles, permanecemos en deuda de gratitud. En mi opinión personal, y pese a los trastornos burocráticos y los gastos aparejados –que a veces se descuidan aun habiendo menos motivos para el homenaje– sería un tributo acorde con la entidad del personaje, y muy simbólico por las notables diferencias que marca, volver a apellidar la popular Rambla como de Adolfo Suárez. La sustitución, por los motivos desgraciados que todos conocemos, marcaría –ojalá– un cambio de época: de homenajear hasta hace bien poco a un presunto corrupto pasaríamos a rendir tributo al estadista que defendió las libertades y el interés común con entrega y honradez probadas. Creo que el esfuerzo que supone un nuevo cambio de rótulo, en este caso, quedaría más que justificado. mallorcadiario.com.

17 marzo 2014

Son lo peor

En el desgraciado caso del suicidio de una alumna del Colegio Madre Alberta no quiero dejar de poner en primer plano la tragedia por la que atraviesan en estos momentos los padres de la muchacha. Tampoco puedo desear otra cosa que el esclarecimiento de lo sucedido, con las consecuencias disciplinarias y penales que sean necesarias si se depuraran responsabilidades, y las intervenciones psicopedagógicas que sean aconsejables, si es que lo son. Este debe ser el objetivo y para ello se han puesto en marcha los mecanismos competentes: la Inspección de Educación y la Policía Nacional e, incluso, alguno tan rimbombante como superfluo, el Instituto por la Convivencia y el Éxito Escolar.

El suicidio no es un asunto privado, sino un verdadero problema de salud pública con consecuencias devastadoras sobre las familias de las víctimas, que a veces reproducen en bucle conductas autodestructivas. Al menos 3.500 personas mueren al año en España víctimas de estos impulsos. Por primera vez en la historia y por iniciativa de UPyD, el Congreso de los Diputados instó en 2013 al Gobierno –con apoyo unánime de los grupos parlamentarios pero nulas consecuencias prácticas, por cierto, dado que al Gobierno parece que no le preocupa mucho tan oscura laguna– para que redefina los planteamientos del Plan de Salud Mental con respecto a esta epidemia silenciosa y mejore los mecanismos de prevención. Se trata de un problema en el que, antes que nadie, han de intervenir los profesionales de la salud.

No obstante, las reacciones que están teniendo lugar en el caso concreto de la niña fallecida la semana pasada en Palma están rozando lo obsceno. Sin esperar a que los que saben (la Inspección, la Policía) acaben su trabajo y alcancen conclusiones rigurosas, ya se elevan las voces clamando por más información (obviando que seguramente lo que menos necesitan los padres de la víctima es que su nombre y sus circunstancias corran de boca en boca como en corrala madrileña), acusando al centro de oscurantismo (yo, por el contrario, alabo su discreción), criticando frívolamente que publique peticiones de oraciones y similares (me pregunto qué otra cosa debería hacer un colegio católico), insinuando responsabilidades paternas… Como desconozco las circunstancias de este drama y me parece que cualquier intervención improvisada solo puede servir para causar más daño aún a la familia afectada, me abstendré de opinar aquí mientras no lo hagan quienes tienen que hacerlo y en el ámbito en que deben hacerlo.

Lo que me parece ya el colmo es la actuación del PSOE-PSIB. La responsable de su grupo parlamentario en materia de Educación, Cristina Rita, ha anunciado varias preguntas al Govern para interesarse por la investigación en marcha. Hasta aquí todo es correcto. Lo incorrecto –lo infame, diría yo, o lo asombrosamente incompetente– es que a continuación, como quien no quiere la cosa, la socialista hace un repaso de los recortes del Govern en materia de integración de alumnos inmigrantes, dando por hecho ya que la causa del suicidio es de tipo xenófobo y conectándolo explícitamente a esos recortes. Recortes indeseables, sí, pero que nadie sensato relacionaría de buena fe con este caso por el hecho exclusivo de que la víctima sea colombiana. ¿Acaso no recuerda Rita aquellos tiempos en que en las escuelas españolas no había inmigrantes, pero sí acoso escolar?

Recortes tan indeseables como los efectuados por el Govern en el terreno sanitario, pero que no tuvieron nada que ver con la muerte de Alpha Pam, como confirmó un juez después de que el PSIB y el PSM aprovecharan su caso para montarle al Govern una campaña de desprestigio. El fiscal del caso Alpha Pam informó durísimamente contra estos filibusteros en noviembre de 2013: “En sus más de veintidós años de ejercicio profesional, el fiscal que suscribe jamás había asistido a una maliciosa utilización tan evidente de la acción penal para, lejos de descubrir la verdad, perseguir el delito y castigar al delincuente, satisfacer otro tipo de pretensiones perfectamente calificables como políticas”. Pero después de tan contundentes palabras nadie en el PSIB ni en el PSM tuvo la vergüenza torera de dimitir...

Y, ahora, hoy, ¿qué vendrá a continuación? ¿Volverán a aprovechar la desgracia ajena Rita y Armengol para pedir la dimisión de la consejera Camps? ¿La política del PSIB va a consistir siempre en esta bazofia deshumanizada? ¿Y la consejera será tan cobarde como lo fue Martí Sansaloni? ¿Ofrecerá, como él, una cabeza de turco a los profesionales de la demagogia? Qué deplorable oportunismo, el del PSIB; espero que no vaya más lejos. Declaraciones insensatas como estas desacreditan a los políticos y a la política. Esperemos que, en el caso de la niña colombiana, todos nos hagamos a un lado, dejemos hacer su trabajo a los cuerpos de expertos y respetemos el drama que vive su familia. mallorcadiario.com.

11 marzo 2014

La reforma electoral que hace falta

No hay nada más sano que un debate. Si el interlocutor es alguien como Ramon Aguiló, el debate por fuerza tiene que ser elevado y honrará a quien lo entable. Por eso son tan interesantes las alusiones que últimamente hace este articulista a UPyD; ojalá se repitieran muy a menudo, y no solo cuando discrepa de nuestras propuestas.

A propósito de la reforma electoral, el señor Aguiló ha criticado en un par de ocasiones la posición de UPyD. Se empeña en afirmar que no defendemos las listas abiertas. Sin entrar en el análisis textual ni en la comparación con otros partidos –que, opino sinceramente, nos favorecería–, creo que bastará con que yo publique aquí, bajo mi firma, el compromiso de mi partido con las listas abiertas. No obstante, este elemento, me parece a mí, no es el más importante del debate, que sería mucho más rico si fuéramos por donde propone con razón el señor Aguiló: las ideas, y no los dimes y diretes. En España y a estas alturas, los implicados en la cosa pública deberían estar debatiendo modelos electorales alternativos. El señor Aguiló dice preferir el sistema mayoritario, vigente en los países anglosajones. A nosotros nos parece que el sistema mayoritario garantiza la exclusión de las minorías: matemáticamente, sería posible que, con solo un 51%, un partido alcanzase un 100% de presencia en una cámara: la mitad de la población no estaría representada. La prueba del inmovilismo a que el sistema mayoritario somete la política de un país es que en Estados Unidos solo existen dos partidos (solo dos con posibilidades reales); y en el Reino Unido, en cien años, solo en dos ocasiones se introdujeron alternativas: cuando entraron los laboristas y, recientemente, cuando retornaron tímidamente los liberales. Huelga decir que todo es mucho más complejo, y que habría que hablar de las primarias y de los lobbies en la formación de corrientes de opinión y en la gestación de las candidaturas, de la pluralidad interna de los partidos norteamericanos… Como es cierto que no hay sistema perfecto, se trata de abrir ese debate en los parlamentos de una manera seria y averiguar con cuál nos quedamos; porque en lo que estamos todos de acuerdo es que la actual ley electoral menoscaba decisivamente la calidad de la representación.

Por tanto, listas abiertas sí; pero donde radica la madre del cordero es en el modelo de circunscripción electoral. Nuestra propuesta es suprimir la circunscripción provincial, que favorece enormemente a los partidos nacionales grandes y a los partidos regionales, y sustituirla por la circunscripción autonómica o nacional, para las elecciones generales; y, para el caso de las autonómicas en Baleares, sustituir la circunscripción insular, que tanto multiplica el valor del voto de las islas menores, por la circunscripción única. Como por un lado pretendemos huir de los nefastos territorialismos –nuevos caciquismos– y, por otro, no nos da ningún miedo la presencia de minorías en las cámaras, somos firmes partidarios de la proporcionalidad y, por tanto, nos parece imprescindible que el voto de todos los ciudadanos pese lo mismo en los recuentos. Hoy, el voto de un elector de Soria pesa mucho más que el de uno de Madrid, el de uno del PNV mucho más que el de uno de IU, y el de uno de Formentera infinitamente más que el de uno de Mallorca. Y eso no nos parece democrático.

Es respetable que al señor Aguiló le parezca “lamentable” que en el reciente debate sobre el estado de la nación UPyD no mencionase la necesidad de la reforma electoral (ni nadie más, por cierto; tal vez porque no era el momento). Estamos más que acostumbrados a que, si pedimos la reforma electoral, nos acusen de oportunistas y, si no la pedimos, de que “no queremos cambiar el sistema político, sino hacernos fuertes en él”... Estoy seguro de que el señor Aguiló también sabe que, entre otra multitud de iniciativas en pro de la reforma electoral a lo largo de los últimos ocho años, UPyD ha roto en Asturias un pacto con el PSOE porque este, de acuerdo con el PP, había quebrantado su promesa de reformar la ley electoral asturiana. Estoy igualmente seguro de que el señor Aguiló está enterado de que en Andalucía, donde UPyD no tiene representación parlamentaria, nuestros afiliados llevan meses trabajando contra todo tipo de obstáculos para recabar 40.000 firmas y conseguir que el parlamento andaluz, dominado por PSOE e IU, tramite una iniciativa legislativa para llevar a cabo la reforma electoral –una reforma que IU llevaba en su programa, pero que renunció a promover a cambio de consejerías y presupuestos.

No ocultaré que nos ha decepcionado un poco el sesgo con que el señor Aguiló ha presentado nuestra posición. Probablemente es solo una percepción de parte, pero tenemos la impresión de que siempre es algo así como “muchas de las cosas que defiendo en mis artículos también las defiende UPyD, pero nunca se me ocurre mencionarlos; en cambio, cuando hay algún elemento que no me gusta de ellos, no solo los menciono sino que, además, concluyo que lo que quieren es instalarse en el sistema y no cambiar nada”. Estoy seguro de que el señor Aguiló entenderá este reparo, subjetivo como todos, como parte de un sano intercambio de opiniones, al que siempre estamos abiertos de muy buen grado; y que ojalá tuviese lugar en los parlamentos y no entre personas que, por no estar en ellos, no tienen el poder de promover directamente los cambios, pero sí, sin duda, la responsabilidad de permitir que la verdad aflore. Saludos cordiales. Diario de Mallorca.


10 marzo 2014

Diez años basura

En vísperas del décimo aniversario del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, cabe que todos hagamos una reflexión sobre su significado y trascendencia, pero unos pocos tienen algo más: la obligación de rendir cuentas. En estos días hemos leído diversas interpretaciones. La de Pedro J. Ramírez, principal impulsor de la teoría conspiratoria en su etapa como director de El Mundo, no se desmarca del todo de ella y pone de manifiesto la falta de reflexión sobre las consecuencias sociales y políticas de un acontecimiento que él identifica como hito de un fin de época, similar al desastre de 1898 que, al contrario que en nuestro caso, sí analizaron los miembros de toda una generación literaria.

Casimiro García-Abadillo, hoy director del mismo medio, desde el cual alentó también la tesis de la autoría de ETA, consigue una salida airosa en una entrevista al juez Gómez Bermúdez en la que este cierra el caso sin hacer demasiada sangre contra el diario. Remata la jugada ayer en un artículo según el cual parecería que El Mundo nunca tuvo nada que ver con aquella interpretación.

José Antonio Zarzalejos deja fe de lo desafortunada de esta aventura política y periodística (y de su fobia por Pedro J. Ramírez) en su columna de El Confidencial. Hay que decir que tiene razón, y especialmente cuando cita a Irene Lozano en una frase de un artículo de 2007 en ABC a propósito de este caso: “¿Nos damos cuenta de cómo  envilece la vida pública el que la mentira no tenga consecuencias?

El editorial de ayer de El País, por su parte, titula “Reconstruir la unidad” una reflexión muy oportuna sobre la necesidad de dejar a un lado el partidismo en materia de terrorismo y, especialmente, en lo que toca a sus víctimas, y hace un llamamiento para restablecer el reconocimiento de todos los demócratas hacia sus conciudadanos, independientemente de su adscripción política y en un frente común contra los enemigos de la democracia.

España es, sí, un país bastante sectario, pero lo ha sido mucho más desde que, hace diez años, los líderes del Partido Popular creyeron poder prescindir del PSOE en la gestión de la crisis, porque creían que un crimen masivo de ETA a tres días de las elecciones les beneficiaría, y especularon mezquina, inmoralmente con los sentimientos de un pueblo cuando ya todo el mundo sabía que los autores del atentado eran fundamentalistas musulmanes; y desde que los líderes del PSOE, a su vez, en lugar de apretar las filas con el gobierno, propagaron entusiásticamente la opinión de que el gobierno mentía, porque igualmente pensaban que esa imagen –y la de un país salvajemente golpeado por el yihadismo como represalia por la participación de su gobierno en una guerra indeseada –les reportaría beneficios electorales. Tenían razón: las elecciones sufrieron un vuelco con respecto a las encuestas y desde entonces la política española se ha poblado de mediocres que explotaban convenientemente –para acusar o para lamentarse– las consecuencias de ese vuelco.

Me avergüenza profundamente el recuerdo de personajes como José María Aznar, Ángel Acebes, José Luis Rodríguez Zapatero o Alfredo Pérez Rubalcaba intentando sacar tajada electoral de aquellos días aciagos, en los que el terrorismo internacional no solo acabó con la vida de 192 inocentes, sino también con la moralidad en la política española. Es preciso pasar página. Los diez años sucedidos tras aquellos atentados han sido probablemente los de peor calidad democrática de las últimas décadas. Los líderes de los partidos grandes han chapoteado en numerosos escándalos sin miramientos porque, siguiendo la pauta del 11-M, su objetivo no ha sido nunca persuadir al ciudadano de la bondad propia, sino de la odiosa maldad congénita del contrario... Y eso lleva sistemáticamente al cuanto peor, mejor. Y eso es lo que hemos tenido: lo peor.

Aclaradas suficientemente las circunstancias del atentado, como explica Fernando Reinares en un libro de reciente aparición, es necesario superar el sectarismo, por el bien de los españoles y porque las circunstancias excepcionales que vivimos exigen líderes excepcionales. Hasta ahora no hemos tenido suerte; ojalá el 11-M de 2014 sirva para hacer la reflexión necesaria y dar paso a una nueva etapa de regeneración democrática y de política como servicio. mallorcadiario.com.


03 marzo 2014

Listas abiertas

Una de las propuestas políticas por las que se ha conocido siempre a Unión Progreso y Democracia es la defensa de una reforma electoral que nos parece fundamental para la regeneración de la democracia; una reforma que incluya factores tan importantes como la supresión de la circunscripción provincial y la implantación de listas desbloqueadas y, en cuanto sea técnicamente posible, abiertas.

Por eso resulta sorprendente leer en una reciente entrevista a Ramon Aguiló que de UPyD no le gusta que “no apueste por las listas abiertas”. Podemos citar los textos, como la ponencia política aprobada en nuestro II Congreso el pasado noviembre:

Para mejorar la representación la nueva ley deberá contemplar el desbloqueo de las listas electorales, de modo que los electores puedan cambiar el orden de preferencia de los candidatos a votar, como paso previo a la instauración de las listas abiertas cuando el desarrollo tecnológico lo haga posible y práctico, garantizando el secreto del voto.

O nuestro programa electoral para las generales de 2011:

Hasta que el desarrollo de las herramientas informáticas permita la introducción sencilla de las listas abiertas, el procedimiento de elección de los Diputados seguirá el principio de listas desbloqueadas, de modo que el elector tenga la posibilidad de alterar el orden de los candidatos en la lista.

Pero, además, los hechos respaldan estas palabras: habiendo podido obtener la consejería que le ofrecían otras fuerzas, nuestro partido prefirió pactar con el PSOE asturiano una reforma electoral para el Principado a cambio de nada; y cuando los socialistas prefirieron acordar con el PP que nada cambiase, UPyD les retiró su apoyo. Muy al contrario, Izquierda Unida, que sí ha defendido a veces la reforma electoral y las listas abiertas, cuando ha tenido la oportunidad de influir decisivamente en un gobierno ha desmentido inmediatamente sus palabras con sus hechos. Como en Andalucía, donde ellos sí han aceptado del PSOE consejerías y presupuestos a cambio de olvidarse de sus promesas electorales.

No es obligatorio estar de acuerdo con UPyD, pero al menos deberíamos discrepar sobre la realidad y no en función de infundios o rumores. Ganaríamos todos. mallorcadiario.com.